Martín Caparrós sigue presentando su último libro, ‘Lacrónica’. Por estos días pasó por Colombia y habló con la revista Semana y la agencia EFE. Allí dejó algunas reflexiones sobre el periodismo y los medios. Dijo también que busca "contarle a mucha gente lo que no quiere saber"
Lacrónica –así, sin espacio- es un libro autobiográfico de Martín Caparrós en el que reflexiona sobre más de 30 años de labor como cronista. A través de esta obra el argentino permite que el lector viaje por lugares como Birmania, Bolivia, Colombia, Sri Lanka, China, Perú y Rusia. “Son un compilado de mis mejores crónicas”, dice el autor del bigote plateado y los ojos vigilantes.
En sus comentarios sobre la crónica Hong Kong, El Espíritu y el capital, usted dice: “Era tan joven, tan impúdico que podría escribir cosas como ‘los chinos‘, y atribuirles rasgos, condiciones. Lo leo, ahora y la envidia me carcome”. ¿Por qué?
Me parecía que esa facilidad con la que generalizaba y decía “los chinos hacen tal cosa” ya no tengo. Trataría de matizar mucho más el pensamiento. No se pueden hacer generalizaciones como esa. Me daba envidia de esa especie de impulso que me permitía decir o escribir cosas sobre las que ahora reflexionaría mucho más. Pero es una envidia socarrona porque en realidad prefiero reflexionar. Pero siento nostalgia de esa impulsividad.
Usted tiene una mirada muy particular. ¿Aprendió a hacerlo o es algo innato?
No sé cómo aprender a mirar más que ejercitando la mirada. Yo tenía la esperanza de que si podía mirar lo suficiente en lugares lejanos, donde todo merece ser contado, llegaría el día en que podría escribir la crónica más difícil, que es la de la manzana de mi casa. Es decir, contar algo de la cotidianidad donde nada parece digno de ser contado. Pero que si uno sabe mirar lo suficiente va encontrar, incluso, en eso que ve todo el tiempo, algo que merece ser contado. Para mí es un placer mirar, es una sensación de vitalidad, esa necesidad de aprehender para contar.
Claroscuro empieza con la vida de uno de los tantos hombres con discapacidad que se sube a un bus a contar una historia. Antes ya se habían subido otras personas. ¿Qué vio de especial en él?
Me interesó el poema. Pero el elegirlo forma parte de la idea de estar con la actitud de un cazador. A un buen periodista le va mejor si tiene esa actitud que tenían nuestros ancestros de estar atentos a la presa porque si se les escapa no pueden comer. Eso de ir atento por el mundo es lo que te permite encontrar esas cosas que si no, pasarían inadvertidas.
Claroscuro también fue el punto de partida para que en el 2003 en Argentina se reabrieran los casos de los torturadores y los asesinos...
Yo creo que uno debe pensar que lo que hace sirve para algo, para mejorar el mundo en el que vivimos. ¿Para qué voy a trabajar cinco años trabajando sobre el hambre si no pienso que puede ayudar, en alguna medida, aunque sea pequeñísima, a que se mejore la situación que estoy contando?
En el libro uno puede ver que usted se sorprende con el mundo, pero a veces no son buenas sorpresas...
Una vez fui a Haití porque tenía que entrevistar a un presidente y me di cuenta de que me habían robado la cámara con la que hago las fotos de mis crónicas. No tenía dinero, no sabía cómo iba a trabajar, era un domingo en la tarde y hacía un calor insoportable y me preguntaba, como en muchas otras ocasiones: “¿Pero qué estoy haciendo acá?, estaba tan bien en mi casa tomando mate. Qué tontería…” Pero luego se me pasa y nada me gusta más que estar acá. Y estar acá puede ser en cualquier parte, tratando de contar algo.
¿Por qué defiende escribir en primera persona?
Siempre digo que una cosa es escribir en primera persona y otra es escribir sobre la primera persona. El que escribe sobre la primera persona es detestable porque no está haciendo periodismo, porque para hacer periodismo no es importante contar lo que te pasa a ti sino a los otros. Pero me interesa más contarlo en primera persona porque es una actitud más honesta, dejas claro que eso que estás contando es lo que tú ves y que eso es sólo una parte de la realidad.
