Por: Henoch Aguiar
Si el tiempo es la medida del movimiento, como decían los clásicos, parece haber pasado una década desde la sanción de la ley de medios, en 2009. Ya entonces la ley desconocía los efectos de la revolución digital. Parecía redactada como a principios de los noventa, antes de Internet, de la convergencia digital entre telecomunicaciones y radiodifusión. Hoy, el envejecimiento de la ley es patente y muy menguante su aplicabilidad.
Cambió el escenario desde 2009. Explotaron las redes sociales. La comunicación se muda a la Web. Los argentinos conectados pasan del 35 al 70%; casi todos ven videos en Internet; tres de cada cuatro la usan para recibir noticias; la mitad escucha la radio on line, en su celular o su PC. Se pasa "de la dependencia de los medios tradicionales a los servicios de banda ancha por Internet", según la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT). Quien quiera ser visto o escuchado no depende de frecuencias escasas, difíciles de licitar y costosas de mantener. El pluralismo y la diversidad de lo comunicable se juegan en otra cancha.
La ley pensó que distribuir frecuencias era garantía de multiplicación de voces. Pero una radio FM o una televisión abierta requieren torre, transmisor y frecuencias, se reciben con interferencias y pagan caras facturas de energía. Esos mismos contenidos, en Internet, no tienen fronteras y se escuchan de maravillas.
La ley suponía que muchos ansiaban ingresar en la televisión abierta. En 2011, la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA) concursó 220 frecuencias de televisión digital en todo el país, para organizaciones sin fines de lucro y emisores comerciales. Hubo sólo tres oferentes. Los concursos se dejaron sin efecto. De las 220 frecuencias, ninguna se otorgó.
¿Por qué ya no atraen los concursos? Es Internet la que hoy configura la agenda pública, política y cultural. Los medios tradicionales analizan lo que la Red debate y plantea. Hasta los ídolos pop crecen al ritmo de las descargas de sus canciones en Internet. Las casas de discos, otrora todopoderosas para encumbrar músicos, quedan a la zaga. Los emisores tradicionales ceden protagonismo, irreversiblemente. Internet, en el mundo, desconcentra y desmonopoliza la comunicación más que cualquier norma.
La gráfica, la radio, la televisión abierta ya no son más los soportes centrales en los que se libra la pelea por la diversidad informativa. Elecciones, movimientos sociales y tendencias se definen en las redes. Los medios tradicionales, antes centros de las polémicas, hoy siguen y comentan los debates que se inician y se desarrollan en Internet.
Es factible pensar que, en dos décadas, las referencias a las frecuencias radioeléctricas, lo que la ley trata con vetusto detalle, sea relegado al pasado histórico de los medios. Mientras, la tensión contemporánea de la libertad de expresión pasa por la convergencia de la radiodifusión con las telecomunicaciones, lo que la ley dejó de lado.
Este atraso intelectual de la ley lleva a contradicciones lógico-normativas casi insalvables. Veamos. La televisión por cable brinda con una misma red, video, Internet y telefonía; transporta bits que viajan por el mismo camino, confundidos, como lo están en una frase las vocales y las consonantes. El derecho no debe desunir lo que la tecnología ha unido. Sin embargo, el bit que transporta video en la misma red tiene normas y autoridades diferentes que el bit de Internet.
De resultas de reglas disímiles, empresas de cable argentinas, Supercanal, Telecentro o Clarín, que compiten con las telefónicas en Internet, tendrían que escindirse, sin poder cubrir más de 24 localidades. Mientras, las telefónicas, extranjeras, que se despliegan en todo el país, esperan que se imponga la convergencia y puedan dar video. Sucederá, tarde o temprano, y enfrentarán competidores nacionales disminuidos. La intención de desconcentrar la radiodifusión, el viejo servicio, conducirá en breve a extranjerizar y concentrar Internet, el servicio nuevo, el que importa para el futuro.
Hay más contradicciones. Un emisor nacional no puede producir más de una señal de cable, mientras que los extranjeros comercializan decenas. Se multiplican impedimentos a emisoras y cables chicos del interior, mientras que los servicios internacionales de televisión on line, como Netflix, se venden sin trabas, sin licencia ni carga alguna. El mundo de la comunicación es magmático, cambiante, ágil. Lo que se pretendía proteger ayer puede generar resultados opuestos. Es hora de revisión y sensatez.
Fuente: Diario La Nación