martes, 29 de agosto de 2017

El asesinato de la verdad

"La sociedad de todo el planeta está conectada. Eso, plantea Aram Aharonian, es igual a decir que estamos espiados, y por tanto controlados. Por esta razón hay que tener mayor cuidado cuando se habla de democratización de los medios y de la comunicación: si no se da el debate de los contenidos, de la propiedad, de la legislación que le garantiza el monopolio a los poderosos, nos quedaríamos aferrados a las viejas reivindicaciones de la izquierda que no se ha dado cuenta que el mundo cambió. Este libro aporta pistas fundamentales, y actuales, para no perder la huella de los avances tecnológicos, siempre desde el punto de vista de la comunicación popular"
Por: Aram Aharonian
El mundo cambia, la tecnología avanza… y pareciera que nos empujan a pelear en campos de batalla equivocados o perimidos, mientras en las corporaciones mediáticas hegemónicas desarrollan sus estrategias, tácticas y ofensivas en nuevos campos de batalla, quizá en lo que a alguien se le de por llamar guerras de quinta generación.

¿De qué estamos hablando cuando reclamamos la democratización de la comunicación y de la información? ¿De qué forma la redistribución equitativa de frecuencias entre los sectores comercial, estatal o púbico, y popular (comunitario, alternativo, etc.) puede garantizar la democratización de la comunicación e impedir la concentración mediática?, se pregunta el autor.

En este nuevo libro, Ahoronian habla de la integración vertical de proveedores de servicios de comunicación con compañías que producen contenido, la llegada directa de los contenidos a los dispositivos móviles, la transnacionalización de la comunicación y su cortocircuitos con los medios hegemónicos locales, los temas de la vigilancia, manipulación, transparencia y gobernanza en internet, el “ruido” en las redes y el video como formato a reinar en los próximos años.

También analiza el Big Data, que permite a la información interpretarse a sí misma y adelantarse a nuestras intenciones, y lo que más le preocupa: lo fácil que está siendo convertir a la democracia en una dictadura de la información manejada por las grandes corporaciones.
Para ponernos al día con el mundo actual y sus problemáticas, para no seguir peleando batallas que ya no son prioritarias.

Introducción: estamos en guerra
“La verdad es la primera víctima de la guerra”, dijo Esquilo, predecesor de Sófocles y Eurípides, considerado como el creador de la tragedia griega, 500 años antes de nuestra era. Lord Ponsonby es recordado por la declaración: “Cuando se declara la guerra, la verdad es la primera víctima”, que hizo en su libro Falsehood in Wartime: Propaganda Lies of the First World War (La falsedad en tiempo de guerra: las mentiras de la propaganda de la Primera Guerra Mundial, 1928). Durante la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill dijo que “en tiempos de guerra la verdad es tan preciosa que debería ser protegida por un guardaespaldas de las mentiras”. Esas frases, verdaderas en sus tiempos y en sus contextos históricos, tal vez nunca como ahora son más verdaderas debido a los grandes avances en las comunicaciones, en esta nueva guerra, esta batalla de ideas en la que estamos insertos.

En la Primera Guerra Mundial, los corresponsales usaban palomas, telégrafos o mensajeros para sacar sus historias. Hoy, en esta guerra, se utilizan comunicaciones satelitales y teléfonos inteligentes. Pero mientras la tecnología ha dado saltos cuánticos, la verdad sigue siendo demasiado a menudo un blanco de los poderes fácticos y una víctima.

La guerra de Vietnam fue la primera que llevó con gran velocidad al público los horrores del conflicto, cuando la transmisión de imágenes a lo largo del mundo ya era más rápida. Recordamos esa foto famosa de 1972 con niños llorando y una niña desnuda escapando de un ataque de napalm en Vietnam. Luego de la invasión a Irak, Afganistán y varias otras, las víctimas empezaron a carecer de rostros para convertirse en números, en “daños colaterales”.

Uno de los objetivo del periodismo de guerra es la llamada “fatiga de la simpatía” que puede nacer fácilmente con una abundancia de malas noticias. Esa que hace más fácil para nosotros apagar la tele, cambiar de página y simplemente seguir con nuestras vidas diarias y anular la realidad en la que sufren tantas personas. En la ignorancia de lo que está sucediendo verdaderamente y, mucho más importante, de que todos tenemos el deber de buscar la verdad.

