sábado, 13 de junio de 2009

Donde decía:

"Gran victoria diplomática de la presidenta"Debió decir: "...Hilda Molina, desde Cuba, dijo que el permiso fue resultado de una gestión personal para visitar a su madre enferma".
Opinión
El último marielito llegará a Ezeiza
Raúl Castro dio la venia para que la médica Hilda Molina abandone la isla y viaje a Buenos Aires. Cristina se cuelga apresuradamente las medallas de lo que su gobierno aspira a mostrar como un éxito diplomático de campanillas.
Por: Susana Viau
Raúl Castro dio la venia para que la médica Hilda Molina abandone la isla y viaje a Buenos Aires, donde ya están uno de sus tres hijos, sus dos nietos y su única madre. La presidente Cristina Fernández se cuelga apresuradamente las medallas de lo que su gobierno aspira a mostrar como un éxito diplomático de campanillas. Lo que comenzó como un intento de cortejar a George Bush hoy despide un rancio aroma a campaña electoral. En la concepción de los santacruceños, todo suma. De lo que se trata es de arrimar el ascua a la sardina. Por izquierda o por derecha. Así, mientras en un spot publicitario un hijo recuperado relata su tragedia para pedir el voto a las listas oficiales, del otro lado de la calle la llegada de la neuróloga anticomunista es el puente tendido hacia las clases medias liberales. Se trata de un amplio registro ideológico, pero el matrimonio presidencial lo recorre de punta a punta. Y sin contradicciones, porque no son los principios los que están en juego, son los votos. Lo decía Michael Corleone a su impetuoso hermano mayor: “No es nada personal, Sonny. Son negocios”.
La informal diplomacia K intentó de diversas maneras doblegar la decisión cubana respecto de la doctora Molina. La primera fue una chapuza rocambolesca urdida por Eduardo Valdez, un abogado perteneciente a la intimidad del entonces canciller Rafael Bielsa. Valdez hizo abrir las puertas de la embajada a Molina y a su progenitora. Las dos mujeres se apalancaron en la legación y no fue sencillo convencerlas de que debían irse por donde habían llegado. El chiste estuvo a punto de desatar un grave incidente internacional. La segunda fue una carta que Kirchner hizo llegar a Fidel Castro, cuando éste visitó la Argentina para asistir a la contracumbre de Mar del Plata. Fidel, cuentan, la leyó, se sintió entrampado y estuvo a punto de ordenar al piloto del avión que lo regresara a La Habana.
Hoy, en la relación entre Washington y el “largo lagarto verde”, unas pocas cosas han comenzado a cambiar. Las suficientes para licuar el valor simbólico con que el anticastrismo invistió a Hilda Molina. Y a la isla ya no le interesa retener a quien fue médica personal del jefe de la Revolución: la salud del Comandante ha dejado de ser un secreto de Estado. A lo mejor, quien llega mañana a Ezeiza es el último “marielito”. A lo mejor, más que una concesión de Fidel a Cristina Fernández es un presente griego.

Fuente: Crítica de la Argentina