lunes, 31 de diciembre de 2007

A media luz

Por: Clara Riveros Sosa
Dos días antes de ese confín entre el viejo año y el nuevo, quizás estemos adelantando obedientemente los relojes tal como estableció el gobierno nacional. Más allá de lo razonable, en la ocasión nos cosquilleará una falsa sensación de estarnos salteando una hora de nuestras vidas. De contarse con la adhesión de la provincia a este plan, el día 30, si nos levantamos siempre a la misma hora, comenzaremos la jornada sesenta minutos antes, aunque el reloj modificado finja que todo sigue igual. La ventaja que anotaremos es que, a esta altura del año, estábamos desperdiciando un par de horas de claridad y en las que suelen verificarse las temperaturas más agradables, ya que la noche disipa el calor anterior y el sol todavía no es el lanzallamas del medio día.
En cuanto a esas primeras horas, la medida tomada parece oportuna y hasta da la sensación de que las autoridades han decidido asumir al fin, siquiera en parte, la realidad de la crisis energética; aunque se resistan a denominarla así para no ser vistas como preocupadas sino como ahorrativas y previsoras. Sin embargo, la primera impresión se va diluyendo con el correr del horario porque advertimos que, al menos en ésta, la región más cálida del país, no acarreará ningún beneficio tener que regresar al trabajo más temprano en la siesta y abocarse a él cuando clientes y público se resisten a concurrir, atrincherados en sus casas, defendiendo su salud de la insolación y los golpes de calor, y a la espera de que el sol emprenda la retirada para lanzarse a desarrollar, en esa franja de tiempo, sólo entonces, toda clase de actividades exteriores ahora más fáciles de sobrellevar pero que no resultan compatibles con el pretendido ahorro energético. Se trata, sin duda, no tanto de rechazar o adherir a la disposición nacional en su totalidad, sino, en vista de la gran extensión de nuestro país y de la variedad de situaciones que se plantean, más bien de hacerla objeto de meditados ajustes a las necesidades y características locales.
La decisión de cambiar la hora, así como la anunciada distribución general y gratuita de lamparitas de bajo consumo -que ya veremos cómo se implementará-, los planes para lograr a la vez una reducción y una superior eficiencia en el uso de la energía, principalmente en edificios públicos, son, básicamente, medidas muy positivas. Pero la mayor responsabilidad social que el gobierno reclama en este campo, difícilmente echará raíces en la conciencia de la ciudadanía (conciencia que constituye el único reaseguro de la sustentabilidad de cualquier emprendimiento) porque ésta no se consigue de improviso, sin el soporte de intensas campañas educativas, sin inculcar una nítida noción de lo que está en juego, sin esclarecer los objetivos, que van mucho más allá de una contención del gasto.
Las insuficiencias de estas medidas quizá radican en que no van al fondo de la cuestión, ni se inscriben en un contexto más amplio y sólido de políticas respecto de la realidad energética y se limitan a un intento por economizar lo poco (y cada vez menos) que hay de los combustibles tradicionales, sin buscar fuentes alternativas ni cambiar estilos de vida ni sistemas de transporte, de todo lo cual no se hace mención. Para colmo, estos planes tampoco transmiten la necesaria convicción, ni la compenetración, ni el conocimiento, que, por cierto, están ausentes en nuestras autoridades (en todos los niveles y en los diferentes colores partidarios) acerca de la situación ambiental; carencia que las lleva a obrar con impulsos tardíos frente a emergencias ya presentes ¿Donde está nuestra contribución a la reducción de las famosas emisiones de gases de efecto invernadero?¿Siempre son los otros quienes deben tomar las buenas iniciativas?
Mientras tanto, continuamos mandando al exterior el petróleo que nos hace falta, no se exploran las posibilidades de las energías limpias y sin riesgos ni se les presta ningún incentivo, y sí se insiste con las más peligrosas y resistidas como la nuclear, la de usinas de carbón y la hidroeléctrica (1); en este último caso ni siquiera se habla de pequeñas represas, ambientalmente aceptables por su bajo impacto, sino de represas faraónicas que provocan también monumentales y permanentes desastres de toda índole Únicamente se está muy pendiente del negocio de los agrocombustibles que destruyen ecosistemas, comunidades y medios de vida y que sirven para que nada cambie en la dirección saludable. Además, no todo pasa por apagar la luz artificial y el aire acondicionado (2), sino por hacer que éstos se vuelvan mucho menos necesarios, impulsando la construcción de edificios adecuados al clima, bien orientados y correctamente ventilados y aislados, economizadores de recursos; disponiendo de ciudades ambientalmente diseñadas y dotadas, entre otras muchas cosas, de más áreas verdes arboladas. Tendríamos que contar con eficientes, cómodos y puntuales medios de transporte público que desalienten el uso de vehículos individuales, lo que no solamente tendría como consecuencia el ahorro de combustibles sino también una positiva descongestión del tránsito, una menor polución del aire y hasta una reducción de las temperaturas urbanas, que por el efecto isla de calor son siempre más altas que en las zonas suburbanas o rurales.
La ciudadanía necesita ser orientada e informada adecuadamente respecto del ahorro de energía, no sólo para acatar resoluciones superiores en esta materia, sino para saber tomar por su cuenta decisiones atinadas. Debemos recordar, por ejemplo, que la compra de lamparitas de bajo consumo de marcas aparentemente baratas y no muy conocidas resulta una mala inversión, porque además de ser más caras que las comunes, duran muy poco y no llegan a amortizar ni remotamente su valor. Este es apenas un botón de muestra, en fin, hay muchísimo por hacer y sin pérdida de tiempo. Y eso implica la información y la formación de conciencia tanto de gobernantes como de gobernados.
Hagamos lo posible para construir un 2008 que después podamos recordar como un paso adelante (aunque sea cortito) en dirección a una mejor calidad de vida para todos en un mundo que resulte habitable. Felicidades.
……………………………………………………………………………………………………………………………
Ante todas las cuestiones que hoy consideramos, es demasiado tentador repetir el epígrafe que encontré el viernes, al comienzo de un artículo ajeno:
“Cuando le adviertes a la gente sobre los peligros del cambio climático, te llaman santo. Cuando les explicas qué hay que hacer para prevenirlo, te llaman comunista.”
George Monbiot
……………………………………………………………………………………………………………………………

