La historia reciente de la (des) humanidad ha demostrado que sólo las acciones de los organismos internacionales podría modificar la penosa realidad de distintas regiones del planeta. Sin embargo el cinismo se impone por sobre la solidaridad, y ante la publicación de duras fotografías, que solamente retratan lo que sucede, se plantean debates éticos, ya no sobre las condiciones de inhumanidad que denuncian esas imágenes, sino de la conveniencia o no de darlas a publicidad.
En junio de 1972 se publicó la foto del fotógrafo Nick Út de la agencia Associated Press que mostraba a la pequeña vietnamita Kim Phúc de sólo 9 años, corriendo desnuda por un camino, luego que su aldea fuera atacada con Napalm por la fuerza aérea estadounidense y las llamas le quemaran las ropas y piel y la infancia.
Nick Út, ganó el Pulizer por esa fotografía, pero EEUU no dejó de invadir y destruir países y vidas bajo el falso pretexto de defender “la libertad y la democracia” pretendiendo enmascarar mediante esa justificación evidentes crímenes de lesa humanidad.
En marzo de 1993, el fotógrafo sudafricano, Kevin Carter, captura una foto en un campamento de refugiados de las Naciones Unidas en Sudán. La imagen muestra a un desnutrido niño llamado Kong Nyong , en cuclillas y detrás de él un buitre.
La composición fue presentada por algunos medios como “el buitre que espera la muerte del niño para comérselo”. Sin embargo luego de hacer la foto Carter espantó el ave que simbolizaba los países que usufructuaban los diamantes de sangre financiados con las hambrunas de esa región. Carter recibió el Pulitzer por ese trabajo, pero la terrible alegoría de la foto fue luego relativizada poniendo al fotógrafo en el centro de los cuestionamientos éticos. En realidad y según cuenta su amigo Joao Silva, testigo de ese día, Carter esperaba que el buitre abriera sus alas para lograr un dramatismo mayor. Viendo que eso no ocurría, hizo la famosa toma y luego espantó a los buitres que habitualmente llegaban a ese campo de refugiados. Kevin Carter se suicidó el 27 de julio de 1994. El niño de la fotografía, Kong Nyong, murió de fiebre en 2007.
La (in) humanidad sigue permitiendo que mueran millones por hambre en todo el mundo.
Esta semana la foto sacada por Nilüfer Demir mostrando a Aylan Kurdi, el niño sirio cuya cuerpito yace sin vida en las playas turcas de Bodrum reedita la idea que una imagen puede cambiar el mundo. Esta vez bajo el slogan “la humanidad ha naufragado”, miles de palabras se ordenan escritas y dichas para contar la historia repetida de la injusticia mundial, de la indiferencia globalizada, del capiatlismo predador que no mira esa playa de Bodrum, sino que centra su mirada en China, en donde paradógicamente a esta hora también hay niños muriendo por causas evitables.
Esta semana la foto sacada por Nilüfer Demir mostrando a Aylan Kurdi, el niño sirio cuya cuerpito yace sin vida en las playas turcas de Bodrum reedita la idea que una imagen puede cambiar el mundo. Esta vez bajo el slogan “la humanidad ha naufragado”, miles de palabras se ordenan escritas y dichas para contar la historia repetida de la injusticia mundial, de la indiferencia globalizada, del capiatlismo predador que no mira esa playa de Bodrum, sino que centra su mirada en China, en donde paradógicamente a esta hora también hay niños muriendo por causas evitables.
En el último medio siglo la humanidad se incendió en Vietman, se convirtió en carroña en Sudán y ahora naufragó en Turquía. Pero increíblemente los organismos internacionales no hablan de poner fin a las iniquidades, sino de buscar lugares de hacinamiento a miles y miles de refugiados. Mientras los países poderosos se lavan las manos y las conciencias con donativos exiguos. Sin embargo esta secuencia de tragedias reclama la urgencia de dejar de creer que son las imágenes las que cambian la realidad. Son los gobiernos del mundo los que tienen la obligación que nunca más el mundo deba conmoverse nuevamente con esas imágenes que se pueden evitar.