Era feliz, feliz, y viendo a la gente más feliz todavía. "Me llaman la Salvaje porque soy terrible en cuestiones del amor, me llaman la Salvaje porque tengo el cuerpo llenito de calor. Salvaje mis caricias, mis abrazos, salvajes mis momentos de pasión, salvajes pero llenos de ternura los besos que a los hombres yo les doy".“La Salvaje": El realizador local, Hugo Grosso realizó junto a Sergio García en 1999, el documental ficcionado sobre el ícono del cabaret rosarino Rita "La Salvaje". Es un mediometraje de 38 minutos de duración en el que se destacan las actuaciones de Miguel Franchi, Andrés Leyton, Matías Martínez, Raúl Saggini y Haydée Calzone. El film cuenta con música original de Carlos Casazza y Patricia Larguía:
Rita la Salvaje
Por: Patricia Narváez
En septiembre de 2003 mantuve en Rosario varios encuentros con Rita La Salvaje. La encontré recién mudada, en una pensión de mala muerte del bajo, en la sola compañía de su gata Vivi, que con ella lleva once años.
La mujer es muy sencilla, tanto como lo eran, en esencia, sus apariciones públicas, a pesar del mote de escandalosas debido a la exhibición de su cuerpo desnudo. Bastante cordial, como lo puede ser cualquier señora que ha vivido y quiere contar; de todos modos la promueven los rencores que la hacen maldecir a muchos por lo que piensa le ha sucedido en calidad de víctima.
Rita ha emprendido en los últimos tiempos una misión personal, quiere gritarle al mundo que está viva. Pues durante una década se pensó que había muerto en un hospicio, chimento nacido no se sabe claramente debido a qué. Es extraño la manera en que la historia suele marcar sus hitos. Juana González, en efecto, sigue viva. Pero sí murió con sus últimas apariciones sobre el escenario, con el último local donde trabajó, una época de esa zona rosarina que a principios de siglo fue la base de operaciones de inmigrantes sicilianos puestos a sembrar la mafia en territorio argentino, fundadores de tugurios y prostíbulos, más tarde mezclados con el carnaval, la comparsa, teatros de varieté y una movida cultural mítica. Todo una locura.
1. Hospicios
–¿Cuál es su nombre, señora?
–¡Soy Juana González, de Avellaneda y peronista, doctor!
El joven había tenido bastante esa madrugada de 1983, por lo menos para su escasa experiencia como residente del Hospital Psiquiátrico Ávila, en Rosario. Bastante revuelo causó la escena previa al escueto interrogatorio necesario para confirmar la lucidez de la entrante. A él los de la guardia lo llamaron con urgencia desde el hall receptivo, aunque a cualquier espacio de ese ámbito acostumbrado al disloque llegaban gritos desaforados de lo que parecía una multitud. Cuando arribó, ya de lejos juzgó raro que, sin embargo, unas cuatro o cinco personas cercanas a la tercera edad fueran protagonistas. El grupo vestía de civil pero ciertamente incivilizado, con ropas, peinados, maquillajes y alhajas de varieté que, fuera del varieté, daban disfraces. Del varieté, directamente habían terminado en al hospicio. Desde luego, a esas horas, los residentes de siempre dormían ayudados por pociones tranquilizantes servidas a modo de postre de la cena. Entonces, menos mal, la cuestión podía controlarse.
–¡Se volvió loca! ¡Se volvió loca! No nos reconoce e inventa cada cosa, doctor. Cree que la vamos a matar, cree que la estafamos. Y no la podemos dominar...
La mujer vociferaba, intentaba explicarle la situación mientras batía ademanes a lo loco y sus pulseras tintineaban. De cerca, él percibía de todos vahos de alcohol. Hasta de esa melena enredada que sobresalía apenas de un tapado de piel añejado, lujo en otra época. De tanto tironeo, cuando intentaba zafar de sus secuestradores la señora quedó de traste sobre el suelo y su tapado abierto dejó ver el cuerpo desnudo por completo. Un voluptuoso cuerpo fofo, con reminiscencias de firmezas insinuantes en tiempos ha.
El psiquiatra espantó a la compañía y quedó a solas con la señora, quien ahí le dio sus señas de identidad. Tuvieron que venir días sucesivos para que enfermeros y colegas le dieran otras precisiones. Si bien se trataba en efecto de Juana González, un nombre común por demás sólo apuntalado por el apellido materno Ligresti, en desuso por su portadora, la interna era famosa según su apodo artístico Rita La Salvaje, símbolo folclórico rosarino. Resultaba veraz a medias lo de Avellaneda, porque el nacimiento se produjo, para ser exactos, en Isla Maciel, aunque la crianza y adolescencia transcurrió en Avellaneda, en los dos casos provincia de Buenos Aires. Lo de peronista sería cercenado a la brevedad por ella misma; pensó, pensó y concluyó en un: “¡Soy Juana González, de Avellaneda y evitista”. Le pareció políticamente correcta la invocación separada del líder partidario, dado que el coronel “la usó, se subió a su éxito, al igual que muchos –y muchas que prefiero no nombrar– se subieron al mío.” El coronel, lo supo ella de muy buena fuente, ni visitaba a Eva cuando estaba enferma, porque prefería irse al nigth club en compañía de la otra; así de desgraciada se sentiría Rita cuando casi nadie fuera a visitarla durante su internación. A Eva Duarte y a Rita la historia, vista así, las hermana. En el ínterin de ese despunte ideológico, su espejo le devuelve a manudo la imagen de una mujer usada, en especial por los hombres. Juana había dado nacimiento a Rita, consolidándose estrella pública a orillas del mismo río Paraná al que miró desde pequeña, aunque hacia el norte, en las cercanías del puerto rosarino. Como Evita, Rita La Salvaje se considera merecedora de la reivindicación histórica, dado el cariño, la devoción, la entrega suya hacia su pueblo, el público, mayoría de hombres.
Poco a poco, además del tapado, sus compañeros de ruta le fueron acercando otras pocas mudas y muy de tanto en tanto la visitaban, de a dos o tres, siempre estrafalarios en su aspecto, para armar junto a ella un pic-nic en los jardines del neuropsiquiátrico. Desplegaban sobre un mantel la picada que llevaban en una canasta y a escondidas descorchaban un par de botellas de vino. ¡Qué lindo médico tenés, Rita! ¿Nos lo presentás? En esos encuentros repasaban algunas historias de cabarutes. Apenas quedaban a esa altura. Iban cerrando, transformados en discos, hoteles alojamiento, estacionamientos, terrenos baldíos donde se alzan monobloks para viviendas. Del destino de sus artistas se sabía menos. Muchos de ellos fueron nómades. Murieron, pudieron jubilarse, terminaron en geriátricos, las historias –a veces conocidas porque están los desaparecidos misteriosamente– los agrupa por lo general en la crónica de finales tristes, apesadumbrados o trágicos. Lo mismo con las últimas visitas que Rita recibió, cada día más espaciadas, a lo largo de esa internación que duró unos hasta 1987, con intermitencias en las que la llevaban y traían de un hogar para ancianos o al otro nosocomio, el Sorrento. Reencuentros en los cuales ella permanecía como ida, perdida en su íntimo vaho, lo cual hace que casi ni los recuerde y entonces sienta que el rencor por el desamparo le aprieta el alma.
