martes, 1 de octubre de 2013

El futuro del "Puercoespín" está en sus manos

Por: Gabriel Pasquini
En los últimos meses, toda vez que alguien me pregunta cómo anda el puercoespín, le cuento la misma historia. Imaginá que, descontento con lo que ofrecen los cines, la televisión e Internet, decidís reunir amigos en tu casa para ver juntos buenas películas. Llegan, se sientan, se proyecta la película, se comenta, se habla de otras películas, otras tantas cosas que ocurren aquí, allá y en todas, partes, se come y se bebe lo que tenés en casa para para comer y beber.
Como todo el mundo la pasó genial, te decís: hágamoslo de nuevo. Y lo hacés. Y otra vez. Y otra vez. Y otra vez. Y a medida que la cosa se repite, unos amigos traen a otros, y los otros a otros. La voz se corre. La gente comienza a sentarse en el suelo, luego a permanecer parada, como en un cóctel o un colectivo. Se vuelve costumbre que los que no caben esperen en el pasillo a una segunda función, o a una tercera, o a una cuarta… Y crece y crece y crece tanto que llega un momento en que son decenas de miles los que se agolpan para entrar por la puerta de tu casa y ya no podés hacer ninguna otra cosa, ahora vivís para atenderlos –y a los muchos más que claman por venir, y venir, y seguir viniendo.
Llega, en otras palabras, el momento en que dudás de que puedas seguir un día más: no dormís, apenas tenés tiempo para trabajar en otra cosa aunque las exhibiciones no te dan un centavo, tu casa empieza a romperse por el uso, ya ni te acordás de cómo era tener una vida propia, pasear, leer, verte con amigos. En lo único en que pensás todo el tiempo es en que necesitás una sala suficientemente grande para albergar a todos, en que necesitás dinero para pagar las muchas películas que ahora exhibís cada semana, en que necesitás comida y bebida y butacas en cantidades, en que necesitás un proyectorista que sepa lo que hace.
En lo único en que pensás todo el tiempo es en que necesitás un plan de supervivencia antes de ser arrollado por tu propio éxito, antes de que esa pequeña, improvisada sala cierre sus puertas para siempre.
Esa es la situación del puercoespín. Eso que comenzó como un experimento de Graciela Mochkofsky y quien escribe para reunir a nuestros amigos de todo el mundo en un lugar donde intercambiar historias leídas o escritas por todos nosotros se convirtió en lo que nos gusta llamar un secreto de muchos –que recibe más de 120.000 visitas por mes de casi todos los países del mundo en que hay alguien que quieren leer algo distinto en español.
Lo que comenzó como una tarea que hacíamos en los ratos libres de nuestra vida de escritores se ha convertido en una ocupación de tiempo completo que, además, exige el esfuerzo de una decena de colaboradores permanentes y una cada vez mayor solvencia técnica. Sólo en los últimos dos meses hemos cambiado tres veces el servicio que alberga a nuestro sitio, hemos visto derrumbarse y morir la plataforma que habíamos armado en forma artesanal y casi sin dormir en doce días de marzo de 2010 y, cuando parecía que ya no volvería, hemos vuelto a construirla de cero y mejor, a costa de dinero y esfuerzo y desesperación.
La realidad es que el puercoespín podría triplicar o cuatriplicar fácilmente su cantidad de visitantes. Pero ¿cómo sostendríamos ese crecimiento cuando a duras penas logramos mantener la cabeza por encima de la marea actual? Uno de nuestros más fieles colaboradores trabaja toda la noche en un call center. Al fin de su turno, sin dormir, se sienta y traduce artículos del inglés o el portugués, cae dormido, se despierta y comienza a cargar galerías de fotos. Esa es la vida actual de quienes hacen el puercoespín.
Todo lo cual lleva a una pregunta que hoy recorre el mundo: ¿Quién paga por el periodismo? Desde que hay una economía de mercado en el mundo, ha habido dos respuestas: o el público o los dueños del dinero.
Ya sabemos cómo lo hacen estos últimos: o convirtiéndose en propietarios de los medios y financiándolos por placer, afición, sentido del deber o interés (un medio puede ser un arma de gran impacto para defender o promover intereses privados o políticos), o por vía de la publicidad paga (ídem). Aunque hay maravillosas excepciones a esta regla, y damos gracias por ellas, a esta altura del siglo XXI creo que no hace falta explicar cuáles han sido los límites y problemas que ha generado esta forma de financiar el periodismo: censura, manipulación de la agenda, temores a contar la verdad o complicidad en la mentira, acuerdos bajo la mesa con, o extorsiones mediante campañas a, otros poderes económicos y/o políticos.
El público, por su parte, ha financiado el periodismo en buena parte del mundo, aunque en la mayoría de los casos no ha podido elegir a cuál. Me refiero, claro, a los impuestos que los Estados –o sería mejor decir los gobiernos—emplean para colocar avisos pagos en este y este (y no en aquel), para crear sus propios medios o hasta para financiar en forma semioficial a improvisados empresarios amigos. Imagino que no es necesario detallar la manipulación política y comercial –cuando no la franca corrupción—a que ha dado lugar este sistema.
