martes, 20 de marzo de 2012

¿Qué significa que el hombre más rico de Colombia controle el primer diario del país?

Sarmiento Angulo justifica la compra de ‘El Tiempo’ con el argumento de que lo hizo para garantizar la supervivencia de un patrimonio nacional
Finalmente la semana pasada se concretó el negocio. Después de 4 meses de negociaciones el grupo Planeta de España, mayor accionista de la Casa Editorial El Tiempo, llegó a un acuerdo con Luis Carlos Sarmiento para venderle a él el periódico más importante de Colombia.
La compra no le salió barata. El paquete de acciones que estaba en venta era de una holding con el 55 por ciento de las acciones, en la que Planeta tenía la mayoría y los socios de Pacific Rubiales una participación minoritaria. Aunque las cifras oficiales del negocio no se han revelado, se sabe que se había pactado un múltiplo de 11 veces el Ebitda. Esta es una medida de los resultados financieros de una empresa basada en el flujo de caja libre. Como el Ebitda del año pasado fue de 85.000 millones de pesos, la valoración de la Casa Editorial El Tiempo quedaría en una cifra cercana a los 500 millones de dólares. El 55 por ciento que acaba de comprar Sarmiento quedaría entonces con un valor superior a los 250 millones de dólares. Aunque es un precio alto, el banquero consideró que la posición dominante de El Tiempo lo justificaba. Todo indica que así es, pues la proyección de Ebitda para este año es de 97.000 millones de pesos.

Antes de esta transacción Sarmiento era dueño ya del 33 por ciento de ese grupo editorial.
El grupo español Planeta, cuando adquirió el control del periódico hace cinco años, había adquirido el compromiso de comprarles a los accionistas minoritarios su participación en la empresa a un precio pactado de 11 veces el Ebitda. Cuando esos accionistas decidieron ejercer esa opción, los españoles tenían algunos problemas de liquidez y le cedieron a Sarmiento la opción de compra al precio pactado. Fue así como entró primero con el 11 por ciento y posteriormente con otro 22 por ciento. Si a esto se le suma el 55 por ciento que acaba de comprar, su participación en la casa editorial asciende a un 88 por ciento. El otro 12 por ciento está en manos de Juana, Adriana, Rafael y Camilo Santos, así como de la familia de Abdón Espinosa. Estos tienen la opción de vender cuando quieran en las mismas condiciones que vendieron los españoles.
Para una persona que supuestamente tiene el toque de Midas, la compra de El Tiempo definitivamente no es un gran negocio. Los periódicos en general se enfrentan al reto de internet y la gente joven ha crecido leyendo en computador y no en papel. Por eso ha despertado cierta curiosidad qué lleva a un hombre tan poderoso como Luis Carlos Sarmiento a meterse en un negocio tan complicado, tan incierto y tan poco rentable como la prensa escrita. Él lo justifica con el argumento de que no lo hizo por plata, sino para garantizar la supervivencia de un patrimonio nacional y, es previsible, como un instrumento de poder. El banquero agrega que el mayor aporte que él le ve al diario no es solo como fuente de información, sino como factor estabilizador de la institucionalidad. Por esto probablemente se refiere a la defensa de lo que normalmente se denomina el 'establecimiento'. La verdad es que el periódico durante su siglo de vida se ha comprometido contra viento y marea con esa causa. Sarmiento no pretende sino continuar esa tradición.
No todo el mundo cree que el patriotismo es su única motivación. Para comenzar, el negocio de El Tiempo tiene elementos atractivos además del periodístico. Uno de ellos es el lote de 39.000 metros cuadrados, donde está ubicada su sede en la avenida Eldorado. Esa zona constituye el futuro urbanístico de Bogotá y el banquero está desarrollando a pocas cuadras la Ciudadela Empresarial Luis Carlos Sarmiento, de 105.000 metros cuadrados y una de las joyas de su corona. El nuevo dueño del diario ha manifestado que no ha pensado en sacar el periódico de su actual sede, que considera una de las construcciones emblemáticas de la capital. Sin embargo, esas buenas intenciones pueden cambiar con el transcurso del tiempo en la medida en que la rentabilidad de un desarrollo urbanístico sea muy superior a la de producir un periódico.