Afuera prendió la versión de la muerte de Rita. Según ella, la hicieron correr los del Gran Debut , uno de tantos lugares de su trabajo, una versión interesada, dice, para sacarla del medio y terminarle de robar las pertenencias suyas que habían quedado en el mundo de los normales. Adentro, los testigos no imputables de que ella seguía vivita eran sus nuevos compañeros de pensión. “¿Así que vos sos la que mueve las plumas?”, quiso sacarse un día la duda una de la misma pieza. “Sí, soy yo, ¿hay algo de malo en eso?”, respondió la reclusa. Poco y nada habló durante la permanencia, se comportaba de un modo pasivo, nada trabajoso para los médicos. El tratamiento apuntaba a que ella recuperara la tranquilidad, ese estado la alejaba del mundanal del puerto, la volvía más auténtica, una mujer tranquila, atenta, cariñosa, agradecida, apagada, confundida, ingenua, inmadura, güacha de padre, madre o cualquier familia.
Hoy, el doctor Di Sialle rememora. Habla del diagnóstico: psicosis alucinatoria crónica, es decir, traída desde los confines existenciales de Juana. Una patología caracterizada por alucinaciones auditivas, las cuales encadena la imaginación con situaciones irreales. Convertida en Rita, Juana González vive fuera del show como si el público estuviera metido en sus oídos. Un público, mayoritariamente compuesto por hombres que le gritan obscenidades avivadas por el personaje que, una vez terminada la función, deja paso a una mujer solitaria, amiga de desechar convites post función (“Si uno quería algo más yo le decía que sí, que me esperara en la esquina, total yo salía después y me iba por la otra”. “Nunca le di beso en la boca a ningún hombre, salvo a mis amores verdaderos”, dice ella, que cuenta a dos, no más.)
Es creíble su relato, a pesar de que no siempre resulte lineal ni parezca coherente o esté plagado de altisonancias, del grito al susurro, de la manifestación tempestuosa al desconfiado recato precavido. Al final de cualquier charla, la cosa cierra.
El doctor Di Sialle da otras señas, como las de una mujer con una vida sexual espaciada, que llega a pasar hasta una década de ascetismo en pleno auge artístico. No supera las desgracias. El engaño, el rencor, la humillación, la culpa, la presión reivindicativa rumian dentro de ese balero que le estallaba mucho más cuando buscaba perderse en el alcohol (las burbujas de champán, lo mejor). Se ha desnudado para todos, ha construido un símbolo del desparpajo libertino pero necesita la reclusión interna –o cuando no basta, la externa también–, se siente usada, ultrajada moralmente, le prometieron sin cumplir, le robaron, le robaron, le robaron. ¿Dónde estará mamá, la única que hubiera podido comprenderme? ¿Me habrán perdonado mis hermanos? ¿Vivirán mis hermanos? Me contaron que uno sí, que vive en Buenos Aires y tiene siete hijos. Mirá si alguno de ellos quisiera conocerme y aceptara vivir conmigo y dejara que le cuide a sus hijos. Mirá si se olvidaron de que soy tan salvaje.
El médico y un militante y músico, quien más tarde sería intendente de Rosario, armaron un grupo de gente que se movió para ayudarla a salir de la internación. Enrique Llopis le buscó un lugar en su oficina, una editorial de revistas, la invitó a ayudarlo en tareas administrativas, después salió una pensión y armaron un par de festivales a beneficio. Poco a poco, Rita retornó a la vida social, manteniendo su estilo retraído. Pudo alquilar un tiempo, el dinero conseguido quedó atrapado en el corralito, volvieron las peripecias, decidió buscarse una pieza. Fue un regreso, justo en el bajo, sobre San Martín, frente a un puticlub de hoy, sórdido entre la aparente urbanidad recatada.
Parece lúgubre este presente, aunque en ese espacio de cinco por cinco, con baño compartido afuera con los otros, le ha llegado una tranquilidad interior apenas sobresaltada cuando aflora el personaje y recuerda y vuelve a morder las desgracias.
En ese cuarto, su cama, un par de sillas, un roperito, una mesa de fórmica hecha altar de fotos suyas, unas pocas pegadas entre guirnaldas de papel, otra de Eva Duarte, unos recortes de revistas. El bracerito, el mate, su gata, el baño afuera, compartido. Su mayor lujo, el televisor con cable, ganado gracias a un canje con la empresa local a cambio de un reportaje. Ya anda molesta porque sus vecinos lo pincharon, cometiendo otro acto de atropello, de saqueo a su propiedad. Por eso hizo un llamado para denunciarlos.
Allí quedan concretados los encuentros de septiembre de 2003. Es preferible acercarse a su relato tal cual ella lo hila, yendo y viniendo en lenguaje arrabalero de Juana González, nacida en la isla Maciel y con infancia y adolescencia en Avellaneda. Hoy lleva su melena cana y lacia hasta los hombros. Con peinado partido exactamente en dos y una bincha que le despeja la frente. Su idea es dejársela creer para hacerse un rodete a lo de Eva.
2. Rita dice
“Nací el 15 de junio de 1927, en la mitad de Géminis. Me enteré ahora que tengo un hermano vivo todavía. Hace mucho que no voy a Buenos Aires porque, como estuve internada, no pude salir de Rosario y no tenía plata. Hace dos meses me llamó una cuñada de Buenos Aires, pero donde yo vivía antes me cortaron el teléfono y no seguimos, me dijo que tenían siete hijos y yo me quedé con una emoción tan grande que lloré como una loca. Estoy tratando de averiguar dónde vive para mandarle una carta.
No salgo porque voy por ahí y los chicos empiezan Rita, Rita, a gritarme, nunca me gustó eso. Siempre voy tapada para que no me vea la gente. Me pongo un sombrero.
Quiero el pelo largo porque me quiero peinar como Eva Perón, yo estoy enamorada de ella porque ha sido tan buena, tan buena, tan buena, pobrecita, qué en paz descanse. La tengo allá cuando era artista y ahí cuando era presidente y la tengo en una moneda, también, que nadie la tiene a esa moneda.
Me quedan dos hermanos, uno sé que está vivo y el otro no sé. Éramos cuatro hermanos, otra mujer que falleció también. Juana González, pero llevo 50 y pico de años como Rita La Salvaje, nadie me dice Juana. Mi mamá murió muy joven, de 50 años, se dedicaba a la casa. Mi padre trabajaba, pero falleció antes que mi madre, y mi hermano Juan, el mayor, nos alimentaba a nosotros.
Hasta los 17 años estuve en Avellaneda con mis hermanos, no terminé, fui poco a la escuela, pero sé muy bien leer y escribir, sé más leer que escribir, tengo fea letra porque no escribo siempre. Agarré un diario que decía se necesita una bailarina, que tenga buen cuerpo, buenas piernas y buena cara. Y yo me presenté y me tomaron y empecé a bailar. Era un hotel, había una señora, Estrellita Rey, y un señor, su esposo Domínguez, y los dos nos enseñaron a bailar a un ballet de seis chicas. Bailábamos mambo, qué rico el mambo, mambo 5, mambo 8, caravanas, empecé así. Después, al año, ya me hice artista, sola. Me largué a bailar sola, mal o bien, pero me largué a bailar afros cubanos, me revolcaba por el suelo, movía el busto, movía todo era un espectáculo. De ahí me fui a Chile, con el nombre de Rita Day, porque me decían que era parecida a Rita Hayworth, estaba viva. Estaba en el Club de la Medianoche, ya no existe más todo eso, en Santiago.
Mi familia, te imaginarás, no quiero hablar, en un cabaret, dios mío, no les gustó. Mi hermano, el mayor... Empecé a vivir en hoteles, siempre en hoteles. Yo no soñaba con ganar dinero ni nada, quería vivir, vivir. Gané después mucha plata, tenía brillante, tenía alhajas, de todo, pero el trabajo que me hicieron a mí fue increíble, querida, a mí me doparon y me caí, tenía todas mis cosas en el hotel Pelayo, qué sabía yo lo que me hacían. Me robaron todo, tapado de piel, una nutria, que era hermoso, una cosa bonita.
