domingo, 26 de mayo de 2013

“La verdad mejor contada creo que parte de las víctimas y no de los verdugos”

Por: Pedro Zamora Briseño
A los 23 años de edad, el periodista José Jorge Zepeda Varas era el gerente de Radio Atacama, La voz del pueblo —ubicada en la ciudad de Copiapó, al norte de Chile—, cuando al mediodía del 11 de septiembre de 1973 elementos del Ejército de ese país irrumpieron en las instalaciones, clausuraron la emisora y se llevaron presos a directivos y trabajadores.
Los detenidos sufrieron tortura y fueron sentenciados a cinco años de cárcel, bajo el cargo de rebelión, con motivo de la cobertura informativa realizada en torno del golpe de Estado que encabezó el general Augusto Pinochet en contra del gobierno del presidente Salvador Allende.
Durante su estancia en la prisión, Zepeda Varas se salvó de ser fusilado por la llamada “Caravana de la Muerte”, pero su compañero Alfonso Gamboa Farías, director artístico de la radiodifusora, no tuvo la misma suerte.
En febrero de 1976, tras 29 meses de encierro, Zepeda obtuvo asilo político en Holanda, donde ese mismo año se incorporó a Radio Nederland, en la que laboró hasta diciembre de 2012 y llegó a ser director del Departamento Latinoamericano de esa emisora mundial.
Por su trayectoria profesional de más de cuatro décadas, el periodista chileno-holandés recibió en esta ciudad el pasado viernes 17 de mayo el grado de doctor honoris causa por parte de la Universidad de Colima (Ucol), una de las instituciones de América Latina a las que apoyó desde Radio Nederland con producciones para sus radioemisoras durante los últimos veinte años.
Según el acuerdo 12/2013 expedido por el rector, José Eduardo Hernández Nava, el galardón le fue conferido “por sus aportaciones a la defensa de los derechos humanos, el fortalecimiento de los medios de comunicación no comerciales de América Latina, así como por su destacada labor en la divulgación del conocimiento, el acontecer político, el arte y la cultura”.
Durante la ceremonia, realizada en el Paraninfo Universitario, el homenajeado dedicó su título a los periodistas latinoamericanos que ejercen la comunicación de servicio y que se empeñan en defender los valores universales de la libertad.
En sus primeros años como periodista en Chile —reconoció en su discurso— la confrontación política al interior de la izquierda los llevó a él y sus compañeros de Radio Atacama a tomar “decidido partido” a favor del gobierno de Salvador Allende: “No mentíamos, pero todo lo que hacíamos en temas políticos era desde la trinchera en que no cabía la duda ni el matiz”.
Sobre esa etapa de su carrera, dijo ahora: “No me arrepiento, pero era un grave error; lo entendí en Holanda en los años de exilio, de autocrítica… El periodista es primero que nada el que no sirve al poder por una causa particular, el que preserva su independencia y busca la verdad, el periodista mantiene distancia de las autoridades en el campo de las ideas, de los partidos políticos, de las convicciones religiosas o las de cualquier tribu… No hemos escuchado el llamado de la vocación para atacar ni para defender, lo hemos asumido para ayudar a entender”.
Y se preguntó: “¿Es entonces el periodista una mujer o un hombre desprovisto de cualquier lealtad? Imposible. Se vive y se hace desde algún lugar, nadie puede neutralizar sus circunstancias. Creo que el lugar que nos corresponde es aquel donde anidan los derechos humanos, los derechos sociales, la justicia, la inclusión, valores de los que quieren apropiarse algunos pero que nos pertenecen a todos”.
En entrevista con Apro, José Jorge Zepeda considera que la libertad en general y la libertad de expresión en lo particular son “objetivos muy caros para la humanidad”, a la vez que expresa su preocupación y solidaridad ante las condiciones de riesgo en las que realizan su trabajo los periodistas mexicanos.
