Voz imprescindible de la radiofonía argentina, el uruguayo habla de la importancia del medio en la actualidad. Critica los modos del Gobierno y toma partido contra cierta televisión.
“Víctor Hugo está en camino”, susurra el recepcionista. A los 30 segundos, cruza la puerta que separa Radio Continental del frío del atardecer. Lleva sobretodo y bufanda pero el viento no logró traerle ningún mechón a la frente. Todo está en su lugar, salvo la voz, inconfundible, apenas nasal: “Sólo me levanté porque hoy tengo el concierto de Nelson Freire en el Coliseo”.
La gripe a cuestas le da al señor Morales un toque reverencial que acentúa su aire de patriarca de la colmena. Saluda estrechando la mano, reta a una productora que fuma en su oficina, pide que le preparen unos mates y se queja por el desorden. Falta poco para que empiece a hablar de la AFA y los negocios televisivos a costa del fútbol en Competencia, el segundo programa que conduce en el día, de 19 a 21.
El primero, de 9 a 13, es La mañana, acompañado por Daniel López (ex titular de la primera mañana antes del retorno de Magdalena Ruiz Guiñazú a la emisora), la locutora Florencia Ibáñez y varios columnistas que conforman un producto radial redondo, de mucha prolijidad informativa, de tono respetuoso, sin griteríos ni risotadas y con ritmo siempre a tempo. Como diría Víctor Hugo, “notable”.
“El programa se construye, como prácticamente todas las cosas de mi vida, como un tema musical: allegro, adagio, allegro; un motivo largo, un motivo breve. Hay una preproducción del día anterior de notas que por algún motivo nos interesan, humanísticas, de salud, de ciencia, curiosidades, temas como para una revista. Si la actualidad no es muy interesante, con ese material tenemos la certeza de completarla.
El mismo día, una hora antes del comienzo del programa, vemos cómo hacemos convivir lo inmediato con lo ya producido. Por otro lado, me importa mucho la puesta en el aire: un programa tiene que ser estéticamente agradable, y sale muy bien armado porque tenemos un operador (Hernán Avella) muy artístico, consustanciado con mi punto de vista”, explica sentado a la mesa-escritorio, rodeado de papeles, la impaciencia del teléfono, las noticias en pantalla y colaboradores que entran, esperan y salen. Hay cierta ansiedad en el ambiente: todos lucen necesitados de decirle algo urgente. Pero, inmutable o desusadamente cortés, nunca interrumpe la charla.
“Un leit motiv del programa es que no quiero trabajar sobre los diarios y prácticamente lo tengo logrado. A veces se tientan y me traen una nota que después descubro que estaba en los diarios. Saben que corren ese riesgo porque leo apenas me levanto Crítica de la Argentina y La Nación. Me gusta exigirles porque en los últimos años pasó algo terrible: los productores de radio se convirtieron en personas con una gran agenda que pueden llamar a todos los que salieron ese día en los diarios; entonces la mañana de la radio es la continuidad de la lectura del diario o su sustitución para los que no lo habían leído. Producir es exigir otro tipo de imaginación. Estoy contentísimo de cómo lo hacen y con los resultados”, dice sobre su equipo de producción coordinado por Fabiana Segovia.
–¿Ellos proponen y usted dispone?
–Sí, tengo las cartas en la mano, acepto y reparto. En base a lo que a mí me gusta, me traen propuestas permanentemente. Mi tarea es tener el programa en la piel. No sé si se nota pero estoy las cuatro horas omnipresente, no me levanto ni un minuto.
–¿Por qué eligió darles espacio a los reclamos de los consumidores?
–Es estrictamente una idea mía, porque conocía a Susana Andrada (presidenta del Centro de Educación del Consumidor y columnista de La Mañana) y porque creo que hay un lugar de indefensión de la gente frente a las empresas. Es un paso riesgoso el que hemos dado porque nos ocupamos de empresas que a la vez son nuestros anunciantes, pero eso nos da cierta autoridad. En general, para los periodistas es muy fácil atacar al Gobierno y jamás se meten con las empresas, que suelen comprar publicidad como una forma de protección para que nadie las mencione o ataque. Yo creo que si una empresa hace las cosas mal, hay que decirlo con nombre y apellido, ofreciendo la posibilidad del descargo. Y tenemos buena recepción, nos dan bolilla, responden. Lo damos muy dosificadamente y pienso que la presencia de Susana podría ser todavía más amplia. Porque –a mí también me pasa– no sabés dónde quejarte.
–En los últimos meses, el programa tomó partido por el campo. Al final, lo menos gorila resultó la carta abierta de Orlando Barone...
