lunes, 31 de octubre de 2016

Los herederos de Tomás Eloy Martínez: ¿Quiénes llevan la posta de la crónica en Argentina?

Por: Arturo Cervantes Ramírez
Que levante la mano.

Que levante la mano aquella revista que se atreva a enviar a un periodista hacia la Antártida.

Anfibia, revista argentina, arrojó a ese destino imposible al cronista bonaerense Federico Bianchini. Y le permitió —para envidia de tanto reportero anclado en la oficina— quedarse un mes.

Ya fue, ya vino y ya publicó, también, una crónica —bella, sutil, parsimoniosa— sobre Emiliano Depino: el biólogo argentino cuyo oficio, en el ‘continente blanco’, consiste en grabar sonidos de pingüinos y enviar esos audios a la Universidad Cornell, en Ithaca, Estados Unidos, sede de la biblioteca mundial de sonidos de aves.

Ya fue, ya vino y ya se vino, además, en este mes, el lanzamiento de un libro extenso de Bianchini sobre el tema: Antártida: 25 días encerrado en el hielo, publicado por Tusquets Editores (una editorial española con oficinas en Buenos Aires).

Periodismo narrativo de largo aliento, venga una definición más, es eso: apostarle a la Antártida, ir.

Es hallar historias inéditas (o mostrar nuevos ojos para las ya narradas).

Es hacer un stop a las coyunturas diarias, reprogramar el reloj periodístico, desacelerar su prisa.

Es investigar un tema durante uno, dos, meses; uno, dos años: los que sean necesarios hasta alcanzar la dosis exacta de rigor periodístico y estilística literaria.

Es perseguir pingüinos, lobos y elefantes marinos porque ellos, ocupados en otros andares antárticos, ignoran qué es la inmediatez mediática.

Los medios argentinos que sí; los que no
La revista digital Anfibia, creada en 2012 con el apadrinamiento de la Universidad de San Martín, es uno de los medios que más privilegia el género, pero no es el único en Argentina. El periodismo narrativo, aquel que le da el color a los detalles y profundidad a las historias, tiene buena presencia en la prensa de ese país. Aunque —claro— no en toda.

En los que sí: Anfibia, Ajo, Crisis, Cosecha Roja, Don Julio, Marco, Mu, Panamá, Rolling Stone, Salida al Mar, Tucumán Z, Un Caño y uno que otro más.

En los que no (o no mucho): Clarín, La Nación, Página 12, Diario Popular...

Los medios alternativos son los que más abren sus páginas a este tipo de periodismo. Actúan como contrapropuestas a los grandes grupos comunicacionales que, por el contrario, dado que responden a lógicas comerciales y de producción diaria, no suelen otorgarle espacio a un género apegado al largo plazo.

Un estudio, realizado en el marco del proyecto global ‘Journalistic Role Performance’, determinó que el porcentaje de crónicas y de reportajes en los periódicos tradicionales de Argentina es tan bajo que parecen limosnas: 6% de crónicas y 2% de reportajes en una muestra de 3.400 noticias de cuatro diarios principales —Clarín, La Nación, Popular y Página 12—, publicadas entre 2012 y 2013.

Adriana Amado, investigadora de medios involucrada en ese estudio, dice que las únicas crónicas que encontraron fueron de coberturas políticas y escritas «con recursos narrativos y sensacionalistas para hacerlas más atractivas». Y señala, con decepción: «No encontramos en la muestra nada parecido a las crónicas consagradas, (aquellas) que se ocupan en presentar temas sociales inéditos con profundidad y belleza lingüística».

Para Amado, es la agenda inmediata la que provoca que los medios tradicionales no cumplan funciones narrativas y se limiten a ser difusores de lo que llama «novedades institucionales».

«Hacer una crónica demanda tiempo de investigación, de entrevistas, de análisis, de escritura y eso cuesta plata: son pocos los medios que están dispuestos a afrontar esos costos», opina Bianchini, el mencionado autor de la crónica en la Antártida, también editor de Anfibia y ganador del Premio Las Nuevas Plumas 2010.

Hay una excepción en los medios tradicionales: la sección ‘Mundos Íntimos’, del diario Clarín. Sus textos se basan en la premisa de que el narrador de la historia es, también, y por qué no serlo, el protagonista. El escritor argentino Javier Núñez, alguna vez invitado a colaborar en la sección, dice que con ello se rompe «la figura del periodista como observador externo».

