miércoles, 13 de abril de 2016

Explicando The Panamá Papers, o ¿Por qué un perro se lame sus genitales?

Por: Slavoj Žižek
La única cosa realmente sorprendente de la filtración de los Panama Papers es que no tienen nada de sorprendente: ¿No descubrimos exactamente lo que esperábamos descubrir de ellos? Sin embargo, una cosa es conocer sobre cuentas bancarias offshore en general, y otra ver la evidencia concreta. Es como saber que su pareja lo está engañando—se puede aceptar en abstracto, pero el dolor aparece cuando uno conoce los detalles. Y cuando uno obtiene fotos de lo que hacían… Así que ahora, con los Panama Papers, estamos endilgados con algunas de las imágenes sucias de pornografía financiera de los ricos del mundo, y ya no podemos pretender que no lo sabemos.

De vuelta en 1843, el joven Karl Marx afirmaba que el ancien régime alemán “solo imagina que cree en sí mismo y demanda que el mundo imagine lo mismo.” En tal situación, avergonzar a los que están en el poder se vuelve un arma en sí misma. O, como prosigue Marx, “la presión actual debe hacerse aún más apremiante al añadirle la conciencia de la presión, la vergüenza debe volverse aún más vergonzosa al publicitarse.

Esta es nuestra situación hoy: estamos enfrentando el cinismo sinvergüenza del orden global existente, cuyos agentes solo imaginan que creen en sus ideas de democracia, derechos humanos, etc…, y a través de eventos como Wikileaks y la revelación de los Panama Papers, la vergüenza—nuestra vergüenza por tolerar tal poder sobre nosotros—se vuelve más vergonzosa al publicitarse.

Un vistazo a los Panama Papers revela un aspecto destacable positivo y un aspecto destacable negativo. El positivo es la abarcadora solidaridad de los participantes: En el sombrío mundo del capital global, todos somos hermanos. El mundo desarrollado Occidental está ahí, incluyendo los incorruptibles escandinavos, y se dan la mano con Vladimir Putin. El presidente chino Xi, Irán y Corea del Norte también están ahí. Musulmanes y judíos intercambian guiños amistosos—es un verdadero reino multiculturalista donde todos son iguales y todos diferentes. El aspecto negativo: la contundente ausencia de Estados Unidos, que da cierto crédito a la afirmación rusa y china de que intereses políticos particulares estuvieron involucrados en la investigación.

¿Entonces qué debemos hacer con toda esta información? La primera (y principal) reacción es la explosión de ira moral, por supuesto. Pero lo que debemos hacer es cambiar de tema inmediatamente, de moralidad a nuestro sistema económico: políticos, banqueros y gerentes siempre fueron codiciosos, entonces, ¿qué de nuestro sistema legal y económico les permitió ejercer su codicia de manera tan amplia?

Del colapso financiero del 2008 en adelante, figuras públicas desde el papa para abajo nos bombardearon con mandatos para enfrentar la cultura de la codicia y el consumo excesivos. Como lo dijo uno de los teólogos cercanos al papa: “La presente crisis no es una crisis del capitalismo, sino la crisis de la moral.” Incluso sectores de la izquierda siguen este camino. No hay ausencia de anti-capitalismo hoy en día: Las protestas Occupy estallaron hace algunos años, e incluso estamos presenciando una sobrecarga de la crítica a los horrores del capitalismo: abundan los libros, investigaciones periodísticas a profundidad y reportajes de televisión sobre compañías que contaminan implacablemente el ambiente, sobre banqueros que continúan ganando jugosos bonos mientras que los bancos han sido salvados por dinero público o sobre fábricas clandestinas donde los niños trabajan horas extra.

Sin embargo, hay una trampa en toda esta plétora de críticas: lo que como regla no se pone en duda es el marco democrático-liberal de la lucha contra estos excesos. El objetivo explícito o implícito es democratizar el capitalismo, extender el control democrático sobre la economía, a través de la presión de los medios públicos, las indagaciones gubernamentales, leyes más severas, e investigaciones policiales honestas. Pero el sistema como tal no es cuestionado, y su marco institucional democrático del estado de derecho sigue siendo la vaca sagrada que no tocan ni las formas más radicales de este “anti-capitalismo ético”, como el movimiento Occupy.