Gracias a la revolución tecnológica que resumimos en la palabra Internet, una alternativa distinta está surgiendo en muchas partes. La emplean aliados del puercoespín, como el prestigioso Mediapart de Francia o el nuevo y pujante Infolibre de España, y también otros en Europa y los Estados Unidos, y tal vez ya es hora de que llegue a América Latina, donde ya ha habido algunos experimentos. Me refiero a que el público, la comunidad reunida alrededor del puercoespín, pague por él en forma directa y garantice así tanto su supervivencia y desarrollo como su independencia.
Y cuando digo “independencia” –palabra de la que se ha abusado por demás desde siempre, así como de “objetividad” y “neutralidad” y “equilibrio—quiero decir una cosa muy simple: ser honesto; no mentir. Y tal vez esta otra: acercarse a los hechos con sorpresa y curiosidad, no para confirmar los propios prejuicios –deseando, incluso, que ocurra exactamente lo opuesto. Y que ni el dinero o el favor de los poderosos o notables del mundo, ni contentar a los más cercanos, ni servir a lo que luce como una buena causa resulten más tentadores que descubrir y contar una buena historia, de esas que merecen ser contadas y leídas.
Nociones sencillas que todo aquel –periodista o no—que ha emprendido alguna vez la aventura de indagar y relatar una historia real sabe de inmediato y que la mayoría de los medios de comunicación, en su parábola de tres siglos, han terminado por retorcer, corromper, descartar y por fin olvidar debajo de sus ruinas.
Como dije, la revolución tecnológica nos ofrece una oportunidad histórica: la oportunidad de crear medios de comunicación a nuestra imagen y semejanza, casi sin necesidad de capital previo. Pero no es un acto de magia que disuelva con un click la realidad de las relaciones y necesidades económico-financieras.
Esto último depende de todos nosotros.
Cada vez que hablo de esta idea, algunos conocidos me advierten: eso es posible en Europa o los Estados Unidos, pero en América Latina la gente no da dinero para algo así. No va a funcionar.
Yo no lo creo. Sencillamente me niego a aceptarlo. No creo que los latinoamericanos sean menos generosos o menos comprometidos con aquello que les importa que sus contrapartes del Norte del mundo. Lo que creo es que la alternativa que se les ofrezca –que se nos ofrezca, porque también yo soy latinoamericano y también yo razono así—debe ser real, transparente y sostenible en el tiempo. Nos han prometido demasiados paraísos. Nos han mentido demasiado. Por otra parte, ¿cuánto se puede sostener una causa como un medio sin cansarse? Para creer, los beneficios deben ser evidentes y tangibles.
Con estas cosas en mente, heme aquí proponiéndoles, proponiéndonos, un plan de acción que haga que haya dinero para preservar al puercoespín como un medio abierto a todos pero que, a la vez, brinde beneficios especiales a aquellos que pongan el dinero para sostenerlo.

Lo que haremos es lo siguiente:
1) A partir de hoy, abriremos una campaña de suscripciones en el puercoespín. Una suscripción mensual costará cinco (5) dólares: el precio de una entrada de cine en la mayoría de nuestros países. Piensen en eso: por el precio de una entrada de cine, se harán dueños de un medio de comunicación que no responde a nadie más que a ustedes. Aquellos que tengan los medios o quieran hacerlo, pueden comprar una suscripción anual por 50 dólares o una bianual por 100 dólares, o donar una cifra mayor. Pero una simple suscripción de cinco (5) dólares es suficiente para cambiarlo todo. ¡Cómprenla!
2) Nuestro objetivo es reunir para diciembre de este año, es decir en el plazo de tres meses, un mínimo de mil (1000) suscripciones. No es suficiente para pagar nuestras cuentas, sino una base desde la cual lanzarnos: seguiremos ofreciéndolas mientras dure el puercoespín. Con dos mil (2000) suscripciones podemos pagar el contenido especial (ver punto 3) que ofreceremos, los gastos técnicos y algún magro salario a nuestros esforzados colaboradores. Con tres mil (3.000) suscripciones, también Graciela y yo podremos cobrar algo. Con cuatro mil (4.000) suscripciones, todas nuestras cuentas estarán pagadas y el futuro del puercoespín estará asegurado: a partir de allí sólo nos queda crecer.
