Según el autor, las investigaciones periodísticas sobre corrupción deben ser seguidas por las debidas indignaciones y reacciones populares e institucionales para que logren su objetivo de sancionar a los culpables porque, si no, devienen un mero espectáculo
Por: Héctor Ghiretti - Profesor de Filosofía Social y Política
Crisis de fe. Uno de los mejores episodios de los Simpson se titula Lisa goes to Washington. Fue la segunda entrega de la tercera temporada y se estrenó en setiembre de 1991. Lisa Simpson gana un concurso de redacción patriótica en su escuela, lo que le permite acceder a la final nacional en Washington. Entre las actividades programadas para los alumnos finalistas está una visita al Congreso de los EEUU.
Lisa espera a hablar con el representante de su Estado, pero involuntariamente presencia una reunión de éste con unos empresarios que lo están sobornando para que autorice un negocio maderero en una reserva ecológica.
Es un evidente caso de corrupción, que sacude las convicciones patrióticas y democráticas de Lisa de tal modo, que se decide a cambiar su redacción por un texto de denuncia, que desborda desengaño y escepticismo.
Lisa pierde el concurso pero la lectura del texto enciende todas las alarmas de la Administración y del Gobierno Federal: ¡La fe patriótica de una niña se halla en peligro! Se actúa inmediatamente, de forma drástica. De la Casa Blanca ordenan el arresto y procesamiento inmediato del congresista venal. ¡La democracia ha sido salvada otra vez!
La cruel parodia es doble: no solamente porque reconstruye en clave sarcástica el venerable filme de Frank Capra “Mr. Smith goes to Washington” (conocido aquí como “Caballero sin espada”) sino porque se burla de la capacidad y la disposición real, tanto del sistema político administrativo como de sus responsables, de reaccionar ante la corrupción, el daño al interés general y los atentados a la fe pública.
La corrupción como fenómeno complejo
El asunto está relacionado con lo que se conoce como periodismo de investigación. Se trata de una modalidad propia de nuestra época que responde a las necesidades de información de la sociedad actual.
Esa necesidad no se satisface con la mera crónica ni tampoco con la opinión. Los mecanismos políticos, económicos, institucionales, financieros y administrativos han adquirido hoy una complejidad inédita, una lógica operativa no perceptible a simple vista. Hacen falta especialistas no solamente para diseñarlos, manejarlos y enseñarlos, sino también para informar al público sobre ellos.
El periodismo de investigación no se limita a explicar la estructura o la acción de estos mecanismos sino que se propone descubrir su empleo ilegítimo, en beneficio de particulares, traicionando el fin para el que han sido creados.
En esto consiste la corrupción: en el empleo con fines privados de recursos o bienes de propiedad y uso público. El periodismo de investigación se propone denunciar la corrupción y también la ineficacia, que no es sino una forma especial de corrupción.
Cada vez que veo el programa de Jorge Lanata o leo algún informe de periodismo de investigación, me pregunto por el efecto que poseen en la sociedad y en el espíritu ciudadano tales revelaciones en torno a la ineficacia y la venalidad de la clase dirigente.
Quisiera ser claro: no cuestiono en absoluto el aporte social que realizan los periodistas de investigación. No obstante, esa labor necesita unas condiciones muy determinadas para que pueda ser considerada en esos términos. Esas condiciones están dadas por la capacidad de reacción eficaz por parte del poder político, la ciudadanía o las instituciones.
Dicha reacción debe darse en términos de restitución del orden público vulnerado: separación del cargo de los responsables, procesamiento y castigo de los corruptos, implementación de mecanismos para perfeccionar el servicio público, nombramiento de funcionarios idóneos.
Ésa es, en pocos términos, la retroalimentación política y social que exige el periodismo de investigación, la que lo inviste como agente de información y denuncia al servicio de la comunidad.
Sin reacción
Pero, ¿qué sucede cuando ni el ministerio público, ni las organizaciones políticas, ni las instituciones, ni la ciudadanía tienen la suficiente capacidad de reacción? El periodismo de investigación puede ser un recurso saludable en la medida en que sus denuncias (naturalmente, en caso de que sean fehacientes) muevan los mecanismos de defensa/corrección de una sociedad.
El espectro de reacciones rectificadoras en el marco democrático es amplísimo: desde la acción directa de los poderes públicos a la desobediencia civil, pasando por el voto castigo, el compromiso activo en organizaciones sociales o políticas, la intervención en la opinión o las formas de presión sobre instituciones o sus responsables, a través de la denuncia y el lobbing.
Si no hubiera reacción proporcionada, sería razonable pensar que el problema de corrupción afecta a la sociedad en su conjunto, al punto en que cabría considerarla como la principal cómplice de los manejos sucios de la administración o del poder, aun cuando sea asimismo la víctima directa de esos manejos.
Pero el asunto es más grave aún, puesto que como sucede usualmente en los sistemas complejos, el mal funcionamiento de una parte del mismo condiciona seriamente al conjunto.
Un periodismo de investigación que produce revelaciones que deberían impactar seriamente en el espíritu ciudadano pero no consigue generar una reacción, termina deviniendo en espectáculo, el entretenimiento trágico, en una delectación malsana de la decadencia. El centro de atención no está en los periodistas como paladines abnegados del bien común sino en la mismísima corrupción, en la degradación moral de una sociedad.
Lanata afirma que los argentinos han desarrollado un alto nivel de tolerancia a la corrupción: sería bueno no engañarse sobre las múltiples causas de tal fenómeno. Es evidente que el periodismo de investigación sólo puede hacerse cargo de la responsabilidad que le toca: la de informar. No puede asumir la agenda correctiva que deberían llevar a cabo los ciudadanos, individual u organizadamente.
Pero resulta claro que no hay peor pedagogía que la del mal triunfante, ése que no recibe castigo. Si fracasa en su intento por despertar mecanismos de defensa en un cuerpo social enfermo o comprometido por alguna dolencia, el periodismo de investigación termina produciendo laxitud y cansancio moral, indiferencia y escepticismo. Un caso paradójico de consecuencias no deseadas: la denuncia de la corrupción política o administrativa devenida en factor de corrupción del espíritu ciudadano.
Fuente: Diario Los Andes