“Tengo una admiración absoluta por aquellos periodistas que salen por la mañana a arriesgar su vida para poder contarle la verdad a la gente. Eso no lo hace cualquiera, es decir: puestos frente al desafío de la vida o la muerte, hay gente que con razones muy justificadas prefiere la vida, yo también. Entonces, arriesgar todo por levantar la bandera de la libertad de prensa y la libertad de expresión es algo que nosotros admiramos muchísimo desde afuera de México”, sostiene.
Profesor invitado de universidades de varios países, así como de instituciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Zepeda considera que frente a la realidad actual del periodismo mexicano los organismos internacionales deberían prestar un mayor servicio del que están haciendo. “No basta con declaraciones simpáticas de decir ‘pobrecitos ustedes’, no, no, hay que apoyar con medios, hay que dar protección al periodismo mexicano, la denuncia debe ser mucho más sistemática”.
Subraya: “Hay organismos internacionales que tienen recursos económicos que deberían repartirse no equitativamente, sino prioritariamente, y hoy día la prioridad en América Latina para mí son dos países fundamentalmente: México y Colombia. En Colombia todavía no ha pasado todo y los periodistas siguen siendo acosados por varios poderes, no por uno solo, y en México también, no nos olvidemos, no es sólo un poder el que está detrás del periodismo y que se siente incómodo con él”.
A juicio de Zepeda Varas, se debe exigir al Estado mexicano que cumpla mejor con su papel de protección a los medios de comunicación, porque en eso le va la vida no sólo a los medios sino también al Estado, por lo que —para su propia preservación— es el Estado el que debe dar mucha mayor atención al acoso que sufren los periodistas.
Mientras tanto, plantea: “El periodismo tiene que seguir cumpliendo con su labor, pero tiene que ser con cautela, buscando de la manera más imaginativa posible formas de contar la verdad, y la verdad mejor contada creo que parte de las víctimas y no de los verdugos”.
Sugiere: “Hay que hacer el relato de todos los que son víctimas anónimas, inocentes de todo este drama, y no fijar el lente o el lápiz o la computadora sólo en los agresores, ya que son las víctimas las que al final dignifican con su muerte lo que está pasando; esperemos que esas muertes no sean en vano, y para que no lo sean tenemos que tratar de sacarlas del anonimato”.
Originario del pequeño pueblo minero Inca de Oro, donde nació el 15 de marzo de 1950, José Zepeda se hizo acreedor en el año 2000 al premio Alfonso Gamboa de Periodismo como Hombre del siglo, otorgado por la municipalidad de Copiapó, Chile, y un año después recibió la medalla de plata en el Festival de Nueva York por la presentación de la serie radiofónica “Cuba, el éxodo del 80”, una realización de Juan Carlos Roque. En 2012 le fue otorgado un primer doctorado honoris causa por la Universidad Autónoma de Encarnación, en Paraguay.
Luego de haber dedicado más de dos tercios de su vida al ejercicio profesional, estima que la profesión de periodista es “muy digna pero muy ingrata”, porque “nosotros no somos bienvenidos, porque andamos metiendo las narices para poder contarle la verdad a la gente para que tome decisiones justas y conscientes, y para que deje de ser manipulada como ha pasado durante tanto tiempo en la historia de nuestro continente”.
Se muestra convencido de que no son sólo las cifras de periodistas asesinados y perseguidos las que indican el nivel de la libertad de expresión, sino el acceso que tiene la gente a conocer la verdad y a poder expresar su opinión. “Creo que en ese sentido no sólo en México, sino en general en América Latina, nos falta todavía un gran camino por recorrer”.
En el marco de la ceremonia de recepción del doctorado honoris causa, Zepeda expresó que el mayor riesgo para el periodismo en estos “tiempos de martirio” es contribuir al miedo a través de la espectacularización de la información, al poner de relieve los datos más espantosos porque esos venden y atraen.
“El miedo —dijo— paraliza y nos torna agresivos, desconfiados del otro; el miedo es siempre un aliado del poder, por eso tenemos el deber de informar con responsabilidad, sin exageraciones.”