3) ¿Qué beneficios tendrán los suscriptores? En marzo próximo, gracias al dinero recaudado de este modo y a nuestro propio esfuerzo, lanzaremos el club del puercoespín. Será un sitio de acceso exclusivo para suscriptores y que funcionará adentro del puercoespín.com.ar
a) El club ofrecerá todos los meses una revista exclusiva con grandes historias originales escritas por grandes periodistas y escritores, fotografías de alta calidad, y otras cosas.
b) El club ofrecerá todos los meses libros digitales (ebooks) originales o versiones digitales de libros físicos, de acceso gratuito para nuestros suscriptores. Hay ya firmada una decena de contratos con autores de primera línea de América Latina y el mundo.
c) El club ofrecerá todos los meses conferencias y charlas (vía Internet) de y con esos autores y otras figuras interesantes y relevantes de nuestra época.
d) El club ofrecerá todos los meses descuentos y ofertas especiales de bienes y servicios a sus miembros. Ya estamos negociando con empresas regionales y locales esos acuerdos.
e) Los suscriptores serán los únicos autorizados a comentar las publicaciones del puercoespín en el sitio mismo. Por dos razones: porque queremos acabar con la era del comentario anónimo, que da pie a tantos abusos, y porque queremos que aquellos que están comprometidos con el puercoespín, su comunidad, sean cada vez más quienes no sólo consumen, sino también hacen el puercoespín.
4) ¿Y qué pasa con los que no pagan? Seguirán teniendo acceso al contenido libre del puercoespín (aunque no a la revista, ni a las conferencias ni a las ofertas del club). Podrán seguir comentando los artículos en nuestra página en Facebook. Y podrán, eventualmente, comprar nuestros e-books en las tiendas especializadas al precio de mercado, probablemente mayor al precio de nuestra suscripción.
5) ¿Cómo se compra una suscripción? Cliqueando aquí, irán a una página donde se les ofrecerá las tres alternativas de suscripción. Recuerden tener a mano su tarjeta de crédito.
Este es el plan, esta es la posibilidad de que no se pierda nuestro esfuerzo de casi cuatro años, este secreto de muchos que compartimos desde el 24 de marzo de 2010.

Thoreau escribió: “Hacen falta dos para decir la verdad: uno que hable y otro que escuche”. Eso creo, eso hemos creído desde el principio: que el puercoespín no es una plataforma tecnológica, ni una colección de textos e imágenes, y mucho menos la mera expresión de la voluntad o las preferencias, gustos y valores de quienes se ocupan de atenderlo cada día, sino la comunidad que le da ha dado vida y lo sostiene, esa gente que no son millones pero tampoco son pocos, inteligencias insatisfechas con la oferta convencional –y no por la mera irritación ante la censura, la manipulación o la abierta desinformación, sino por el hastío que causa en ellos tanta mediocridad y estupidez. Personas enraizadas en su lugar pero abiertas a comunicarse y entenderse con otras de todas partes del mundo en sus similitudes y diferencias; jóvenes escritores de Perú que dialogan con otros mayores de China o la India; aventureros que recorren los Yungas de Bolivia o trepan las montañas de Eitiopía, que se interesan por los tristes destinos de los niños en las guerras de África o de los que se llaman Brad Pitt González; que pueden discutir el decurso de Yemen y Malasia, o el último partido del Real Madrid o de Boca Juniors; que caminan por París o Nueva York como podrían caminar por Lugano, Lavapiés, Pasto, Nuevo Laredo, Katmandú o Fez.
Todos ellos y muchos otros somos el puercoespín, y hace muy poco, en días en que dudábamos que el sitio volviera a la luz como alguna vez había sido, o en noches amargas en que creíamos que todo lo que habíamos hecho estaba perdido, recordar eso, saber que en realidad nada se había perdido, que la misma comunidad seguía allí, la misma gente con la que uno se reuniría alrededor de una mesa en una mañana de Marrakech ante un té con menta o en un departamento de Harlem, en un tugurio de Huesca o en el cuarto de un hotel de San Salvador, en el utópico pueblo de Awra Amba, en un barco en el Mar del Norte o en café de tango en Helsinki, amigos apenas llegados de los cuatro rincones del mundo para intercambiar ideas, impresiones, noticias e historias de lo visto y vivido y pensado y sentido; saber que eso, eso es el puercoespín, y que eso no puede perderse porque no depende de la impericia de un técnico o los límites de la tecnología, de las energías o el cansancio de una decena de empecinados, de la visión o falta de ello de un solo soñador, sino que es algo que estaba allí desde antes y todavía sigue allí; saber, en suma, que el puercoespín es toda esa gente que decidió reunirse aquí, encender una fogota y mantenerla encendida –eso es lo que mantuvo al puercoespín con vida.
Por todo ello y en nombre de ello los convoco, nos convoco. Para mí, para el puercoespín, para todos nosotros, reclamo las esperanzas de generaciones que nos precedieron, la ilusión de que podemos ser más que nuestras circunstancias, que ni el poder ni el dinero pueden definir quiénes somos.
En nombre de esas esperanzas y esas ideas, los convoco, nos convoco, a apoyar en este momento al puercoespín y demostrar que juntos podemos dar vida a algo único y distinto, algo que nos represente, algo propio que no nos sea, ya, arrebatado.
Apoyen, por favor, al puercoespín.
Apóyenlo ahora.