Una duda. Es la que nos acosa al terminar este año. Desearíamos saber, ante la reciente aprobación por parte de la legislatura provincial de la expropiación de un predio ubicado en Puerto Vilelas con destino a la planta de arrabio, si los legisladores y funcionarios, actuales y anteriores, después de aquella larga y encendida audiencia pública llevada a cabo en la misma cámara cuando se pretendió radicar dicha planta en Puerto Tirol, si ellos en definitiva solamente quisieron entender, de todo lo expuesto en aquella oportunidad, que el único inconveniente residía en el anterior emplazamiento elegido y no en la contaminación ni en el arrasamiento de nuestros bosques para proveer de carbón a dicha planta que la presencia de ésta supone, esté donde esté, incluso en una provincia próxima. También sería bueno saber cómo considera la Convención Internacional sobre Humedales Ramsar una instalación de estas características dentro de un humedal de su nómina, ya que nuestra franja ribereña sobre el Paraná entra en esa categoría. Los humedales Ramsar admiten en su interior actividades y asentamientos humanos pero bajo pautas de sustentabilidad.

(1) Después de China, es Brasil el país del mundo que cuenta con mayor cantidad de represas (algo menos de 600 son tan sólo las llamadas megarepresas) y también, y no por casualidad, es el país con mayor número de organizaciones civiles que se resisten activamente a ellas y a otras formas de desvío de las aguas.

(2) Los equipos de aire acondicionado son particularmente egoístas, por cuanto refrigeran hacia el interior de los edificios y emanan calor al exterior. La elevación de la temperatura externa que producen, multiplicada, lleva a que las demás personas sufran mayor calor y, por supuesto, si está a su alcance, enciendan otros equipos más, generando un círculo vicioso de calentamiento.

Publicado en El Diario de la Región, de Resistencia, Chaco, sábado 29 de diciembre de 2007