domingo, 17 de marzo de 2002

Tras 82 años: Se acabó El Gráfico

Aunque Torneos & Competencias, actual propietaria de “la revista argentina de mayor prestigio en el mundo”, sostiene que sólo se trata de “una pausa” tras la que volverá a salir como mensuario, lo cierto es que mañana no estará en los kioscos “El Gráfico”
Por: Pablo Vignone
”Si yo voy a la FIFA como dueño de Torneos y Competencias, no me dan bola; en cambio, si voy como director de El Gráfico, se me abren todas las puertas del fútbol.” Palabras más o menos, así justificó entre amigos Carlos Avila su por entonces nuevo berretín: la compra de la revista deportiva por excelencia de la Argentina. Corría 1998. Menos de cuatro años más tarde, con un par de fracasos encima, el ex zar del fútbol logró, como diría Serrat con letra de Benedetti, lo que parecía un imposible: se cargó una institución con más de 82 años de historia, “La Cara del Deporte” o, como aseguraba el slogan, “La revista argentina de mayor prestigio en el mundo”. Tal como lo conocieron varias generaciones de fanáticos del deporte, El Gráfico ya no existe más. La promesa de los Avila es transformarla en una revista mensual, pero pocos creen esa fábula, y mucho menos los que trabajan allí: un integrante del staff calcula que de los 60 que hacen la revista, “quedarán cuatro o cinco” para empezar a trabajar en el nuevo proyecto en fecha aún no determinada. Por primera vez en 82 años, hoy, domingo, día del deporte, la redacción estará completamente vacía. Un tristísimo final para una saga que, bien contada, resulta casi un símbolo de la decadencia argentina.

Enancado en el éxito en pleno auge menemista, Avila envidiaba la posición de su adlátere en el entorno del ex presidente, Constancio Vigil (h), titular de la Editorial Atlántida y nieto del fundador de El Gráfico, Constancio Vigil, que como director de la publicación tenía alguna influencia en la multinacional del fútbol –ocupaba un cargo en la Comisión de Prensa de la FIFA– que el empresario no alcanzaba a ejercer pese a que, en la práctica, era el dueño del fútbol argentino.

Fue por eso que, en medio de las escandalosas y monumentales traspasos de medios de comunicación orquestados alrededor del CEI del banquero Raúl Moneta, Avila insistiera en la adquisición de El Gráfico casi como condición sine qua non para no frustrar otras operaciones de más grueso calibre. La redacción de la revista se mudó del tradicional edificio de Azopardo y México, a un solar en la calle Libertad, antes de asentarse en el complejo de TyC, en el Bajo. Era agosto de 1998, dos meses después de haberse iniciado el brutal período de recesión que ha puesto a laArgentina de rodillas. Sin embargo, lo que no pudo la hiperinflación de 1989, lo lograron los desatinados manejos de los actuales propietarios.

La semana pasada, dos compañía subsidiarias de TyC –Avilacab SA y Grupo H– se presentaron en el Ministerio de Trabajo para solicitar el Procedimiento Preventivo de Quiebra, instaurado por la Ley de Emergencia Económica. En los papeles, Avilacab es la “propietaria” de El Gráfico o, como dice el contestador telefónico cuando uno marca el número de la revista, “Torneos y Competencias Grupo Editorial”, que incluye además a los mensuarios F1 Racing, Golf Digest y Aire libre. Grupo H es la propietaria de La Primera la revista de actualidad creada por Daniel Hadad (de allí la “H” del nombre) y que pusiera en la calle en sociedad con Avila antes de venderle todo el paquete accionario y dedicarse al diario económico BAE. Ese procedimiento preventivo, que permitiría reducir el monto de las indemnizaciones, fue rechazado por los trabajadores y el gremio de los periodistas, la Utpba, la semana pasada.

El agua, que ya llega al cuello de TyC, anegó su estructura editorial. Según fuentes confiables, la deuda era monstruosa: algunos proveedores no cobraban desde hacía 6 a 8 meses, la publicidad paga escaseaba, los costos industriales eran crecientes y las pérdidas constantes y, hasta la semana que pasó, los empleados de El Gráfico sólo habían cobrado el 20 por ciento de los salarios de febrero.

La reducción del costo industrial, lograda con una ardua negociación con el taller gráfico, al que le debía una suma millonaria, fue pulverizada con la devaluación. Según cifras obtenidas en la empresa, El Gráfico no vendía más de 3.000 ejemplares en Capital y 12 a 13 mil sumando el interior y las ventas en el extranjero, uno de los fuertes tradicionales de la revista. La edición que reflejó la conquista del Campeonato del Mundo de México ‘86, en junio de ese año y con Diego Maradona en la tapa, vendió 880 mil ejemplares, el record de todas las épocas; cuando la Argentina fue campeón del mundo en 1978, la venta superó los 800 mil ejemplares.

