Jean Daniel, fundador de “Le Nouvel Observateur”, tiene su estudio lleno de fotos; destacan las que guarda de su maestro, Albert Camus, que es para él no sólo un paisano (Argelia les une, la guerra de Argelia les dividió), sino una fuente de inspiración. Le acaba de dedicar un libro, Camus a contracorriente (Galaxia Gutenberg), un homenaje al periodista que fue Nobel y un libro de estilo para este oficio.
Por: Juan Cruz
En ese libro hay una imagen en la que se ve a Camus entrando en una boîte con sus colegas del periódico Combat, resistente contra la ocupación nazi de París; Camus estaba exultante y al entrar a la sala de copas exclamó: "¡Vale la pena luchar por una profesión como ésta!".
Daniel tiene una larga trayectoria periodística, sobre todo como director y cabeza pensante de Le Nouvel Observateur, una revista elitista que él decidió convertir en un magazine de gran tirada sin disminuirle su ambición cultural.
En esa abigarrada colección de fotos que son las paredes de su estudio hay alguna muesca de ese éxito; por ejemplo, una información que le recuerda que en 1978 fue elegido el mejor periodista francés, el Premio Príncipe de Asturias y otras señales de su gran influencia cerca, por ejemplo, del presidente Mitterrand. Es complicado escribir (en prensa) sobre los amigos políticos, pero en libros lo hace y lo hará, "porque ahí me puedo detener".
Ya tiene 88 años, mantiene alertas todas sus facultades, escribe sus artículos, viaja, presenta libros y está en permanente contacto con la revista. Y con la realidad.
Su aversión a las fotos, dicen, es una cuestión de coquetería de un galán; pero Mordzinsky le sacó unos retratos a los que él accedió con su buen humor cansado.
Empezaré por una pregunta que usted le hizo a Albert Camus. ¿Cómo ha llegado usted a ser periodista?
Por casualidad. En mi generación, los jóvenes con posibilidades de escribir no diferenciaban entre la filosofía, la literatura, el compromiso político y el periodismo. Los dioses de esta época eran americanos: Hemingway, Dos Passos, Steinbeck...; en Francia, Malraux... Era gente que lo hacía todo: el compromiso político, la literatura, la filosofía y el periodismo. Así que cuando se es joven y se han cursado estudios de humanismo no es necesario hacer una elección entre los cuatro. Si se elige uno se eligen también los otros. Cuando empecé a escribir fue con la idea de que si hacía un artículo podía hacer un libro. ¿Y qué lo decidió todo? En primer lugar, encontrar a Camus.
Un encuentro trascendental.
Fue una suerte encontrarle; yo hacía una revista, Caliban, y él me quiso conocer. Otra de las causas de nuestro encuentro fue la guerra de Argelia... Si no hubiera existido esa guerra, que fue tan importante para Francia, para el mundo árabe y para el mundo en general, no hubiera escrito sobre Argelia, y quizá no hubiera tenido con él una relación tan intensa... Y desde que me hice periodista nunca he dejado de estar poseído por la necesidad de los libros. He escrito unos 24, y eso distribuye mis anhelos. Pero ha sido muy difícil hacerlos siendo director de periódico. Ser director de periódico no es lo mismo que ser periodista, en absoluto. A menudo es incluso peor. Está la presión de tener a jóvenes a tu lado; hay que animarles, hay que crear con ellos, la gente te concede poderes.
¿Y qué papel le gusta más, periodista o director?
No tienen nada que ver. Siempre me han gustado mucho los grandes reportajes. Los reportajes míos que han tenido más éxito son como pequeñas novelas. Me gustaba descubrir un país, interesarme por unos hombres, unas situaciones... Elegía países donde habían vivido hombres que admiraba. La dirección me ha apasionado porque tenía la ambición, quizá pretenciosa, de no hacer lo mismo que los demás. Y yo quería crear periodismo cultural. En este sentido, la dirección me interesaba. Pero el periodismo es un equilibrio entre la imagen y la rentabilidad del periódico. Un periódico cultural no es para el público en general. Me he rodeado de las personas más competentes y he tenido uno de los mejores equipos de Europa. Y el periódico ha destacado sin romper su imagen ni su rentabilidad. De ese equilibrio estoy orgulloso.
¿Cómo debe ser la relación del periodista con el poder?
El poder fascina. Fascina a los periodistas muy a menudo porque, si tienen el gusto por la literatura, quieren saber cómo se hace la historia... La historia: los pueblos la sufren, los dictadores (o los poderosos) la hacen y los periodistas la contemplan para describirla. Los periodistas están entre el poder y la historia. Y han de saber cómo funciona el poder, con la condición de que la fascinación no caiga en la complacencia, la indulgencia y la corrupción... Con esas condiciones es muy interesante ver cómo funciona un hombre que detenta todos los poderes. En este momento hay que desconfiar de todo, hasta del más mínimo detalle. A mí siempre me invitaban, siempre, y tenía un método: o rechazaba la invitación o la aceptaba haciéndola notar.
