domingo, 3 de agosto de 2008

1ª Conferencia de la presidenta, el día después...

Con asesor propio y horas de preparación
Le aconsejaron cambiar la actitud
Por Mariana Verón
Sonrió, se mostró amable, no confrontó, manejó los gestos, las miradas, su cuerpo y su actitud. El resultado del primer test de Cristina Kirchner cara a cara con los periodistas y en medio de la crisis política de su Gobierno tuvo horas de preparación.
El sociólogo Ricardo Rouvier revisó durante la última semana todos los discursos de la Presidenta durante el conflicto con el campo. Marcó los puntos a "extirpar" y consideró necesario un cambio sustancial de actitud de la jefa del Estado, según confiaron a La Nación dos funcionarios que trabajaron en la preparación de la conferencia.
La prioridad: cambiar el modo de Cristina Kirchner de relacionarse desde el atril. Esa fue la conclusión que sacó el equipo de comunicación que además de Rouvier, que ayer estuvo presente en Olivos, lo integraron el jefe de Gabinete, Sergio Massa; el secretario de Medios, Enrique Albistur, y el vocero presidencial, Miguel Núñez.
"Cristina dio cátedra", fue la sentencia de Néstor Kirchner, exultante, anoche, a poco de terminar la conferencia. El ex presidente vio la rueda de prensa desde la quinta con su vocero, Alfredo Scoccimarro, y su secretario Daniel Alvarez.
Según supo La Nación, Kirchner se resistía a la presentación de su esposa ante la debilidad política en que había quedado el Gobierno, pero confiaba en sus habilidades de oradora. Los ministros y funcionarios que ayer acompañaron a Cristina se preocuparon por desinformar sobre el paradero del ex presidente. Dijeron que no estaba en la residencia, sólo para que la noticia de su presencia no opacara la presentación. Pero el ex presidente, obvio, siguió cada minuto desde la casona principal.
La sugerencia principal del sociólogo convocado por el poder fue provocar en la Presidenta un cambio de actitud. Se notó el esfuerzo de la jefa del Estado por no confrontar, ni siquiera con los periodistas. Evitó las descalificaciones que suele hacer el ex presidente en sus apariciones públicas y pidió no "adjetivar" cuando se le preguntó por el voto del vicepresidente Julio Cobos en el Senado. Tampoco confrontó con el campo, justamente en el día en el que la Exposición Rural había quedado inaugurada con el típico discurso del agro en contra de la política oficial.

Cambio de actitud
La conclusión de los últimos días en los pasillos del poder fue que Cristina Kirchner no fundó su estilo propio. La recomendación fundamental que le dio Rouvier a la Presidenta fue "recuperar la serenidad". Hubo, sin dudas, un esfuerzo de ella por agradar. Hizo chistes, se mostró abierta, casi no cuestionó las preguntas y se quedó 15 minutos más de lo previsto para poder responder una consulta más. "Es todo un gesto de docilidad", amplió un colaborador de la Presidenta.
Cristina Kirchner ocupó toda la mañana en preparar la conferencia. En la Jefatura de Gabinete le prepararon anteanoche un listado con las preguntas que creían que los medios podían hacerle. Desde el caso de la valija voladora de Guido Alejandro Antonini Wilson, hasta la reestatización de Aerolíneas, que nadie preguntó, pasando por lo que imaginaron que iba a ser el tema más requerido: los índices del Indec y la situación de Guillermo Moreno.
A tal punto llegó la concentración de la Presidenta en su estudio previo que se notó que no había tenido tiempo de chequear las últimas noticias del día. Dijo, en medio de la conferencia, que todavía estaban desaparecidos los dos hijos de la pareja asesinada en Cardales, cuando los cuerpos de ambos niños habían sido encontrados ayer.
Además, ella se encargó de estar en todos los detalles: desde la elección del lugar hasta el tipo de atril. Pidió especialmente que la tarima fuera de vidrio, para dar imagen de transparencia, y se ubicó delante de un gran ventanal que daba a los jardines de Olivos, en el Salón de Convenciones.
Nunca se tocó el pelo, ni tampoco tomó los micrófonos, como suele hacer. Y siguiendo los consejos de su asesor, miró casi siempre a los ojos al periodista que le preguntaba, en toda una técnica por agradar. Pareció que además de estudiar, la Presidenta había aceptado las sugerencias.
Fuente: La Nación

Chistes
Por: Martín Caparrós
Primero un señor levemente calvo de barbita candado dijo que era el vocero presidencial, que se llamaba Miguel Núñez y que quería plantear ciertas reglas del juego. El señor vocero estaba nervioso, y se veía que no tenía mucha experiencia en estas cosas; es lógico, lleva sólo cinco años en su cargo.
