Por: fmosquera@telegrafo.com.ec
Es un hombre que bien podría pasar por uno de esos hippies de San Francisco -tantas veces “conjurados” por el cine- que nunca “maduraron” y que entraron a los cincuenta en su ley: el cabello siempre
 en recreo (aunque, desde luego, ya blanco), las pulseras  y, en general, toda la pinta folk, la palabra fresca y desprejuiciada,  constantemente presta a darle forma a una lectura social crítica...  Decir San Francisco no es, en este caso, una simple metáfora arbitraria:  Omar  Rincón -nacido en 1961 en Maripí, un pequeño pueblo colombiano  del departamento de Boyacá- paladeó profundamente aquella ciudad y sus  movimientos de activismo social, en su “viaje iniciático” a los Estados  Unidos,  a inicios de los noventa... Cosa impensada, la de aquel viaje,  si se toma en cuenta que, durante sus años de primera adolescencia, todo  parecía indicar que terminaría vistiendo sotana... “Al pueblo llegaron  unos señores diciendo: ¿quiere estudiar pa’cura?; y como no había mucho  que hacer, pues acepté... Me pasé la primera adolescencia, esa en la que  toca aprender a rumbear, a fumar, a enamorar, rezando... Claro, luego  me decepcioné de la Iglesia, que predica pero no aplica”, cuenta, con  ese humor entre ácido y cálidamente familiar que utiliza para explicarlo  todo... Como cuando dice -entre risas- que es el primero de su familia  en llegar a la universidad, en salir del pueblo, de tal manera que  encarna el típico relato popular latinoamericano de superación...
en recreo (aunque, desde luego, ya blanco), las pulseras  y, en general, toda la pinta folk, la palabra fresca y desprejuiciada,  constantemente presta a darle forma a una lectura social crítica...  Decir San Francisco no es, en este caso, una simple metáfora arbitraria:  Omar  Rincón -nacido en 1961 en Maripí, un pequeño pueblo colombiano  del departamento de Boyacá- paladeó profundamente aquella ciudad y sus  movimientos de activismo social, en su “viaje iniciático” a los Estados  Unidos,  a inicios de los noventa... Cosa impensada, la de aquel viaje,  si se toma en cuenta que, durante sus años de primera adolescencia, todo  parecía indicar que terminaría vistiendo sotana... “Al pueblo llegaron  unos señores diciendo: ¿quiere estudiar pa’cura?; y como no había mucho  que hacer, pues acepté... Me pasé la primera adolescencia, esa en la que  toca aprender a rumbear, a fumar, a enamorar, rezando... Claro, luego  me decepcioné de la Iglesia, que predica pero no aplica”, cuenta, con  ese humor entre ácido y cálidamente familiar que utiliza para explicarlo  todo... Como cuando dice -entre risas- que es el primero de su familia  en llegar a la universidad, en salir del pueblo, de tal manera que  encarna el típico relato popular latinoamericano de superación...Ya veinteañero, y estudiando Comunicación en la capital, aplicó, junto con la novia que tenía por aquel entonces, a una beca para viajar a los Estados Unidos. Se la dieron, pero a ella no. La relación quedó allí; había un mundo demasiado tentador para postergarlo. Partió sin muchos preparativos; huérfano de garantías pero apadrinado por su ímpetu de comerse el mundo...
Arribó a California, a la Universidad de Berkeley, y algo hizo click en su cabeza. Entendió, en su experiencia californiana, mucho de la verdadera connotación del término ciudadanía liberal... Sin embargo, y a pesar de la inmediata identificación con las calles de San Francisco y con su gente -que hacía de su voz un puntal de lanza-, luego de un tiempo sintió que era necesario un cambio de aire, y fue radical, de costa a costa: New York, ese mítico monstruo, lo esperaba, con un grupo musical extraordinario en cada bar, con algo pasando siempre... Allí realizó estudios de cine en la New York State University, y luego un Master on Arts en la State University de Albany (“me tuve que ir para allá, a los parajes de invierno, para dedicarme a estudiar... la intensa vida citadina -léase juerga- me estaba distrayendo...”).