Muchas veces, la “verdad” que se vislumbra a través de la televisión, los medios cibernéticos y gráficos no necesariamente corresponde a la realidad. Esta verdad virtual posee como característica la rapidez y el dinamismo en su construcción, pretendiendo abarcar todo el espectro social y agotándose hasta lo efímero en un abrir y cerrar de ojos, con imágenes espectaculares y lenguaje publicitario. La Verdad con mayúscula, que es simplemente lo que en la realidad aconteció, que excede a las mi-radas que hablan sobre ella y procuran contenerla bajo sus argumentos, está desapareciendo de los medios.

La realidad ficcional o virtual
Las noticias falsas no son algo nuevo. Preceden a Facebook, a Twitter y a los miles de sitios que cada día intentan captar la atención en un mundo de concentración informativa y crisis del periodismo.

El ciudadano Kane de Orson Welles ya había mostrado en 1941 a un magnate de medios frío, en el trono de su imperio informativo, como el espejo del poder de la prensa para dirigir la opinión de un país. La historia tuvo muchos ejemplos similares de empresarios que gozan de buenas relaciones con la política y sobre todo el poder, para confundir la realidad en favor del más poderoso.

Sin lugar a dudas, hacer uso del aspecto emocional es una técnica clásica para causar un corto circuito en el análisis racional y, finalmente, al sentido crítico de los individuos. Por otra parte, el uso del registro emocional permite abrir la puerta de acceso al inconsciente para implantar o injertar ideas, deseos, miedos y temores, compulsiones, o inducir comportamientos. De eso se trata la llamada Guerra de Cuarta Generación.

La mayoría de la publicidad dirigida al gran público utiliza discursos, argumentos, personajes y entonación particularmente infantiles, muchas veces próximos a la debilidad, como si el espectador fuese una criatura de poca edad o deficiente mental. Cuanto más se intenta buscar engañar al espectador, más se tiende a adoptar un tono que infantiliza: en razón del carácter sugestionable de éste, esa publicidad generará con cierta probabilidad una respuesta o reacción también desprovista de un sentido crítico, como la de una persona de 12 años o menor aun.

En los siguientes capítulos hablamos de cómo se ha producido, des-de 1991 al menos, la construcción de estas realidades-virtuales. Pero en 2016 se produjo un nuevo punto de quiebre en la historia de las noticias falsas. Tanto que el Diccionario Oxford declaró la “posverdad” como palabra del año. Las fake news dejaron de ser un artilugio de los medios para conseguir más tráfico. Ese año, la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos comprobó que las mentiras pueden llegar a ocupar el lugar del poder real. La ficción y la realidad virtual llegaron a la Casa Blanca.

La transformación de los medios de comunicación en factores de poder es acompañada de la aparición de una metodología para elaborar una realidad funcional como herramienta de manipulación y construcción de un discurso hegemónico cuyo objetivo es el control social. La comunicación de la verdad pierde su sentido ético y se transforma en mercadería, y la espectacularización del mensaje ocupa el lugar del valor del contenido.

Los medios son utilizados hoy como un arma de combate en la nueva guerra ideológica. La información, por su explosión, por su multiplicación, por su sobreabundancia, se encuentra hoy literalmente contaminada, envenenada por toda clase de mentiras, rumores, distorsiones y manipulaciones. Cada vez es más difícil para los ciudadanos encontrar un referente que les asegure que la información que van a consumir es válida, seria, segura, verídica, verdadera. Información real.

El discurso hegemónico se contrapone con un sistema democrático de gobierno: este último requiere la aparición de una pluralidad de información que permita a la opinión pública decidir libremente. Se supone que es un derecho humano el de informar y ser informado. La esencia de la democracia no es el consenso –como quieren quienes defienden los intereses de los grupos económicos hegemónicos–, que lleva a la verdad única, al mensaje único.

Es el asesinato de la verdad, o su sustitución por una realidad-virtual difícil de comprobar, que sirve para adocenarnos, doblegarnos. ¿Cómo combatimos en esta guerra de ideas, en esta batalla cultural donde las viejas armas, las viejas herramientas ya no son útiles?