Después me fui a Brasil, en Porto Alegre, el American Bar. Sola, contratada por un señor en Buenos Aires. Yo hacía el afro cubano y el locutor me vio, con el cuerpo extraordinario que yo tenía, cuando salí me dijo ay, qué salvaje. Me quedó el salvaje. Me gustaba vivir la noche, de noche, de noche, trabajaba, trabajaba, pero nunca hice la postitución, jamás pisé un quilombo y siempre fue respetada por todo el mundo. Me hice respetar. No era que era santa, porque yo hacía las cosas muy reservadamente, no me gustaba que la gente se enterara que hacía mala vida, más por mi familia. Pero, qué va a hacer..., me pasó lo que me pasó porque me tuvo que pasar, como le pasó a miles de personas.
Del Brasil me fui al Uruguay, al Dancing Pigall, ex Embassy. Trabajé ahí con El Chúcaro y con varia gente. Cada uno hacía su número, ¿sabés cómo me aplaudían? Era el cuerpo que tenía yo, dicen que no hubo mujer en el mundo con el cuerpo que yo tenía. Acá mismo, cualquiera te puede decir. Y todavía no me quejo, porque con 70 y pico, las piernas que tengo y no me cuido. Limpio el piso, limpio el piso, había aquí un montón de porquería, tenía que mudarme aquí, no podía pagar 350 pesos. Era un lugar lindo, pero en fin... Me venían de despensas 70 pesos, por sacarme la basura, me venía el agua, la luz. No quedé debiéndole un solo peso al hombre, pagué todo, todo.
En el Uruguay tampoco tenía amor, no, no. Hacía aparte, sí. Me enamoré profundamente después, mucho, mucho, en Tucumán, de un Turco. Lloré, fui a la iglesia, me arrodille a pedirle a Dios que me lo haga olvidar, y vos sabés que me lo hizo olvidar Jesús. Por eso quiero tanto a los santos. El turco no me quería, tenía otra. Yo no sabía nada, pero me golpean la puerta del hotel, quién es, pase, la señora de tal... Le dije mire, perdóneme, yo soy una mujer que trabajo y no le pido a nadie el nombre completo o si es casado o soltero. Y después, mucho después, con el de Córdoba fue peor. Yo iba y venía de Córdoba a trabajar, pero nunca me había gustado nadie. Estaban esos momentos de placer, como dicen, y chau. Me enamoré en el año 60, también turco, comprometido, con novia, era Miss Córdoba la novia y se parecía a mí. Yo vivía en un departamento con una amiga. Y viene mi modisto a pedirme un vestido y lo ve a él, y el modisto me contó todo. Yo me quise morir. Conocía hasta la madre, venía la madre, me adoraba, el padre me adoraba, vino a Rosario a verme. Pero él se casó con la chica, al poco tiempo tuvo un hijo, le sacó el chico y está con el padre de él. Fijate vos qué vida. El hijo grande ya hoy. Lo mismo, pedí tanto, tanto, lo quería tanto, tanto como quiero a la gatita, un amor. Y hasta ahora siento que lo he querido muchísimo, pero cuando no puede ser, no puede ser. Él me mandó a buscar, me dijo que vaya para Córdoba, cuando se separó de la mujer, parece que e lla que se hizo la loca y tenía razón porque si se enteró de que andaba con otra mujer. Seguro que cuando yo me fui, habrá andado con otras.
Esas fueron las dos veces, nada más. Los dos me conocieron el cabaret, bailando.
Nunca más me enamoré, porque le pedí tanto a Dios, tanto a Dios, que no quería enamorarme de nadie, de nadie, de nadie. Sí tuve eso de estar, nomás, pero es una cosa muy distinta. No era santa yo.
Siempre ando viviendo de recuerdos, que no tiene que ser, pero ando recodando y a veces, para qué, si lo que no puede ser, no puede ser.
Yo con él hubiera sido muy feliz, porque nos llevábamos muy bien. Yo puse un departamento, con mi plata, en Córdoba, para vivir con él. Fui al Emporio de la Loza, me gasté 13 mil pesos, que en aquél entonces 13 mil pesos era muchísimo, y compré todo el juego completo, tengo la olla, tengo la olla colgada, la olla y el colador nomás, después los muebles, vendí todo, cerré la casa inmediatamente y me fui. Si no hubiera venido ese muchacho a decirme, hasta ahora estaría con él.
Y él, muy caradura, después de que habíamos terminado, venía a mi departamento a bañarse, en vez de ir a la casa de él. Yo iba a trabajar y cuando volvía encontraba todo el baño mojado, el jabón usado, no nos hablábamos, porque él se bañaba y se iba. Hasta que al final le dije al padre: quiero las llaves de mi departamento, entonces me la dio. No era un departamento, era una casa.
Del Uruguay vine a trabajar a Buenos Aires, a Tetuán, Paraguay 2080, pero cuando me contrataron, se pusieron los músicos de acuerdo y se fueron. Me quedé sin músicos, bailábamos con los clientes, nada más. Me quedé a cumplir el contrato. Ahí conocí a Gatica, pobrecito, que en paz descanse. Y a la señora con la que él estaba. Él iba con la Tita, todas las noches, con sombrero, todo así, era un plato, un personaje, qué muerte, ¿eh? Cuando el Tetuán cerró me vine a Rosario, pero después cada tanto salía al exterior.
Yo cantaba, bah, no cantaba, era hablar más bien. Yo misma empecé a inventar todo eso. Tenía números, “La caramelera”, “La viuda”. La caramelera me la imitaron todas, salía con unos caramelitos, me ponía un caramelo acá, otro acá, otro acá. Eso fue después, en el 60 ya me hacía el desnudo en el Teatro Casino , en Rosario. Me ponía primero una cosita chiquitita, tenía el cuerpo para hacer eso, me decía el señor Felix Daquia , dueño del Casino, ¿por qué no te desnudás? Hacé estritís. Yo le decía si no sé cómo es eso. Y él: sacate lo de abajo. Y empecé y empecé y después empecé a hablar, ellos me enseñaron a hablar, Pipo y Bordobaro , los cómicos. Yo cerraba el espectáculo, por el cuerpo, todos decían que tenía un cuerpo para cerrar el espectáculo, porque la gente se entusiasmaba. Yo nunca me cuidé ni ahora me cuido tampoco. Al bailar y al abrirte de piernas y al tirarte para atrás, para adelante, me daba el ejercicio. Tenía que hacer tres funciones por noche, y en otro lugar dos funciones por noche. Empezaba a la 1 y terminaba a las 4 de la mañana. Todos los días. En el Casino salía a cada rato. Hablaba con el público, le tomaba la copa. Me quedaba cerca de media hora, hablaba tanto que no sé, no sé cómo podía. Después me desnudaba. Le decía a uno del público vení, arrodillate y hablá por teléfono a larga distancia con el caramelo de abajo. Pero no me decían nada, nunca tuve problemas, se llenaba de mujeres, me decían que saliera, me pedían, salía otra y no les gustaba tanto, qué va a hacer, yo no tenía la culpa.
Porque soy terrible en cuestiones del amor/ me llaman la salvaje porque tengo el cuerpo llenito de calor/ salvajes mis caricias, mis abrazos/ salvajes mis momentos/ salvajes pero llenos de ternura/ los besos que a los hombres yo les doy./ me gritan con terror salvaje/ me gritan con amor, salvaje/ y quiero darle a todos la razón.
