Por: Alicia Gutiérrez
Elegí este día para homenajear a una compañera, militante política, educadora y defensora de los Derechos Humanos, Cecilia Nazábal, que falleció el 5 de noviembre en Rosario. Había nacido en Sancti Spíritu, estudió ingeniería química en Santa Fe, donde conoció a su esposo, Fernando Dussex, desaparecido durante la dictadura, en Rosario.
Cecilia era muy exigente con ella misma. Solidaria, afectuosa, contenedora. Siempre estaba dispuesta a escuchar al otro, a compartir proyectos. Nos dejó alegría y fuerza, a pesar de que durante 25 años padeció las secuelas de una larga enfermedad autoinmune y dolorosa. Pero nunca se quejaba. Siempre estaba con una sonrisa. Siempre se congratulaba de encontrarse con amigos y con los viejos compañeros de militancia.
Soñaba con que hubiera justicia para los crímenes del terrorismo de Estado. Y puso el cuerpo en esa lucha. ¡Vaya si puso el cuerpo! Su enfermedad era una secuela de la dictadura. Tenía un empuje increíble que nunca la frenó, ni aún cuando la enfermedad le impedía los movimientos, aún así, su cabeza galopaba, no perdía tiempo. Diseñaba estrategias, buscaba datos del pasado que muchas veces nos permitieron arribar a la verdad y sobre todo, a encontrar algunos de los hijos de nuestros compañeros.
En tiempos de la dictadura fundó en Rosario, junto a su hermana, el Jardín La Nube. Un espacio luminoso y participativo, donde dieron sus primeros pasos escolares miles de niños rosarinos que la amaron y la recuerdan con cariño. No retaceó su entrega a la actividad pedagógica, ni aún en los peores momentos de su enfermedad, conocía a cada uno de los niños del jardín y podía dar una opinión fundada y pedagógica de cada uno de ellos. Ayudaba a crecer y buscaba las potencialidades de cada uno. En los últimos tiempos, hasta se había propuesto escribir un libro sobre la experiencia pedagógica de La Nube.
Fue un puntal de las causas de lesa humanidad que se tramitan en Rosario. Había sido testigo también en Santa Fe, aunque no pudo dar su testimonio contra Nicolás Correa, que era familiar de Fernando. Y en los primeros días del juicio por la Quinta de Funes presenció todas y cada una de las sesiones; se sentía feliz, como muchos de nosotros, por ver sentados en el banquillo de los acusados a los asesinos de nuestros familiares.
La enfermedad obligó a internarla unos días antes de dar su testimonio en Rosario. Desde su cama en el sanatorio, me decía: "Llegué, llegué. Me parece mentira poder verlos allí a los genocidas. ¡Por fin tendremos justicia!".
El día de su muerte, la acompañaron cientos de personas, compañeras y compañeros de distintos lugares de la provincia y del mundo. La agrupación Hijos, a la que pertenece su hijo, nos dijo: "Cecilia fue memoria viviente de los hechos cometidos por los asesinos de la dictadura en Rosario, dedicó su vida a la búsqueda de la verdad, de lo que pasó con nuestros familiares, a denunciar con nombre y apellido a los responsables de las torturas, secuestros, asesinatos, desapariciones, robos de bebés y el saqueo a nuestro pueblo. Fue una fuente permanente de generación de vida... Encontramos en ella una madre en todas sus dimensiones, una maestra que nos enseñó a continuar la lucha por el juicio y castigo y una compañera de militancia".
Otro compañero que vive en el exterior, Guillermo Pieli, decía: "Militamos juntos tres años, hasta que la represión nos separó; marchamos, cantamos, pintamos, lloramos, festejamos, discutimos. En síntesis, compartimos momentos que marcaron mi vida. En julio de este año, como cada vez que volvía a la Argentina, la fui a visitar dos veces. Su corazón siempre listo para el afecto, sus ojos siempre fijos en la persona con la que conversaba, sus pensamientos llenos de seres queridos que ella debía proteger, revivir, salvar", decía Guillermo.
Su ausencia dejó un gran vacío, irremplazable. Pero estoy segura que estará con nosotros cada vez que un genocida vaya a la cárcel, cada vez que un hijo recupere su identidad y en cada lucha por los derechos de los excluidos. Por eso, como cada vez que perdemos a un compañero, le decimos: "¡Hasta la victoria, compañera. Hasta la victoria, Cecilia!". Gracias.
* Homenaje a Cecilia Nazábal en la Cámara de Diputados, el 10 de diciembre de 2009, Día Internacional de los Derechos Humanos.