El señor vocero, antes de explicar cómo sería el asunto, saludó por micrófono a un “viejo amigo de José Luis Cabezas”, porque la comunicación del gobierno siempre incluye la mención de alguna víctima. A sus espaldas, detrás del ventanal, en pleno trópico, palmeras se agitaban al viento de una tarde tormentosa.
–Buenas tardes a todos y a todas. Dijo la señora presidente y se dispuso a escuchar las preguntas, pero lo primero que escuchó fue el reproche y lo contestó con un mal de muchos: que esta mañana había leído en un diario que no había conferencias de prensa desde 1999, que Kirchner no fue el único presidente que no dio conferencias de prensa, que De la Rúa y Duhalde tampoco dieron.
El sistema mal-de-muchos reapareció más de una vez: sobre el INDEC dijo que los índices de los países vecinos son todavía más bajos, sobre los transportes que sus tarifas son mucho más altas. Sobre las acusaciones de “doble comando” dijo que en “2003 se decía lo contrario: que Kirchner era un pelele, un pusilánime y yo lo iba a manejar. Ahora es al revés, la débil, pusilánime, manejable soy yo. Ninguna de las dos historias es cierta”.
–Los dos somos simplemente cuadros políticos que trabajamos desde hace mucho tiempo por comunes ideas ideas ideas acerca de la Argentina que queremos.
Después la presidente habló mucho y muy feliz de las inversiones extranjeras: deben ser una parte muy importante de sus ideas ideas ideas –que se cuida muy bien de llamar ideología. Y de que es difícil “dar buena calidad de servicios con tarifas tan pero tan bajas como se cobran en la República Argentina”: más ideas, supongo.
De vez en cuando, los micrófonos no andaban, pero la señora presidente no estaba nerviosa –o, por lo menos, no se le notaba. Es más, parecía contenta de estar donde estaba y hacer algo extraordinario que debería ser perfectamente ordinario y poder decir, por ejemplo, ante pregunta, que no se arrepiente de nada de lo que hizo desde que asumió, ni siquiera de la resolución 125 porque sirvió para instalar el debate sobre la distribución de la riqueza y eso es sólo comparable a lo que hizo su marido con la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final.
Como no había derecho a repregunta, nadie pudo decirle que si hubieran querido impulsar el debate habrían impulsado el debate y que en cambio todos tuvimos la impresión de que lo que querían era sancionar un impuesto –y que el debate era lo último que querían, y que llegó desde la contra.
Su posición, en general, era de a mí por qué me miran. Cuando le insistieron si había sacado alguna lección de su derrota en la crisis del campo, dijo que “bueno, la autocrítica que debería hacerme es cierto grado de ingenuidad ante la reacción de sectores muy poderosos”: mi problema es que soy demasiado sincera, suelen decir las famositas.
Cuando le preguntaron si iba a sacar a Moreno, dijo que le parecía un análisis reduccionista y que todo lo que hacía el secretario era por orden de ella. Cuando le preguntaron si iba a hacer más cambios en su gobierno dijo: “No”, seco, tajante. Y como se dio cuenta de que había sido brusca, quiso decir algo más, algo simpático, y mandó sonrisa para la periodista:
–Siga compitiendo.
Le dijo, cuando la frase clásica es “siga participando”: participar y competir son dos ideas muy distintas, aunque algunos a veces las confundan.
–¿Por qué los de Radio 10 están todo el tiempo “presidente, presidente”, si La Nación ya dijo que podían decirme “presidenta”?
Dijo, con otra sonrisa, y era raro: La Nación, el diario La Nación, le dice lo que se puede y no se puede. Cuando le hablaron de una encuesta que no la favorecía, dijo que las encuestas mienten mucho, cuando le preguntaron por Estados Unidos dijo que ellos ya no son racistas y tienen una “apertura de cabeza admirable, en cambio aquí se ha usado el color como una forma de condena”, y por eso ellos ocupan el lugar que ocupan en el mundo y nosotros no.
Todo seguía, verboso, y el problema de la presidenta –La Nación autoriza– eran sus chistes. Sus chistes eran tan elocuentes. Un periodista de su diario le preguntó amistosamente por los “cambios hacia adelante” y ella se rió y dijo que los cambios hacia atrás serían imposibles: lo gastó, con sonrisita. Para empezar, hay códigos: no se gasta a quien no puede contestar. Pero, además, si hay algo que ella y su marido han hecho siempre son esos cambios hacia atrás: inventan el pasado, para poder usarlo. Pero lo malo seguían siendo los chistes: una periodista extranjera le preguntó cuál era para ella el valor ideal del peso argentino frente al dólar.