La revista Vanity Fair en febrero de 2007 publicó un artículo titulado 'Periódicos y billonarios'. La teoría es que mientras el modelo económico de los periódicos del futuro no esté definido en internet, la única posibilidad de supervivencia que tienen los diarios en papel son los billonarios. En Colombia todo indica que se está cumpliendo este pronóstico pues El Espectador pertenece a la otra familia billonaria del país, los Santo Domingo. En la publicación se afirma que, aunque siempre se invocan motivos altruistas para estas adquisiciones, la verdadera razón es el poder. Cuando se tienen muchos miles de millones de dólares, tener más dinero no cambia el estatus de una persona. Tener un periódico sí. Este permite influir e inspira respeto. Y Luis Carlos Sarmiento, al igual que hizo con los bancos, ya está pensando en grande. Piensa participar en la licitación del tercer canal de televisión, pues cree que el futuro no es la prensa escrita sino la multimedia.
El ingreso de Luis Carlos Sarmiento al mundo de la multimedia no está exento de controversia. Que el hombre más rico de un país compre el diario más importante no es un acontecimiento trivial. Reafirma una tendencia preocupante del mundo contemporáneo como es la concentración del poder tanto económico como mediático. Algunas voces ya han expresado sus reservas al respecto. María Elvira Samper en El Espectador se pregunta si puede ser neutral la información de un periódico cuando su dueño es propietario de "los bancos de Bogotá, Occidente, Popular y AV Villas, Leasing de occidente y Porvenir; y que además tiene millonarias inversiones en los sectores de la construcción, agroindustria, turismo y energía, así como participaciones en consorcios de concesiones viales, de aguas y aeropuertos, etcétera", y si "podrán los periodistas informar con plena libertad sobre pensiones, reforma tributaria, política de vivienda y agraria".
El Colombiano de Medellín, por su parte, plantea el mismo interrogante afirmando que "el poderoso abanico económico que controla el Grupo Sarmiento Angulo estará sí o sí en la agenda noticiosa de los últimos años, bien sea por vía de decisiones del gobierno o por vía de la agenda legislativa. En ese orden de ideas, ¿cómo esa casa editorial cubrirá los temas que toquen intereses de sus empresas hermanas?".
Estos interrogantes que se hacen hoy muchos medios y periodistas solo serán resueltos con el paso del tiempo. La realidad hoy es que en Colombia la mayoría de los medios de comunicación importantes ya están en manos de conglomerados económicos. La familia Santo Domingo tiene Caracol Televisión, El Espectador y un grupo de revistas. Carlos Ardila Lülle tiene el canal RCN y las 140 emisoras de radio de RCN Radio, así como la revista Caras y otras publicaciones. Los grupos exclusivos de medios de comunicación son cada día más pocos. Siempre que un conglomerado compra un medio surge un debate legítimo sobre la independencia de la información, su poder fiscalizador y espíritu crítico de la prensa. Cuando Planeta compró El Tiempo la crítica fue que se le estaba vendiendo una institución nacional a un grupo extranjero. La compra por parte de Luis Carlos Sarmiento, a pesar de las preocupaciones que despertará en muchos sectores, tiene la ventaja de que esa casa editorial regresa a manos colombianas.
Todos los detalles del negocio de El Tiempo se sabrán la próxima semana cuando se firme el contrato de venta. No obstante, se puede anticipar desde ahora que en el futuro inmediato habrá más continuidad que sorpresas. Se da por hecho que permanecerá en la dirección Roberto Pombo, quien tiene el criterio y la experiencia para conducir esta nueva etapa del periódico, pero también tiene el desafío de mantener el equilibrio y la independencia editorial no solo frente al nuevo propietario, sino de cara a los lectores. También se ha dejado saber que no se esperan mayores cambios en el equipo periodístico. A Luis Carlos Sarmiento le interesa enviar un mensaje de tranquilidad a los colombianos y en este momento para él lo único importante es que el periódico siga con el lema que lo ha caracterizado en los últimos años: 'El Tiempo no se detiene'.
