jueves, 27 de marzo de 2008

"Nosotros", "ellos"...

Lo insólito de la política en manos del matrimonio Kirchner es la oportunidad de que se pierden de acumular poder cristalinamente. O sea: sin atenuantes en cuanto a la calidad de esa acumulación.
Esta limitación se evidenció en el discurso pronunciado por la señora en la tarde del martes. Si "la lengua -como decía Martí- "no es el caballo del pensamiento sino su jinete", la presidenta fue un jinete desbocado.
No era necesario a hablar desde lo absoluto para defender decisiones. Y en tren de esa defensa, menos lo era despojar de toda racionalidad a quienes cuestionan esas decisiones. Despojo que, por lo demás, se sustentó en prejuicios y estigmatizaciones.
Un "nosotros" (la verdad excluyente) y un "ellos" (la contracara, la ausencia de todo bien).
Enjugando sus reflexiones en esta dialéctica, la presidenta se deslizó a un común denominador del discurso peronista a lo largo de la historia de esta fuerza, esa disposición tan bien desmenuzada por el semiólogo Eliseo Verón y Silvia Sigal: construir al adversario como alguien que se mueve en las sombras. Al acecho. Siempre bajo el dictado de siniestras intenciones. Alguien que pone obstáculos a la "marcha inexorable" que es depositaria de la verdad y la realidad. Alguien que por lo tanto es "enemigo del pueblo, del país, de la Nación".
Peronista al fin, la presidenta desplegó el discurso típico del peronismo en instancias en que siente que se le disputa espacio.
Cualquiera sea la opinión que sobre él se tenga, el peronismo es un bloque de sentidos y prácticas con especificidades muy propias. Una de esas especificidades es, de cara a situaciones críticas, volver sobre su pasado. Abrevar en él y largar palabras al combate en términos muy rotundos. Cero en matices.
En el '46, por la misma avenida de Mayo por la cual en la noche del martes ingresó satisfecho a Plaza de Mayor el patorero D'Elía luego de su heroica faena, desfilaban los camisas pardas de la Alianza Libertadora. Rompían cabezas. Preferencia por las testas judías y, de paso, este o aquel opositor. Y Evita los fogoneaba contra los "oligarcas".
Luego, siempre cual el flamante D'Elía de horas atrás, los aliancistas también iban a la plaza. Rendían tributo al poder. Misión cumplida.
En una tarde aciaga de abril del '53, cuando un grupo de antiperonistas asesinaban vía bombas a seis personas en un subterráneo, Juan Perón aconsejó a sus seguidores llevar alambre de fardo en los bolsillos para colgar opositores. "Leña, leña", le respondían.
El general fue sensible al reclamo. "Eso de la leña que ustedes me aconsejan, ¿por qué no empiezan ustedes a darla?", dijo.
Y los muchachos entendieron. Luego quemaron no sólo el baluarte de los "oligarcas" (el Jockey Club) sino un lugar nacido para proteger la vida: la Casa Socialista.
Y en el '55, sonaría el "Cinco por uno"...
Y en los '70 vino con el "¡Perón o muerte, carajo!".
Siempre el "nosotros" y el "ellos".
Como la presidenta horas atrás.
Ni un atisbo de hacer de la dignidad de su cargo una manifestación de ejemplaridad, de mesura. Se plantó ajena a toda obligación en esa materia. Ganó la barricada.
Lamentable.
Máxime perteneciendo Cristina Fernández a una generación diezmada por intolerancias propias y ajenas.

Carlos Torrengo, Diario Río Negro