viernes, 11 de julio de 2008

Un alto para meditar

Tubal Páez, Presidente de la Unión de Periodistas de Cuba
Concluye el VIII Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba, que como las principales organizaciones de los distintos sectores sociales cubanos, surgió al calor de la lucha del pueblo por lograr la independencia y la justicia social plenas.
Son momentos en que se suele afirmar que "culmina un proceso" o "se abre una etapa", dando la sensación de que al bajarse las cortinas todo va a ser distinto y los acuerdos serán una varita mágica que cambie en horas situaciones complejas presentes, en primer lugar, en la cabeza de mucha gente. Pero lo importante será no descansar en la lucha de ideas, en su enriquecimiento y la decisión de darlas a conocer para que ellas también peleen.
La prensa está muy condicionada por el concepto de tiempo, por las urgencias informativas, el rigor de los horarios y la inmediatez. Las nuevas tecnologías, las velocidades de la vida moderna, caracterizadas por una carrera demencial para obtener la supremacía en los mercados, hacen que los humanos nos sintamos como si nos despojaran del tiempo.
Al igual que en un pestañazo electrónico podemos enviar datos, sonido e imágenes en cantidades asombrosas, con un simple clic sobre una tecla se pueden esfumar irremediablemente años de trabajo. Ello nos produce una situación ambivalente entre el asombro por las maravillas de la tecnología y los temblores de una desorientada anatomía que no puede responder al "flash" permanente.
Comparando los días que corren y el pasado de represión militar en su país, un colega latinoamericano, perseguido por la angustia de los nuevos ritmos, me dijo una frase rotunda: "Antes no podía escribir lo que pensaba, ahora no puedo pensar lo que escribo".
Entonces un Congreso, como yo lo veo, es algo así como un "detengámonos un momento y sentémonos en esa piedra a pensar bien cómo van las cosas antes de enfrentarnos a la encrucijada que viene, y decidir entre todos qué vamos a hacer". Fidel había señalado al respecto que la humanidad necesitaba una cumbre, una montaña para irse a reflexionar para encontrarles solución a los difíciles problemas del mundo.
Pero al margen de esto, lo que le interesa al pueblo, al dueño de los medios de comunicación en Cuba, es que estos sean eficientes en su labor informativa y formativa, y que la descripción que hagamos de la realidad se parezca cada día más al mundo y al país donde vive y resiste.
El proceso previo al Congreso comenzó en febrero en una pequeña emisora de Guáimaro y concluyó cuando los periodistas de la Televisión Nacional efectuaron los debates de la asamblea número 189. El mejor ambiente que se podía crear fue estimular esa característica de todo revolucionario, insoslayable en cada periodista, de ponerse en el lugar del otro, del lector, el oyente o el televidente, como premisa del diálogo informativo eficaz y de la defensa de una Revolución que el imperio no quiere dejar tranquila.
Por supuesto que los propios compañeros hicieron salir a flote las deficiencias del trabajo, casi todas de conocimiento público, pues no hay otra profesión como el periodismo que, para fortuna o vergüenza, muestre más sus errores a la luz pública; pero también se expusieron obstáculos e incomprensiones ajenos.
Los aciertos, en cambio, mientras más genuinos más ocultos quedan en la conciencia y el corazón de la gente, como nuevos valores o reforzamiento de otros, allí donde los humanos frenamos todos los días la irracionalidad heredada. En ello radica la pasión del oficio y la misión de apóstoles de una causa grande, que consume nuestra propia existencia.
En los debates se ha recordado que nuestro trabajo tiene lugar en la mente de las personas, un escenario extraordinariamente complejo donde tenemos la enorme responsabilidad en la construcción de la realidad.
Lo asombroso de nuestro cerebro no es solo que recopile las sensaciones que le llegan de los sentidos y las guarde en la memoria. La auténtica maravilla es que toda esa información la relaciona y la convierte en conciencia y en la certeza, en primer lugar, de lo que somos. El ser humano, entonces, es el resultado de la verdad, y lo será cada vez más en la medida que la busque, la encuentre, la explique y actúe en consecuencia.
Aunque muchos no nos demos cuenta, somos portadores también, de otra memoria, la genética, la que nos acompaña siempre y nos recuerda, con más frecuencia de lo que quisiéramos, las etapas en que no éramos seres racionales. Mantener a raya los instintos es también, junto a otros sectores de la sociedad, una misión de la prensa revolucionaria.
Ello engrandece el trabajo de la prensa, los periodistas y los medios de comunicación masiva, que tienen como causa mayor la defensa de la verdad, frente a los que fabrican y dispersan la mentira, frente a los que desamarran las fieras que llevamos dentro para que el individualismo y la ambición egoísta acaben con los sentimientos que nos han hecho personas.
Los periodistas cubanos siempre tendrán la verdad como su estandarte más alto. Pero eso no basta en un mundo donde impera la mentira altamente organizada y con recursos colosales para influir en la conducta de los seres humanos. Es decisivo, entonces, que nuestra verdad se muestre en toda su exactitud y belleza, de forma argumentada, profunda y culta. También, que todo el cinismo y la brutalidad de un adversario particularmente cruel estén presentes en nuestro trabajo, al igual que el enaltecimiento de cuanto de bueno y noble hay en nuestro pueblo y en las ideas que sustenta su Revolución.

En el VIII Congreso Nacional de Periodistas de Cuba