Poco después, el territorio gringo le quedó pequeño y, morral al hombro, salió rumbo a Europa. “Estuve en todas partes, mochileando, alojándome en el ‘hotel amigos’... fíjate que fui a parar a Luxemburgo... ¿Quién carajo va a Luxemburgo?... Bueno, pues yo, solo porque me enteré de que un amigo andaba por allá y me podía dar posada...”. De regreso a Colombia -sin un centavo-, se vinculó, como catedrático, con la Universidad Javeriana y -en los últimos años- debido a sus conferencias, libros y artículos publicados en diarios de América Latina, se ha convertido en uno de los analistas de medios (especialmente de televisión) más consultado en el continente. En ese campo ha desarrollado una propuesta de análisis que plantea leer los discursos políticos haciendo uso de los códigos de la espectacularidad, el show y el tono de telenovela, rasgos que caracterizan nuestra oferta televisiva en general.
 ¿Cómo surgió, en su  caso, esta conciliación -hoy bastante en boga- entre los esquemas que  sostienen la propuesta televisiva en cuanto a entretenimiento popular, y  las herramientas para desmontar los discursos políticos? ¿Cómo se  articuló eso concretamente?
En el mundo de la televisión ha  habido personas muy brillantes, que fueron mis maestros, y que han  trabajado matrices muy importantes... Por ejemplo: Jesús Martín Barbero  pensó la telenovela, pero muy seriamente; Germán Rey, la cultura; Aníbal  Ford, de Argentina, trabajó exhaustivamente el mundo de las narrativas;  Rossana Reguillo, el universo de las violencias, las juventudes en  riesgo... Pero me di cuenta de que nadie asumía el mundo de la ética y  las estéticas populares como un campo entero    susceptible de ser  pensado así, como un corpus... Comencé a trabajar en eso, y  vi que la  telenovela, por ejemplo, es exitosa porque representa  la entrada del  pueblo a la pantalla, con sus obsesiones, neurosis y sabidurías...
Luego  pensé en los realities y en otros formatos televisivos, y al llegar a  la política, al mirar las historias de  nuestros recientes mandatarios,  vi que resultaban mejor explicadas desde el mundo del drama de la  telenovela que desde la teoría política... Lo  que  hice fue poner en  práctica una aplicación de nociones que constituían mi bagaje teórico,  sobre un nuevo panorama de estudio... a ver qué daba. Me dije: puedo  pensar esta circunstancia desde la lógica del entretenimiento, desde  estéticas y narrativas distintas...
Los  presidentes de América Latina cumplen la hipótesis dramática de la  telenovela: hombre puro salva mujer equivocada, es decir, el pueblo... Y  allí entra una variable de autoestima, también propia de la narrativa  de la telenovela: le dicen al pueblo: eres lindo pueblo; tú sabes  amigo;  tu forma de hablar me gusta; tu forma de vestir me gusta... Todo  un acto de seducción melodramática -sin decirlo, necesariamente, de  manera despectiva- … Son presidentes que ya no gobiernan desde la  capital, sino desde el campo, y sábados o domingos le dedican al pueblo  una oda de amor televisiva.
A partir de allí, me pongo a pensar  en qué tipo de democracia puede surgir  de todo ello. Una democracia  emocional, televisiva...
 ... Pero está hablando de una  discursividad mediática, en el terreno político, que ha molestado a  algunos que la encuentran de raigambre populista, pero que no surge por  generación espontánea, sino que posee, para poner en marcha  esos  mecanismos comunicativos populares, una referencia a la que oponerse: el  conservadurismo y supuesto sesgo de los medios tradicionales a la hora  de elaborar sus mensajes electorales y políticos en general... Acerca  del panorama televisivo  del Ecuador, por ejemplo, usted ha dicho que  los medios convencionales han actuado acartonadamente y sin inventiva en  el marco del debate e, incluso, a la hora de confrontar... ¿Podría  explicar por qué? ¿Qué debieron haber hecho?...
