sábado, 23 de junio de 2012

Juanito Belmonte 1933 - 2012

Nació en Rosario. Fue el primer agente de prensa en el mundo del espectáculo. Quiso brillar sobre los escenarios y, en cierta manera, lo hizo. Se destacó en un oficio hoy imprescindible, pero en su época tan poco común que le preguntaban si le pagaban por lograr que se publicaran notas de cantantes y actrices
Por: Marina Gambier
"Antes los periodistas amaban a las estrellas. Eran capaces de correr tras ellas solamente para promoverlas...".
Quedó impresionado al verla llegar a la estación de trenes de Rosario asomada al balcón del vagón de cola, con su rodete rubio pegado a la nuca y envainada en un trajecito sastre que, al tiempo supo, era un auténtico Chanel. Lucía igual que en las fotos de Radiolandia, pero ahora tenía el cuello envuelto en perlas y andaba por los pueblos repartiendo ropa y alimentos. Como ella, él también se había propuesto ser artista y salir de pobre. Por eso, de regreso a su casa, decidió escribirle una carta. Y al año siguiente, cuando terminó séptimo grado y Eva Perón le respondió, tuvo la certeza de que para alcanzar los sueños basta con proponérselo, porque Juanito Belmonte no cree en las casualidades, sino en las causalidades de la vida.
"Hay chicos y chicos. Yo tenía una gran voluntad de salir adelante", recuerda, hundido en un sofá beige, estirando sus piernas largas bajo la mesita del living, donde se refleja la pantalla del televisor con un programa de chismes que jamás se pierde.
"La vi a pocos metros. Tenía el cutis de porcelana. No recuerdo bien cómo, pero averigüé todo con tal de pedirle un trabajo. Le escribí la verdad, que con mi madre y mi hermanita de meses vivíamos de la jubilación de mi abuelo ferroviario y que a veces no teníamos ni para los fideos. Un día apareció bajo la puerta el sobre con el sello de Presidencia de la Nación que me nombraba mensajero del Correo. A los 13 años salí a repartir telegramas por los barrios de Rosario. Bueno, además le había contado que quería ser artista, porque yo estaba creído de que podía venir a Buenos aires y trabajar en cine y en teatro, tenía el berretín de ser famoso..."
Una pared cubierta de fotos sugiere que superó con creces las ilusiones infantiles. En ese pasillo-álbum sonríen, jóvenes, Sandro, Joan Manuel Serrat, Nélida Lobato, Palito Ortega y Alfredo Alcón, entre otras celebridades por las que en la década del 60 abandonó su vocación y salió a peregrinar por redacciones y radios. Belmonte fue uno de los primeros en promover artistas en los medios de comunicación, cuando no existían el fax ni la gacetilla y la profesión de jefe de prensa era tierra de nadie.
"Yo amé eso de estar ahí para favorecer al artista, conseguirle notas para convertirlo en figura, porque ése es el sentido de la profesión. Claro, cuando yo empecé el ambiente era otro, existían las grandes estrellas y sólo se las veía en el teatro o en el cine, porque eran inalcanzables, no como ahora que podés encontrar un famoso parado en Las Cuartetas comiendo con la mano un cacho de pizza. Había discreción, educación y misterio, pero todo eso se perdió. Lástima. Eran pocos los medios donde podías meter una nota, pero los programas y los periodistas eran de primera. Por ejemplo, Diario del cine, los sábados a la tarde por Radio Belgrano. También Pantalla gigante, en Splendid, con Jaime Jacobson, un periodista con mayúsculas. Y ésa es la principal diferencia con el presente. Antes los periodistas amaban a las estrellas, eran capaces de correr con tal de promoverlas, y los artistas iban a los programas sólo para hablar de sus contratos, sus viajes y sus personajes, lejos de este circo que se fabricó después."
Juan Verón -nombre de bautismo- quería ser actor, y la vocación se le reveló a gritos, gritos que nadie escuchó, ni siquiera en la escuela, donde una sola vez lo incluyeron en un acto para bailar el Pericón y cantar a coro Guitarra, guitarra mía.
No le importaba demasiado. El pasaba horas escuchando el radioteatro con Antuco Telesca y Olga Casares Pearson, pispiando revistas para estar al tanto de la intimidad de las estrellas que, por cierto, sabía de memoria antes de aprender la tabla del 2. Creció en el barrio Tiro Suizo, al sur de Rosario, y tuvo una infancia huérfana de padre -una tarde fue a comprar cigarrillos a la esquina y nunca volvió-, pero llena de madre, abuelos y entradas gratis al cine, un lugar en el que, dice, podría pasar el resto de su vida.