Todo poderoso
Sarmiento Angulo es un trabajador incansable que no sale de su oficina antes de las 9 de la noche. Incluso va los sábados a revisar todo lo que no pudo leer en la semana. La disciplina, el olfato para los negocios y la destreza en las matemáticas y la contabilidad son algunas de las claves de su exitosa trayectoria.
Nada en sus orígenes podría augurar que Luis Carlos Sarmiento, a sus 79 años, sería el hombre más rico del país y que ocuparía el puesto 64 entre los más ricos del mundo. La revista Forbes tiene una palabra muy particular para describir el origen de su fortuna: "selfmade". Esto significa, en plata blanca, "hecho a pulso", una expresión que da buena cuenta de lo que ha sido su vida y explica cómo logró, sin ninguna ventaja inicial, amasar una fortuna que a otras dinastías les ha tomado dos o tres generaciones. Esta es su historia.
Luis Carlos Sarmiento es el penúltimo de nueve hijos de una familia trabajadora y honesta, como millones en Colombia. Su padre, Eduardo Sarmiento, vivía del negocio de la madera, que desarrollaba en Guayabetal, al suroriente de Bogotá. Su madre, Georgina Angulo, era una mujer trabajadora y la encargada de impartir la disciplina en la casa. "Con ella no había cuentos", dice el empresario en un perfil escrito sobre él. Crecer entre nueve hermanos fue una de las circunstancias que marcaron su vida. La dinámica para administrar el hogar era difícil. Como se había vuelto imposible controlar el horario de entradas y salidas, los Sarmiento Angulo decidieron que a medida que fueran creciendo sus hijos podían darles la llave de la casa como símbolo de confianza e independencia. Al niño Luis Carlos le dieron ese honor a sus escasos 8 años.
La llave no fue lo único que recibió por adelantado. Fue precoz en casi todo. Se graduó del bachillerato a los 15 años y de la universidad, a los 21. En su primer trabajo en el radioteatro de la Radio Difusora Nacional, cuando tenía 14 años, ganaba 1,25 pesos por hacer episodios de cuentos infantiles. Pero su increíble habilidad para sumar llevó a un dueño de un depósito de madera, amigo de su padre, a ofrecerle el trabajo de llevarle las cuentas. Repartía su tiempo entre esa labor de contabilidad y las tareas del colegio San Bartolomé.
Como eran nueve hijos, el joven Luis Carlos llegó a una negociación con su familia para financiar sus estudios de Ingeniería Civil: su padre pagaba el semestre y él pagaba los libros. Ese 'negocio' resultó aun mejor, pues al final de año la Universidad Nacional le devolvía la matricula (unos 40 pesos de esa época) por su excelente desempeño académico. Don Eduardo, orgulloso de su hijo, le terminaba diciendo "quédesela, ¡usted se la ganó!".
Pronto apareció en su vida Fanny Gutiérrez de las Casas. La conoció cuando apenas tenía 17 años, en un plan típico navideño de la Bogotá de los años cincuenta, un 8 de diciembre que fueron a recoger musgo a los cerros orientales para decorar el pesebre. Empezaron a salir con la excusa de que Luis Carlos le ayudara a hacer las tareas de álgebra, se enamoraron, fueron novios y en 1955 se casaron. Hoy tienen cinco hijos y 11 nietos. El día que Sarmiento obtuvo su grado tomaron la decisión de unir su vida para siempre.
La primera prueba de fuego fue poco tiempo después del matrimonio. Por su destacado promedio en la Universidad Nacional, Sarmiento se ganó una beca para realizar sus estudios en la prestigiosa Universidad de Cornell, en Estados Unidos. Pero el estipendio mensual no alcanzaba para ambos. Sarmiento decidió quedarse, aplazar la beca y comenzar a trabajar para sostener la nueva familia.