–Si yo pudiera manejar la moneda argentina, le aseguro que no estaría acá en Olivos, estaría en algún otro lugar. Dijo, con más sonrisas y, sin posibilidad de repregunta, la periodista no pudo averiguar adónde se iría, en ese caso, nuestra señora presidenta.
Fuente: Crítica de la Argentina

El fin de un mito
Por Luis Alberto Quevedo *
Y finalmente se nos cayó un mito: el mito largamente alimentado sobre las conferencias de prensa de los Kirchner como un momento epifánico de la verdad, donde se revelarán y donde cambiará la calidad de las instituciones en la República Argentina. Pues no, nada de eso ocurrió. Creo que más bien la Presidenta se salió con la suya: ante el protagonismo de la apertura de la Rural, con los discursos de Miguens y el grito de guerra de Alfredo incluido, Cristina decidió competir en la tapa de todos los diarios del domingo poniendo en primer plano un hecho que nunca había ocurrido durante la gestión de su marido y de la suya propia: hablar con los periodistas (nacionales e internacionales) con una agenda abierta. Eso sí, sin repreguntas y durante una hora y media. ¿Y qué pasó allí?: nada. Ni siquiera hubo una pregunta sobre lo que había ocurrido durante la mañana en la Rural. Sólo se cayó el mito de que es en el ámbito de las conferencias de prensa donde ocurren los grandes anuncios, los debates postergados y donde los hombres del poder se ven forzados a decir sus verdades. Personalmente, nunca lo he creído así, sinceramente... Ni hoy ni durante todos los años pasados en que varios presidentes no dieron conferencias de prensa el problema político o comunicacional estuvo allí. Claro, ¡está bien que se haga una conferencia!, por supuesto. Pero a veces (como ayer) sólo sirve para mostrar los pies de barro de esta creencia periodística.
Cristina es una gran oradora de atril más que de tribuna o barricada. Y por eso allí, con esos dos micrófonos convergentes sobre su rostro, con un vaso de agua servido de manera insistente y mirando a todos casi con sorna (¿vieron?, aquí estoy....) se sintió cómoda, sonriente, se permitió algunos chistes (para dejar también alguna nota de color) y se la vio muy distendida. A esto le agrega algo que a algunos nos pone muy nerviosos: no lee ni le pregunta nada a nadie (como lo hace Chávez en sus charlas, por ejemplo) y maneja con mucha certeza cifras de la economía, datos históricos, resoluciones de organismos internacionales, reuniones que mantuvo hace algunos años y recuerda con mucha precisión todos los nombres de funcionarios, políticos, líderes internacionales y ciudades donde ocurrieron estas cosas. Una destreza que pocos tienen. Y durante esa hora y cuarenta minutos habló sobre muchas cosas: Moreno y el Indec, el tren bala, la ley de radiodifusión, las retenciones y la Resolución 125, la relación con Brasil, más sobre Moreno y el Indec, los cortes de rutas, el crimen de Cardales, las elecciones americanas y la personalidad de Obama, la renuncia de sus funcionarios, los rumores sobre su propia renuncia, la inversión extranjera, el valor del dólar, la 4ta flota de los EE.UU., Cobos, otra vez sobre Cobos, otra vez sobre Moreno y el Indec y todo para no decir nada concreto, ni anunciar nada puntual, ni revelar alguna historia jugosa que hasta hoy desconocíamos. Por supuesto, lo que sí hizo (y nos tiene acostumbrados) fue retar a los medios (¡...cómo le gusta retar a los medios!), descalificó algunas encuestas y relativizó los costos que ha pagado su gobierno por las decisiones tomadas en estos meses.
Creo sin embargo que sí hubo un tema que articuló su discurso –al que recurrió varias veces– y que para ella es estratégico: su política de mejoramiento de la calidad institucional en la Argentina. Ya lo había hecho durante la campaña del 2007 y en el inicio de su gobierno, y pese a las críticas que recibe del arco opositor y de muchos medios, lo cierto es que es un tema que surge de sus palabras con mucha fuerza, verdad y logra tornarlo verosímil. Son esos momentos (los pocos momentos) en que su cuerpo y la inflexión de su voz adquieren mayor compromiso con su palabra. Está convencida de que allí está haciendo algo importante, y lo cree firmemente. Por eso se torna más humana y logra desdibujar algo de su retórica impostada.