Historias como la de un colombiano que se casa con su novia de Corea, se muda con ella a ese país y desde ese momento él patalea por los códigos coreanos impuestos: jamás abrazar efusivamente, ver la televisión en el lavaplatos y olvidarse de esa excentricidad de Occidente llamada «cama». O la de un argentino que va rebotando de trabajo en trabajo, siempre con mala fortuna, hasta finalmente, en el clímax de la desventura, caer en un laburo en el que su suegra es, también, su jefa.

Cosa rara: esos temas suelen viralizarse en redes sociales. Acaso la evidencia de que existe un público para este tipo de historias atemporales, las otras, las que poseen tramas irrepetibles, las que son ajenas a las coyunturas diarias.

El Grupo La Nación tiene una revista —Brando— que suele salpicar sus páginas con crónicas de ocho, nueve hojas. Clarín, ocasionalmente, a través de su revista dominical Viva. El periódico Página 12, esporádicamente, en algunos de sus diez suplementos, como el cultural ‘Radar’.

Rolling Stone, que circula en Argentina desde abril de 1998, es un refugio para periodistas narrativos de raza. ‘Rápido, furioso, muerto’, la crónica ganadora del premio Gabriel García Márquez en 2015, en la categoría Texto, escrita por el argentino Javier Sinay, afloró en esa revista.

Cuando uno ingresa al sitio virtual de revista Crisis se topa, mínimo, con dos novedades. La primera, que los titulares están escritos en minúsculas. La segunda sorpresa: hay periodismo narrativo. Tanto Crisis como las revistas Panamá y Paco profundizan en personajes de la política argentina: responsables de los agronegocios, sindicalistas de peso o el caso de un multimillonario inmobiliario que, sin ser político, puede mover fichas en la Casa Rosada.

Está Marco, una revista que, en cambio, muestra temas más apegados a los derechos humanos. Una crónica indaga en migrantes de Argentina que hacen, aquí, lo que no hacían allá: trabajar de empleadas domésticas. Por la misma línea se encamina la revista Mu, que es periodismo —podría decirse— al borde de la denuncia: ‘El modelo agrotóxico impacta en la salud de los niños de Chaco’; ‘El acoso judicial a los vendedores ambulantes’.

Un Caño y Don Julio son dos revistas argentinas que le apuestan al periodismo deportivo, pero lo hacen desde otra lógica editorial. Persiguen otra prisa. Son el diez que arma la jugada, el que se detiene, pisa el balón, mira a un periodista desmarcado —uno con capacidad para narrar—, se la pasa a este y anota un gol de colección.

Uno de los goles de revista Un Caño: cuando publicó la historia de un estafador que se hace pasar por presidente de un club de segunda división de Inglaterra y busca, por Facebook, talentos sudamericanos. Con un repertorio demoníaco, convence a los chicos para que, antes de fichar por el equipo, le depositen dinero.

Revista Don Julio anota otro gol, esta vez de chilena, cuando cubre un partido de fútbol en una plaza deportiva que a nadie parece importar: la cárcel. O aquella historia sobre una delegación de futbolistas sub-23 de Cuba que aprovechan una gira por Estados Unidos para escapar del régimen comunista de su país. Bautizada en referencia a Julio Grondona (nombre que resumía las últimas tres décadas del fútbol argentino), eligieron llamarse así «porque para matar al padre primero hay que reconocerlo. [...] Somos su apodo para ser su errata».

Están Ajo, Salida al Mar y Tucumán Z, medios digitales que proponen periodismo narrativo lejos del centralismo narrativo de Capital Federal. La primera, desde Mar del Plata; la segunda, desde Córdoba; y la última, desde Tucumán.

Facundo Miño, editor de Salida al Mar, dice que el tipo de historias que ellos publican, las de largo aliento, «requieren caminar el territorio varias veces». Y dice, también, que precisamente es ese el trabajo que los medios tradicionales no quieren, no pueden, no les interesa —vaya uno a saber— darse.