Radiolandia del Deporte
En el editorial del último número semanal de El Gráfico, el 4301, Diego Avila, el hijo de Carlos y titular del Grupo Editorial, le achacó la culpa de la situación al “estado terminal de la industria gráfica”. La fortaleza de la marca le había permitido a la revista superar la crisis hiperinflacionaria de 1989, cuando en Atlántida se editaba un producto mensual de apenas 64 páginas que descendió a lo que se suponía un piso histórico, el “club de hinchas” de la revista: unas 30 mil copias. Pero ya, antes de la recesión, en la últimas épocas de Atlántida, El Gráfico había bordeado peligrosamente esa cifra. De manera que esta caída no se debe meramente a las durísimas condiciones externas.

Buena parte de la responsabilidad puede asignársele al Waterloo de los Avila: la compra del canal de TV América, y lo que sucedió después. Ese era un negocio pensado para amasar una fortuna en poco tiempo, pero que no dio resultado. Para ser rescatado del desastre, Avila tuvo que acudir a inversores extranjeros, como Rupert Murdoch –el emperador de Fox– o el fondo Liberty Media, que sabían muy poco de la historia de El Gráfico o de su significación en la historia cultural de los argentinos. Las presiones a favor de recortes fueron desde entonces múltiples.

Pero no es la única causa. Si bien es cierto que El Gráfico no pudo responder a la oleada masiva con que los medios de comunicación electrónicos pusieron el deporte en la casa de los hinchas, e inclusive no logró conjurar la amenaza que representaban los diarios deportivos, su proceso de decadencia se había iniciado mucho antes, a comienzos de los 90, cuando la identificación editorial con el menemismo transformó a larevista, siempre respetada en materia de opinión y conocimiento deportivo, en una versión de vestuario de la pizza con champán. Convertido en la “Radiolandia del Deporte” –mucho chimento, seriedad decreciente; gran superficialidad– perdió credibilidad entre los deportistas, que le iniciaron juicios, emprendieron campañas públicas para no darle notas a la revista (inclusive con el concurso del gremio de los futbolistas) y generaron una corriente de disgusto que llegó hasta los lectores.

Ese fue un proceso que lideró su director entre 1990 y 1998, Aldo Proietto, a quien hoy puede verse por los pasillos de TyC pese a que Diego Avila lo corriera de la dirección de la revista no obstante lo mucho que había operado a favor de quienes serían sus nuevos patrones y en contra de quienes le pagaban el sueldo en Atlántida. En ese proceso se dieron episodios reñidos con la ética periodística, como cuando se insinuó la homosexualidad de Diego Maradona en la cobertura del episodio de su detención en el departamento de la calle Franklin, en 1991; u otros más nefastos, como una doble operación sobre el astro, ideada en 1997, para conseguir que éste depusiera el juicio que llevaba adelante contra la revista a raíz de aquella cobertura, después de que la edición de seis tapas consecutivas de Maradona no causara el más mínimo efecto disuasorio.

El paño editorial
Las cuentas de El Gráfico ya no cerraban del todo en la última etapa de Atlántida, y el despilfarro con que se acometió la cobertura del Mundial 1998 en Francia contribuyó a la decisión de los Vigil de venderla. Para entonces, ni siquiera la edición de El Gráfico Diario, un “paper” con el que Proietto pretendía parar la embestida del diario deportivo Olé, aparecido en mayo de 1996 y que le captaba público lector cautivado por su cobertura cotidiana y su bajo precio, equilibraba los números. La idea de un diario deportivo le pertenecía a Atlántida, que ya cavilaba en ello en 1994. Pese a que los sondeos le daban bien, no se atrevió a la aventura. El Grupo Clarín pescó la pista y lanzó más tarde su producto. Así, frente a Olé, los suplementos deportivos de los diarios masivos, con grandes fotos a todo color –la verdadera gema histórica de El Gráfico, junto a sus comentarios–, la abundancia del fútbol en pantalla y en el dial a toda hora, la frecuencia semanal de El Gráfico empezó a verse como un lastre. Cuando llegaba al lector, el lunes a la noche, despertaba poca sorpresa. Ya ni siquiera sus notas causaban conmoción pública o repercutían en polémicas de alcance nacional. El Gráfico Diario resultó otro pésimo negocio y cuando llegó Avila se necesitaba un cambio de timón.