Fue así como entró a formar parte de la nómina de la empresa de construcción Santiago Berrío y Cía. Al día siguiente de ser contratado le fue encargada la carretera que une a Bogotá con Choachí. Como había trabajado cuando era un estudiante universitario, no era un primíparo. Cuenta que mientras sus compañeros apenas conocían los elementos de la construcción en fotos, él los había visto en la vida real. Y como pasaba horas hablando con los maestros de obra, sabía perfectamente cómo se instalaban, cuánto costaban y cuáles eran los más funcionales. Ese conocimiento tan preciso de lo técnico y su extraordinaria habilidad con los números lo convirtieron en un hombre indispensable para Berrío. Sin embargo, Sarmiento decidió no seguir aplazando su sueño, aplicó a Harvard y no solamente fue admitido, sino becado por el Icetex.
Pero la vida le dio la vuelta de nuevo. Y unos días antes del viaje, la guerrilla asesinó a Santiago Berrío. Sarmiento decidió quedarse en Colombia, pues tenía gran aprecio por la familia, y tomar las riendas de la liquidación de la empresa. Por ese trabajo le pagaron 10.000 pesos y decidió, a los 23 años, no volver a ser empleado.

De 10.000 pesos a US$12.300 millones
Con ese capital Sarmiento montó su empresa de construcción, el negocio con el que comenzaría su imperio. El empresario sacó en arriendo una oficina en el edificio Henry Faux, en la avenida Jiménez, y se compró una camioneta Chevrolet modelo 56. Se dio a la tarea de conseguir socios y contratos. Para lo primero, llamó a dos de sus amigos de pupitre: René Salazar Montoya y Enrique Santamaría Hermida. Para lo segundo, comenzó a aceptar obras en zonas de violencia donde nadie se atrevía a trabajar. Y bautizó la firma como Organización Luis Carlos Sarmiento Angulo, por ser el socio mayoritario.
La suerte de esa constructora cambiaría poco tiempo más tarde. En 1961, el Distrito impulsó un plan para la creación de vivienda de clase media. Sarmiento se metió de inmediato en esa apuesta y con su primera urbanización, El Paseo, se convirtió en el líder y el pionero de ese nuevo mercado. En 1966 creó Las Villas, los barrios insignes de casas uniformes que muchas familias bogotanas asocian con él.
El negocio de la vivienda era muy próspero, pero a su vez requería de enormes esfuerzos de financiación. Y esa es una tarea bien complicada. De hecho a Luis Carlos Sarmiento el Banco de los Andes le negó el primer crédito que pidió por 4.000 pesos. Para esa época solo las entidades del Estado podían prestar para comprar casas. Pero esa realidad cambió cuando en 1970 Misael Pastrana se inventó el Upac. Con ese sistema el país les abrió las puertas a los particulares para financiar la vivienda. Y poniendo sobre la mesa una dificultad y una oportunidad, Sarmiento llegó a una conclusión sencilla: tenía que tener su propio banco.
En un principio la idea sonaba muy bien. Pero la ejecución de ese sueño tenía grandes complejidades. Como él mismo cuenta "En ese entonces nadie vendía bancos. El gobierno no daba permiso para que se abrieran nuevos y los que los tenían no querían salir de ellos". Fue así como Sarmiento decidió crear entonces la Corporación de Vivienda y Ahorro Popular Las Villas. Se dice que el obrero gigante, que era el logo de esa compañía y una de las marcas más recordadas del país, fue creado por él.
La oportunidad de adquirir el banco no tardó tanto. Y en 1972 se le presentó de frente un paciente en cuidados intensivos. Su hermano Guillermo fue nombrado director del Banco de Occidente, que estaba al borde de la quiebra. Luis Carlos Sarmiento empacó maletas y se fue para Cali. Visitó a casi todos los socios y se hizo al 50 por ciento de las acciones. El negocio fue redondo. "Como estaba tan mal, compré las acciones por el 70 por ciento del valor nominal, lo organizamos y cuatro años después ese banco tenía un multiplicador de dos veces o dos veces y medio su valor en libros", le dijo Sarmiento a SEMANA hace dos años. A esa jugada maestra, el industrial la describió en su oportunidad como un "mérito de la contabilidad". Curiosamente, como el Banco de los Andes fue absorbido por el de Occidente, Sarmiento terminó siendo dueño de la corporación que le negó un préstamo por primera vez.