También defiende escribir con las primeras palabras que uno piensa en vez de buscar sinónimos y eufemismos
En general las primeras palabras en las que uno piensa son las que dicen las cosas de forma más directa. A veces se pueden reemplazar, pero no para demostrar que conoces ocho sinónimos del verbo decir. Primero porque ya no tiene ningún mérito saber sinónimos; si estás en Word haces clic derecho y buscar sinónimos de una palabra y te aparecen. Y por otro lado, los sinónimos no dicen lo mismo. Decir y señalar no son lo mismo y si uno quiere ser más preciso, pues debe cuidar las palabras.
En su libro dice que ahora muchos medios se dedican a hacer periodismo basura. ¿Hay alguno que le parezca que hace bien la tarea?
Hay medios emergentes que ocupan el espacio que los grandes medios dejan desde que han decidido hacer entretenimiento, desde que han decidido convertirse en espectáculo barato con cosas como ‘las chicas más lindas de los olímpicos’ o cosas así. En general son medios digitales aptos para ir ocupando ese espacio que los medios hegemónicos están dejando por su búsqueda idiota del clic. Cuando quise tener un contexto más o menos sólido sobre las conversaciones de paz, donde lo encontré mejor desarrollado fue en La Silla Vacía, por ejemplo.
Están buscando la manera de hacer rentable el periodismo. ¿Usted le ve alguna solución?
Últimamente me sorprende la cantidad de tiempo que los periodistas nos la pasamos discutiendo sobre las empresas periodísticas y los modelos de negocio, y si van a cobrar o no por los contenidos. A mí me importan tres carajos. Yo trabajo en hacer buen periodismo, que los de la empresa se encarguen de monetizar eso.
Usted se describe como alguien que desde siempre fue rebelde. ¿Cree que hace falta que los nuevos periodistas tengan un espíritu más rebelde?
¡Vamos, falta mucha rebeldía! si quieren hacer lo que les gusta. Si vas a ser un oficinista simplemente haciendo y escribiendo lo que dicen los editores para tener clics es una decisión respetable, pero no es lo que me interesó hacer nunca.
Usted que tuvo la oportunidad también de cubrir la guerra y el proceso de paz anterior, ¿qué le dice a aquellos que piensan que con el acuerdo de paz en Colombia se va a acabar el tema para hacer periodismo?
Siempre me incomoda el prestigio que tiene cubrir la violencia entre los periodistas. Por supuesto tiene mucho mérito cubrir la guerra, pero a la vez es fácil. Todo es evidente, visible. Todo lo que veo merece ser contado. Lo difícil es contar la manzana de tu casa, lo cotidiano. Y yo sé que en Colombia hay infinidad de cuestiones aparte de la guerra que vale la pena que sean contadas. Si alguien piensa que el final de la guerra acaba con sus posibilidades de hacer periodismo debería dedicarse a otra cosa.
En una de las crónicas del libro hay una chica que dice que “la guerra es genial”...
Sí, para bastante gente la guerra es genial; para algunos soldados, para los jefes y patrones de soldados muchas veces también lo es. Lo triste sería que también para los periodistas la guerra sea genial.
Periodismo es contarle a mucha gente lo que no quiere saber
Por: Gonzalo Domínguez Loeda
El argentino Martín Caparrós lleva 42 de sus 59 años aplicando política contracíclica al periodismo, redacta crónicas pausadas y en profundidad sobre temas que en muchas ocasiones son incómodos: tiene el objetivo de "contarle a mucha gente lo que no quiere saber".
"En un tiempo en que buena parte del periodismo se dedica a producir piezas cortas, simplonas, tratando de contentar a un público que desprecia, muchas de las crónicas tratan de hacer todo lo contrario. Son interesantes, están dirigidas a un lector al que uno toma como alguien inteligente", dijo Caparrós a EFE.