¿Sabés esa, una de las que cantaba? Yo hacía espectáculo cómico musical, no era vedette. En realidad era así, yo entraba:
Buenas noches, ¿cómo les va? ¿qué tal, chicos? ¿están bien?
¿La noche cómo la pasaron? ¿están dormidos o están despiertos? Vean lo que les voy a decir:
me llaman la salvaje porque soy terrible en cuestiones del amor/ me llaman la salvaje porque tengo el cuerpo llenito de calor/ salvajes mis caricias, mis abrazos, salvajes mis momentos de pasión/ salvajes pero llenos de ternura los besos que a los hombres yo le doy/ me gritan con terror: ¡salvaje!/ me gritan con amor: ¡salvaje!/ me gritan con pasión: ¡salvaje!/ y quiero a darles todos mi razón/
¡Buenas noches! ¡hasta mañana!
Después venía el desnudo, lo otro y lo otro. Por ejemplo, el ventilador humano:
Una teta para allá y otra para acá. ¡cómo movía! Les decía: esta es Ñuls y esta es Central. ¿a ver quién gana? Entonces movía, movía y siempre ganaba Central. Entonces me aplaudían.
Nunca hacía ganar a Ñuls, pero una noche me dijeron que si no hacía ganar a ñuls, no me aplaudían. Entonces salí a escena y lo hice ganar y ahí se pararon todos a aplaudirme.
La mafia ya no existía más, la que decían que hacía poco que se había ido era en el Gran Debut, la Gata Galliffi, dicen que está en España, pero ya no creo. Vivía ahí, porque eso era una casa y después hicieron un cabaret, yo no la vi. Yo no puedo pensar que tenga 80 años, porque cuando yo era jovencita ya era grande. Por lo que me contaba la gente, traía contrabando, porque el Gran Debut era una cueva por abajo. Tenía un pasadizo que llegaba al río. Y ella en los barcos traía cigarrillos, perfume, todo. Un día bajé, pero cuando vi un bicho salí corriendo, no fui más, después lo clausuraron. Parece que le encontraron cosas grandes, drogas, eso.
La gente era buena, no es como ahora, está tan cambiado. Yo ahora no me metería a un cabaret aunque me pagaran. Era distinto. ¿Vos te crees que iban a andar en camisa, así, abiertas? No, iba con trajes, bien vestido. Ahora se usan los pantalones todos rotos. Tampoco era caro. Ahora ya te venden cualquier bebida, antes te ponían tu copa y tu botella. A mí me gustaban el whisky y el champán, en Brasil volteaba las botellas, mojaba la vainilla y hacía que tomaba.
Y en Panamá aprendí, ponía una copa con coca cola y traían una media botella de whisky, que creo que valía 2,50 dólares, y me enseñaron cómo tirarlo. Yo tomaba el whisky, en la boca lo cambiaba por coca cola y tiraba el whisky, me vaciaba botellas y botellas y nunca estuve borracha. Ese era un truco para sentarte en las mesas con el público. Yo me sentaba en las rodillas, pero era inocente, hoy hacen cada cosa, con todo lo que veo en televisión no sé qué haría yo para trabajar.
Me han imitado todos, todos. Tengo ahí para enseñar las propagandas. Dos años hicieron la caramelera usando mi nombre. Yo estaba internada, no fueron capaces de llevarme ni un clavel. Todo eso es dolor para mí.
Trabajé en Colombia, poco pero trabajé.
Me dieron por muerta, me quieren hacer como lo hicieron a Yabrán, que le colgaron un muñeco. Ahora estoy avisando a todos que estoy viva.
Hace como 4 años fui adonde están los concejales, a ver a uno, y le digo a la secretaria de parte de Rita La Salvaje, y me dice ¿cómo, no estaba muerta?, se agarraba la cabeza, claro era la primera vez, yo sabía lo que pasaba. Ahora en la calle es terrible. El aprecio de la gente. El otro día y los muchachos del banco me decían Rita hoy vas a comer puchero, ¿por qué? te aumentaron 20 pesos, qué risa. Al final fueron 13 pesos. Me dan un subsidio. Hasta ahora no me quejo, pero no sé por cuanto tiempo. Si no tenés para comer o para pagar es muy triste.
Bueno, yo te conté que viví 21 años viví en el hotel Pelayo, tenía mis muebles, todo, mi tapado, mis joyas. Pero estuve 10 años internada. Mi memoria la tengo un poco bien pero no como la tenía antes, me olvidé de muchas cosas. Sé que me despertaban y me daban un vaso de leche con una pastilla, pero no sé quién me la daba. Y después me traían 3 masitas y me hacían firmar. Yo tenía 300 mil pesos en el banco, traídos del extranjero, plata argentina. Por ejemplo, las 3 masitas eran 1,50 y le agregaban dos ceros, iban al banco a sacar, porque me trajeron al del banco y yo necesitaba remedios y tuve que firmar. En el año 78 79 me enfermé. Me dieron a tomar algo y me caí para atrás, un desmayo, aparecí en el hospital, en Suipacha y Santa Fe.
La persona más sana que he conocido en mi vida es el doctor Sialle, me buscaba todos los remedios, me ha venido a ver, ha ido a todos mis festivales. Excelentísima persona. Me mandaban a la casa y al tercer día otra vez no conocía nada y volvía. Yo no puedo decir quién me daba a tomar.
Me sacaron de Suipacha y Santa Fe me llevaron a vivir a un hogar, ahí me jubilaron, entonces vino una chica y le pregunté dónde están mis cosas y me dice que están en un museo. El doctor llamó al dueño del museo y vino y me dijo que no había nada mío. A la gente que trabajaba conmigo les dijeron me había muerto, por eso después no me visitaban.
Estuve en un hogar de ancianos, pero yo era joven y no podía estar mucho tiempo. Donde estuve internada me atendieron a las mil maravillas, en la calle Pellegrini. En el hogar, una viejita me preguntó si yo era la que bailaba con plumas. Muy viejita. Después, yo la cuidé y le daba de comer en la boca hasta que murió. Allí estaba la secretaria de la madre de Eva Perón, me regaló ese cuadro y anillitos para ponerle a la virgen. Yo era tranquila, servía la mesa, lavaba los platos. De ahí me sacó Enrique Llopis, me llevó a vivir donde él tenía su editorial de revistas. Me dio una pieza y yo le ayudaba.
Una chica me hizo con el Pami, que me sacaran, porque los muchachos del loquero me pegaban. Me tiraban pelotas, como a todo el mundo. Todos locos y yo no estaba loca. El doctor me sacó 14 análisis y salieron limpios. Una de las mucamas trajo a un muchacho de LT2 a verme. La madre me había hecho una torta. Y hablaron con Llopis. Al otro día vino Enrique Llopis con la esposa y me prometió que me iba a sacar. Me dio una pieza. Después estuve en un departamento pero se armó un lío porque yo no tenía plata para pagar.
Te cuento más de mis espectáculos. Yo bailaba el mambo 8, qué tico el mambo, cumbia, cualquier cosa, un tango. Conocí a muchos, a Elisa Dix y Mary Bell. A Amelita Vargas, que trabajaba en el Príncipe y venía donde yo trabajaba en el Petit Edén, en Córdoba. Fue cuando se enamoró del dueño del Príncipe y le regaló un diamante inmenso, después se acabó. El otro día salió en el programa de Susana Giménez y me dio una lástima, no se podía sostener y es más joven que yo. Ay, por qué tomará cocaína, digo yo, se termina así. Mirá vos si me agarraba el vicio, qué se ve con eso, así muere la gente. Yo nunca tuve ese vicio, ni el de que te pagaran por acostarte, nunca me ofrecieron dinero.