"La radio era un vínculo para soñar, porque escuchabas e imaginabas cosas maravillosas, pero el cine era de locos. Con los chicos del barrio salíamos de la función y nos íbamos al garaje del hijo del veterinario a reproducir las escenas. Me acuerdo de que en El gran secreto, por ejemplo, en la parte del ascensor uno era Nuri Monsé con un chal en el cuello y otro hacía de Mecha Ortiz. Nuri creía que Mecha le quería sacar el novio, y le decía: No irás, no irás, te mataré, chuf chuf... (dos tiros) y ahí llegaba yo, Florindo Ferrario: ¿Cómo han hecho esto? Vamos, que va a venir la policía... Siempre peleaba por el papel principal, soñaba con ser el primer actor. Antes estaba mal visto ser artista. A las mujeres las consideraban prostitutas y a los hombres unos vagos."
Repartía telegramas y pernoctaba en las puertas de los teatros para ver de cerca a sus ídolos y, de paso, conseguir entradas. En esas largas esperas conoció la amistad más duradera. "Podría haber terminado en un puesto de jefe de sección en el Correo, pero quería escapar de eso. En esas caminatas repartiendo cartas iba al Teatro de la Comedia y, como era simpático, me tiraba el lance para entrar sin pagar. Una vez el boletero me dice: Pibe, no te puedo dejar pasar, pero andá por la puerta de atrás a ver al jefe de la claque. Fui. Era un tipo alto y muy elegante, y yo me arrimé a pedirle trabajo. Conocía a todos los artistas de tanto leer Radiolanda e ir al cine y le dije: Yo puedo arrancar con el aplauso. ¿Estás seguro pibe? Y en eso, por esas cosas inexplicables de la vida, llega un morochito flacucho, de mi edad. Era Alberto Olmedo, que de noche cuidaba coches en la cortada Ricardone y había ido a pedir el mismo trabajo. Nos tomó por dos pesos y la cena en el restaurante de la vuelta del teatro. Y ahí sentaditos en el paraíso, el Negro y yo vimos desfilar a Alberto Castillo y a Pepita Muñoz, y a todo el repertorio nacional: En un burro tres baturros, El conventillo de la Paloma, Esta noche me emborracho. Aplaudimos como locos a Dolores del Río en El abanico de lady Westmister, que después se filmó la película con Analía Gadé y Fernando Lamas. En esa gira debutó Silvia Montanari."
Sentados en el paraíso urdieron su propia compañía de teatro, aprovechando que Juanito estaba bien encaminado, porque a los 16 años ya había ganado el concurso de canto auspiciado por Vinos Dotta en LT3 Radio Rosario, haciéndose acreedor a un contrato para cantar boleros. "Yo creo que cantaba bien, porque en Buenos Aires me contrató Mentasti para hacer La pérgola de las flores. Acá tengo el disco, hace poco me lo mandaron porque yo nunca guardo nada, ni un recorte de diario. Cuando me veo por Volver, digo: La pucha, no estaba tan mal." El premio sirvió para juntar coraje, golpear puertas y fundar Gitanerías, una compañía de baile hecha a los ponchazos. "Con Alberto nos hicimos como hermanos. Eramos muy chicos, pero las necesidades y el sufrimiento te hacen crecer, si tenés buena cabeza. Nosotros podríamos haber tomado la calle y salir mal de todo eso, pero teníamos ilusiones. Salimos de gira por el interior de Santa Fe con nuestro espectáculo, bah, el Negro y yo bailando la jota con alpargatas, pantalones metidos en las medias y una corbata enroscada en la cabeza porque no teníamos plata para el traje. Inventamos personajes, como Maruja la Cartujana, a cargo de mi amiga Anita Soler, y, por cierto, no sabíamos bailar español. Todo era intuición, ver las compañías y las ganas de hacer cosas, alegría de vivir."
Belmonte está convencido de que hubieran seguido los éxitos de no desembarcar en Rosario el ballet Romerías, dirigido por Pancho Guerra, el productor de espectáculos que los persuadió de tentar fortuna en Buenos Aires.
Jefe de prensa del Club del Clan, Sandro, Verónica Castro y Joan Manuel Serrat, por mencionar algunos, Juanito tiene tantos amigos como prestigio en el mundillo del espectáculo. Lo comprobó cuando el colesterol le subió al corazón y le dejó dos by-pass, hace dos años. Desde entonces suspendió su programa de cable, y también el oficio. Y para colmo de males se achicó tres centímetros, según midió el médico durante el último chequeo. De medir un metro noventa quedó en uno ochenta y siete, aunque mantiene intacta la apostura de galán que le abrió las puertas del cine y la televisión.