A mí me han ofrecido de todo: una casa en México, en Túnez también querían ser muy amables conmigo... He tenido la tendencia a ser más crítico cuanto mejor me recibían. Pero la relación del poder con la prensa es un problema en los dos sentidos. He conocido periodos en que había corrupción de los periodistas, pero he conocido periodos en los que existía acoso de los periodistas. Un hombre con poder es un hombre que esconde algo y hay que descubrirlo. Hay que descubrir el crimen. ¿Qué crimen? No se sabe, pero hay que descubrirlo. Es una actitud equivocada pensar que siempre hay un crimen. Existen los dos excesos, y ahora existe el exceso de la transparencia: no se sabe qué crimen hay, pero hay que descubrirlo.
Es cierto que un dictador lo esconde todo, y nuestro papel es descubrir qué esconde. Pero se han pasado los límites: la filosofía de la transparencia, cuando se lleva hasta el extremo, por virtud o por vicio, llega hasta la violación de la vida privada. Y existe una intromisión nueva, la intrusión de la fotografía en la vida íntima... Cuando se traspasan los límites se llega a aberraciones. Mire lo que ha pasado ahora con Milan Kundera, el gran novelista checo, acusado de haber denunciado a un compañero... En aquel tiempo él tenía 20 años, ahora tiene 70. No había pruebas. Los periodistas se fueron a Praga y no encontraron pruebas. Pero hubo un titular junto a una gran foto de Kundera: Kundera habría sido... Y con ese condicional, la foto y el titular, ya Kundera es...
El texto en sí era honesto, pero el lector se fija tan sólo en la imagen y en la fuerza del condicional. El fin del periodismo es escribir, el texto. Pero en esa información existe sólo la fuerza de la imagen, la fuerza del título y la fuerza del condicional. Quizá el periodista fuera honesto, pero mire el resultado.
Es el principio de la calumnia.
Salvo que la calumnia ahora se apoya en las nuevas tecnologías.
En la dispersión de los rumores.
No es exactamente eso. Hace algunos años sí se producía la difusión del rumor. Pero ahora lo nuevo es la presentación de las noticias. Enciendes la televisión y ves una cara. ¿Qué ha hecho? Y después de la cara alguien dice: "Ha sido acusado de...". Sin pruebas. No es sólo la difusión del rumor, es la fuerza que se da a la presentación del rumor.
Internet es un instrumento que difunde rápidamente todo lo que toca.
La posibilidad de multiplicarlo.
¿Cuál es su posición sobre el porvenir de la prensa a partir de Internet?
¡Si yo lo supiera! Saberlo es muy importante para mucha gente, también para los editores de periódicos. Es verdad que existe una crisis de la prensa; puede ocurrir que los periódicos de hoy sean suplementos de Internet mañana. La realidad será Internet. Es una posibilidad. Con el libro no va a pasar lo mismo. Hay algo de mágico en el libro, la forma, las páginas...
¿Y qué aporta Internet al periodismo?
A los periodistas les aporta el gusto por la velocidad. La posibilidad de que cualquiera pueda contestar a cualquiera. El hecho de que todo el mundo pueda ser un periodista y, en este caso, que los propios periodistas ya no crean en ellos mismos, porque se les cuestiona en todo momento. Se está produciendo un descrédito de la función del periodista.
Que se preparó para serlo.
Todo ese itinerario de preparación, que terminaba con un estatuto de prestigio y de autoridad del periodista, es destruido por la repentina aparición de alguien que ha encontrado una foto y la pone en Internet. Y esa foto puede destruir a alguien. Hay ventajas, no son para el periodista, pero hay ventajas. Es el sueño de la opinión pública, es verdad que se le abre una posibilidad infinita a la capacidad de expresarse. Pero lo que le decía con respecto al peligro que hay en esta situación supone una preocupación mía.
Camus decía que el periodismo era la información crítica. Acaso la velocidad puede cambiar esa definición.
No es forzosamente malo reaccionar ante las opiniones. Además, esa velocidad proporciona una impresión inmediata del sentir popular. Todo no es malo, no. Se puede saber de manera instantánea si lo que uno escribe suscita interés... Pero es cierto que todo el mundo tiene miedo. Y hay gente que explota ese miedo y piensa que Internet va a acabar con la prensa escrita, que cada vez va a haber más prensa gratuita y que los periódicos serán suplementos de Internet. Yo no estoy capacitado para hacer una predicción. ¡Y además, no soy un magnate de la prensa! Soy tan sólo director de redacción, y soy el único director de periódico que no tiene ni una acción de la compañía. ¿Se da cuenta de lo que esto supone?