Yo pasé cada cosa, no quiero recordar. Al hijo de Angelito Ruggero, dueño del Gran Debut, lo mataron delante de mí. Entraron 10 y media de la noche. Siento cinco tiros y el chico tirado, muerto... Al tano Genaro lo mataron en Venezuela, cuando fue la caída de Pérez Jiménez . Estaba yo allá cuando lo mataron. Él se metía en política y lo balearon, eso no se dijo nunca, muchas cosas no se dijeron nunca. Anita Almada es la esposa verdadera del tano Genaro .
Casi todos los políticos frecuentaban el cabaret. Hasta los coroneles, de cuando estaban los milicos. Pero a mí no me importaba nada de eso, nada. Yo trabajé mucho y conocí a mucha gente también. Charola , el cómico, trabajó conmigo en muchos lugares. Dolores era la primera bailarina del Chúcaro . Estaban El trío Valencia , trabajé en El Bambú , aunque La Marina era el mejor. Cuando abrió El caracol , se terminó todo, porque ya entraban los fiesteros, la cocaína. Ahí vinieron a la inauguración las Pons , yo actuaba también. Me acuerdo que yo tenía unos suecos con luces y un traje blanco y venían ellas y me miraron a mí, imaginate, un cuerpo tan hermoso. Yo no le daba pelota a nadie, no me importaba nadie.
Rosita Tulipán trabajaba conmigo, se ponía cosas en la cabeza. Mario Clavel , que no era argentino. Los tangueros iban todos porque estaban al lado, en el Rincón del Tango , de Mario Caserano, entonces venía el marido de la Pinky , Raúl Lavié , Goyeneche , Piazzolla . Pedrito Rico trabajó en La Marina, buen mozo. Rosamel Araya , qué gran compañero, él y sus guitarristas.
La chunga era una española chiquitita que bailaba descalza. Con muchas nos cruzábamos en la pensión, bach, no, en el hotel Pelayo, donde viví 21 años. El Ideal era un prostíbulo, en la calle Pichincha, hoy Richieri. Nunca entré a un prostíbulo. Estaba todo mezclado pero a nosotras, las artistas, nos mandaban a buscar en auto y nos llevaban de vuelta. Igual, no había líos, ni policías, ni muertos. Me asombro de todo lo que está pasando, en esos diez años que estuve internada empezó a pasar de todo. Antes no había cocaína, si la había estaba escondida. El único lugar donde vi fue en Chile, una bota llena de cosa blanca que yo no sabía lo que era, pero yo no, gracias a Dios y a la virgen. Ahora veo a los chicos con ese pegamento...
Bueno, en el Teatro Casino armé otra cosa. Les decía “les voy a mostrar cómo se hacen las modelos de acá”, y salía a lo bruta, y después les mostraba cómo salen en Buenos Aires y salía toda así, delicada, fina. Era un plato eso. Yo hacía mucha comicidad, al último decía: “Ay muchachos, si yo me saco el corpiño, ¿adónde me llegan las tetas?” Uno me gritaba: “Al ombligo”. “Igual que tus huevos”, le decía.
Venían vestidas de novia, para despedidas de soltero, para cumpleaños, todo. Yo me enfermé y no los vi nunca más, a nadie, nadie. En el hogar yo vi a 35 muertos, yo les ponía las velitas y ellos me están acompañando del cielo para que no me pase nada.
Vi muchas cosas que me dan una pena terrible. Un hombre se estaba muriendo y tenía hambre, me pidió comida. Yo tenía nada más que una banana y se la di. Y se murió en el pasillo, comiendo una banana. Era evangelista, pero no me importó, le traje al cura para que le diera la bendición y le rezara el Padre Nuestro como a todos. Todos rezaron por el hombre.
Siempre fui creyente. Virgencita, por más que digan que vos no existís, que sos de goma, que sos un papel, yo te quiero lo mismo y nunca te voy a dejar. Y la tengo borradita, borradita y después me compré otra y la presto para a los enfermos, y a muchas personas curó la Virgen Milagrosa. Ella es mi madre, porque como no tengo mamá y cuando estuve allá la tocaron, me desordenaron las cosas, pero eso no puede ser, no la pueden tocar porque ella es mía, les puede pasar algo ahora.
Y para la Viví le pido a San Martín de Porres, y me la curó porque ya tuvo cuatro operaciones, los pinchazos que le daban los que entraban. Cuando la vi estaba toda ensangrentada.
Soy de Central. Y me hicieron presidente de un club, de Central, de Avellaneda, me ofrecieron frutas y verduras pero yo no quise, porque estuve muy enferma y nadie se acordó de mí. Si sos amiga y te dicen que Rita murió, como amiga tenés que preguntar a ver dónde está el cadáver.
Me fui en el 58,cuando mataron al Che Guevara estaba en Venezuela. Cuando mataron a Bonavena, lo lloré mucho mucho porque quería mucho a su mamá, que la había escuchado por radio. No lo conocí a él, sí lo conocí al otro, al que andaba con esa rubia que ahora es famosa y millonaria, a esa... A Monzón, conocí a su señora verdadera también y a sus dos hermanos. Ellos vivían cerca de mi casa, cuando era jovencita, en Santa Fe. Ahora hace 25 años que no conozco nada.
A Eva perón la conocí en la casa de mi hermana. Levantó la olla y comió con el cucharón lo que estaba haciendo mi hermana, después regaló zapatillitas, guardapolvos. De él tengo historias que me las contaron, de gente que sabe, cuando ella estaba enferma, él se iba a la Orchila a ver a la otra”.
3. Pichincha
Existe un dato histórico necesario de ser asentado para entender el surgimiento, apogeo y fin de la algarabía nocturna sitiada en unas cuadras del bajo Rosario, donde Rita la Salvaje se consagró. Es el dato relacionado con la prostitución y sus actividades colaterales. Antes de 1900 surgieron las primeras casas de tolerancia, a cargo de madamas o regentas. Un informe municipal menciona, en 1887, algunas de ellas: Rosa, la correntina; Amelia, la paraguaya; Ana, la catalana; La china renga (había dos, homónimas); La vieja María. Para 1896 esas casas llegaron a 61, en su mayoría emplazadas cerca de fábricas y talleres. Pero los vecinos “bien” se quejaron y lograron reglamentaciones para la actividad, que enseguida dio lugar a organizaciones de tratantes de blancas, entre ellas, la Sociedad Varsovia, la Zwi Migdal, la Asquenasun, extendidas en otras ciudades del país.
Con las normas vinieron edificios especialmente dedicados. Su construcción y mantenimiento se concretó con la ayuda de hombres de renombre, promotores además de los cafés con camareras. Las prostitutas fueron, por entonces, extranjeras; las mismas redes de tratantes las traían de Europa, de poblados judíos de los alrededores de Varsovia (Lodz, Cracovia, Bieltz). Hacían firmar a sus padres un contrato a cambio de dinero y volvían haciendo escalas de reparto en el puerto de Montevideo y luego, cruzando por Entre Ríos, en Buenos Aires, donde se hacían remates en el Teatro Alcázar , de Suipacha, y en el Café Parisien , de Billunghurst y Avenida Alvear.
