Homenajes. La escritora Laura Devetach, autora de 60 textos de literatura infantil, pasó por la Biblioteca Popular Cachilo. Allí, inspirado en uno de sus libros, un grupo de chicos deja crecer una "planta de Bartolo"
Por: Marcela Isaías
En la puerta de la Biblioteca Popular Cachilo crece una planta de Bartolo. La sembró un grupo de chicos inspirados en el cuento de la reconocida escritora santafesina, nacida en Reconquista, Laura Devetach. Está ubicada frente a la entrada de Virasoro y Teniente Agneta, ahí mismo donde desde hace 26 años crece un proyecto de comunicación y educación popular con Aire Libre. Es todo un anticipo que los libros que se ofrecen a los más pequeños, aún desde bebés, son de los mejores escritores e ilustradores de la literatura de todos los tiempos. Y que además dan pie a talleres de teatro, de narración oral, de arte, y hasta capacitaciones docente de promoción a la lectura.
La planta no pasa inadvertida. Muchos quieren saber de qué se trata. Hasta cuentan que una vez un taxista muy apurado frenó su auto para preguntar si "cumplía algún deseo" o si era algo así como "mágica".
El sábado pasado los que hacen a diario la Cachilo tuvieron casi de sorpresa la visita de la autora de "La planta de Bartolo". La escritora, cientos de veces distinguida por su obra literaria, se llegó hasta la biblioteca. Quiso conocerla, saber cómo crecen los lectores en ese rincón de la ciudad y hablarles de la importancia de la memoria. La esperaban los que trabajan todos los días allí, un par de chicos que en 2008 sembraron esta planta de la mano del profe Ariel, y algunos padres y madres que quisieron saber quién era esa mujer capaz de hacer de sus hijos seguidores de las buenas historias.
Laura Devetach bajó despacio del auto que la llevó hasta el barrio, en un mediodía tan soleado como impecable de luz. Se paró junto a la planta y enseguida comenzaron las fotos. "Más cerca", "más lejos", "vení Claudia", "vení Rodrigo", "que estén todos", se escuchó decir.
En la sala de lectura de la Cachilo hay unos puffs de colores donde desparramarse y hojear cuentos, novelas, poemas. En el espacio contiguo esperaban unos sandwiches, masas secas, café y bebida fresca. Una buena excusa para sentarse alrededor de la mesa, y el momento oportuno para que la coordinadora de la Cachilo, Claudia Martínez, repase cómo surgió ese espacio.
Habla de esfuerzos, sueños alcanzados y siempre muchos proyectos por venir. Pero sobre todo de un trabajo colectivo, solidario, apoyado por un enorme respeto a las infancias y a sus familias. Y aunque no lo diga, una tarea varias veces premiada.
En ese relato siempre hay otros y nosotros en un mismo plano de igualdad. Un registro de ese trabajo le había llegado, unos minutos antes, como presente a la querida escritora.
El día anterior Devetach había estado en la Escuela Nº 6.086 de Fighiera, donde le rindieron, con el apoyo de Amsafé provincial, un homenaje a ella y a otro gran escritor: Gustavo Roldán, su marido fallecido hace dos años. Por eso la visita a la biblioteca de zona oeste había sido anunciada casi de paso. Pero la autora de 60 libros para chicos se quedó por una hora. Les contó que "sabía de la existencia de la Cachilo por los mails" que le llegan, con los que siempre se entera de las actividades y las propuestas que hacen. Y también que en la puerta crecía una planta de Bartolo.
Cuando se hizo inminente la partida, un papá que participaba de la conversación le pidió una impresión de la biblioteca. "Fantástica", dijo la escritora sin pensarlo dos veces y enseguida habló de la importancia de la "alegría" de seguir haciendo y los felicitó por "registrar lo hecho".
"Hoy cuando la palabra memoria se repite bastante es necesario «hacer memoria» de todas las maneras posibles", les pidió y se explayó sobre los riesgos siempre latentes del olvido. Recorriendo el lugar con su mirada valoró metafóricamente que se construyan "estantes para apoyar los libros" de una biblioteca como otra forma de hacer memoria.
Y si de hacer memoria se trata, hay que contar siempre que el primer libro para chicos de Devetach, "La torre de cubos" (1964) fue censurado durante la última dictadura militar por "ilimitada fantasía". Primero por el Ministerio de Educación de Santa Fe, cuando Orlando Pérez Cobo estaba al frente de esta cartera educativa, luego en otras provincias, hasta que ese decreto de prohibición cobró alcance nacional (era entonces ministro Juan Llerena Amadeo, sucesor de Ricardo Bruera).
En el sitio del Plan Lectura Nacional (planlectura.educ.ar "Libros de memoria viva") se testimonia que "La torre de cubos" fue prohibido en la provincia de Santa Fe el 23 de mayo de 1979 por resolución 480. Y hay cita de parte de esos temibles y desquiciados argumentos de censura: "Se desprenden graves falencias tales como simbología confusa, cuestionamientos ideológicos-sociales, objetivos no adecuados al hecho estético, ilimitada fantasía, carencia de estímulos espirituales y trascendentes (…) centrando su temática en los aspectos sociales como crítica a la organización del trabajo, la propiedad privada y el principio de autoridad enfrentando grupos sociales, raciales o económicos con base completamente materialista, como también cuestionando la vida familiar (…)".
No pasó mucho tiempo hasta que este y otros libros de grandes autores fueran sacados de circulación de las aulas. Lo que no pudo hacer la dictadura cívico-militar fue silenciarlos totalmente: "El libro, al igual que tantos otros siguió circulando por otros canales: sin el nombre de la autora era incluido en antologías, o los maestros hacían copias a mimeógrafo y se los daban de leer a los alumnos" (planlectura.educ.ar).
La escritora siempre supo de eso. Se lo hicieron saber las maestras cada vez que pudieron. Y eso explica que la reedición que se hiciera de "La torre de cubos" al regreso a la democracia se las haya dedicado a ellas. "A todas las maestras y a todos los maestros que hicieron rodar estos cuentos cuando no se podía ¡Muchas gracias!", se lee en la presentación de la obra.
Uno de los cuentos incluidos en ese libro censurado por "ilimitada fantasía" es "La planta de Bartolo". Narra la historia de Bartolo, que siembra en un macetón una planta de cuadernos que son regalados a los chicos. Alguien interesado en hacer negocio con semejante planta intenta convencerlo para que se la venda, pero sin éxito. Bartolo nunca vendió su planta y dejó que siguiera regalando cuadernos.
"Esa planta dio de todo", comentó con una sonrisa cómplice la escritora mientras estaba en la Cachilo y hojeaba fotos. Y es verdad: "La planta de Bartolo" sigue firme regalando memoria y muchas emociones.
Fuente: Diario La Capital