A ver, todos  sabemos que el éxito de la propaganda política televisiva es la  provocación, la confrontación. Para gobernar es necesario tener  oposición; enemigos... el juego de la propaganda política es claro... El  gobierno ecuatoriano, en cuanto a las leyes en discusión, por ejemplo,  no hace los spots televisivos para agradar a nadie, sino para que  alguien reaccione. Más allá de las mayores o menores explicaciones sobre  las implicaciones concretas de una ley, lo importante es el eslogan.  Que sea un eslogan provocador... y es allí donde los periódicos caen en  la trampa: Correa, la propaganda, el estamento oficial, todos ellos los  interpelan, los ponen en entredicho, los  provocan, casi que se les  burlan; y ellos, en vez de responder, quizás, en el mismo tono,  responden serios, solemnes, acartonados, previsibles... No saben  responder con provocación, con humor o ironía...
Creo que es  necesario un estudio real que dé cuenta de cómo la gente reacciona a la  propaganda gubernamental, en términos del primer grado de persuasión: si  le gusta o no... Porque se ha dicho que el éxito de la propaganda  radica en que quienes la conciben poseen un conocimiento exhaustivo de  las audiencias, y yo no creo que sea así... La audiencia está un poco al  margen. Es propaganda para provocar a sectores específicos, para que  reaccionen y, así, mantenerlos neutralizados.
Sí, pero  usted ha dicho también que nos encontramos en presencia de un nuevo tipo  de actor político, uno  que utiliza las herramientas mediáticas,  precisamente, para darle a la audiencia/ciudadanía una nueva forma de  incluirse en el debate... Hablando de spots específicos podemos  referirnos a aquello de que la prioridad no sea el exhaustivo  conocimiento de las audiencias; pero en términos de la relación de hoy  entre los líderes políticos y dichas audiencias, las formas de  identificación -y usted ha suscrito también esta idea- han cambiado  evidentemente. ¿Cuáles son las explicaciones históricas que, desde la  comunicación, podemos darle a este fenómeno?  
Lo que ocurre  es que ha habido una evolución de las formas comunicativas, en relación  con la política, que, tanto a nivel conceptual como técnico, es  innegable... Si te fijas en cómo se hacía la política a  principios del  siglo XX, te darás cuenta de que tomaba lugar, sobre todo, en la  prensa... No importaba mucho fijarse en el pueblo de manera directa...  El que mostrara mejor retórica en la prensa, ganaba. Después llegó la  radio, y fue el que mostró mejor oratoria; luego la TV, y los políticos  empezaron a parecer presentadores... Luego llegaron las encuestas, y fue  el que generara mayor emoción electoral; y hoy, frente a Internet, ante  la suma de todas las posibilidades anteriores, frente a toda esta  mescolanza, vemos al político que debe tener pleno conocimiento de las  formas en que su pueblo  actúa, significa e interpreta... He allí el  secreto de la identificación que generan esos actores, sean de izquierda  o de  derecha...
Ante la decepción frente al populismo clásico de  los sesenta y el posterior neoliberalismo, aparece este sujeto, que está  más allá de la crisis de los partidos, de las teorías conservadoras de  la democracia, y que sabe que lo que necesita hacer es conectarse con el  pueblo... Son celebridades, y saben detectar en dónde, específicamente,  se puede obtener ganancia de ese discurso público...