Con el Banco de Occidente, Sarmiento se volvió un jugador importante en el sector financiero. Pero en ese momento la participación que logró no era muy significativa porque con esa adquisición apenas se quedaba con el 2 por ciento del sistema financiero. Dos años después creo Corfiandes, que hoy es Corficolombiana, la principal holding del magnate, que tiene inversiones en 65 empresas en los sectores de energía, infraestructura, hotelería, agroindustria y minería, entre otros.
Pero Sarmiento tenía en mente algo mucho más grande. En 1982 dio la batalla más grande de su vida que, aunque lo dejó exhausto, lo posicionó para pasar de ser uno de los hombres más ricos de Colombia a uno de los hombres más ricos del mundo. El Banco de Bogotá era el segundo más importante del país, después de Banco de Colombia, con un 12 por ciento del mercado. Sarmiento, que había estado al acecho de presas más grandes en el sistema financiero, preparó el ataque. La primera etapa era comprar las acciones del Grupo Mayagüez, que tenía el 21,7 por ciento de la entidad. A cambio les entregó la joya de la corona de sus activos en construcción: los terrenos donde hoy funciona el Centro Andino y cuatro pisos del edificio del Banco de Occidente.
Y ahí arrancó el duelo de titanes que habría de librar con José Alejandro Cortés por el control del banco. Cortés, reconocido unánimemente como el gran caballero del mundo empresarial, era el accionista mayoritario con una participación del 27 por ciento. El líder del grupo Bolívar siempre había sido un extraordinario empresario de muy bajo perfil que había convertido al banco en una de las instituciones más prestigiosas de Colombia. Las guerras eran ajenas a su temperamento, pero la aparición de Luis Carlos Sarmiento, tal vez el más exitoso guerrero del último medio siglo y de quien se decía en ese momento que tenía una energía de bulldozer, lo obligó a ir contra su naturaleza. Los dos comenzaron a comprar acciones del banco a precios cada vez más irracionales. Las acciones que al comienzo estaban en 50 pesos llegaron a costar hasta 500 en la última étapa en que se definía quién se acercaba más al 51 por ciento. En esa puja el Grupo Bolívar llegó a tener el 47 por ciento del banco y Sarmiento Angulo el 45 por ciento. Sin embargo, la balanza se inclinó a favor de Sarmiento por cuenta de que Cementos Samper, que formaba parte del Grupo Bolívar, tenía el 8 por ciento de las acciones del banco y estaba en concordato. Eso produjo una intervención del Estado y una serie de movidas que desembocaron en que las acciones de Cementos Samper y el control del banco quedaran en manos de Sarmiento.

La expansión
La década de los noventa le permitió consolidar su emporio financiero. Durante el gobierno de César Gaviria se tomaron medidas para volver a privatizar varios de los bancos que habían sido nacionalizados durante la crisis financiera de comienzos de los ochenta. Una de esas entidades fue el Banco del Comercio, fundado por un grupo de comerciantes organizados en Fenalco. El Banco de Bogotá participó en el concurso público que realizó el Fogafín para la venta de la entidad en el que presentó una oferta que superó a la de Fenalco, su principal competidor, que estaba muy interesado en quedarse nuevamente con esa institución crediticia. Los dos bancos se fusionaron un año después. A comienzos de los noventa también incursionó en un sector que comenzaba a abrirse paso en el país: las administradoras de fondos privados de pensiones. Sarmiento creó Porvenir, que hoy es la que más afiliados tiene a este régimen.