Y añade: «No son muchos los medios alternativos en la Argentina, pero sí indispensables para darle espacio a la crónica. Se guían por otras lógicas, no van detrás de la primicia sino que persiguen objetivos distintos: profundidad y originalidad en el tratamiento, nuevos enfoques, otras miradas».

Cosecha Roja fue fundada por Cristian Alarcón (destacado cronista chileno que reside en Argentina y, a la par, es director periodístico en Anfibia). Está enfocada en temas de violencia. Por su nivel de profundidad y el seguimiento infinito que le otorgan a cada caso, han revolucionado la nota roja tradicional.

La revista, además, capacita a periodistas judiciales del continente. Por estos días lanzó la Beca Cosecha Roja para brindar formación teórico-práctica en coberturas sobre juventud, desigualdad y pobreza, violencia contra las mujeres y ataques a la comunidad LGBTI.

Y claro, está Anfibia.

La que todos mencionan.

La que todos celebran.

La que revolucionó el periodismo narrativo argentino.
Don Julio cuenta once historias de fútbol.

El caso Anfibia
Federico Bianchini, actual editor de la revista, cuenta cómo surgió la insurrección.
Como no podía ser de otra forma siendo una revista argentina, Anfibia nació en una conversación durante un asado. Nació en una charla que tuvieron el director periodístico Cristian Alarcón y el director ejecutivo Mario Greco. Mario le preguntó a Cristian qué le parecía que habría que hacer para innovar en periodismo. Cristian respondió: «una alianza con la academia».
Entonces fueron donde el hombre de la academia, Carlos Ruta, rector de la Universidad San Martín, y le propusieron la idea. Aceptó, encantado.

Continúa Bianchini:
Empezó (en 2012) siendo una alianza, aunque diría que hoy ya es ensimismamiento, fusión, simbiosis, sinergia y mezcla. De miradas y recorridos. De académicos y cronistas y de cronistas y académicos. Uno de los aspectos diferenciales de la revista es lo que llamamos «crónicas anfibias». Son crónicas largas, de entre 20 mil y 30 mil caracteres, escritas a cuatro manos: por un académico que hace mucho viene estudiando un tema y un escritor o cronista que se especializa o le interesa el mismo tema por determinada razón. Trabajan durante dos o tres meses: hacen juntos las entrevistas, discuten, se pelean, se amigan, mandan una estructura posible al editor, hablan con él por teléfono con el objetivo de producir un texto homogéneo, en donde uno no pueda decir: aquí escribió el académico, aquí el periodista. La idea es que estos dos saberes sobre un mismo tema se fundan en una sola crónica. Los académicos, que por ahí en cuatro meses hacen tres entrevistas, suelen sorprenderse de cómo los cronistas reportean y consiguen siete u ocho testimonios en diez días. Los periodistas no pueden creer la cantidad de lecturas y bagaje cultural que traen sobre el tema los académicos. Siempre decimos que las parejas anfibias son como las parejas de la vida real: hay algunas que duran para siempre, otras no pasan del primer café.
Anfibia lleva cinco años de café.

Sus colaboradores aún no agotan toda la cafeína que tienen por narrar.

Editoriales: otra posibilidad para el género
En Argentina se imprime un libro cada 18 minutos. En 2015, según estadísticas de la Cámara Argentina del Libro, se publicaron 28.966. El 19% (5.503 títulos) fueron de temáticas relacionadas con las ciencias sociales. En ese último grupo se hallan las de corte periodístico, sin que sepamos exactamente cuántas fueron.

Ante la sobreabundancia de producción, la pelea en Argentina, literal, es por un espacio libre en las repisas de las librerías.

Basta visitar las que están en la calle Corrientes. El panorama está sobresaturado: no cabe, parecería, un ejemplar más. Están amontonados entre cerros altísimos que ya se desmoronan. Un descuido y el visitante sentirá el impacto de un libro que aterriza, dolorosamente, sobre su cabeza.

Tusquets Editores S.A., Marea Editorial, Aguilar, Planeta, Sudamericana, Capital Intelectual y Ediciones B son las principales editoriales que, en Argentina, se disputan el nicho de lectores del género.

