La política argentina viene sufriendo un proceso acelerado de degradación. A falta de un Parlamento que funcione, los medios, y especialmente programas como Intratables, se vienen transformando en una nueva –y a veces esperpéntica– ágora de la república. El nombre del programa quizá sea una buena síntesis del momento actual. A tal punto parece importante este espacio de debate republicano que Clarín puede poner en su portal web, como si fuera importante: “Duro cruce entre Brancatelli y Viale por la marcha de fiscales”. El programa es un reflejo de la “intratabilización” de las discusiones políticas que afectan al país.
Así, asistimos a una trivialización del miedo y a comparaciones desafortunadas con la época de la dictadura militar. Carrió es un caso de sobreactuación alucinante y desvergonzada. La Nación puede publicar el 9 de febrero que “Crecieron las consultas psicológicas por miedo y desamparo tras la muerte del fiscal”, Laura Alonso puede poner en escena la teatralización de su amistad con Nisman y el país entero seguir las andanzas del periodista del Buenos Aires Herald Damián Pachter, sin que quienes publicaron su “huida” en grandes espacios se preocuparan por constatar mínimamente la coherencia de la increíble historia que contaba.
El problema no es que alguien quiera matar a Carrió, que usa sus performances para ver si le dan rédito electoral las primarias con su nuevo aliado, Macri. El problema republicano número uno hoy es qué hacer con los servicios de inteligencia: cualquier desenlace del caso Nisman muestra que el kirchnerismo, que los usó, terminó por no poder controlarlos. Hace unos años en todos los medios salía que Héctor Icazuriaga participaba de la mesa chica del poder, junto a Máximo Kirchner (cuya única credencial es ser hijo de la Presidenta). Seguramente, el ex jefe de la ex SIDE no iba a discutir teoría política.
En este clima de insatisfacción se gestó la marcha del 18F. Sin duda, hay un sentimiento de impunidad –sumado a todas las desafortunadas intervenciones presidenciales– que justifica ésta y muchas marchas de protesta, pero eso no debería servir para encubrir a los dirigentes políticos y fiscales que irán el 18F a darse un baño de republicanismo con escasa fe.
Los sentidos de la marcha parecen ya fijados, no se construirá el 18F en la calle, como argumentan sus defensores progresistas. Ni su recorrido, convocantes e imaginarios que moviliza parecen abrir un horizonte más republicano. Uno de los sentidos ya fijados es la reivindicación de Nisman. Pero más allá de los miedos personales, el momento reclama un Parlamento que funcione, responsabilidad primero del oficialismo pero también de la oposición. En segundo lugar, está en la agenda la disolución de la ex SIDE, cloaca de la democracia.
Alguna vez Lisandro de la Torre esquivó un balazo que replicó sobre su correligionario por su denuncia del negocio de las carnes, y por su actividad en el Congreso fue llamado el “fiscal de la patria”. Hoy faltan esos fiscales, en su sentido metafórico y real. No son los que convocan a la marcha. Tampoco Nisman era el “fiscal de la patria”. Lo escandaloso de su muerte y las condolencias que merece no deben transformarlo en un héroe de la Justicia. No lo era. Así como Stiuso no empezó a ser “malo” cuando Cristina lo echó.
La idea del 18F es que el kirchnerismo dio lugar a un régimen de excepción que justifica alianzas democráticas para combatirlo, e incluso estar en la misma vereda que Macri, Massa y parte de la corporación judicial porque el otro lado sería mucho peor. Eso conduce directamente a debilitar el progresismo no peronista en un campo en el que se va a diluir en el discurso de los Birmajer, Levinas, Iglesias, Carrió, Alonso, etc. Y si el progresismo K (Sabbatella) se diluyó en el peronismo, el progresismo no K corre el riesgo de diluirse en un liberalismo seudorrepublicano.
*Jefe de redacción de Nueva Sociedad
Fuente: Diario Perfil