Déjame  referirme al caso ecuatoriano... Es evidente que, aquí, el periodismo,  sobre todo televisivo, se acostumbró, desde hace años, a echar al  presidente que fuera. Era un periodismo muy irresponsable, porque  aparecía cada mañana utilizando el adjetivo más estúpido, más  rimbombante, criticando ferozmente pero con investigaciones mediocres...  Y los presidentes anteriores a Correa creyeron que había que plegarse a  este poder mediático. Lo que Correa –y no solo él, sino Uribe  y  Chávez- entendió, es que no hay que plegarse, sino volver a los medios  parte del problema... asegurar que entre las cosas que se deben cambiar  no solamente están los politiqueros, los banqueros, los corruptos, sino  también los medios de comunicación... Al hacer eso, como estamos en  sociedades sin partidos y sin oposición, dichos medios asumen el rol de  esa oposición política; se comen ese cuento, pero en defensa de agendas  que son más de libertad de empresa y menos de información... Los medios  actúan como quien asume la actitud de: “yo he estado aquí siempre. Tengo  la verdad absoluta por el mero hecho de estar aquí”... Y Correa parece  contestar: “estos son un enemigo directo, y en mi terreno, en el terreno  público, puedo pelear con ellos, y  puedo derrotarlos retórica y  afectivamente. Y voy a ganar”.
Aquella actitud de  derrotar “retórica y afectivamente” es interpretada, por analistas de  oposición, como una nueva versión del caudillismo populista,  endémico  de la cultura política latinoamericana; pero hay, también, pensadores  importantes, como el argentino Ernesto Laclau -el ejemplo más  recurrente- que han definido el populismo de Chávez, por ejemplo, como  propositivo, benigno, si se quiere... Correa se limita a hacer una  diferenciación: una cosa es ser populista, en el sentido negativo del  término, y otra, popular... ¿Qué opina de la forma en que se está  debatiendo este tema en la esfera de la opinión pública? ¿Cómo se  relacionan hoy populismo y medios?  
Creo que es equivocado  cómo se está enfrentando el tema del populismo, o neopopulismo  latinoamericano... Se está pensando que los populistas o neopopulistas  son, exclusivamente, regentes de una ideología de izquierda, con lo cual  se desconoce que se trata de un modelo de hacer política, no  de una  ideología... Uribe, un derechista, fue tan populista como cualquiera, si  con esto nos referimos a ese acercamiento a las significaciones y  formas de interpretar del pueblo... Pero los medios tradicionales no se  han quejado, para ellos ha sido un excelente gobernante. Y sus códigos  fueron, en muchos casos, los mismos que utilizan Chávez o Correa: usar  los recursos del Estado para satisfacer directamente a las clases  populares... Lo hace Lula con el programa Hambre Cero; Correa con el  Bono solidario y Uribe con Familias en Acción...
La diferencia  radical de estos muchachos con el populismo clásico latinoamericano es  que, a pesar de sus temperamentos a veces intransigentes, de la  controversia en torno a su supuesto autoritarismo -y estoy pensando  aquí, sobre todo, en Chávez-, no han transgredido totalmente la  normalidad institucional y, al margen de esa normalidad, en el plano de  la dinámica social más pura, incluso han generado espacios para que se  expresen quienes antes no podían... Por lo menos eso se ve en los  regímenes de izquierda.
Estamos hablando también de un populismo  tecnológico... Sus detractores ven rasgos nocivos en la utilización del  pueblo, de las clases populares, para sostener un supuesto show  mediático; pero eso es inevitable: antes era imposible montar una  transmisión televisiva desde un pueblo de interior; hoy, el avance  tecnológico permite lograrlo con facilidad... Podemos disentir con lo  que allí ocurre, con lo que se dice; podemos pensar que habrá  intervenciones en “la plaza pública mediática” que nos gusten más que  otras, pero criticar de lleno la presencia de estas nuevas posibilidades  es estéril por ingenuo... No se puede controlar en qué medida las  nuevas condiciones de comunicación sobrepasan los viejos límites  institucionales del  debate político... La relación gobernante-pueblo ya  no pasa por los intermediarios legitimadores de antes... Y eso, de  alguna manera, y a pesar de los reveses y las críticas que podamos  tener, hace que aspectos de la teoría política general también  evolucionen... basta fijarse en el sitio donde se encontraba, hace 20  años, el concepto de ciudadanía, y dónde está ahora...