Las que interesan aquí, las arribadas a Rosario, quedaban alojadas en el Hospital de Caridad y luego en la Asistencia Pública, previa autorización médica del Sifilicomio Municipal. La zona roja de trabajo era la sección 4ta. (hoy Rosario Norte) a mitad de camino entre el centro y la estación Sunchales, comprendía el movimiento del Mercado Modelo. La policía ni se inmutaba por los quilombos de farolito rojo, los bodegones, comederos, peringundines y timbas, ámbitos diferenciados, de acuerdo al status de sus visitantes. La pensión Mojardín cobraba muy caro (5 pesos), igual París y Londres; las alternativas más alcanzables eran Madame France, Cora, la de la francesa María Luisa, y los servicios populares de los clandestinos Sandalio Alegría (o El gaucho pobre) y Stud El Piojo.
Los prostíbulos se trasladan al barrio lindero de Pichincha en 1915. Pichincha era la calle hoy llamada Ricchieri. En el tramo que va entre Jujuy y Brown, esa zona del bajo, centros en el ambiente prostibulario en Rosario hasta 1930. En esa cuadra se encontraban tres de los prostíbulos más conocidos: el Petit Trianón, el Chantecler y el Italia.
El Petit Trianón era propiedad de un francés, Enrique Chatel , que terminaría deportado en 1933. Su expulsión se produjo como consecuencia de la persecución que se implementó a partir de 1930 contra el negocio de la prostitución en la Argentina. Todavía circulan en manos de coleccionistas las fichas con que se administraba el comercio sexual: tenían una imagen femenina que evocaba a la efigie de la Libertad, adornada por la frase "discretion et securité", una especie de advertencia dirigida tanto a los clientes como a las prostitutas.
Emilio Sisa López dejó una descripción de este burdel. Tenía "el gran patio cuadrado, de mosaicos blancos y negros, lustrosos. En un ángulo, una victrola. Sillas tapizadas, contra la pared. Algunas parejas bailan, muy formalmente. El Trianón costaba tres pesos, la segunda tarifa en importancia y olía a violetas, no a sudor". Por encima se encontraba el Madame Safo , cuya fama se volvió legendaria. Se dice por ejemplo que al llegar a Rosario el escritor español Vicente Blasco Ibáñez desdeñó el comité de recepción que se había formado en la estación Rosario Norte y pidió ser conducido directamente a ese lupanar, el único que actualmente sobrevive, aunque como hotel.
La mala vida en Rosario nunca se restringió al barrio de Pichincha. Una prueba de ella fue la radicación del cabaret Montmartre en San Martín 350. Los vecinos de la zona céntrica y La Capital denunciaron reiteradamente las actividades del lugar, donde se vendían drogas y se celebraban orgías.
"A la serie de desórdenes que desde que empezó a funcionar se vienen produciendo -decía una crónica del 9 de septiembre de 1928-, hay que agregar uno más de grandes proporciones (...). Conforme a la costumbre fueron arrojados durante largo rato vasos, sillas, mesas, etc., y otros proyectiles, presenciando el espectáculo los agentes de la comisaría 2ª, que prestan servicios en una de las puertas del antro de referencia". Tres días después el Montmartre debió cerrar sus puertas.
Las historias de Pichincha son relatadas a veces como sucesos pintorescos o simpáticos. Sin embargo las prostitutas eran sometidas a un régimen de esclavas y a veces, cuando intentaban liberarse, sufrían terribles represalias. Catalina Binocchio , que era prostituida en el Royal, fue así muerta a golpes de plancha por su rufián, Abraham Jacobovich . El 12 de marzo de 1928 Brandla Berta Luftman , polaca de 31 años, denunció que le robaron ropas, tres mil pesos y un anillo de oro de su casa. Trabajaba en el café Montecarlo , de Jujuy 2911 y acusaba al rufián Jacobo Kupersich, polaco de 26, que había desaparecido. Mientras ella trabajaba, dijo, el explotador frecuentaba "los cafés centrales, el Hipódromo Independencia, restaurantes nocturnos, las casas de juego y fue a pasar solo algunas temporadas en el balneario de Cacheuta".
El bar de Salta y Oroño tuvo un dueño que gozó también de popularidad durante la época. Se llamaba Juan Arias y le decían Como digo por su costumbre de insertar ese bocadillo en la conversación. El 8 de julio de 1928 Como digo cayó asesinado a balazos.
Ernesto Ponzio fue uno de los personajes singulares que recorrió Pichincha. Era músico, compositor de tangos y tocaba el violín en la orquesta del cine Mitre , de Jujuy y Pichincha. Además prostituía a una mujer. El 18 de enero de 1924 Ponzio se contó entre los invitados a un asado con cuero que tuvo lugar en un galpón de Pichincha 172, donde funcionaba un garito. La supuesta finalidad del ágape era jugar a la taba y reunir fondos para la instalación de un comité. El garito, "cuya clientela está formada por toda clase de profesionales del delito", según una nota de este diario, pertenecía a Pedro Mendoza, conocido capitalista de juego de la época. En medio de la partida de taba se suscitó un entredicho entre Ponzio y Venancio Pascual Salinas , alias el Paisano Díaz , matón a sueldo. La controversia se resolvió rápidamente: el músico disparó contra Salinas, aunque el balazo terminó por matar a otro de los asistentes, Pedro Báez . Ponzio recibió una condena de 20 años de prisión, pero se le concedería el beneficio de varias conmutaciones de pena. Mientras tanto, el episodio reavivó en la prensa las denuncias contra el dueño del garito de calle Pichincha. "El comisario de la sección 9ª tiene orden superior de no molestar, porque Mendoza contribuye con tres mil pesos mensuales", decía una crónica.
En otro recordado procedimiento, el 3 de mayo de 1931, Pedro Mendoza cayó detenido en el marco de una serie de procedimientos contra el juego clandestino. La particularidad del caso fue que la campaña surgió como consecuencia de unas notas en el diario Tribuna y que los propios directivos del periódico encabezaron los operativos, junto con el jefe de policía, Rodolfo Lebrero. En ese momento Mendoza fue detenido en una casa de Pichincha 131, "comprobando que allí se hacían apuestas por teléfono a las carreras de caballos de los distintos hipódromos", de acuerdo a la crónica del día.
En su pieza de pensión, Juana González –la salvaje Rita de la que tanto se ha hablado últimamente a raíz del musical que protagoniza la joven Emme– muestra orgullosa sus posesiones: televisor, heladera, ventilador. Eso y su nombre de fantasía es lo que le quedó después de una vida legendaria que se escribe con la misma letra que la historia de Rosario
Por: Sonia Tessa
El memorioso recuerda que iba todos los viernes al Rendez Vous, un cabaret ubicado en la zona del bajo de Rosario, cerca del río Paraná, para ver un espectáculo que “no se parecía a nada”. Era el striptease de Rita, La Salvaje. Recuerda su orgullo por la amistad que ella les ofrecía. Se sentaba en la mesa que congregaba a un puñado de periodistas y profesionales ilustres de la ciudad, completamente desnuda, a tomarse un whisky después del show del caramelito y el ventilador. Corrían los ‘70, Rita tenía por entonces más de 40 años y se había convertido en un icono que convocaba público de todo el país. Los artistas de Buenos Aires que llegaban en gira pedían ver su show. Corrían los últimos de los treinta años de éxito de la más original bailarina de striptease, la primera que se había animado a bailar completamente desnuda en un escenario nacional. Hasta 1982 siguió actuando, pero luego vinieron épocas muy duras. Durante diez años conoció el olvido y las internaciones psiquiátricas, de las que fue rescatada por un puñado de amigos. El 15 de junio cumplió 80 años, y volvió a conocer algo de gloria, la que implica ver su nombre en la marquesina del teatro Maipo. Rita está feliz por el reconocimiento, sin embargo tiene la mirada triste. No le gusta, prefiere mostrarse alegre, borrar los malos recuerdos. Pero en un momento, sobre el final de la charla, la mirada se enturbia y se le escapa una frase: “¿De qué me sirvió ser una celebridad?”, dice.
