viernes, 6 de mayo de 2016

Otra crítica desde adentro: Grupo 23, Clarín, La Nación. En qué consiste el periodismo

Por: Gabriel Fernández*
Los desequilibrios, las ventas confusas y los cierres de medios en el Grupo 23 habilitan y de algún modo exigen una reflexión. La misma necesita contener lo ocurrido en los años recientes, perfilar el devenir –como en otros rubros- y pensar nuevamente en aspectos trascendentes de la labor periodística (sin idealizaciones) y su relación con la vida política nacional e internacional.

Democracia. Vamos de entrada con una faceta que se ha dejado de lado en las informaciones referidas al tema: mientras durante el kirchnerismo los núcleos comunicacionales opositores sobrevivieron sin dificultades con pautas estatales importantes, al asumir el macrismo no se trepidó en cerrar toda fuente de ingresos para los espacios críticos.

Esto no releva de responsabilidades a la dupla Szpolski – Garfunkel ni a la gestión precedente (ya lo veremos), pero intenta clarificar la indecencia de las algaradas de Clarín, La Nación y sus satélites. Durante mucho tiempo hablaron de censura, mordaza, presiones; a la luz de los acontecimientos, esas acciones no se concretaron. Y además, esas empresas no levantaron la voz en estos meses para exigir una equitativa distribución de la publicidad hacia quienes se situaron en la oposición.

Nuevamente los directivos del comando bifronte de la prensa local, adscriptos a la Sociedad Interamericana de Prensa en el orden general, dieron a entender que su concepto de libertad de prensa posee una versión singular: ellos tienen derecho a mentir, insultar y desestabilizar sin que ninguna autoridad legítima pueda objetarlo verbal, periodística o económicamente. Sus rivales editoriales merecen la inanición pues, al no seguir el lineamiento marcado, no son “objetivos”.

Lo desarrollamos en un texto anterior: para un barrido, para un fregado, sirven en este período los conceptos de militante, de kirchnerista y en otro rango, de peronista. Se recurre a los mismos con tono descalificador, muy especialmente sobre el mundo periodístico, con el objetivo de acorralar y en perspectiva silenciar la información genuina que habla de los desaguisados del macrismo. Es una etapa del macartismo que se intenta imponer. El debate político popular y su acción práctica son las piezas mayores de este período de caza.

La vergüenza se desplegó a fondo cuando el diario La Nación, pocas semanas atrás, dedicó un lamentable editorial destinado a respaldar la eliminación del canal latinoamericano TeleSur de las grillas de cable argentinas. La vulgar y directa decisión macrista, que promueve la institucionalización del mensaje único a través de CNN, fue apoyada con argumentos “profesionales” que sólo sirven para dar cuenta de la catadura moral del directorio del matutino.

Cultura. Planteada nítidamente esta realidad, vamos hacia el disparador. Desde el comienzo mismo de la gestión de Néstor Kirchner pudo observarse que pese a las modificaciones intensas prohijadas en beneficio de las franjas populares, el rubro comunicacional ocupó un lugar neblinoso en las mentes de los funcionarios. Aunque parezca raro a quienes se mueven en otros ámbitos, el trato directo nos permite indicar algunas pistas.

El funcionario promedio kirchnerista, al igual que sus equivalentes de otras fuerzas políticas, suponía que “estar en los medios” implicaba que TN lo invitara al programa “A dos voces” que por entonces orientaban Marcelo Bonelli y Gustavo Silvestre. A lo sumo, admitía algún espacio semejante, siempre dentro del soporte tradicional.

Cuando la visión honda de Néstor lo llevó a romper lanzas con el Grupo Clarín, este esquema cultural orientó al gobierno a generar opciones parecidas aunque políticamente contrastantes.

El desconocimiento de la vida interna de los medios derivó en una suerte de saber equívoco indiscutible: para hacer comunicación “en serio” era preciso contactar a empresarios conservadores pues “sólo la derecha” conoce los misterios del periodismo masivo. La falacia fue aceptada de arriba abajo en la gestión, y así se fueron construyendo lazos innecesarios pero en apariencia imprescindibles con Raúl Moneta, Daniel Hadad, Sergio Szpolski, Matías Garfunkel, entre varios.

Los mismos traían un bagaje de experiencia en estafas, desfalcos y vaciamientos acompasados en algunos casos por elaboraciones periodísticas que hacían pasar la ratificación del rating amarillo a través de la vulgaridad y el racismo, como la totalidad del rating. Otros, sin imaginación ni consulta a especialistas, se dedicaron a copiar modelos laxos presentados como profundos y objetivos, de los medios concentrados. Así se fue construyendo un esquema de medios “amigos” realizado por personas que no creían ni por un momento en el Proyecto Nacional y Popular.

Hay un aspecto relevante a considerar. Estos empresarios, debido a su lugar sectorial durante los ciclos de desnacionalización, poseían vínculos estrechos con poderes externos. Esos vínculos resultaron más firmes y duraderos que los que establecieron con el gobierno anterior. La traducción informativa resultó evidente: la brillante política internacional tercerista de la ex jefa de Estado nunca halló intérpretes adecuados en medios muy preocupados por quedar bien parados ante los poderes concentrados a nivel mundial. ¿Acaso Garfunkel iba a respaldar el hondo planteo ante Naciones Unidas sobre Oriente Medio? En el último tramo, con la presencia de Cristina Fernández de Kirchner al frente del Poder Ejecutivo Nacional, ese modelo comunicacional fue acompañado por una extraña obsesión en lo referente a los medios del Estado: de un día para el otro, todos sus directivos debían pertenecer a La Cámpora y dentro de ella, recibir la bendición de los principales referentes de la agrupación. Lo cual derivó en otro problema encabalgado: los designados tenían escasa experiencia periodística aunque, además, baja relevancia administrativa, organizativa y empresarial.