El error que aquí debe evitarse se ejemplifica mejor con el relato—apócrifo tal vez—sobre el economista keynesiano John Galbraith: antes de un viaje a la URSS a finales de los años 50, le escribió a su amigo anti-comunista Sidney Hook: “¡No te preocupes, no seré seducido por los soviéticos ni regresaré afirmando que tienen socialismo!” Hook respondió enseguida: “¡Pero eso es lo que me preocupa—que regreses afirmando que la URSS NO es socialista!” Lo que le preocupaba a Hook era la defensa ingenua de la pureza del concepto: si las cosas salen mal construyendo una sociedad socialista, esto no invalida la idea en sí, solamente significa que no la implementamos apropiadamente. ¿Acaso no detectamos la misma ingenuidad en los fundamentalistas del mercado de hoy?

Cuando, durante un debate televisivo en Francia hace algunos años, el intelectual francés Guy Sorman afirmó que la democracia y el capitalismo necesariamente van de la mano, no pude resistir hacerle la pregunta obvia: “¿Pero qué pasa con China hoy en día?” Sorman replicó molesto: “¡En China no hay capitalismo!” Para el fanático pro-capitalista Sorman, si un país no es democrático, simplemente significa que no es verdaderamente capitalista, sino que practica su versión deforme, exactamente de la misma manera en que para uno democrático el estalinismo comunista simplemente no era una auténtica forma de comunismo.

El error subyacente no es difícil de identificar—es el mismo del famoso chiste: “Mi novia nunca llega tarde para una cita, porque el momento en que está tarde ya no es mi novia.” De esta manera es que los actuales apologistas del mercado, en un inaudito secuestro ideológico, explican la crisis del 2008: No fue el fracaso del libre mercado lo que la causó, sino la excesiva regulación estatal, i.e., el hecho de que nuestra economía de mercado no era auténtica, que todavía estaba bajo el control del Estado de bienestar. La lección de los Panama Papers es que, precisamente, este no es el caso. La corrupción no es una desviación contingente del sistema capitalista global, es parte de su funcionamiento básico.

La realidad que emerge de la filtración de los Panama Papers es de división de clase, y es tan simple como eso. Los papeles demuestran cómo gente adinerada vive en un mundo separado en el que aplican reglas diferentes, en el que el sistema legal y la autoridad policial están gravemente torcidos y no solo protegen a los ricos, sino que incluso están listos para torcer sistemáticamente el imperio de la ley para que se les acomode.

Ya hay muchas reacciones liberales de la derecha a los Panama Papers culpando los excesos del Estado de Bienestar, o lo que queda de este. Dado que la riqueza es tan fuertemente gravada, no sorprende el que los dueños traten de moverla a lugares con impuestos más bajos, que a fin de cuentas no es nada ilegal. Por más ridícula que sea esta excusa, este argumento tiene un núcleo de verdad, y permite resaltar dos puntos: Primero, la línea que separa las transacciones legales de las ilegales se vuelve cada vez más borrosa, y a menudo se le reduce a una cuestión de interpretación. Segundo, los dueños que movieron su riqueza a cuentas offshore y paraísos fiscales no son monstruos codiciosos, sino individuos que simplemente actuaron como sujetos racionales tratando de salvaguardar su riqueza. En el capitalismo no se pueden desechar las aguas sucias de la especulación financiera y mantener al bebé saludable de la economía real. Las aguas sucias son, efectivamente, las vías sanguíneas del bebé saludable.

Uno no debería temer ir hasta el final con esto. El sistema legal del capitalismo global en sí es, en su dimensión más fundamental, corrupción legalizada. La pregunta de dónde comienza el crimen (cuáles negocios son ilegales) no es una pregunta legal sino eminentemente política, una de lucha de poder.

Entonces, ¿Por qué miles de empresarios y políticos hicieron lo que está documentado en los Panama Papers? La respuesta es la misma que la de aquel viejo chiste vulgar: ¿Por qué los perros se lamen sus genitales? Porque pueden.
*Artículo publicado originalmente en Newsweek. Traducción del artículo completo por Orlando Morales, para Paquidermo