domingo, 4 de octubre de 2009

¿Medios o enteros?

El concepto “libertad de prensa” es muy bonito, pero la experiencia enseña que en la práctica se entremezcla con factores de sutil preeminencia.
Por: Miguel Grinberg
En mi trayecto como periodista profesional, tres veces asumí puestos ejecutivos como “prosecretario de Redacción” en empresas de primera línea: en la revista Panorama de la antaño potente Editorial Abril (años 60), en el diario La Opinión de Jacobo Timerman (años 70) y la agencia nacional de noticias TelAm (años 90). En los dos primeros casos, bajo gobiernos dictatoriales; en el tercero, durante los mandatos de los presidentes Menem y De la Rúa. El concepto “libertad de prensa” es muy bonito, pero la experiencia enseña que en la práctica se entremezcla con factores de sutil preeminencia. En principio, un puesto jerárquico en una empresa periodística privada da por sobreentendido que uno está del lado de la “patronal”. Por aquella premisa que condiciona la vida de los asalariados y sostiene que “no se muerde la mano que te da de comer” (que en los bodegones se expresa más gráficamente como “no se caga en el plato donde se come”. Lo mismo rige cuando se trabaja en una entidad estatal, aunque en este caso existe otra neta premisa de supervivencia laboral: se puede (y se debe) hacer referencia a la existencia de problemas sociales, pero jamás hay que señalar con el dedo a un funcionario público o a alguna institución oficial. No es un secreto, lo saben hasta las recepcionistas.
A veces, el haber trabajado en una empresa determinada se convierte en estigma y cierra algunas puertas. Por ejemplo, una vez fui vetado en LS1 Radio Municipal porque (me lo dijeron extraoficialmente) estaba catalogado como “hombre de Timerman”. Avatares del oficio. Regresé al micrófono durante el mandato del presidente Alfonsín. Varias otras anécdotas me permiten ejemplificar algunos ritos invisibles de la “libertad de empresa”. En Panorama, un día me convocó el director comercial de la revista para informarme que haríamos una nota de tapa sobre las bondades de la cerveza. ¿Motivo? La industria del ramo iba a realizar una fuerte inversión publicitaria en las publicaciones de la editorial. Poco después se produjo el Cordobazo (1969) y la redacción adhirió al paro laboral del caso. Al día siguiente, la dirección nos indicó la posibilidad de firmar retroactivamente la planilla de entrada, como si hubiéramos asistido a trabajar. Todos los ejecutivos lo hicieron, menos dos: Homero Alsina Thevenet y yo. Fuimos suspendidos 15 días sin goce de sueldo. A la inversa, La Opinión fue una fiesta de flexibilidad expresiva.
Al ingresar, el gerente de personal me dijo: “A Jacobo no le gusta que diga esto, pero escuche bien. Si un día asiste a un espectáculo que vale 20 líneas y su jefe inmediato le pide 50 porque se cayó un aviso, niéguese a hacerlo. En cambio, si vio algo fuera de serie y su jefe le ofrece 50 líneas, súbase a un escritorio y grite hasta que el diario saque un suplemento sobre el tema”. Timerman tenía un modo particular de monitorear el desempeño de sus periodistas. Todos los días, cada responsable de sección hallaba en su escritorio las páginas impresas de la edición, con breves comentarios sobre el contenido, en marcador rojo. Recuerdo dos en particular. Una, una reseña sobre un concierto de piano de la hija de un colega de un jefe administrativo (un “chivo”, claro). Jacobo escribió: “A ésta, ¿quién la conoce?” Otra, análisis de una novela de Elia Kazan: “¡Éste es un delator!”. Una vez, conseguí un juego de fotos espléndido con la historia de la vida de la cantora Janis Joplin. Se las propuse a Mario Diament, mi jefe.
“¡Compro!”, exclamó. Un diario que no publicaba fotos, graficó una página con el asunto. Durante siete años, de 1993 al 2000, firmé en TelAm un despacho diario (y un panorama los sábados) sobre medio ambiente y sociedad. Fui convocado por Mario Moldován y Omar Bravo para hacer expresamente tal cosa. Eran reproducidos por casi todos los diarios provinciales del país, grandes y chicos. No así en los medios de la Capital Federal, salvo el suplemento ecológico de La Prensa. En aquellos días, las grandes empresas porteñas se abstenían de publicar asuntos álgidos que pudiesen incomodar a sus grandes anunciantes. No hago mi autobiografía.
Quiero resaltar algo que Eduardo Blaustein escribió en la contratapa del lunes pasado, a propósito de las toscas pulseadas legislativas sobre una nueva Ley Nacional de Medios: “Ésta debería ser una discusión estratégica sobre un problema de las sociedades contemporáneas de todo el mundo y de la sociedad global y de nuestro lugar en el mundo, un problema civilizatorio hoy y a futuro”. Una vez más el país asiste a un tironeo sectorial tipo Braden o Perón. Ahora parecería ser Clarín o Kirchner. Cuando por cierto, lo que está en juego es nuestra existencia como pueblo y nuestra identidad como nación.

Fuente: Crítica de la Argentina