¿Qué significa hoy democratizar la comunicación?
¿De qué estamos hablando cuando reclamamos la democratización de la comunicación y de la información? ¿Hablamos solo de redistribución de frecuencias radioeléctricas para garantizar el derecho humano a la información y la comunicación? ¿De qué forma la redistribución equitativa de frecuencias –éstas patrimonio de la humanidad- entre los sectores comercial, estatal o público, y popular (comunitario, alternativo, etc.) puede garantizar la democratización de la comunicación e impedir la concentración mediática?

A veces pienso que nos instan, nos empujan a pelear en campos de batalla equivocados o perimidos, mientras se desarrollan estrategias, tácticas y ofensivas en nuevos campos de batalla. El mundo avanza, la tecnología avanza… y pareciera que nosotros –desde lo que llamamos el campo popular- seguimos aferrados a los mismos reclamos, reivindicaciones de un mundo que ya (casi) no existe.

El mundo cambia sí, pero el tema de la comunicación, de los medios de comunicación social, sigue siendo, como en 1980 cuando el Informe Mc Bride, fundamental para el futuro de nuestras democracias. El problema de hoy es la concentración oligopólica: 1500 periódicos, 1100 revistas, 9000 estaciones de radio, 1500 televisoras, 2400 editoriales están controlados por sólo seis trasnacionales. Pero ese no es el único problema.

Hoy los temas de la agenda mediática tienen que ver con la integración vertical de proveedores de servicios de comunicación con compañías que producen contenido, la llegada directa de los contenidos a los dispositivos móviles, la trasnacionalización de la comunicación y su cortocircuitos con los medios hegemónicos locales, los temas de la vigilancia, manipulación, transparencia y gobernanza en internet, el “ruido” en las redes y el video como formato a reinar en los próximos años.

Estos son, hoy en día, juntos al largamente anunciado ocaso de la prensa gráfica y la vigencia de la guerra de cuarta generación y el terrorismo mediático, los vértices fundamentales para reflexionar sobre el tema de la democracia de la comunicación, mirando no hacia el pasado, sino hacia el futuro que nos invade.

Hipotéticamente, si realmente en nuestra región, el 33 por ciento de las frecuencias fueran concedidas a los medios populares, ¿quién abastecería de contenidos a tal cantidad de canales y radios? Entonces, ¿de qué estamos hablando cuando reclamamos la democratización de la comunicación y de la información?

Los que controlan los sistemas de difusión, cada vez más inalámbricos, satelitales, eligen, producen y disponen cuáles serán los contenidos, en una planificada apuesta por monopolizar mercados y hegemonizar la información-formación del ciudadano.

¿Adiós televisión? Controlar los contenidos
Pasaron 140 años desde que Alexander Graham Bell utilizó por primera vez su teléfono experimental para decirle a su asistente de laboratorio: “Señor Watson, venga, quiero verlo”. Su invención transformaría la comunicación humana y el mundo. La empresa creada por Bell creció hasta transformarse en un inmenso monopolio: AT&T.

El gobierno estadounidense consideró luego que era demasiado poderosa y dispuso la desintegración de la gigante de las telecomunicaciones en 1982… pero AT&T ha regresado, anunciando la adquisición de Time Warner, una de las principales compañías de medios de comunicación y producción de contenidos a nivel mundial, para conformar así uno de los más grandes conglomerados del entretenimiento y las comunicaciones del planeta.

La fusión propuesta, que aún debe ser sometida a estudio por las autoridades, representa desde ya no solo una significativa amenaza a la privacidad y a la libertad básica de comunicarse, sino también un cambio paradigmático en lo que a lo que hoy entendemos como comunicación. Sería la mayor adquisición hasta la fecha y llegaría un año después de que AT&T comprara a DirecTV.

AT&T es hoy la décima entre las 500 compañías más grandes de Estados Unidos y si adquiriera Time Warner, que ocupa el lugar 99 de la lista Forbes, se crearía una enorme corporación, integrada verticalmente que controlaría no solo una amplia cantidad de contenidos audiovisuales, sino o la forma en que la población accedería a esos contenidos.

Según Candace Clement, de Free Press, esta fusión generaría un imperio mediático nunca antes visto. AT&T controlaría el acceso a Internet móvil y por cableado, canales de televisión por cable, franquicias de películas, un estudio de cine y televisión y otras empresas de la industria. Eso significa que AT&T controlaría el acceso a Internet de cientos de millones de personas, así como el contenido que miran, lo que le permitiría dar prioridad a su propia oferta y hacer uso de recursos engañosos que socavarían la neutralidad de la red.

