Y llegó el día en que dejé de pasar por esa puerta de la calle Tacuarí. Fueron 19 años pasando, fue un tiempo en el que con atildada aplicación me fueron desmoronando la voluntad, el deseo, la profesión.
Entré por primera vez con el alma entre fuegos con la ilusión de poder ejercer el periodismo en tan vasta tribuna. Iba a poder decir, escribir, para muchos. Estaba feliz porque un diario tan poderoso como Clarín me invitaba a ser parte de sus filas aún conociendo de mi amor por la libertad, de mis enojos con la injusticia. Es que yo ya venía de desandar redacciones, pero llegar a Clarín era como tener el cielo ahí nomás. Era “llegar”, recuerdo que me decían, “si entraste a Clarín llegaste”, repetían convenciéndome de que había arribado a la cima.
Dijo Scott Fitzgerald que “toda vida es un proceso de demolición”. Digo yo ahora después de 19 años, que Clarín demuele lentamente las ambiciones de su personal, va limando la autoestima, y como yo y como tantos, tarde o temprano tenemos marcado el destino de vagar en las postrimerías de sus laberintos sin señales de fe, sin saber qué somos, y terminamos preguntándonos qué es lo que hacemos en un diario si ya no nos consideramos periodistas.
Nunca me voy a olvidar de la época en que me dejaban escribir: si la nota tenía repercusión en las radios y era ponderada sabía lo que me esperaba. Me recibían caras largas, y en algunas de esas oportunidades me mandaban a hacer suplencias a obituarios y servicio metereológico. Como ahora, antes de decirle finalmente adiós a Clarín. Querían obligarme a hacer el siguiente trabajo: pegar cartas de lectores previamente seleccionadas. Después de 35 años de oficio, ése era el reconocimiento…
Es que la única estrella en el firmamento debe ser Clarín, hay que estar dispuesto a seguir sus vaivenes ideológicos y empresariales a costa del propio vuelo. Pero lo que no se entiende en Clarín, y ahora menos que nunca, es que no promueva a sus periodistas a que apunten a la calidad de cada texto, a la profundización del periodismo, a la investigación, a la creatividad. ¿Quién dijo que la gente ya no quiere leer? ¿Quién dijo que la gente pide cadáveres sobre cadáveres? ¿Quién dijo que hasta la información más pueril deba ser manipulada? ¿Quién dijo que todo está perdido?
De todas maneras conmigo casi que lo consiguieron. Para mí parece todo perdido. Me cuesta creer en algo que huela parecido a periodismo. Ahora que estoy afuera quisiera ser hombre rana, deshollinador, cazafantasma o vendedor de lotes en la luna, pero periodista no por favor, me arrancaron las ganas.
Martín Sánchez*
*Martín Sánchez fue redactor del Diario Clarín desde 1996, donde se desempeñó entre otras secciones en Deportes, Política, Internacional y Proyectos Especiales. Antes trabajó entre otros medios, en los diarios La Prensa, Diario Popular, y el viejo Tiempo Argentino, el Cronista Comercial y en la editorial Perfil. También fue editor de las revistas culturales La Perinola y Al Margen