La hospitalidad de Rita es conmovedora. Ceba mates de manera incansable, ofrece unas masas secas que guarda en la heladera. El pequeño hogar es pura generosidad. Para llegar a su cuarto de pensión hay que atravesar unas largas escaleras, que ella sube pese a la reciente rotura de su rótula. La habitación tiene las paredes repletas de fotos de ella, de iconos religiosos, de seres queridos. Se repite la imagen de Eva Perón, tanto de sus épocas de artista como de primera dama. “La quiero”, dice para señalar todas las fotos que la evocan.
Rita está orgullosa de su hogar, aunque añora el departamento en el que vivió hasta hace dos años. Se enojó con un periodista que fue despectivo con su casa. “¿No puso que tengo todo, un televisor a color, una heladera, un ventilador de lo mejor?”, dice y señala sus pertenencias, las que le aseguran el módico bienestar que necesita. El periodista memorioso, Nacho Suriani, recuerda aquella vez que la invitó a cenar con sus amigos. Ella le contestó que no, que no era bueno para ellos, todos profesionales, mostrarse con Rita. Le retrucó con la invitación a comer en su casa. “De paso les muestro la heladera nueva que me compré”, remató. Los logros económicos no fueron su obsesión, al punto que estuvo varias veces despojada. Sin embargo, se lamenta porque le robaron todas sus pertenencias cuando estuvo internada en el hospital psiquiátrico provincial Agudo Avila.
Aunque Rita tiene ganas de hablar, su conversación sigue el hilo de sus recuerdos y muchas veces las preguntas quedan sin respuesta, porque disparan en ella otro recuerdo, otra anécdota, algo que sí quiere contar.”No hay otra, no hubo ni habrá otra que haga lo que yo hice. No es porque sea yo, pero no hay, ahora esta chica que está en Buenos Aires (se refiere a Emme, quien la representa en la comedia musical) está aprendiendo a mover acá (se señala las tetas), pero nunca en comparación a lo que yo hacía, porque yo hacía para acá, para allá, para acá, y los dos”, dice sobre uno de sus números emblemáticos, el ventilador.
Para ella, no hay distancia entre la leyenda y la persona. Es Rita, la Salvaje, la que se inventó a sí misma yéndose de su casa de Isla Maciel, en Avellaneda, todavía adolescente. Lo cuenta con naturalidad: “Me escapé, cuando tendría 16 o 17 años. Encontré una amiga que me contó sobre un aviso en el diario pidiendo dos chicas para bailar. Me preguntó si me animaba, y allí nos fuimos, nos tomaron. Empecé ahí, en La Mosquita. Empecé a bailar mambo, afro cubano, caravanas, árabes con pañuelos en la cabeza, y dije no quiero saber más nada de esto, me voy a largar a bailar mambo bien desnuda. Cuando hice eso ya me vine para acá”. Acá es Rosario, donde convocaba público todos los días (“llenaba el lugar de bote a bote”), durante los ‘50 y los ‘60 en el teatro Casino del barrio Pichincha, y luego en el Rendez Vous.
Su vida de cabaret le impuso la discreción sobre los amores. “No fui de tener amores, porque no me gustaba que me manden. Amores de amar tuve dos”, cuenta. Uno en Tucumán y el otro en Córdoba. En los dos casos, le tocó ser la otra. Y enterarse de la peor manera. La traición del primero, cuando tenía 20 años, la llevó a la iglesia para rogarle a Dios que le hiciera olvidarlo. “Lo olvidé enseguida”, dice con fe ciega. “Como yo tenía familia en Buenos Aires, que se disgustó porque yo me puse en un cabaret, imaginate. Una familia bien. Todos mis hermanos eran bien, ya tengo uno solo vivo. Y yo pensaba que si me veían con un hombre iban a decir que era puta. Porque lo primero que decían era eso, tras que trabajaba en un cabaret, era puta. Todo el mundo, todo el mundo”, dice sin ningún dejo melodramático. Y niega terminantemente haber sido trabajadora sexual. Lo mismo dicen los que recuerdan aquella época. “Ella no trabajaba”, aseguran.
Aunque la pregunta es otra, Rita responde: “No te digo que no pude casarme ¿con quién querías que me casara?”, pero luego elude el tema. Sí cuenta que estuvo embarazada, pero decidió abortar. “Quedé en estado y me lo tuve que sacar porque estaba trabajando. Me dolió mucho, lloré mucho, pero no llegué a las tres semanas. Me lo saqué enseguida, porque empecé a arrojar y a arrojar (es su forma de decir vomitar), y me lo saqué. Por el cuerpo, mirá si quedaba con una panza así o con una cintura así, me moría. Lo sentí muchísimo y le pedí a Dios cincuenta mil veces, y le pido siempre que me perdone. Pero dios sabe que lo tenía que hacer y Jesús sabe que lo tuve que hacer porque si no qué sería, qué sería”, deja flotando sobre la maternidad.
Ahora, Rita parece una abuela. Pero hay algo en sus toques arrabaleros, una manera particular de levantarse el pulóver negro para mostrar las medallas prendidas en el enorme corpiño, o cuando se sube la pollera para mostrar unas piernas que a los 80 años todavía provocan envidia. Su nombre verdadero, Juana González, quedó en el olvido, y se llamó Rita –como dijo mil veces en estos últimos meses– por la Hayworth, la actriz a la que jura haberse parecido. Lo de salvaje nació en un cabaret de Brasil, uno de los más de veinte países por los que bailó.
Porque a Rita lo que más le gusta es rememorar sus épocas de diva. Dice que tenía “¡un cuerpo y unas tetas!... Todo lo hice yo sola. Decía les voy a empezar a tirar caramelos, así endulzamos un poco. Entonces compré una canastita, la llené de caramelos y les daba caramelos, y después me colgaba un caramelo acá, un caramelo acá (señala las dos tetas) y un caramelo abajo. Y llamaba a uno del público. Le decía que me sacara el caramelito. Arrodillate y hablá a larga distancia, les decía. Entendés para qué. Y cómo venían, corrían a sacar el caramelo. Pero no me lastimaban ni me tocaban nada. Me sacaban el caramelo, lo pelaban y se lo comían”, cuenta sobre uno de sus números más celebrados. Si hasta “el polaco” Goyeneche le sacó por lo menos tres veces el caramelito, y también lo hizo Astor Piazzolla, que terminó ese show tocando Adiós Nonino en un bandoneón, con Rita sentada a su lado, desnuda. El cuadro estaba apenas iluminado por un cenital que ambientaba el cabaret.
“Hablaba malas palabras también, no te vas a creer, yo no era... ahora con vos yo estoy bien pero a veces me decían alguna cosa y yo les contestaba que me chuparan un huevo, sin maldad. Ellos se mataban de risa. A veces me decían que me desnude. Yo les contestaba: ¿qué me querés ver, la cuchufleta?, ya me las vas a ver.”