Nacional, popular. Ahora bien, vamos a una aclaración pertinente. En este punto, durante las charlas por fuera del ámbito de la comunicación, surge habitualmente una justificación: “y bueno, a quienes iban a llamar”. Esta observación confusa emerge de una moda intensa en las últimas dos décadas, la de presuponer que periodistas son aquellos que aparecen en pantalla y que jefes operativos en los medios son aquellos empresarios conservadores a los que hacíamos referencia. Ambas ideas son de inexactitud equivalente.

Su establecimiento en el seno del gobierno anterior y en capas nada desdeñables de la militancia, privaron al Proyecto Nacional y Popular de al menos un centenar de hombres y mujeres altamente cualificados que habían ocupado puestos jerárquicos en medios privados y sociales, y que unían su capacidad creativa y ordenadora a una austeridad administrativa ligada a su adscripción al peronismo kirchnerista que orientaba la nación. Es decir: con mucho menos inversión se podría haber logrado mucha más eficacia comunicacional.

Además del segmento previo, el porqué resulta comprensible para muchos de nuestros lectores: el andamiaje de razonamiento jauretcheano no puede relevarse con títulos indicativos de las virtudes oficiales. Y ese razonamiento no está anclado necesariamente en artículos de fondo o extensos, como éste, sino en la narración informativa cotidiana. El forjismo supera holgadamente una investigación sobre los ferrocarriles o la deuda; contribuye a entender las campañas acerca de la seguridad, la corrupción, las “herencias”, la economía, porque golpea práctica y comprensiblemente sobre el sentido común.

De ahí que, como contracara, el forjismo tampoco pueda ser relevado, a la hora de intentar cautivar la inteligencia vinculada al kirchnerismo, por la importante obra de Antonio Gramsci y sus seguidores. Es otra respiración, otra vibración, lo que permite construir medios de comunicación a la vez asequibles y masivos. Resulta inadecuado señalar, sin haberse aproximado a las obras de la corriente mencionada, que “hoy no hay periodistas como Jauretche”, o si se prefiere, “como Walsh”: sí que hay herederos dignos de esas tradiciones, listos para cumplir funciones en beneficio del Proyecto. No se confió en ellos por pensarlos minoritarios y se optó por empresarios y comunicadores encapsulados en sectarismos amarillos o progresistas, ambos liberales en esencia.

Hacer las cosas. Esto es lo que se discute cuando se articula una política comunicacional. Luego, el debate y sus conclusiones llegan al público a través de designaciones, construcciones, medios concretos. Grandes titulares, textos breves y coberturas vertiginosas. Pero para que esas claves del periodismo se desarrollen primero hay que pensar y diseñar caminos y objetivos claros. Cosa curiosa: cuando muchos militantes se refieren con admiración a la comunicación imperial, realzan su astucia; cuando buscan un ideal de comunicación popular, dicen “la gente quiere impacto, para qué tanto argumento”.

Los medios no cambian la realidad, la apuntalan. Lo esencial es la acción popular en los distintos ámbitos de la política. Pero la comunicación es uno de esos lugares.Aunque la realidad arrase con las mentiras, las mismas se desarticulan con más precisión si existen medios nacionales y populares en el sentido estricto del concepto. Estos medios pueden comunicarse adecuadamente, al menos, con los miles de referentes y organizadores de nuestro pueblo, ofrecer y recibir argumentos y respuestas ante lo abrumador de la verborragia monopólica. La comunicación nacional y popular es, puede decirse, “sanadora” de la situación angustiante, de ahogo, que deben padecer nuestros compañeros a la hora de dialogar con el entorno.

Esos hombres, esas mujeres, comunicadores y organizadores de medios pertenecientes a la tradición jauretcheana y walshiana, están desparramados por medios populares en todo el país. Medios que languidecen por la desatención del gobierno anterior y por el hostigamiento del actual. Medios que han realizado logros imponentes con escasos recursos; logros reconocidos por pueblos silenciosos y sectores de la militancia que los entornan. Ninguno de ellos “mide” porque no pagan para ser medidos.

El kirchnerismo es más peronista de lo que admite y de lo que quiere reconocer el peronismo. En sus grandes realizaciones, claro, y en sus sutiles defecciones. A tal punto que lo que acabamos de describir no difiere en demasía de lo ocurrido en el período clásico 1945 – 1955. Ni Jauretche, ni Scalabrini Ortiz, ni Hernandez Arregui tuvieron un lugar adecuado en las áreas cultural y comunicacional. Apenas un rato, en Radio Nacional, Discépolo para mordisquear. Es más: los oportunistas de otrora –más papistas que el papa cuando el general estaba en el gobierno- dieron el salto casi casi como los de ahora, cuando la onda gorila oscureció la patria.

Como cualquier actividad, la comunicación demanda un saber técnico propio. Ese conocimiento está en manos de los trabajadores de la actividad y es compartido por empresarios y directores de medios que ejercieron la profesión, no por aquellos que utilizan cualquier rubro según su rentabilidad. Al mismo tiempo, cada espacio se configura en base a un lineamiento editorial concreto que marca estilo, formatos y contenidos. A pesar de sus enormes virtudes, señaladas en estas páginas reiteradamente, el gobierno nacional y popular que gestó la Década Ganada no recurrió a unos ni a otros, ni dispuso una orientación ligada a la propia acción.

Los resultados, están a la vista.

Estos apuntes, entonces, son para tomar en cuenta.
*Director La Señal Medios / Área Periodística Radio Gráfica
Fuente: La Señal Medios
Ver anterior: Crítica desde adentro: ¿Cómo fue que no se vislumbró este final para la comunicación kirchnerista?