–Es muy difícil verlo para nosotros desde adentro. Daniel (López) es un fuerte conocedor de la problemática del campo y eso lo llevaba a una argumentación sostenida con mucha fuerza. Yo estaba un poco en la perplejidad entre escuchar una campana y la otra, pero como las formas establecidas por el Gobierno fueron tan rechazantes y se cometieron tantos errores en el discurso, como abusaron de sus argumentos y de sus maneras casi autoritarias, en el rechazo a esas maneras parecía que me sumaba a los argumentos del campo, cuando en mi vida he visto ni una plantita de soja. Además, los entrevistados del campo siempre están disponibles y dispuestos a salir al aire, a diferencia de los del oficialismo. Y los oyentes se sensibilizaron con el campo para pasar otras facturas al Gobierno. Ese panorama hizo que pareciera que nuestro posicionamiento estaba para ese lado. Por eso, a mí me resultaba un enorme alivio la presencia de Barone, porque tenía un punto de vista favorable al oficialismo. Te imaginás que yo no lo recibiría con simpatía ni con entusiasmo si hubiera tenido una posición irreductible.
–Su forma de relatar el fútbol es más cercana a la tradición oral de cuentacuentos que a la estrictamente deportiva. ¿De dónde le viene la construcción de ese estilo?
–Es que sería también mi forma de hablar. La construcción del discurso depende de lo que hemos leído y oído. Fui muy oyente de radio, la fuente de imaginación más fértil que puedas imaginar –porque la televisión no es una fuente para la imaginación, más bien la combate– con los radioteatros, la elegancia con que se decían las cosas y también la impronta uruguaya con un notable amor por los elementos culturales y educacionales, todo eso viene conmigo. Y el hecho de ser un lector impresionante en años en los cuales no se lee mucho como a los 20, los 18, los 17, en los que yo era un fuerte lector. Por deformación profesional, siempre trato de embellecer lo que hablo, es algo que va conmigo.
–¿Cuando habla de cultura no se pone un poquito solemne? El pase con Magdalena, un segmento que en otras radios intenta ser bromista, parece de “veladas paquetas”.
–Soy una persona solemne y formal, un poco pacata, eso es lo que soy, no es una postura, hablo de lo que me parece que vale la pena. No sé, si ocurre, no me doy cuenta. Mi bagaje personal está hecho de miles y miles de horas de cine, de lecturas, de música.
–¿No hay un tufillo aristocratizante en su postura de no usar celular ni mail, rechazar la televisión y declarar que hay multitud de temas que le son ajenos?
–No, es un amor por el tiempo. El mail se me convirtió en una carga pesadísima en mi cabeza, “¡Uy!, no le contesté a Fulano”, y entonces tenía que pasarme contestando en lugar de ir al cine. Se terminó el mail, se terminó el problema. El celular: detecté que de 100 llamadas que me entraban, 95 no me interesaban a mí sino a la otra persona. Se terminó el celular. Y no miro televisión porque por suerte todas las noches de mi vida tengo algo que hacer (ver recuadro).
–¿En serio no le importan la competencia, el rating y los números?
–No, jamás me sentaría a hacer nada en mi vida pensando en cómo seducir al sector que se interesa por el tipo de cosas que a mí no me interesan. No me voy a ocupar de algo que me parece irrelevante y ofrecérselo a los demás. Está en mi trato con la radio: “Jamás me digan lo que quieren. A fin de año me dicen si sigo o no”.
“Vengo de un al mundo que la televisión derrumbó”
Melómano con espacio propio (A título personal, sábados de 11 a 13 por FM Nacional Clásica), reciente miembro de la Academia Nacional de Periodismo y Ciudadano ilustre de Buenos Aires, no ha renegado en su carrera de la participación en TV. Hoy conduce Protagonistas de la Segunda Argentina, producido por el grupo asegurador La Segunda (sábados a las 21.15 por Canal 7) y, en cable, Hablemos de fútbol, junto a Roberto Perfumo (lunes a las 21 por ESPN+). En julio de 2006, cuando asistía al Campeonato Mundial de Fútbol de Alemania, el canal oficial levantó Desayuno, el noticiero matutino que lideraba. Y en los 80 fue la cara de El espejo, por Canal 13.
–¿Por qué en La mañana se habla tan poco de la tele?
–Yo no soy antitelevisión. Marcelo Stiletano (columnista de Espectáculos) elige su material y podría hablar si quiere sólo de tevé. Por ahí lo que yo siento es que estoy perdiendo el tiempo y no aprovechándolo si me ocupo, por ejemplo, de las discusiones de chicas en el caño. Hay temas que busco soslayar, de mi vida y del programa.
–¿No le preocupa estar informado acerca de lo que se habla en la peluquería o en el café?
–Es que estás enterado igual. Si hago un zapping antes de dormirme, ya me enteré. Mirá, a mí no me pasa la televisión porque me pasan otras cosas. A ver, ¿Susana a qué hora está? A las ocho, bueno, yo voy a estar en el concierto de Nelson Freire. Hummmm, reconozco que tengo una especie de viejo rechazo, de celo, porque me crié en un pueblo chico, en la bisagra entre los sesenta y setenta, un mundo que la televisión derrumbó para siempre.