Ahí mismo, definió al periodista como un intérprete que da sentido y valoración crítica a un hecho, para animar el debate público y descifrar la complejidad del mundo, para contar fundamentalmente desde el lugar de las víctimas.
“El periodismo es una profesión de servicio público, no un escaparate en el que se exhiben caras bonitas y frases rimbombantes en su forma, pero vacías en su mensaje; el periodista es crítico porque es la única manera de ver los errores y las carencias; su relato puede ser atroz, pero su propósito no lo es”, apuntó.
La mañana del viernes 17, horas antes del acto oficial en que recibió el doctorado, José Zepeda presentó ante estudiantes de la Facultad de Letras y Comunicación el libro La radio. Más viva y compañera que nunca, una compilación de experiencias de profesionales de la radio de América Latina y España, coordinada por él mismo y por las académicas Ana Karina Robles Gómez, profesora de radio y directora de la radiodifusora de la Universidad de Colima, y Emma Rodero Antón, profesora de la Universidad Pompeu Fabra, de España.
En la entrevista con este semanario, realizada después de ese evento, dice que si hay un medio que se ha visto extraordinariamente fortalecido desde la aparición de las nuevas tecnologías, “contrariamente, por desgracia, a la prensa escrita”, es la radio, pues hasta las más pequeñas tienen acceso a internet y le dan la vuelta al mundo.
No obstante, advierte, el problema no está en el soporte técnico, sino en la calidad. “El periodismo de hoy no puede conformarse con ser bueno, ahora tenemos que ser excelentes, porque si no vamos a ser devorados por los aficionados que pululan por internet y que hacen nuestro trabajo pensando que son profesionales; creo que hay gente valiosa que hace un buen trabajo, pero internet también es el peor receptáculo de verdades a medias, de la difusión de mentiras y de la apropiación indebida de la opinión pública”.
Ejemplifica que en la televisión en Holanda, en medio de un programa de radio empieza a tuitear la gente y el locutor dice que la opinión pública del país piensa en tal sentido, aunque sólo hayan participado mil personas en el tuiteo.
“Eso no es representativo de la opinión de todo un país; creo que hay una serie de tergiversaciones y estamos usando mal este maravilloso recurso que es internet. Creo que mientras no ocupemos internet también para los grandes valores de la libertad y de la educación, va a seguir siendo un pasatiempo que nos puede causar muchísimo daño a la larga”, alerta.
Zepeda Varas dice sentirse muy ligado a los esfuerzos que se hacen en América Latina por desarrollar a la radio universitaria, las radios educativas y las culturales, que “son una suerte de reserva ecológica de la comunicación, de una comunicación distinta a aquélla que está signada sólo por el afán del lucro y la ganancia”.
En ese sentido, considera que México dio “un gran paso” con la reforma constitucional en materia de telecomunicaciones, sobre todo porque se crearán medios públicos que no dependan del Estado, que tengan un presupuesto propio y consejos ciudadanos.
“A mí me parece eso absolutamente rescatable y digno de ser aplaudido, aunque eso es en el papel, vamos a ver qué pasa en la práctica. Que no se vaya a malograr el traspaso de lo que está en la idea original y lo que va a ser la práctica, porque ésta muchas veces se manipula. Espero que no sea éste el caso, no lo es por ahora, de tal manera que soy extraordinariamente optimista y creo que es muy rescatable el hecho de diversificar en la medida de lo posible este monopolio absoluto de dos medios que en televisión controlan 94% de la comunicación”, añade.
Sin embargo, José Zepeda advierte que también quedaron “muchísimos pendientes” en las reformas, entre ellos el acceso a la comunicación de ciertos sectores que nunca han tenido la posibilidad de expresarse.
“Tenemos ahí —puntualiza— no sólo una deuda social, tenemos una deuda comunicacional, hay pueblos que están acallados, que nunca se les ha permitido expresar su opinión y yo creo que eso hay que cambiarlo radicalmente”, aunque “no son éstos tiempos revolucionarios, son tiempos de reforma, y creo que la reforma hay que irla haciendo con cautela”.
Fuente: Revista Proceso