Pelear guerras que ya no existen
El mundo no es el mismo de antes (tampoco el del 1980 cuando el Informe McBride), aunque tanto derecha como izquierda crean que seguimos en 1990. Es difícil, a quienes como uno vienen de la época de la tipografía y la linotipia, de los télex y teletipos -o del dogmatismo y la repetición de consignas-, asimilar los cambios tecnológicos y la realidad del mundo actual, del big data, de la inteligencia artificial, de la plutocracia…

Según los últimos cálculos, en el mundo hay unos 10 zetabytes de información (un zetabyte es un 1 con 21 ceros detrás), que si se ponen en libros se pueden hacer nueve mil pilas que lleguen hasta el sol. Desde 2014 hasta hoy, creamos tanta información como desde la prehistoria hasta el 2014. Y la única manera de interpretarlos es con máquinas.

El Deep Learning es la manera como se hace la Inteligencia Artificial desde hace cinco años: son redes neuronales que funcionan de manera muy similar al cerebro, con muchas jerarquías. Apple y Google y todas las Siri en el teléfono, todos lo usan.

El Big Data permite a la información interpretarse a sí misma y adelantarse a nuestras intenciones, cuánto saben las grandes empresas de nosotros, y lo que más le preocupa: lo fácil que está siendo convertir la democracia en una dictadura de la información, haciendo de cada ciudadano una burbuja distinta.

Si uno tiene Gmail en su celular con wifi, puede ver en Google Maps un mapa mundial que muestra dónde estuvo cada día, a cada hora, durante los últimos dos o tres años (no tiene por qué creerme: vea www.google.com/maps/timeline). Es una información que uno les permites coleccionar al aceptar los términos de licencia cuando instala la aplicación.

También las empresas telefónicas, que uno supone que sólo nos cobran el plan, hacen buenos negocios con nuestros datos. Por ejemplo, Smart Steps es la empresa de Telefónica que vende los datos de los celulares Movistar. De la noche a la mañana, la gente pasó a tener un sensor de sí mismo 24 horas al día. Hoy se puede saber dónde están las personas, pero también qué compran, qué comen, cuándo duermen, cuáles son sus amigos, sus ideas políticas, su vida social.

El alemán Martin Hilbert , asesor tecnológico de la Biblioteca del Congreso de EE.UU. señala que algunos estudios ya han logrado predecir un montón de cosas a partir de nuestra conducta en Facebook . “Se puede abusar también, como Barack Obama y Donald Trump lo hicieron en sus campañas, como Hillary Clinton no lo hizo, y perdió. Esos son los datos que Trump usó. Teniendo entre 100 y 250 likes (me gusta) tuyos en Facebook, se puede predecir tu orientación sexual, tu origen étnico, tus opiniones religiosas y políticas, tu nivel de inteligencia y de felicidad, si usas drogas, si tus papás son separados o no”, señala el científico.

Y “con 150 likes, los algoritmos pueden predecir el resultado de tu test de personalidad mejor que tu pareja. Y con 250 likes, mejor que tú mismo. Este estudio lo hizo Kosinski en Cambridge, luego un empresario que tomó esto creó Cambridge Analytica y Trump contrató a Cambridge Analytica para la elección”.

“Usaron esa base de datos y esa metodología para crear los perfiles de cada ciudadano que puede votar. Casi 250 millones de perfiles. Obama, que también manipuló mucho a la ciudadanía, en 2012 tenía 16 millones de perfiles, pero acá estaban todos. En promedio, tú tienes unos 5000 puntos de datos de cada estadounidense. Y una vez que clasificaron a cada individuo según esos datos, los empezaron a atacar”, señala Hilbert.

Por ejemplo, si Trump dice “estoy por el derecho a tener armas”, algunos reciben esa frase con la imagen de un criminal que entra a una casa, porque es gente más miedosa, y otros que son más patriotas la reciben con la imagen de un tipo que va a cazar con su hijo. Es la misma frase de Trump y ahí tienes dos versiones, pero aquí crearon 175 mil. Claro, te lavan el cerebro. No tiene nada que ver con democracia. Es populismo puro, te dicen exactamente lo que quieres escuchar”. Lo más delicado es que no sólo pueden mandar el mensaje como más le va a gustar a esa persona, sino también pueden mostrarle sólo aquello con lo que va a estar de acuerdo.

