Hace más de veinte años, cuando éramos estudiantes en la Escuela de Comunicación Social, con varios compañeros que hoy trabajan en medios de prensa fuimos a una conferencia del periodista Rogelio García Lupo. Al terminar la charla este veterano y sobrio maestro del oficio aceptó venir con nosotros al café de la entrada a la Siberia. No recuerdo el contenido de la conferencia pero algo que nos dijo en el bar se quedará conmigo para siempre. Era un consejo sobre cómo situarnos frente al cumplido o a la crítica. "Un periodista --decía-- debe ser cauteloso ante el elogio de un dirigente político, de un magistrado, de un empresario. Porque lo que expresa el elogio es la coincidencia del que opina y no necesariamente que el trabajo esté bien hecho. Lo mismo vale para la crítica, que a veces molesta no porque uno haya hecho algo mal, sino porque pudo haber dado en el blanco".
La sugerencia de García Lupo vuelve a la memoria a propósito de las condiciones de disputa política que marcan el campo de la enunciación periodística en el presente. Los ejemplos son tan cotidianos que es ocioso hacer un inventario. Pero lo que prevalece en el terreno interpretativo de la dirigencia política es que todo aquello que no refrenda el punto de vista propio es efecto de deficiencia, operación interesada o mala fe. Un producto siempre digno de sospecha.
En estos días es notoria la incomodidad que expresa el gobierno del Frente Progresista frente a una publicación de un diario porteño respecto a los trámites que desarrolla una comisión investigadora legislativa en relación a una serie de hechos violentos entre los que destaca el asesinato mafioso del narcotraficante Luis Medina. En esa nota surge el testimonio de la madre de Medina señalando que su hijo la había consultado sobre su intención supuesta de hacer aportes económicos al gobierno provincial para obtener beneficios. También aparece la mención de la madre de la novia de Medina quien señala que escuchó a su yerno hablando de hacer aportes a funcionarios del gobierno provincial.
Que la nota en cuestión tiene imprecisiones y errores es algo corroborable. Que los contenidos tienen un fortísimo poder desacreditador para el gobierno provincial que fue buscado por las fuentes de esa nota es otra cristalina evidencia. Que la mujer que brinda el principal testimonio es una histórica militante del PJ colaboradora de un dirigente que integró una facción criminal de ese partido no es menos cierto. Pero junto a esas verdades constatables también hay otras.
Esas otras cosas son episodios muy perturbadores en la actualidad de la provincia de Santa Fe. Entre ellos están las disputas entre facciones delictivas que acrecentaron las ejecuciones mafiosas, la habilitación municipal de un boliche a un narco mediante testaferros luego revocada y el atentado criminal contra la vivienda del gobernador de la provincia.
Aunque algunos hagan un aprovechamiento tendencioso y deshonesto de la carga emotiva que implica analizar estos sucesos, enunciar estas problemáticas no equivale a lanzar acusaciones. Posar los ojos sobre ellas es un indiscutible derecho y un cometido legítimo de la prensa. Se trata de hechos de interés público indudable que producen incertidumbre, aflicción y voluntad genuina de saber.
Y son cosas que razonablemente requieren explicaciones. Pero frente a todo esto no pocos dirigentes del oficialismo provincial reaccionan ofendidos, viendo en todo afán de indagar sobre estas cuestiones un propósito malintencionado o innoble. El periodismo que trata de examinar los acontecimientos de su época con buena fe rápidamente debe salir al cruce de esa agresiva noción de las cosas.
Hacer política es básicamente contender en el campo discursivo. Y para prevalecer allí hay que imponerse con argumentos. Fue de ese modo que el Frente Progresista se constituyó en opción de gobierno desde hace dos períodos en la provincia.
No estamos hablando de episodios de entrecasa sino de hechos sensibles de dominio público. Y los que ocupan posiciones en la administración pública no deben enojarse cuando se les piden explicaciones que son, ni más ni menos, el acervo distintivo de un sistema republicano y democrático.
Todo es motivo de discusión. Pero hoy se impone desde ciertos sectores del gobierno la idea ingenua de que si un periodista pregunta o se interesa sobre determinados fenómenos que incomodan al gobierno se está colocando más allá del bien. Jugando de alguna manera "del lado de los malos".
Ese no es un problema de los periodistas.
El lingüista Marc Angenot dice que el discurso social está atravesado por formas cognitivas que prescriben formas de conocer, de razonar y de valorar. El discurso político, en tanto, organiza en cada época los límites de lo decible y lo escribible. En un momento, dice Angenot, los discursos antes provistos de aceptabilidad y encanto pueden perder su eficacia social. Es el momento en que las estrategias discursivas merecen revisarse.
Los esquemas persuasivos que alguna vez funcionaron para lograr adhesiones van derecho al naufragio cuando todo el problema se identifica en el error, la impostura o la mala fe del otro. Se trata menos de rezongar que de pararse en una plataforma política para desde allí convencer. Esa es la lucha política. Persistir en que el otro no ve las cosas como son, se come operaciones de los malos y busca el artificio espectacular no solamente indica una ofensiva forma de subestimación. Discursivamente es también cavarse la propia fosa.
Dar una legítima discusión sobre una posición política con la que no se coincida e incluso hacerlo con vehemencia es una cosa auspiciosa. Otra cosa es considerar que todo señalamiento con el que no se acuerde es producto de malicia, ineptitud o impericia. Lo que dice la madre de Medina en una comisión legislativa o en una causa judicial puede o no ser cierto. El periodismo idóneo habrá de contrastarlo en su sinuoso contexto. Pero un camino asegurado a la ruina es pretender que esos dichos no existen o que quien haga referencia a eso juega sucio. El gobierno haría un favor a su futuro revisando otras cosas. Por ejemplo cómo ampliar su restringida disponibilidad de voces para abordar los hechos históricos de su tiempo y dar su noción de ellos en la contienda política. Eso, dice Angenot, se hace hablando, motivando, demostrando, convenciendo. Abordando el problema en su complejidad más que ofuscándose como actitud metódica con aquellos que lo nombran.
Fuente: Diario La Capital