La suerte lo bendijo apenas llegó a Retiro. Caminó por la avenida Corrientes cinco veces desde Callao hasta el Bajo, y anduvo así de obnubilado una semana, hasta instalarse en una pensión de Caballito. Pancho Guerra ubicó a Olmedo como técnico en Canal 7, y al tiempo Juanito debutó en el número vivo del cine Roma, en Avellaneda.
"Fue horrible, porque a nadie le gustaba. Yo salía y decía: Señoras y señores, tengan muy buenas noches, soy Juanito Belmonte... y ahora cantará para ustedes Chiquita de Triana... Rajá, flaco, tomatelás cara de hambre, queremos ver la película, me gritaban, y me tiraban bolas de papel, puchos encendidos. No me importaba, con una noche de trabajo pagaba el mes de pensión. Nunca dejé de mandarle dinero a mi madre, hasta que pude traerla a Buenos Aires. Aguanté hasta que fui a ver a Pancho. En esa época Alberto estaba casado con Judith, la secretaria de Bringuer Ayala, y como preguntó le dije que sabía cantar, bailar y actuar. Me mandó a Canal 7 a ver a Eber Lobato, que estaba armando un musical. A Lobato le mentí que era primer bailarín. Bárbaro, dice, justo necesito uno, hagamos una prueba. Y pide música y empieza... grand jette, grande carr... Me quería morir, no entendía ni pepa." La televisión estaba en pañales y deparaba grandes sorpresas. Entre ellas él, que debutó a comienzos de los años 60 y nunca más dejó un estudio de grabación: Rodríguez supernumerario, con Pepe Iglesias y Beatriz Taibo. Operación cero, un éxito de rating, con José María Langlais, Ernesto Bianco y Fabio Zerpa, "antes de dedicarse a los OVNI". Distrito norte, Los mineros, Yo y un millón, La revista de Cartier...
Fueron varios los episodios que lo decidieron a dejar los escenarios. Entre ellos porque su amigo Pancho Guerra le ofreció ingresar en la agencia Hopkins para promocionar sus programas de televisión, un nicho casi inexplorado, sin la competencia de hoy. Juanito recuerda cuando fue a la revista Antena a llevar la foto de Palito Ortega para publicar, y Junquet, el director, preguntó: Che, ¿a vos te pagan por esto?
"Nunca me sentí solo. Tenía amigos de fierro. Javier Portales, el Negro, Emilio Ariño, el Globo Fontanals... Nos juntábamos todas las noches en el café Paulista de Avenida de Mayo a jugar a la generala y al billar hasta las 6 de la mañana. Soy muy amigo de mis amigos. Por eso este oficio fue simple para mí. Tenía excelente relación con el ambiente y jamás, es mi mayor fortuna, jamás me topé con gente mala. En esa época, Cacho Pereyra hacía la prensa de la noche, y Tito Riviere llevaba artistas al interior. El terreno estaba libre, éramos apenas tres. Mi gran despegue fue la prensa del Club del Clan. A partir de ese día todos me llamaron."
Antes de firmar contrato con la discográfica RCA Víctor descubrió talentos y colaboró en el debut de varios amigos. Cuando Ernesto Bianco dirigió en Canal 7 Hombres y mujeres de blanco pensaron en la Borges para el papel protagónico, pero estaba filmando y eligieron a Gilda Lousek. Como tampoco podía, y descartada Elsa Daniel, Juanito sugirió a Mercedes Carreras.
"Salí corriendo a la productora General Belgrano, de los hermanos Carreras, y le dije a Enrique: Conseguí un papelazo para que Mercedes debute en la televisión, tenés que ir ya a firmar el contrato. Y Mercedes debutó. Fue un éxito y después Enrique filmó la película. Ese no era mi trabajo, pero por esas cosas la gente te quiere, era un deber ayudar a mis compañeros."
Promocionar a jóvenes ignotos no era sencillo. El confeccionaba la gacetilla y personalmente la llevaba a los medios junto con las fotos que no siempre publicaban. "Había figuritas que me costaban, como Cachita Galán, las hermanas Morán y Galo Cárdenas, que era un gran barítono. Pero Violeta Rivas cantaba como un ruiseñor, y Jolly Land salía enseguida. No existían los suplementos de espectáculos ni tantas revistas, pero tenía buena onda con los directores de las más importantes. Antes, las relaciones eran de tomar café con los directores, como con Julio Korn y Enzo Ardigó."