Al final, el juego con la tecnología siempre ha sido ver cuáles tareas se pueden automatizar y cuáles no. Si un robot reconoce células de cáncer, uno se ahorra al médico. Más del 50% de los actuales empleos son digitalizables, afirma Hilbert. Y ya no hablamos de reemplazar a los obreros, como en la revolución industrial, sino también los trabajos de la clase más educada: médicos, contadores. El 99% de las decisiones de la red de electricidad en EEUU son tomadas por IA que localiza en tiempo real quién necesita energía.

No es en ningún caso el fin de la humanidad, es la evolución que sigue su camino. Y lo más importantes es entender en qué mundo vivimos. Por eso llama la atención que operadores mediáticos, que se autodefinen como radicales de izquierda, sigan insistiendo en la necesidad de pelear en escenarios que ya no existen, con léxicos que no corresponden a las realidades reales y tampoco a las virtuales, en aferrarse al pasado, lo cual es por demás retrógrado.

La dictadura y la posverdad
Hoy más que nunca la dictadura mediática, en manos de cada vez menos “generales” de las corporaciones, busca las formas novedosas de implantar hegemónicamente imaginarios colectivos, narrativas, discursos, verdades e imágenes únicas. Es el lanzamiento global de la guerra de cuarta generación, directamente a los usuarios digitalizados de todo el mundo.

Si hace cinco décadas la lucha política, la batalla por la imposición de imaginarios, se dilucidaba en la calle, en las fábricas, en los partidos políticos y movimientos, en los parlamentos (o en la guerrilla), hoy las grandes corporaciones de transmisión preparan una ofensiva que saltean los medios tradicionales para llegar directamente, con sus propios contenidos de realidades virtuales, a los nuevos dispositivos móviles de los ciudadanos.

¿De qué estamos hablando cuando reclamamos la democratización de la comunicación y de la información? ¿Hablamos de redistribución de frecuencias radioeléctricas cuando hoy el control emerge de la conjunción de medio y contenido? Los que controlan los sistemas de difusión, cada vez más inalámbricos, satelitales, eligen, producen y disponen cuáles serán los contenidos, en una planificada apuesta por monopolizar mercados y hegemonizar la información-formación del ciudadano.

Resultado de imagen para radiosCambia la radio. Bajo la mirada vigilante de otras naciones, Noruega se ha convertido desde el enero de 2017, en el primer país del mundo en apagar su señal de Frecuencia Modulada (FM), considerando que tiene 22 estaciones nacionales de radio digital, y aún hay espacio en su plataforma digital para otras 20.

La tendencia mundial –y latinoamericana- demuestra que los jóvenes televidentes ya están pasando del uso lineal de televisión hacia un consumo en diferido y a la carta, que bien puede optar el dispositivo fijo (el televisor) y optar por una segunda pantalla (computadora, tablet, teléfonos inteligentes).

Para los comunicólogos optimistas, de receptores pasivos, los ciudadanos están pasando a ser, mediante el uso masivo de las redes sociales, productores-difusores, o productores-consumidores (prosumidores). Para los menos optimistas, si bien esa es una posibilidad teórica, la práctica demuestra que la producción y difusión quedarán en manos de grandes corporciones, en especial estadounidenses, y los ciudadanos podrán ocupar la casilla de consumidores, en una arremetida del pensamiento, el mensaje, la imagen únicos.

Quizá aquellos que estamos desde hace años en la lucha creemos que la discusión sobre la democratización de las comunicaciones está socializada/masificada en nuestras sociedades. No lo está siquiera en aquellos donde se han hecho esfuerzos de esclarecimiento en este campo, como Argentina y Ecuador. Hay quienes sostienen que aún se trata de una discusión elitesca, entre los militantes políticos, de la comunicación y allegados.

¿De qué estamos hablando cuando reclamamos la democratización de la comunicación y de la información en la que ahora se da en llamar la época de la posverdad, donde los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones, los imaginarios y las creencias personales?