Pero como las oportunidades están para agarrarlas en el momento en que se presentan, Sarmiento tomó nuevos aires y siguió sumando más bancos a su portafolio. El gobierno de Ernesto Samper siguió adelante con la privatización de la banca. Una de las entidades que quedó en fila fue el Banco Popular. Aunque se convocó a un proceso público donde los interesados podían presentar sus ofertas, solo se presentó la del banquero. Los demás inversionistas desistieron de participar porque se ahuyentaron por los problemas del banco, relacionados con la fuerte presencia sindical y la excesiva concentración de depósitos y créditos. Posteriormente, compró la Corporación de Ahorro y Vivienda Ahorramás que fue fusionada con Las Villas.
Con estas nuevas adquisiones, decidió crear a finales de los noventa el Grupo Aval, una holding que maneja todas las inversiones de sus entidades financieras y que hoy controla los bancos de Bogotá, Popular, AV Villas, de Occidente, Corficolombiana, Porvenir y Leasing de Occidente, así como varias filiales y agencias en Panamá, Miami, Nueva York, Nasáu y Barbados. A través de Corficolombiana, hoy tiene participación en 65 empresas de todos los sectores económicos desde minería e infraestructura hasta agroindustria y hotelería.
Luis Carlos Sarmiento tiene en la actualidad 79 años. A los 23, renunciando a la posibilidad de una beca en Harvard, decidió independizarse con 10.000 pesos de capital y jugársela toda para no volver a ser empleado nunca. Posiblemente ni siquiera él pensó hasta dónde llegaría. Hoy no solo es el constructor más grande del país, sino que controla más del 30 por ciento de la banca. Esta tajada del sistema financiero de un país no la tiene casi ningún individuo en el mundo capitalista. Sesenta y dos mil personas trabajan para él, 47.000 en Colombia y 15.000 en Centroamérica, donde recientemente compró el banco BAC Credomatic. Su grupo paga el 3 por ciento del impuesto de renta del país y uno de cada 50 bogotanos vive en una casa hecha por él. Y ahora, con la compra de la Casa Editorial El Tiempo, el conglomerado financiero y de construcción aspira a convertirse también en un conglomerado de medios de comunicación.
Pero Sarmiento no solo produce dinero, sino que también lo invierte en obras filantrópicas. No todos los feligreses que se agolpan los domingos en la iglesia del 20 de Julio, una de las más tradicionales de Bogotá, saben que uno de sus más fervientes patrocinadores es este banquero junto con su hermano, monseñor Enrique Sarmiento. En el sector de la educación es uno de los principales padrinos del programa de becas de Colfuturo. Gracias a sus aportes, 1.300 profesionales colombianos han realizado estudios en el exterior. En 2008 realizó una donación por 18.000 millones de pesos para la construcción del edificio de Ciencia y Tecnología de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional, el alma máter donde hizo sus estudios. Además ha realizado donaciones para el Hospital Universitario San Ignacio, la unidad de recién nacidos del Hospital Simón Bolívar y una sala de cirugías del Cardio Infantil a través de su Fundación. La más reciente donación fue la entrega de una ciudadela de 400 apartamentos para las familias damnificadas por la ola invernal.
Cincuenta y seis años de trabajo sin tregua le han producido a Luis Carlos Sarmiento una fortuna que, según la revista Forbes, asciende a 12.300 millones de dólares, lo que lo posiciona como el número 64 de los más ricos entre los 7.000 millones de habitantes que tiene el planeta. En el mundo de los megarricos, apellidos como Rockefeller, Onasis, Ford y Getty han sido eclipsados por los apellidos Sarmiento Angulo. La dinastía que él ha creado va para largo y está en buenas manos. Tiene cuatro hijas mujeres y un heredero varón que lleva su nombre. Este último, que se desempeña en la actualidad como presidente del Grupo Aval, ha sido formado en la escuela estricta, austera y espartana que impone su padre. Luis Carlos Jr. ha dejado claro que da la talla para manejar el imperio que va a heredar. Si su padre arrancó con 10.000 pesos y llegó a 12.300 millones de dólares, nadie sabe hasta dónde podrá llegar la segunda generación de la fortuna más grande de Colombia.