En su libro sobre Albert Camus usted recoge cuatro pautas sobre las obligaciones de un periodista: "Reconocer el totalitarismo y denunciarlo. No mentir y saber confesar lo que se ignora. Negarse a dominar. Negarse siempre y eludiendo cualquier pretexto a toda clase de despotismo, incluso provisional". ¿Cuáles son para usted las obligaciones hoy?
La lista de Camus sigue vigente. ¿Qué hay que agregar a esa lista? Probablemente, la capacidad de conocer las nuevas trampas de la tecnología. Cuando Camus enumera esas obligaciones no existía aún la televisión. Y el reino de la imagen lo ha cambiado todo, incluso la forma de escribir. Imagine un novelista que escribe una novela y en cada párrafo alguien le dijera que su nivel de audiencia baja o sube. ¡Escribir en función de la reacción inmediata del lector! La gran innovación que ha incrementado los temores enunciados por Camus es la simultaneidad, la ubicuidad, el hecho de que cuando alguien habla faltan segundos para que lo sepa toda la Tierra. Es algo extraordinario.
Esa simultaneidad afecta también a la vida privada, otra de sus preocupaciones. Dice usted que la amenaza a la vida privada es el peor defecto del periodismo.
Hay mucha gente que piensa que la transparencia es algo muy importante, y que si la vida pública se ha mezclado con la vida privada, el lector tiene derecho a conocer ésta. Es una postura, y no es la mía en absoluto. Hay gente que no es deshonesta que piensa eso. Y eso nos puede llevar muy lejos.
Por eso dice usted que el periodista tiene un poder injusto.
Naturalmente, muy a menudo es así. La capacidad de hacer el mal que tiene el periodista es devastadora. En un día o en una hora se puede deshacer una reputación, se puede transformar a alguien que tiene fama de ser honesto en un terrible malhechor. Es un poder terrible.
¿Y cómo se puede limitar ese poder sin llegar a la censura?
Es una apreciación difícil que depende en primer lugar del director de redacción, del redactor jefe, del jefe de departamento, de la forma como se concibe el periódico. Esto pasa de paredes para adentro, no hace falta una ley para eso.
Usted advierte, como Camus, contra la primicia: es mejor verificar que lanzarse, no hace falta ser los primeros...
Es mejor ser el segundo pero verídico que el primero pero equivocado. Todo el mundo quiere ser el primero... En la época de Camus había un gran asunto, la violencia, y él quería ahondar más en eso, el asunto de las primicias estaba en segundo lugar... Hablé con él muchas veces de eso: cuándo acabará el Mal, cómo se da respuesta a la agresión, ¿se llega a imitar al enemigo? ¿Qué porvenir tendrá nuestra Causa si empleamos las mismas armas que nuestros enemigos? Y el periodista ¿es honesto utilizando medios que considera inaceptables para otros? Ahora tenemos preguntas parecidas. ¿Qué hacemos con Irán? ¿Tenemos que hacer como Irán para ir contra Irán? La pregunta es si hoy estamos condenados a imitar los medios de los enemigos.
"Sueño con un periódico que destierre todo tipo de mentira, en el que la virtud fuera, no obstante, divertida, y en donde se defendieran encarnizadamente tres principios: los de la Justicia, el Honor y la Felicidad".
Muy de Camus... ¡El honor, tan castellano! No sé si hoy habría un periódico como ese que soñaba Camus. Él iba muy lejos, y era un puritano. Cortó una serie de reportajes porque estaba harto de que comiéramos del dolor de las mujeres. Un puritano. El mundo ha cambiado. El día en que el Times de Londres puso una foto en portada, el mundo periodístico cambió radicalmente.
Usted dice que el periodismo consiste en vivir la historia mientras se hace. ¿Cómo ve la historia haciéndose ahora?
Hemos perdido los instrumentos de previsión; eso es lo más novedoso. No hay ciencia económica, no hay conocimiento analítico financiero: se han equivocado todos. Desde hace 10 años se han equivocado todos. Hemos perdido los instrumentos de previsión y nos faltan paradigmas.
¿Incluso con Obama?
Sobre todo con Obama. ¿Quién había previsto a Obama? Es la confirmación total de lo anterior. La historia de Obama es increíble.
Usted recuerda esa escena: Camus llega a una boîte, está feliz por la edición de Combat y exclama: "¡Vale la pena luchar por una profesión como ésta!". ¿Usted diría lo mismo hoy?
[Después de un larguísimo silencio] Merece la pena. Sí, creo que merece la pena. He tardado en responderle porque me he vuelto muy preocupado y hasta un poco pesimista. Pero digamos que merece la pena luchar. Él decía: "Vale la pena". Yo digo que merece la pena luchar.
Foto: Daniel Mordzinsky
Fuente: Diario El País