Hoy, la posverdad es el arma de desorientación masiva de la opinión pública que emplean los grandes medios de comunicación y todos los líderes políticos. La sociedad es hoy un monumental simulacro, un plexo cuasi-infinito de significaciones sin referente ni realidad que las apoye, una especie de monumental ciencia-ficción que nos domina, dijera Baudrillard.

En 2016, The Economist hablaba del arte de la mentira, y señalaba que Trump es el principal exponente de la política de la posverdad, que se basa en frases que se sienten verdaderas, pero que no tienen ninguna base real. Una cosa es exagerar u ocultar, y otra, mentir descarada y continuadamente sobre los hechos. Y lo peor es que esas mentiras se van imponiendo en el imaginario colectivo.

Hoy se manipulan, se omiten, se tergiversan o se falsifican desde las cifras de la desocupación o del costo de la vida, mientras opinadores muy mediatizados predican distintas variantes del there is no alternative (no hay alternativa) thatcheriano.

Disculpe, entonces, ¿de qué estamos hablando cuando reclamamos la democratización de la comunicación y de la información?

Indice
Introducción: estamos en guerra

La realidad fccional o virtual
¿Qué signifca hoy democratizar la comunicación?
¿Adiós televisión?
Neutralidad de la red, invasión de la privacidad
Los contenidos
Lo generacional
El futuro ya está en China: Toutiao
Una caja de herramientas inútil
La moda OTT
Un poco de historia
Vivir des-informado
La cuarta generación: imaginarios, terrorismo mediático, guerras virtuales
El imaginario social
Golpes blandos, golpes bajos
La cuarta generación
La violencia de la no violencia
El terrorismo mediático
El arte de la desinformación
La historia misma es una manipulación
Mercado y pensamiento único
¿La verdad?,… pasó de moda
Más golpes mediáticos
Cartelización
La comunicación, materia prima estratégica
El lenguaje (des)orientador
(Geo)política del lenguaje
¿Quién nos defiende?
Las redes sociales, otra forma de control
Big Data asusta
El panóptico digital
Vendiendo nuestros datos
Redes, ¿medios públicos?
Indignación globalizada
Periodismo digital
Manipulación, neutralidad, transparencia de la red
Big Data, el método
Internet, ¿espacio de disputa?
La necesaria transparencia
La neutralidad de la red
Neutralidad a la europea
Internet de las cosas
¿Qué es Internet hoy?
Del papel a lo virtual
¿Derechos de autor?
La cultura digital
Nuevas formas de comunicación popular, para vernos con nuestros propios ojos
Prácticas de resistencia
Construir información popular
Telesur, la revolución
Nuevos formatos
Mediactivismo
Buen Vivir
Colombia: construir una comunicación para la paz
Un periodismo en deuda
Los medios y la desestabilización
La construcción es desde abajo
Guerrilla comunicacional
Los latifundios mediáticos
La regulación
Argentina: mayor concentración comunicacional
Paraguay: medios para perpetuarse en el poder
Bolivia: el cartel de la mentira
Chile: las industrias asociadas a las comunicaciones, muy concentradas
Aprendiendo a leer a Donald
Sexo, mentiras y videos
¿Perdedores?
Trump, los medios y las redes
Los rusos son malos
Aprendiendo a leer a Donald
¿Dónde están los periodistas?
El ¿nuevo? periodismo
Ajusticiar los viejos paradigmas
Productos de comunicación
Periodista, trabajador
La responsabilidad social
Los valores
El arte del miedo
Colonialismo cultural y depredación oenegista
Colonialismo cultural
Imperialismo cultural
Colonialismo interno
Cultura y desarrollo
Diversidad
Entre “hegemones” y sicarios
Ayuda al desarrollo, ONG, la venta de espejitos
El rol del oenegeismo
La ¿ayuda? al desarrollo
Trampa ideológica
Privatizar la función social
Profesionales de la solidaridad
Visiones estereotipadas de la pobreza
Presupuestos para desestabilizar
Colofón
En nombre de qué democracia
El verso de la democracia

Aram Aharonian es periodista uruguayo, magister en Integración, fundador de Telesur, codirector del Observatorio de Comunicación y Democracia y del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (Clae), y presidente de la Fundación para la Integración Latinoamericana (Fila). Autor de Vernos con nuestros propios ojos y La internacional del terror mediático, entre otros textos.

Edita: Ediciones CICCUS