lunes, 26 de octubre de 2009

Roxana Morduchowicz: “Hay que enseñar a leer los medios”

Roxana Morduchowicz es la directora de un programa del Ministerio de Educación de la Nación que publica Revista Resumen. Es una experiencia gráfica que replica artículos de diarios y revistas y está dirigida a chicos de hogares en los que no se consume prensa escrita.
Por: Patricio Barton
La revista para jóvenes de mayor circulación del país no se vende en kioscos, no tiene precio de tapa, ni notas propias; es una publicación del Ministerio de Educación de la Nación que replica artículos de diarios y revistas tal como fueron publicados originalmente. Revista Resumen –así se llama– llega mayoritariamente a chicos que en sus hogares no tienen acceso al consumo de publicaciones gráficas. Para Roxana Morduchowicz –responsable del área de Educación y Medios del Ministerio– el emprendimiento forma parte de una política que apunta a formar “lectores críticos”: “El primer paso es la integración porque en la misma sociedad en la que hay chicos que navegan por internet, van al cine, compran revistas, miran televisión por cable y escuchan radio, hay otros que no tienen acceso a casi nada de todo eso. La escuela debe contribuir para facilitar el acceso de aquellos que menos tienen. Por ejemplo, si el chico no tiene la posibilidad de conocer lo que es un diario porque en la casa no lo compran, es la escuela la que tiene que acercarlo; si no tiene el hábito de ir al cine también la escuela tiene algo para hacer ahí”.

Actualmente la incorporación de los medios a la educación es una verdad aceptada que ocupa un lugar en el trono de lo irrefutable. Pero ¿realmente es así? ¿La escuela no podría prescindir de los medios en su labor educativa?
Los chicos no llegan a la escuela en cero. Hoy existe un caudal de información que circula por afuera de la escuela y más allá del libro de texto. Gran parte de esa información con que cuentan proviene de los medios. Y muchos datos se contradicen entre sí, por eso la escuela debe ser el centro de confluencia de todo eso. Tenemos que enseñar desde la escuela a interpretar los mensajes de los medios porque son los que forman la opinión de casi todos nosotros. Por eso, en la medida en que los chicos sean receptores críticos de los mensajes que reciben de los medios, van a estar en mejores condiciones para formar su propia opinión.

¿No se corre el riesgo de que el “tono mediático” impregne todo el discurso de lo educativo, incluso de contenidos que por su complejidad para ser transmitidos son más compatibles con la cultura letrada?
No hablamos de prescindir de esa cultura letrada, sino de ampliar la mirada hacia los medios. Es que la escuela como institución nació con la imprenta de Gutenberg cuando se hizo necesario formar a personas para que todo lo que la imprenta empezaba a popularizar tuviera lugar. Por lo tanto, siempre estuvo más ligada a la cultura de la letra impresa. Luego, con la aparición de la cultura audiovisual y, más tarde, de la hipertextual, a la escuela se le complicó el panorama. Hoy el desafío de es incorporar todo esto, porque la cultura que viven los chicos es una cultura de pantallas.

En esa cultura de pantallas, los chicos suelen tener la crítica y la opinión a mano. Abundan en la web los comentarios anónimos y el tono generalizado de la indignación, incluso en temas que no manejan…

Hacer un análisis crítico no es lo mismo que criticar o dar una opinión. La escuela no produce información, sino conocimiento. Es una diferencia clave: el conocimiento se produce a partir de la reflexión crítica de la información. De información y opiniones estamos saturados, eso es lo que sobra. Enseñar a “leer los medios” significa tomarlos como objetos de estudio. ¿Por qué dos noticieros presentan la misma noticia de diferente manera? ¿Cómo distinguir un diario de otro?

Frente a esa reflexión crítica en torno a los medios, los libros de texto aparecen como más inmunes, ¿o también son tomados como objeto de análisis por alumnos y docentes?

El objetivo es formar espíritu crítico en los chicos, ya sea para leer el diario, ver una película, escuchar radio o también leer un libro. La escuela debe asumir que una de las capacidades que más les van a servir a los chicos en el resto de sus vidas es la formación de un espíritu crítico, que no es otra cosa que el desarrollo de un criterio propio. La palabra “crítica” viene de “criterio”. Pero sí es muy probable que haya más dificultades para abordar críticamente un libro de texto que un artículo de un diario.

Parece haber un choque generacional entre la cultura impresa, en la que fueron formados los maestros, y la de las pantallas, en la que están inmersos los chicos de hoy.
Los chicos tienen un mejor uso instrumental de la computadora, pero el criterio sigue estando en manos del adulto. Nosotros hicimos una campaña que estaba basada en un hecho real en el que una maestra les pidió a sus alumnos que llevaran a la clase material sobre Castelli porque iban a estudiar la Revolución de Mayo. Al día siguiente uno de los chicos leyó lo que había conseguido: “Castelli es un pueblo de la provincia de Buenos Aires con tantos miles de habitantes…”. Es evidente que el chico sabía usar la web, pero carecía de elementos para ordenar esa información.

El tratamiento mediático que se hizo en relación a la nueva ley de medios hizo visibles muchos conflictos de intereses que hasta ahora permanecían ocultos para la mayoría del público. ¿Qué repercusión tuvo eso en los análisis de medios que hacen en las escuelas?
Desde el Ministerio no hicimos actividades especiales. Supongo que el tema habrá surgido pero no tengo registro de eso. Con el diario puntualmente el problema de la escuela, tanto acá como en el resto del mundo, es el trabajo con la actualidad. Para todos es más fácil enseñar algo que pasó hace doscientos años que algo que sucedió ayer que lo vivimos todos y en donde cada uno tiene algo para decir. Con la actualidad el docente sabe dónde empieza pero no dónde termina, y ése es un riesgo y un desafío muy grande que los docentes deben enfrentar para que el chico no sienta que su vida comienza con el timbre de salida.

Fuente:
Crítica de la Argentina