viernes, 4 de septiembre de 2009

Cada pueblo tiene la AFA que se merece

Por: Pablo Llonto
Como si fuese el Menchi Sábat del periodismo deportivo, el ilustrador Sebastián Domenech ha logrado, en la última tapa de la revista Un Caño, el mejor editorial sobre Julio Grondona.
En la escena, el presidente de la AFA sube a la barandilla del balcón, levanta su brazo izquierdo, con la mano derecha estremece sus genitales y, sonriente, establece la última victoria. El balcón es el de la Casa Rosada.
Si Maradona hubiese concebido el título de la caricatura, quizás ensayaba uno de su manual: “Don Julio le tomó la leche a todos los gatos”.
Una historia que permite conocer cuán incapaces somos los argentinos cuando se trata de sacarnos de encima a los hongos.
Yabrán se dedicó un escopetazo en las lomadas entrerrianas de San Ignacio.
López Rega justificó su espiritismo y partió desde Ezeiza, en 1975, para recorrer Suiza y el Caribe durante once años.
Al Kassar exhibía pasaporte, cédula y DNI argentinos en cualquier control del planeta.
En lo formal ya se ha escrito bastante en las últimas dos décadas, cuando el escaso periodismo crítico del país vació su ingenio en notas que preguntaban: “¿Nadie puede vencer a Grondona?”.
Elegido por sus pares con voto indirecto, el presidente de la AFA tuvo una vez un opositor: el ex árbitro Teodoro Nitti, en los noventa.
Recuerdo el entusiasmo de Nitti en los momentos previos a la elección. Repartía folletos con sus propuestas.
Recuerdo el entusiasmo de Grondona cuando supo que Nitti era su rival: “Cuando tenga una oposición más o menos seria, me iré”.
Nitti celebró con champaña el único voto que había logrado.
Pero las evocaciones no deben desviarnos. Grondona ha manejado, desde su recatado despacho de la calle Viamonte, no sólo el fútbol argentino. Grondona ha manejado la política nacional.
Cada vez que sintió un gruñido desde la calle Balcarce, tomó lecciones de Maquiavelo y se ocultó tras la ingenuidad de cuanto presidente y gobernador pasaba por el poder.
Empeñados en lograr popularidad con el fútbol, las autoridades fichaban a Grondona en sus equipos a cambio de algún titular en los diarios que anunciara logros para el pueblo futbolero.
A cambio, Grondona ofrecía fotos con entrenadores, entradas múltiples para el último choque de la Selección, atención privilegiada a quienes solicitaran un par de plateas en el último minuto.
Con su táctica tan antigua como posmoderna, Grondona regresaba de las Rosadas y se dirigía al incorregible Comité Ejecutivo. Allí, mientras algunos salían de sus madrigueras y otros de los calabozos, lo esperaba la aburrida sesión de siempre.
En los tiempos de escasez de fondos (1979-2009), la penuria y los gemidos eran parte del escenario. Los segundones –es decir, todos– se preparaban para escuchar los anuncios. Primero, las explicaciones legales, porque siempre de la Rosada se vuelve con decretos, promesas de leyes o contratos. Después, los comentarios, siempre moderados, sobre el Ejecutivo, el Legislativo y los secretarios. Luego, la despectiva manera de tratar a quien lo consulte por una cláusula, un asterisco. “¿Ah, sí...y vos qué querés, la chancha y los veinte?” Finalmente, los aplausos.
Ya está. Siempre ha sido así. Siempre Grondona cerca del poder y ellos cerca de... las migajas del poder. Convertidos en burócratas, a quienes el burócrata de la caricatura los puede destripar con exhibir unos minutos, a la prensa grondoniana, la carpeta azul o roja que indica los desfalcos, las deudas, los aportes jamás realizados por el club más grande o más chico de la Argentina. A juzgar por las caras felices de quienes abandonan las reuniones o asambleas de la AFA, los secretos más profundos del fútbol argentino jamás tendrán una Garganta Profunda.
La Argentina, que ha sufrido el apellido Grondona por partida doble –uno, desafiante, abogado, y consultor de diccionarios griegos; el otro, desafiante, ferretero y consultor de diccionarios napolitanos–, hoy está huérfana de disidentes democráticos.
Dedicados de lleno al turismo de la pelota, generaciones de dirigentes colman los charters que Julio prepara en una agencia de viajes que lo reverencia en cada Mundial, cada Copa América, cada Sub-19, cada Congreso.
Son la selecta generación de jóvenes y veteranos presidentes de instituciones señeras que aprovechan, con dólar barato o dólar caro, las bondades de llevar a la señora un mes a Francia y con los gastos pagos.
Ajenos por completo a la rebeldía, han tolerado el mecanismo más antidemocrático que se conoce. La consigna en la AFA no es “un club, un voto”. La implantación del régimen autoritario se basa en un estatuto que ningún funcionario se atreve a cuestionar. River vota por uno, Boca vota por uno, y así... hasta que las ligas del interior no votan por uno sino que tienen sólo siete votos, los clubes de la B Nacional sólo ocho, los de la B Metropolitana sólo cinco, la Primera C sólo cuatro y la Primera D tres.
Lo peor es que una historia tan trivial, al tratarse de fútbol, viene repetida desde arriba. Preguntemos cómo se elige la dirigencia de la CGT, los jueces, los fiscales, los jefes de policía...
¿Voto directo de los afiliados? Ni se les ocurra, confirman los entendidos de todo aquello que ocurre en el palacio-cuartel de la pelota.
Consolidado por el reclutamiento obtenido en tres décadas, el amigo de todos, el hombre al que abraza Videla, Lacoste, Alfonsín, Menem, Duhalde, De la Rúa, Néstor y Cristina, asume el papel que se le ha permitido.
Y responde, como respondían los patriarcas en los barrios italianos de Nueva York, con protección.
“Il Padrino sta ca”, parecían decir los dirigentes cuando, semanas atrás, reclamaban una cláusula que los amparase de cualquier juicio personal de Torneos y Competencias por incumplimiento del leonino contrato que ellos firmaron.
¡Flaco servicio les han prestado al fútbol y a la política los muy prudentes directivos!
Decenas de muertos, clubes quebrados, evasiones millonarias, estadios destrozados, negocios paralelos, monopolios.
Los escándalos fueron tapados con el más elemental de los instintos de supervivencia: aferrarse a las botamangas del rey y replegarse en los medios de comunicación con un latiguillo que ya cansa y suena irrespetuoso: “Al final de cuentas, no hay otro”.
Tales cosas ocurren mientras en los recovecos de cada club las carcajadas de algunos dirigentes que claman indignación en el off the record preparan otros amaneceres para nuestro fútbol. En sus rostros, se advierten todos los rosáceos gestos del “gran jefe”.
Será la revelación más grande que se llevará el presidente de la AFA cuando en el cajón escuché los lamentos y murmullos de... miles de Grondonitas.

Fuente: Crítica de la Argentina