Catalina Botero deja la relatoría para la libertad de expresión de la comisión interamericana de derechos humanos en octubre y, aunque no ha decidido cuál es el siguiente paso, es enfática en afirmar que su sueño es un proceso. Por eso anhela seguir protegiendo los derechos que hoy continúan vulnerándose
Por: María Camila Rincón Ortega
El silencio que antecede cualquier respuesta de Catalina Botero, actual relatora para la Libertad de Expresión en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, contrasta con la emoción de sus frases para explicar lo que significa el derecho en su vida: un camino que, desde 1983, eligió para soñar porque allí vio “la herramienta más útil para defender valores en los cuales creía”. Por eso explica que su sueño es un proceso y se compone de pequeños anhelos que ha ido alcanzando.
El primero de ellos fue ser magistrada auxiliar de la Corte Constitucional, una experiencia que caló en su corazón porque a través de las tutelas pudo conocer una radiografía del país, de “los dolores, las tristezas y las tragedias de seres humanos que no tenían mecanismos de defensa”, mientras aprendía sobre la rama del derecho que considera “la base de una cultura civilizada que promueve las libertades y la inclusión”.
Ese país, que los expedientes de las tutelas le venían revelando, lo conoció en terreno cuando fue directora de Prevención y Promoción en Derechos Humanos de la Defensoría del Pueblo. Una cruzada en la que no sólo visitó los rincones más olvidados de todo el territorio nacional, sino que además le permitió trabajar en un proyecto que vinculó a 33 universidades públicas del país para poder cumplir con el objetivo titánico de divulgar derechos humanos. “Lo más enriquecedor fue ir a terreno y poder conocer los departamentos del país, trabajando con personas de distintas instituciones y organizaciones sociales en todos los departamentos, en ciudades muy alejadas”, explica.
En ese trasegar institucional también dictó clases y manifestó que su favorita es derecho constitucional para todos. Una cátedra que le permitió reafirmar esa posición que asumió cuando le explicó a su familia, hace 31 años, que iba a estudiar derecho: “Porque es, tal vez, el instrumento más útil y más importante al servicio de la gente que no ha tenido los privilegios de muchos de nosotros”. Planteamiento que evidencia por qué para Catalina es tan importante que, independientemente de la formación profesional, sus estudiantes puedan comprender que en la esencia del sistema constitucional está en juego el valor de la libertad, la igualdad y la dignidad humana.
En ese sentido es enfática en señalar que, incluso frente a muchos escenarios desoladores del país, “lo único que no podemos hacer es decepcionarnos, porque si hemos tenido el privilegio de ir a una universidad, de poder ejercer en un área que a uno le gusta y de transformar realidades injustas, uno tiene la obligación de seguir haciendo lo mismo”. En pocas palabras, la cruzada de Catalina también ha sido contra sí misma y de cara a los cuestionamientos que la realidad colombiana le ha puesto de presente en su labor como abogada, pero siempre altiva se ha negado a amilanarse.
“Falta mucho camino por recorrer para que la Constitución se cumpla efectivamente en todos y cada uno de sus artículos, y sobre todo aquellos que garantizan los derechos, pero no podemos rendirnos ni cansarnos”, precisa. Por eso hoy ve con satisfacción el trabajo desempeñado durante los últimos seis años en la Relatoría para la Libertad de Expresión de la CIDH. “El desafío es gigante, son 35 países, pero lo que hemos hecho vale la pena, porque la Relatoría se ha posicionado como una oficina que permite dar luces, guiar, orientar la acción de los poderes públicos, en especial del Legislativo, a la hora de regular un tema tan importante como la libertad de expresión”, expresa Catalina.
Entre los recuerdos más “felices” que se llevará de esta experiencia están los casos en los que pudo, con la gestión de su equipo, proteger los derechos de alguien que estaba siendo víctima de persecución y estigmatización. “Cuando esa persona puede volver a salir a decir lo que pensaba y ya está libre de esa violencia institucional o física, cuando lograste liberar a esa persona de esa carga. Eso es enormemente gratificante”. Un relato que vuelve a delatar su emoción por trabajar en un campo que se ha vuelto su modelo de vida, por eso sólo lo quiere abandonar el día que se muera.
Fuente: Diario El Espectador