¿Cuál  es la necesidad de una ley de comunicación, y cómo cree que se ha  llevado el debate a nivel continental, y ecuatoriano en particular?
En  este momento, en América Latina, los países que no tengan una ley de  medios (o de comunicación, depende de cómo se mire) se verán en la  necesidad de tenerla, porque ocurren tres cosas inéditas: 1. Un nuevo  contexto tecnológico. Eso no se ha tenido en cuenta. El hecho de que  prácticamente cualquier ciudadano pueda, así sea por un momento,  volverse comunicador, no estaba prescrito ni en los  sueños más  extremos... 2. El hecho de que la sociedad va tomando conciencia de que  posee derechos (hace diez año casi nadie sentía que tenía derechos que  debía hacer respetar), incluido el derecho a la comunicación... 3. La  relación entre gobiernos y medios ha entrado en una compleja encrucijada  que obliga a replantear las condiciones en que se suscita...
Por eso  es que Argentina tiene una ley, Uruguay le está dando forma poco a  poco; Colombia está entrando en reformas, México busca lo mismo, así  como El Salvador y  Bolivia... Es decir, se está convirtiendo en una  necesidad...
Existen dos posibilidades para enfocar la ley:  mirando hacia adelante, o hacia atrás... Para adelante significa pensar  en términos de derecho a la comunicación, de sociedad digital...  Legislar para atrás sería obsesionarse con castigar al que supuestamente  lo ha hecho mal hasta el momento... En todo caso, independientemente de  lo que la ley diga -porque la gente común no tiene ni idea de eso-   la  publicidad oficial suele hacer ver el asunto como una revancha contra  los medios, en vez de ser más propositiva y explícita, porque si te  fijas, los puntos de desacuerdo -en esta ley y en las otras- suelen ser  pocos, aunque problemáticos... primero, eso de la conformación de la  autoridad que regirá las cosas... cuántos miembros tendrá tal o cual  sector... es una pelea quizá tonta, porque, sea como sea, esos consejos  no funcionan bien en ninguna parte del mundo... siempre funcionan en  favor del poder, eso es inevitable. Es un problema de casting: si la  gente que eliges es seleccionada por asuntos políticos, se comportará  políticamente... Lo segundo es definir qué tipos de controles pueden  ponerse en marcha sobre la información... Hay normativas internacionales  que indican que ninguno, pero lo que el gobierno sí puede hacer es  exigir que los medios trabajen en un manual de estilo, ético y de auto  regulación que sea claro, preciso, y en un compromiso para cumplirlo...   Está el asunto de la regulación de la publicidad oficial, otra pelea  trenzada (es obvio que los gobiernos no quieren que les regulen la  publicidad oficial); así como la asignación de frecuencias (es obvio que  los medios privados no quieren que se redistribuyan).
A este  respecto, podríamos decir algo acerca del caso ecuatoriano:  los medios  dicen que la intervención del Estado en este asunto responde a su agenda  de izquierda, ¡pero ignoran que es un asunto, si quieres, también de  gobiernos de derecha! En Colombia están cobrando, por una licencia de 10  años para una gran estación, 100 millones de dólares... la renovación,  50 millones...
La ley siempre tiene oposición: si se promueve por  parte de los gobiernos de Venezuela, Ecuador, Bolivia o Argentina, se  dice que se trata de una ley mordaza contra los medios; si, por otra  parte, la discusión tiene lugar en Colombia, México, Chile o Perú, la  ley tiene oposición de las ONG de Derechos Humanos o de sectores de la  ciudadanía, quienes se quejan de que todo sea para los privados... No  hay que caer en extremismos y, sobre todo, hay que analizar cada caso de  manera singular. Cada país tiene su historia. Ecuador debe concentrarse  en escribir la suya.
Foto: Alejandro Reinoso
Fuente: Diario El Telégrafo