martes, 20 de noviembre de 2012

Cristian Alarcón: “El periodismo está en crisis por la crisis en el concepto de verdad”

Cristian Alarcón es el editor de revista Anfibia, un proyecto digital que convierte a la crónica en una especie de periodismo literario en franco diálogo con la academia. Desde ahí, se propone que el cronista tenga una mirada
Al editor de revista Anfibia, Cristian Alarcón, lo deslumbran las sincronías, como las llama, con las que se ha cruzado en Ecuador: El dueño del bar que una amiga suya le recomendó visitar en su primer día en Quito, era el padre del videoasta con el que dos días antes se reunía el periodista en Buenos Aires para decidir el título del video sobre los cacerolazos fuera de la Casa Rosada, registrado para revista Anfibia, que dirige Alarcón.
El periodista chileno llegó a Quito para participar en la FIL, en la que dictó un taller y presentó un conversatorio sobre el proyecto anfibio, una tendencia de periodismo literario-académico que ha ganado fuerza en América Latina, y que la Fundación para el nuevo periodismo Iberoamericano (FNPI) promueve constantemente a través de una serie de talleres, en los que Alarcón suele participar.
Para publicar sus libros “Cuando me muera quiero que me toquen cumbias” y “Si me querés, quereme transa”, Alarcón pasó más de ocho años investigando en sectores marginales de Buenos Aires, desde los que expone cómo es la vida de los pibes chorros (jóvenes ladrones) y los transas (vendedores de droga).

En la revista que dirige, hay un diálogo entre el periodista y la academia ¿El periodismo anfibio se define por ahí?
La causa anfibia es lo anterior a un ideal humanista que podría ser un sujeto anfibio, capaz de cruzar las fronteras de la ficción y la no ficción, de la academia y del periodismo, de una academia de investigación dura, abierta a la sociedad. Es un complemento casi de relación amorosa, un intercambio fluido en que se despojan del ego y de sus disciplinas o visiones para darle lugar al conocimiento ya no como el resultado de una obsesión única, individual, sino colectiva. Hay toda una plataforma de pensamiento progresista que te entrega a la experiencia en lugar de vivirla como un mandato.
Hay un método que estamos descubriendo, experimentando, perfeccionando. Salimos hace cuatro meses y tengo la sensación de que fue hace cuatro años, la experiencia avanza a una velocidad sideral.

¿Cómo llegan a seleccionar a los colaboradores?
Es un arte la elección de los anfibios. Consiste en conocer a los otros. Tenemos una avalancha de propuestas de toda Latinoamérica con temas para ser narrados. Pero últimamente hemos estado más arbitrarios.

¿En qué sentido?
Tratamos de vincular nuestra producción a una agenda de temas clave de nuestros continentes, sin deshacernos de la responsabilidad que implica contar un presente acuciante, complejo, que ha estado lejos de la crónica, que ha abrazado más los temas de corte universal, pero en historias tremendamente particulares. Es un viraje de una crónica hacia lo que nos está pasando a todos.

Y entonces, ¿qué es lo que nos está pasando a todos?
Los grandes temas de América Latina están en nuestros medios persistentemente: la construcción de estados democráticos en base a proyectos políticos que benefician a las mayorías, la juventud como motor de cambio que renace y se potencia en los sectores estudiantiles organizados, el género en función de mujeres que protagonizan historias de transformación, la diversidad sexual como un asunto que ya no es de la minoría, sino una médula de la sociedad democrática, el medio ambiente frente a proyectos mineros polémicos, las sexualidades como una escena que también habla de lo político, el poder desde el punto de vista de los grandes empresario y de los líderes políticos... Y me olvido de un tema fundamental: la transformación de las ciudades de cara al desarrollo económico.

Y sobre lo último, ¿qué han encontrado?
Nos preguntamos qué pasaba en Río de cara al Mundial y a las Olimpiadas, y terminamos hablando de la desaparición de los bailes funkies en las favelas de Río como consecuencia de las unidades de pacificación del estado para desplazar a los narcos de las favelas más conflictivas. Ahí descubrimos que las peluqueras dejaron de tener trabajo, porque ellos tenían un estilo de mucha inversión estética. Esos temas nos permiten encontrar historias que dan cuenta de la transformación. Hay sectores de la academia que investigan estos cambios. Y en Anfibia decimos: “aliémonos”.