Ahora ha compilado muchas de ellas en "Lacrónica" (Planeta), un recorrido que inicia en 1991 y que resume historias en Bolivia, Perú, Hong Kong o Colombia con un estilo y una perspectiva que le han convertido en un maestro del oficio.
Caparrós continúa en un trabajo que inició en 1974 y desde su experiencia deja dardos y cápsulas de sabiduría a partes iguales: "los medios se sienten amenazados por la televisión y la velocidad de las redes sociales, pero lo que tendrían que hacer no es imitar sus formas, sino insistir en lo que les es propio".
Ahí es donde considera que tiene un espacio su trabajo, la labor inimitable de un cronista que cruzó la línea de la literatura pero que no ha perdido la esencia de lo informativo.
Tras su icónico bigote no da respiro y continúa con sus saetas: "muchos medios llevan una política suicida porque se están intentando convertir en circos, lugares de entretenimiento bobo".
Como ejemplo observa los contenidos que se leen en los medios de prestigio que "han caído en la lógica del rating", lo que "consigue clics" y se sitúa entre los artículos más leídos es lo que buscan perpetuar.
"Ahora con este sistema siniestro en que están atentos a cada clic, y pueden contarlos ven que si publican una pavada sobre una actriz de moda les da clics (...) entonces piensan que la salvación está ahí", señala Caparrós.
Frente a esa determinación, considera que los medios deben estar en una "posición sólida y firme" que les permita obtener una fiabilidad para que a mediano plazo sigan subsistiendo.
En su opinión, si no retornan a un contenido periodístico de calidad fracasarán puesto que los lectores volverán a "formas de entretenimiento que son más genuinas" y que los diarios no pueden hacer.
Desde su primera crónica, "Un pie congelado doce años atrás", sobre un pie encontrado en el Aconcagua, Caparrós ha recorrido el mundo buscando historias que contar, relatos narrados en muchas ocasiones.
Su estilo le lleva a no centrarse en el objetivo final y narrar los detalles que rodean y visten una historia.
Así encontró al exdictador Jorge Rafael Videla haciendo deporte por Buenos Aires, se adentró en las selvas de Colombia para encontrarse con la guerrilla de las FARC que hoy vive sus últimas días, o entrevistó a un joven Evo Morales que solo contaba con 31 años.
"La clave, si hay alguna, es mirar muy en serio, creo que no miramos", afirma el periodista con la confianza del que conoce bien su oficio.
Desde esa mirada despierta observa que el mundo del siglo XXI es el de "una sociedad que se permite vivir con los ojos cerrados", algo de lo que debe desperezarse un buen periodista para poder sacar adelante su trabajo.
Eso hizo cuando escribió "El Hambre", otra compilación de crónicas con viajes por India, Kenia, Sudán, Madagascar o Argentina, un tema que "es casi un cliché, es lo que dice Miss Venezuela cuando la van a coronar Miss Mundo: 'tenemos que acabar con el hambre en el mundo'", reconoce.
"Todo el mundo cree que sabe todo lo que tiene que saber sobre el (hambre) y me preocupo. Pero con el tiempo me fui dando cuenta de que si uno halla las maneras de cambiar, personas y recontar la cosa dentro de ese contexto, entonces va a haber quien se interese por el asunto", apostilla.
Sobre los relatos que le han dejado un poso mayor confiesa no tener uno predilecto porque "se renueva", sin embargo estos días en Bogotá recuerda con mayor cariño cuando se internó en el feudo de las FARC alrededor de San Vicente del Caguán en 1999.
Su llegada estos días a Colombia coincidió con el anuncio del Gobierno y de las FARC de que habían llegado a un acuerdo de paz tras más de medio siglo de conflicto, lo que le despierta la atención para posibles historias y le recuerda al lejano 1999.
¿Y qué le interesa narrar ahora? "El mundo está lleno de historias, estoy pensando en un próximo libro, quiero pensar algún otro tema global que me interesa pero te contaré cuando me decida del todo", dice el cronista con una sonrisa y la prudencia propia de quien tiene a otro periodista delante.
Foto: Guillermo Torres
Fuente: Agencia EFE