No lo dice espontáneamente, pero cuando le preguntan qué sentía cuando bailaba asegura: “Era feliz, feliz, y viendo a la gente más feliz todavía”. En ese momento, se produce la magia. Rita canta como lo hacía entonces. “Me llaman la salvaje porque soy terrible en cuestiones del amor, me llaman la salvaje porque tengo el cuerpo llenito de calor. Salvaje mis caricias, mis abrazos, salvajes mis momentos de pasión, salvajes pero llenos de ternura los besos que a los hombres yo les doy”, vuelve a cantar, con la voz un poco más gastada. Los que la vieron aseguran que imponía respeto en una época en que Pichincha ya era un recuerdo, porque los años más intensos de prostitución y rufianismo habían terminado, pero todavía no llegaban a la categoría de mito. En cambio, Rita, desde el retorno de la democracia, en 1984, fue inspiradora para la cultura de la ciudad. Hubo canciones, obras de teatro y hasta revistas que la recordaron. Durante los mismos diez años que ella pasó internada en un psiquiátrico, y cuando muchos la creían muerta.
Aunque no lo diga con esas palabras, Rita se siente una sobreviviente. Cuando se le pregunta sobre sus amigas, sus compañeras de las épocas del cabaret, sólo atina a contestar: “La única que quedó soy yo, la única”.
"Soy la única que queda"
Nadie diría que dentro de esa señora con aspecto de apacible abuelita está encerrada la auténtica Rita la salvaje; más bien se parece a la Juana González que denuncia el documento. Pero enseguida confirma su identidad. Es 15 de junio, día de su cumpleaños; cuando se le pregunta cuántos cumple, responde que 80. No los aparenta. "Sí, ya sé que no parezco. Mirá". Y se levanta la blusa para mostrar, orgullosa, el carnoso abdomen. El reflejo stripper no deja dudas: es Rita la salvaje, nomás. Aunque ya no tan salvaje: "No le muestro más porque no queda correcto".
Acaba de conocer a Emme. "Dice la chica que aprendió a mover el busto, y que le duele. Le dije que a los dos o tres meses te acostumbrás". Habla del ventilador humano, uno de los trucos que la hicieron famosa en los cabarets rosarinos: se cubría un pezón con tiritas con los colores de Rosario Central, y el otro con los de Newell's. Movía un pecho para cada lado; el que paraba primero, era el equipo perdedor. "También hacía la caramelera: me ponía una tirita abajo, y de ahí colgaba un caramelo. Y decía: a ver quién de los machos se acerca a sacármelo. Se arrodillaban y trataban de arrancarlo con la boca. Era muy cómico. Me imitaron, pero nadies me igualó".
Rita nació en la Isla Maciel y creció en Avellaneda. Se intuye una infancia difícil, pero ella dice que se dedicó a su oficio por vocación. Empezó a los 22: "Fue en Tetuán, en Santa Fe al 1500. Buscaban una chica con buen cuerpo, para bailar. Y hacer copas: me decían ¿vas a salir conmigo? Y yo: Sí, cómo no, pero espéreme que primero tengo que ir con otro. Y si te he visto no me acuerdo". Bailaba el mambo en deshabillé, hasta que le sugirieron que mostrara más. "Lo mío era el stritís. Completamente desnuda: la gente se volvía loca, me aplaudía a rabiar. Porque ninguna se desnudaba. Fui la primera que se desnudó en la Argentina y en el extranjero".
Una vez que viajó a Chile se presentó con el nombre de Rita Day porque, jura, se parecía a Rita Hayworth. En Brasil le sumó lo de salvaje: "Bailaba danza afro-cubana, el locutor me vio y dijo qué salvaje. Y quedó". También actuó en Panamá, Nicaragua, Venezuela, Perú, Bolivia. Y en Rosario, donde se quedó. Pero volvamos al Tetuán: "Me enseñaron a hablar con el público. Después, a hacer chistes y a decir porquerías. Que todavía las digo, porque a la gente le gustan". Se vanagloria por no haber tenido conflictos. "Nunca nadie me tocó. Tampoco estuve presa. Ni me censuraron, porque jamás me metí con los curas".
Otro de sus orgullos es no haberse entregado por dinero. "Tuve una conducta intachable. Nunca cobré, porque me enseñaron que si usted cobra, Dios la castiga; si no, no. El sexo es una necesidad del hombre y la mujer; si usted cobra, es comercio". También se jacta de su discreción: "En Rosario nadie puede decir yo me acosté con esa mujer. No soy virgen ni santa, pero si me agradaba un hombre, sabía dónde mandarlo, que nadie lo viera. Después iba yo. No como ahora, que salen del cabaret del brazo. Es un escándalo".
Sólo se enamoró dos veces, y le rompieron el corazón. "Me enamoré de un turco, pero él tenía otra. Cuando me enteré, fui a la iglesia y me arrodillé llorando. Jesús de Nazareth, no hagas que me enamore más de nadies. Cuando salí, el tipo había desaparecido de mi cabeza". El milagro no fue perpetuo. "Me enamoré de otro que estaba comprometido. Le dije a Dios: ¿Por qué me hacés enamorar de este pavote? A los dos días, ya estaba bailando tranquila. Y nunca más. Dios, la Virgen y el Espíritu Santo existen".
En un gesto poco sacro, Rita se abre la blusa y muestra el corpiño: tiene prendida una medallita. "Siempre llevo acá a la Virgen Milagrosa de Rosario. Ha sanado a tantos... A mí me está sanando la pierna". Hace poco se cayó, y le van a operar la rótula. Pero su humor no decae: chispeante, dice que todavía tiene las piernas más lindas de Rosario, recuerda que entre los habitués a sus shows estuvieron el Polaco Goyeneche y el Mono Gatica, asegura que alguna vez conoció a su admirada Evita.
Sólo se ensombrece cuando se menciona la internación en un neuropsiquiátrico: de eso prefiere no hablar. Apenas se queja de que en ese período —en los 80, cuando corrió el rumor de que había muerto— le robaron todo. Y nombra a Enrique Llopis —músico, ex secretario de Cultura de Rosario — como su salvador. Ahora se mantiene con una jubilación y ayuda oficial. Un reconocimiento, quizás, a ser una sobreviviente. "Siempre fui figura: tenía un cuerpo que mamma mia. Ahora ya estoy grande y retirada. Pero soy la única que queda: la única stritisera, la única bailarina, la única cómica, la única loca. La única que queda".
El nombre de "Rita la salvaje" en letras de neón en un cabaret cercano a la estación Rosario Norte, circa 1960/70 pic.twitter.com/xo9st3Mu9q— Rosarioenelrecuerdo (@Rosariorecuerdo) 7 de mayo de 2016
Rita Desnuda
Letra: Rafael Ielpi
Música: Enrique Llopis
Cuando dan las doce Rita se desnuda
ante parroquianos de mirada oscura
stripe-tease ingenuo, casi de entrecasa,
en el cabaret que esta en la bajada.
Rita hace lo mismo desde hace mil años,
un ritual que empieza con vestido largo
y termina siempre en traje de Eva,
ese que descubre las partes pudendas.
Tiene admiradores de toda calaña,
jóvenes que estrenan la primera farra,
maduros galanes del año cuarenta
y algún viejo verde de manos inquietas.
Ninguno conoce su viejo pasado,
para ellos es solo un cuerpo gastado,
una boca roja sonriendo en las sombras
con ésa sonrisas que tienen las gordas.
Por eso se mueve desnuda y enorme
entre los deseos de todos los hombres,
Rita esta viviendo su porción de vida,
peleando a mordiscos por sobrevivirla.
Cuando dan las doce Rita se desnuda
ante parroquianos de mirada oscura,
maduros galanes del año cuarenta
y algún viejo verde de manos inquietas.
Cuando dan las doce Rita se desnuda
ante parroquianos de mirada oscura,
tiene ojos que han visto todo lo visible,
a veces alegres, casi siempre tristes.
Fuentes: Teatro El Maipo, PáginaI12, Clarín, la Capital, Enrique Llopis