Yo me quedo con la Cristina de los otros atriles, la del Salón Blanco de la Casa de Gobierno, o esos momentos donde se despliega una palabra inesperada, en las entregas de diplomas o la asignación de viviendas, allí donde Cristina suele ser mucho más sustanciosa en sus apreciaciones sobre política nacional, las relaciones internacionales o redistribución de la riqueza. En un momento en que la conferencia declinaba (ya a los 35 minutos declinaba...) le dijo a un periodista: “...si te parece, la levantamos inmediatamente y acá no ha pasado nada”. Y creo que así fue, la conferencia transcurrió, se levantó y nada nuevo ha pasado. Sólo se desmontó un mito: el que sugiere que la verdad sobre un gobierno aparece en algún espacio privilegiado. En el fondo, todos los momentos de la comunicación política pueden ser tan anodinos como sustanciosos: el problema entonces sigue siendo la política, no el formato de la comunicación.
* Sociólogo, investigador de Flacso y UBA.

¿Conferencias de prensa?
Por Alejandro Kaufman *
¿A que se debe la discrepancia entre los militantes políticos Néstor Kirchner y Cristina Fernández y los medios hegemónicos de comunicación? Néstor Kirchner actuó como actuó en su hora respecto de los derechos humanos. Lo que hizo no estaba en las expectativas de ningún sujeto social ni político del espectro democrático, progresista ni de izquierda. No avisó que iba a hacer lo que hizo. Sin duda, para poder hacerlo. No hubo conferencia de prensa. Pero la sorpresa tiene un costo político. En el triunfo es bienvenida, en la derrota se recuerda amargamente la falta de participación consensual. Los avances de Alfonsín en ese sentido habían sido anunciados en su plataforma electoral. No así los de Kirchner.
¿En qué posición quedaron la prensa y los medios hegemónicos en relación con el nuevo escenario que las políticas públicas de derechos humanos del kirchnerismo instalaron en la Argentina de la postdictadura? ¡Quedaron en evidencia! Ahora ya no se trata de unos imposibles juzgamientos de perpetradores que se seguirían implorando por toda la eternidad. En este nuevo escenario aquello que consiguió silenciarse durante este último cuarto de siglo podría hacerse visible: que los medios de comunicación de la dictadura, sus líderes empresariales, periodísticos y del entretenimiento no han cambiado, son los mismos, permanecen en sus puestos, dictan las agendas mediáticas y las modalidades comunicacionales, consiguieron homologar el horror exterminador con toda clase de acontecimientos de diferente orden. Educaron a varias generaciones de jóvenes audiencias en la idea de que arrebatar una cartera en la calle merece la pena de muerte pero haber perpetrado desapariciones y torturas es un asunto opinable. Que los derechos humanos son algo del pasado. Cooptaron a intelectuales progresistas para que escriban y comenten sus biografías personales e institucionales y los absuelvan de sus complicidades, acciones y omisiones en la dictadura.
Lo que tenemos que discutir en la Argentina, si nos creemos las palabras que solemos intercambiar sobre las instituciones democráticas, es el estatuto ético-político de las prácticas de la prensa y los medios de comunicación. Ese estatuto no depende solamente de declaraciones y normas fundadas sobre acontecimientos anecdóticos, por graves que sean en sí mismos. El procedimiento de la “carta robada” oculta lo aterrador confundiéndolo con otros acontecimientos –dramáticos– que, aisladamente, justifican diversas preocupaciones y demandas políticas. En estos veinticinco años se han acopiado cada uno de los eventos dolorosos, accidentales o criminales noticiables de distinta índole como modalidades de ocupación excluyente de las agendas. Hoy no se usan en general la censura ni la mentira flagrante sino la transparencia, la omisión y la sustitución.
Los actores mediáticos de la dictadura quedan en evidencia porque ya no hay tantos otros culpables sin nombrar. Innumerables archivos de toda índole atesoran sus crímenes simbólicos y políticos. Es por ello que gritan tanto en el espacio público y ajustan en privado las tuercas sobre los trabajadores de prensa, para que el pasado que a ellos concierne se mantenga en el olvido. No tienen como rehenes sólo a los trabajadores de prensa, sino también a gran parte de los actores políticos y culturales que dependen de los medios para mantenerse en los espacios comunicacionales. ¿Conferencias de prensa de los presidentes? ¿Cuáles, las de Bush padre o Bush hijo? En los instantes previos a la conferencia de CFK algunos periodistas los recordaban en cámara. Podrían haber mencionado que la frase más horrorosa de Videla sobre los desaparecidos fue pronunciada en una conferencia de prensa.
Hay que discutir las agendas mediáticas, eludir las divisiones binarias tan establecidas, seguir luchando por la memoria y por los relatos, como casi siempre. Sólo un debate semejante podrá emanciparnos de la prensa de la dictadura.
* Ensayista.
Fuente: PáginaI12