«El periodismo narrativo es un género marginal dentro del mercado editorial argentino, ya que no es altamente comercial y de alto impacto», dice Constanza Brunet, directora de Marea Editorial (dedicada a publicar libros periodísticos). Sin embargo —agrega— «está en crecimiento el interés y las ventas. En parte gracias a la gran difusión que tiene el género en los medios. Una buena parte de los lectores de periodismo narrativo son periodistas, por lo tanto le brindan una buena cobertura a la mayoría de estos libros».

Un caso excepcional fue lo que ocurrió con Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, el libro de no ficción que Cristian Alarcón publicó en 2003 y que se convirtió en best seller en Argentina. Hasta ahora, ha sido reeditado 26 veces. ¿La trama? Un ladrón muerto devino en leyenda, dentro de una poco accesible villa argentina, por una particularidad: robaba para comprarles yogurt a los niños mal alimentados.

Marea Editorial posee una colección, denominada ‘Ficciones Reales’, dirigida precisamente por Alarcón, en la que se publica no-ficción. Desde septiembre de 2011 se han lanzado 13 títulos, con un promedio de 2.000 ejemplares por cada edición. Los libros se han exportado a Uruguay, Chile, España, Colombia, México, Perú, Venezuela...

Tusquets es otra editorial fuerte con sede en Argentina. El sello también posee una colección consagrada al género: ‘Mirada Crónica’. Está dirigida por Leila Guerriero.

Miguel Prenz, cronista argentino, ha publicado dos libros con ese sello: Gigantes (una zona argentina en crisis, de repente, se convierte en un destino turístico luego del hallazgo de dos de los dinosaurios más grandes del mundo) y La misa del diablo (un chico de 12 años es decapitado durante un ritual).

Dice Prenz, dice el cronista: «El libro es un espacio de mayor libertad. Da la posibilidad de descubrir una historia, pensarla, escribirla y corregirla durante un año o más. La urgencia no suele ser un buen socio de la escritura».

Una fundación que cobija el género
Tomás Eloy Martínez —nombre enorme en la historia de cronistas argentinos— quiso crear una fundación para promover el periodismo joven de América Latina.

Falleció antes de concretar su sueño.

Pero dejó sus libros.

Dejó dinero.

Su hijo, Ezequiel Martínez, hizo el resto.

Tres amigos-escritores que en vida tuvo Martínez —Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Paul Auster— también se entusiasmaron con la idea y fueron parte del primer comité consultivo de la fundación.

Así nació, en octubre de 2010, poco después de la muerte del cronista, la Fundación Tomás Eloy Martínez.

«Hay dos focos importantes en la fundación. El primero, ayudar a la formación de quienes deseen volcarse a este tipo de periodismo: el narrativo. Y por otro lado, formar lectores de ese género», dice Victoria Rodríguez Lacrouts, actual directora de la fundación.

Como parte de este último interés, el de formar lectores, una vez al mes se organiza, en la sede de la fundación (Carlos Calvo 4319, en Buenos Aires), el ciclo de lecturas ‘Esto no es ficción’, por iniciativa del cronista Javier Sinay. En cada encuentro, tres autores leen sus trabajos periodísticos en proceso, los aún no publicados, los que están por venir.

«En Buenos Aires hay muchos ciclos de lectura de poesía, algunos de lectura de narrativa y uno solo de lectura de no ficción, que es este», dice Sinay acerca de su iniciativa.

La fundación también organiza talleres de perfiles, a cargo de Sinay, uno más de escritura de periodismo narrativo, por Leila Guerriero. Otro para elaborar libros periodísticos, dirigido por Martín Caparrós; y uno que compensa todo eso junto: una Especialización en Periodismo Narrativo que, por su extensión en tiempo y calidad de profesores, está al nivel de un máster.

Además, el Premio de crónica FTEM, para estudiantes de Periodismo, este año va por la segunda edición. Un convenio con Viva (la revista dominical de Clarín) permite que la crónica ganadora se publique ahí. El año pasado se presentaron 140 trabajos; este año fueron 200.

Y, dice Rodríguez, hay más proyectos en mente. Un taller de trabajo en conjunto entre cronistas y fotógrafos; un festival de no-ficción que ponga en discusión el género; un premio que financie el 50% de un libro de periodismo narrativo.

El futuro, en Argentina, es una crónica cuya lectura aún está en desarrollo.

Promete, emociona, ilusiona. En MU se hace periodismo que tiende a la denuncia.
Fuente: Diario El Telégrafo