El papel protagónico que tanto anhelaba en las tardes de garaje con sus amigos de la infancia lo obtuvo al batir un récord, incluso hoy muy difícil de vencer: al actor Atilio Marinelli lo puso en la tapa de 22 revistas en menos de un año, y tal difusión tuvo la proeza que el mismo Luis Sandrini le dijo durante una cena: Che, te felicito, ni a mí me han dado tanta bolilla.
Con Gasalla fueron titánicos los esfuerzos, porque el café concert era difícil de imponer, como las figuras femeninas en las discográficas, por ejemplo, en Odeón, donde fue contratado y vio desfilar y fracasar a más de uno. "El padre de Valeria Lynch vino a verme con un acetato donde su hija de 14 años había grabado Júrame. Me pidió que se lo hiciera escuchar al director. A mí me pareció buenísimo; sin embargo, en esos años corría la bola de que las mujeres no vendían. El director la rechazó y ella terminó grabando en otro lado. Lo mismo pasó con Cacho Castaña, que vendió un montón con Hay que atrapar al ladrón y Si te veo con otro te mato."
Tentado por la lluvia de ofertas, en 1969 renuncia al sello y se convierte en el jefe de prensa de Sandro durante tres años. El prestigio de Juanito ascendía. Pero Joan Manuel Serrat tuvo en cuenta otros valores a la hora de pedirle que trabajara para él.
"Nos conocimos cuando lo trajeron Odeón y su apoderado Lazo de la Vega. Esa vez andaba en muletas porque había tenido un accidente. Lo ayudaba a subir al auto, los acompañé a ver obras de teatro, a cenar a La Boca y organicé un asado en la quinta de un amigo, donde jugamos un partido de fútbol. Esa noche, me acuerdo, fuimos a Caño 14 a escuchar a Aníbal Troilo, y subió al escenario y cantaron a dúo. Son esos momentos por los que agradecés el estar vivo. En definitiva yo trabajaba para él, era artista de Odeón. Pero me decía: ¿Sabes? No debe haber mucha gente como tú, un día te voy a llevar a España."
A Madrid se fue en 1972 y con una oferta inmejorable: a dirigir el Florida Park, el teatro que Serrat compró en el Parque del Retiro y del que Juanito fue director artístico, jefe de prensa y relaciones públicas durante cuatro años. Allí se ocupó de que no faltaran argentinos e incluyó en el programa a talentos de la talla de Palito Ortega y Facundo Cabral. Buena fama se hizo en aquel país: hasta la discográfica Belter ofreció una suma jugosa para promover sus artistas en Europa. Pero extrañaba su familia y los amigos, sentía que seis años fuera de casa eran suficientes.
Volvió en 1976, e inmediatamente condujo un programa en Radio Municipal e hizo prensa de las películas de Leopoldo Torre Nilson. Y a principios de los años 80, con oficina propia en la avenida Corrientes, comenzó a organizar esas célebres fiestas a las era imprescindible estar invitado. Fueron un boom, no había estrellas que faltara a la cita nocturna de Juanito Belmonte.
Cumplió 40 años en el oficio y hubiera seguido, pero el stress, el corazón y algunas tristezas como la desaparición de Olmedo y de su madre aceleraron el retiro. Ahora este señor de dientes marfilados administra las apariciones mediáticas de Enrique Pinti y añora reponer su programa de cable y reflotar el estilo de otras épocas, sin chismes ni agresiones ni mal gusto.
"Viví con la obsesión de tener trabajo y de que me fuera bien. Dios me premió, pero también me quitó cosas. Pero no he perdido la vitalidad, las ganas de ser feliz. Soy un optimista por definición, de chiquito, desde que supe que Eva Perón contestaría mi carta."


Por culpa de Alcón
"A veces era demasiado crítico conmigo mismo, pero mis amigos decían que trabajaba bien. Y teniendo en cuenta que nunca tuve porte de galán ni escuela... Yo me hice solo, apren-día los libretos y me esforzaba para que los papeles salieran mejor, pero tomé conciencia cuando vi a Alfredo Alcón en el teatro. Dios mío, dije, nunca voy a ser así, esto es un actor. Fue un pensamiento tonto porque no todos son Alcón y pude haber sido un actor de otras características, y destacarme igual. Pero ese día decidí alejarme y buscar otros horizontes."
Fotos: martinwullich.comFuente: Diario La Nación