martes, 8 de julio de 2008

¿Por qué una nueva Ley de Radiodifusión?

Por Claudio Morgado *
Propongo analizar cómo incidiría en lo cotidiano la aplicación de una nueva normativa de radiodifusión, evaluando su impacto, en el día a día, en nosotros, mediáticos ciudadanos. Para ponderar modificaciones deberíamos describir la situación actual, reflexionando acerca de la relación entre el sujeto y el medio comunicador con sus mecanismos de producción simbólica actuales, legitimados por la ley imperante (la 22.258).
Siguiendo a Pierre Bourdieu, remontémoslos a George Berkeley. Jorgito nos decía, siguiendo su idealismo subjetivo que esse est percipi (ser es ser percibido), condicionando nuestro conocimiento a las sensaciones e ideas de los objetos presentados por la realidad. Más recientemente encontramos a Giovanni Sartori y las consideraciones del homo videns actual como contrapartida al homo sapiens apoyado en la cultura escrita y en la palabra.
Bourdieu, en “Sobre la televisión”, advierte sobre los peligrosos efectos que la TV puede causar sobre las diferentes esferas de la producción cultural y sobre la vida política y la democracia. Lo mediático hoy propone una legitimidad ontológica a lo producido. Ser es ser percibido... en los medios. Los medios son dadores de entidad. Además, a partir de los medios, ser es ser percibido... “bien”, otorgando una capacidad axiológica relevante. Esto implica suponer la existencia de un supuesto tamiz y diversas etapas que eliminarían barreras que deben ser costosamente superadas para llegar, por fin, a la posibilidad de ser un sujeto comunicador, que valida mensajes con su saber y poder, distinguiéndose del resto de los mortales que, al no poder superar las pruebas anteriores, sólo son objetos de recepción de dichos mensajes.
El director Win Wenders contaba en una entrevista su constante preferencia por la música de Los Beatles desde un ángulo interesante. Decía que la música del grupo le remitía siempre a imaginarios distintos no condicionados por las imágenes que en la actualidad “empaquetan” las creaciones de los músicos en el formato de videoclip. Esto hablaría de una virtual “colonización de la subjetividad”, remitiendo un contenido determinado al formato audiovisual en el que fue presentado originariamente.
Ahora bien, cuando el mercado mediático local es oligopólico (para ser suave) y es prácticamente nula la presencia de otros oferentes simbólicos, salvo los que pertenecen a la categoría “privados con fines de lucro”, estamos en problemas. El lucro no debería ser el único objetivo de las industrias de la información, la cultura y la comunicación. Cuando el objetivo de lo comunicacional es únicamente el lucrativo, los procedimientos de producción de los contenidos a comunicar estarán diseñados para arribar a tal fin. Los productos a comunicar serán sometidos a las “x” y las “y” del rating y la pauta comercial. Estas son las condiciones de posibilidad de existencia del producto comunicacional que a su vez “produce” nuestra percepción de la realidad.
Para que estas “x” y estas “y” existan tendré que afinar los mecanismos de producción pertinentes a tal fin: evitaré rispideces entre sujeto y objeto comunicante, homogeneizando los discursos, condicionando las miradas por los encuadres y ediciones y estableciendo ritmos comunicantes. Esta es una de las claves: el ritmo como tiempo de codificación. El pensamiento “pensante” requiere tiempo y estas coordenadas de rating y pauta no lo admiten. Se prioriza el relato de sucesos como hechos que interesan a todo el mundo, obturando los temas que no son “amesetados”, con la consiguiente carga de violencia simbólica que esto trae aparejado. Flaubert hablaba de “pensamientos preconcebidos”, como de estas cosas que son comunes a todos y no causan problemas en el código de comunicación porque todos lo compartimos.
La televisión, aclara Bourdieu, oculta mostrando, cuando selecciona y disecciona, presentándonos los “hechos” como quiere que los tomemos, convirtiéndose en el árbitro del acceso a la existencia social y política, generando el “efecto de realidad”. Estas categorías de selección son estructuras invisibles que organizan lo percibido, determinando lo que se ve y lo que no se ve, o sea (según Berkeley) lo que es y lo que no es.
Jaques Derrida considera la actualidad como algo “hecho”. No es algo dado objetivamente, sino algo activamente producido, interpretado por numerosos dispositivos ficticios o artificiales, jerarquizadores y selectivos. A esta actualidad “producida” le confiere dos apodos compuestos: artefactualidad y actuvirtualidad. Por más singular, testaruda, dolorosa o trágica que sea la “realidad” a la cual se refiere, la “actualidad” esta nos llega a través de una hechura ficcional.
Hegel recomendaba a los filósofos leer los diarios cotidianamente. Hoy hay que exigirles que sepan también cómo se hacen y quiénes hacen los mismos. La tarea es la deconstrucción de esta artefactualidad, hasta llegar a lo que la actualidad tiene de irreductible, llegando a su singularidad. Para esto resulta indispensable la posibilidad de que otros sujetos intervengan (medios públicos, privados y privados sin fines de lucro) presentando sus construcciones simbólicas realizadas a partir de otros mecanismos de producción que privilegien otros parámetros de evaluación diferentes a las “x” y las “y” (rating segundo a segundo y la pauta publicitaria), presentándonos otros ritmos, maneras diferentes de narrar, procedimientos audiovisuales no preestablecidos que presenten diferentes construcciones de sentido.
Con estas formas diversas de narraciones, devenidas de distintos procesos de producción (obtenidos al perseguir fines diferentes), tendremos la pluralidad de miradas necesarias para sintetizar la “actualidad”. Así y solo así podremos “deconstruir” esta hechura ficcional de la realidad, al tener otros respectos desde donde cuestionar para develar lo irreductible de su condición. Con otros actores presentes, actuando según un nuevo marco legal, podremos comparar, evaluar, elegir... de eso se trata la democracia.

* Diputado nacional por el Frente para la Victoria