Es el primer proyecto digital en que participa. ¿Qué diferencias ubica con los medios impresos?
Si fuéramos una revista de papel, tendríamos 250 páginas. El comportamiento de nuestra audiencia es el de un lector obsesionado con las historias que busca, es una de las alegrías que nos ha dado la plataforma de Internet, que no la habríamos tenido si fuera “analógica”. Nos lo ha permitido saber Google Analytics, este monstruo que tuve que sacar de mi celular para que no me volviera loco. Podemos ver cuánta gente visita, cuánto tiempo se quedan en cada artículo, cómo pasean por la página, cómo llegan a los temas a través de redes sociales.

Las crónicas de Anfibia son de una extensión que se antoja que solo se leerían en impresos. Es como llevarlos a la web. ¿Funciona?
Sí. Yo hago una reivindicación de la trinchera del diario, a pesar de que la mayoría de mis alumnos de talleres de crónica sueña con alejarse del periódico. A mí me espanta esa idea, aunque una condición del periodista es ser un tipo inconforme con su situación. Creo que se puede escribir bien narrativamente en los diarios. Me pasó en PáginaI12.

Decía en la FIL que el periodismo está en crisis...
Es que hay una crisis en el concepto de verdad. Luego hay una crisis de la formación: porque las búsquedas de nuestros jóvenes son cada vez más eclécticas y porque además la tecnología no ha terminado de ser asumida como una plataforma que colabora con el conocimiento. Hay un prejuicio de los maestros con las nuevas tecnologías, y me incluyo, yo también los tuve. Y ni siquiera comprendí que estaba equivocado por una búsqueda propia: Anfibia me enfrentó con las redes sociales, que buenas historias también es Facebook, que éxito periodístico también es Twitter. Parte de la calidad del periodismo de hoy es saber cómo llegar a nuestras audiencias, cómo redefinimos la manera en que queremos seducir a nuestros lectores.

¿Cómo empezó el periodismo anfibio en la FNPI?
Eso ya estaba. Desde la literatura ya había una novela que se llamaba “Las anfibias”, una socióloga argentina hablaba de los intelectuales anfibios. Hay una gran empatía de este concepto con el momento en el que vivimos. A esta altura, ya estoy pensando cómo hacer taller anfibio en Ecuador, cómo encontrar contactos en México, y democratizarlo. Hay algo que aprendí en las nuevas tecnologías en los últimos meses: el que no es generoso, pierde.

¿Pierde qué?
Pierde sentido.

¿Y cómo se involucró en esto?
El primer taller anfibio lo di con una quiteña, María Pólit, que es docente de la Universidad de Austin. No era llamado “taller anfibio”, sino “crónicas del narcotráfico”, porque yo acababa de publicar “Si me querés, quereme transa”, ella fue una de las lectoras de ese libro, con la que más dialogué anfibiamente, porque ella es especialista en literatura y narcotráfico.

En la FIL de Quito les dijo a un par de cronistas que fueran más políticos en sus redacciones. ¿Que sean políticos cómo?
Me da la sensación de que lo político tiene que ver con dos cuestiones: Con la capacidad de una construcción colectiva. Lo que hay que narrar es cómo se dan estos procesos y la participación de las individualidades en lo colectivo.
Por otro lado, lo político también gira en torno a las experiencias, desde donde se producen transformaciones en lo individual y por lo tanto en lo colectivo. La crónica puede contar dos tramas: la literaria, implicación casi melodramática y la implicación del individuo en la trama social como un sujeto participativo, que no solo construye la realidad con un voto, y que no la vive como un mandato constitucional, sino como algo que está totalmente atado a su condición de sujeto que busca la felicidad y que entiende que la felicidad no es individual, sino también para los demás.
Foto: Santiago Aguirre
Fuente: El Telégrafo