Fuente: Revista Semana
La venta de El Tiempo
Las empresas de familia subsisten hasta que las familias deciden vender
Por: María Isabel Rueda
Pregunta la columnista María Elvira Samper en El Espectador: ¿Se preservará la independencia de El Tiempo cuando lo compre el banquero Luis Carlos Sarmiento?
Muchos tenemos esa inquietud, incluyendo seguramente a los lectores habituales del periódico: que negocio mate independencia. Que El Tiempo publique en adelante lo que favorece y no perjudica los intereses del nuevo dueño en temas como pensiones, construcción, agro, concesiones e intereses y encajes bancarios, que lo tienen convertido en el hombre más rico de Colombia y en el rico número 64 en el ranking mundial de la revista Forbes.
No es lo ideal que los conglomerados económicos se vuelvan los dueños de los medios, para que no haya concentración del poder. Pero en el mundo contemporáneo, tampoco es una opción que no lo sean. Las empresas de familia subsisten hasta que las familias deciden vender. Y los Santos vendieron, como antes lo habían hecho los Cano. El primer comprador fue el grupo Planeta, que, a pesar de ser una industria editorial, también recibió fuertes críticas en su momento, por "extranjeros" y "de derecha".
Con El Tiempo nuevamente en venta, la lógica del mundo capitalista ahora trae como comprador al hombre más rico de Colombia. La noticia puede que preocupe a algunos, pero en la práctica tiene atenuantes.
Los otros dos ricos muy ricos, los Santo Domingo y los Ardila, hace rato son propietarios de conglomerados de medios, y no se ha acabado la libertad de prensa en Colombia. No hay razón entonces para pensar que la influencia editorial de Sarmiento en El Tiempo será diferente de la de sus millonarios pares. En el peor de los escenarios, será igual. Tranquiliza especialmente el caso de El Espectador, que se ha mantenido como un periódico profesional y respetable.
Además, Luis Carlos Sarmiento ha demostrado ser un empresario exitoso y sensato que en momentos claves del país tiene gestos altruistas. Donó, con gratitud a su alma máter, la Universidad Nacional, un moderno edificio para la Facultad de Ingeniería y 500 viviendas para los damnificados del invierno que construyó en tiempo récord.
Y todo su dinero lo hizo sin ser el dueño de El Tiempo. No hay motivos para creer que ahora compra el periódico porque lo necesita para hacer aún más plata. Alguien cuyo día a día consiste en mantener y acrecentar el precio de las acciones de sus empresas sabe perfectamente que el valor comercial de El Tiempo estará protegido mientras logre mantener intacta su credibilidad. El hecho de que Sarmiento sea banquero, mientras los otros dos millonarios metidos en medios producen cervezas y gaseosas, no lo condena a utilizar El Tiempo para engrandecer su poder personal, olvidando que las empresas de medios, además de producir utilidades, porque no se trata de fundaciones sin ánimo de lucro, son instituciones que le prestan un gran servicio a la democracia colombiana.
Claro. El ideal sería que la gente no se muriera de cáncer. Que no hubiera pobres. Que la maldad desapareciera de la faz de la tierra, y que los periodistas fuéramos los dueños de los medios donde trabajamos. Pero hay antecedentes de esta quimera: la revista Cambio, que fue adquirida en su momento por el más prestigioso grupo de periodistas imaginable, no pudo sostenerse con el pulso económico propio de quienes practicamos este noble oficio y terminó, como El Tiempo, vendida al que la pudo comprar. Al momento de su cierre, Cambio jamás había ablandado su vertical posición editorial.
Por lo tanto, El Tiempo, en esta nueva etapa que inicia, ahora bajo la propiedad del banquero Luis Carlos Sarmiento, puede reclamar su derecho a que su independencia se juzgue al ritmo de su actividad diaria.
Qué le vamos a hacer: cuando un periódico cambia de dueño, no hay un termómetro distinto a ese.
Había una vez... Cuando no teníamos que temer que, con la llegada de "abril, aguas mil", se nos viniera encima la Circunvalar.
Fuente: El Tiempo