Pero los cambios, a menudo desesperados y sin el conocimiento preciso del paño editorial, sólo contribuyeron a hundir más y más a la revista. Caído Proietto en desgracia, Avila contrató a Mariano Hamilton, quien había gerenciado Olé durante tres años. Tras fabulosos estudios de mercado, y un relanzamiento que costó cerca de dos millones de dólares -uno solamente invertido en la campaña publicitaria, protagonizada por el bronceado Norberto Petisi– El Gráfico se transformó en el engendro de las “tres revistas en una”, que volvía locos a los coleccionistas, una robusta raza que contribuía en mucho a la salud de la publicación. La decadencia se frenó por poco tiempo. Hamilton salió de allí el año pasado. Los inversores pedían sangre y ahora, dicen, se acabó.

Para los que supimos trabajar allí, El Gráfico fue la mejor escuela de periodismo posible, por exceso y por defecto. Eso de que era la revista de mayor prestigio en el mundo –se puede dar fe– era cierto: más de una puerta se abrió, más de un burócrata hizo la gestión prohibida, más de una personalidad se dignó al diálogo simplemente al escuchar las palabras mágicas. No hubo podio más consagratorio para el deporte argentino que la tapa de El Gráfico. No hay lápida más cruel que la que tallaron, con la misma piedra de la que está hecha su corazón, los que decidieron ponerle fin a esta historia.

Con nostalgia y bronca
Por: Diego Bonadeo
El viernes era especial en la década del cuarenta. Porque el día siguiente era “sábado inglés” y porque salía El Gráfico. Con Adolfo Pedernera, Oscar Gálvez, José María Gatica, Alfredo Yantorno o algún otro en la tapa -prevista con semanas de anticipación por requisitos de impresión– y, en el interior, todo el deporte. No era como los diarios, donde los lunes encontrábamos los resultados y las larguísimas crónicas, llenas de dichos como “las defensas superaron a los ataques” o “el eficaz cancerbero obstaculizó el accionar del scorer adversario”. Además, El Gráfico tenía las fotos y, si queríamos ya “algo más”, estaban las crónicas y los comentarios de Alberto Salotto, de Félix Daniel Frascara o las “Apiladas” de Borocotó, en las que aparecían personajes como “Comeuñas” o clubes por entonces casi de fantasía, como Sacachispas.

Pero la impronta diferenciadora fue Dante Panzeri, por entonces limitado a escribir sobre natación y ciclismo. El Dante fue, además de periodista, un “despertador de lectores”. Quien buscara periodismo pasatista estaba fregado. No era posible “mirar” lo que escribía Panzeri. Había que “leer”. A fines de la década del cincuenta, Panzeri ya era el director con la anuencia puntual de Aníbal Vigil, hijo del creador de “El mono relojero”, “La moneda volvedora”, “Upa” y fundador de la Editorial Atlántida y tío de Constancio Vigil nieto, tristemente célebre después como portavoz de la dictadura, cogolfista de Menem y truchador de automóviles para discapacitados. Con Panzeri, Pepe Peña, Osvaldo Ardizzone y Ernesto Lazzati se agregaron a los tradicionales Julio Martínez Vázquez, Hugo Mackern y el Mono Villa entre otros. Y se sumaron también a Gerardo Bonhoff en atletismo y Federico Kirbus en automovilismo.

En 1961, a los 22 años toqué el cielo con las manos. Entré nada menos que a El Gráfico de Panzeri junto a mi entrañable amigo Coco Llana. Pero menos de dos años después se interrumpía la chance de cambiar el periodismo nacional desde la revista deportiva más prestigiosa del país con la ida de Panzeri y la llegada del mentor del periodismo basura en la Argentina, Carlos Fontanarrosa. Ya había estado antes como cronista de básquetbol, pero ahora volvía con la suma del poder editorial.

La implantación de la tilinguería y el amarillismo presagiaba tiempos peores para los productos que se pergeñaban en Azopardo y México. Esos tiempos llegaron con la década del setenta. Desde la carta apócrifa del holandés Ruud Krol a su hija durante el mundial de 1978 –en la que el contrabandista ideológico Enrique Romero ponía falazmente en el mensaje del futbolista de que los fusiles de los soldados argentinos tiraban flores y no tiros–, hasta las permanentes campañas pro o contra cualquier figura del deporte según conviniera a poderosos o avisadores. Estos gestos se convirtieron en la constante de la revista que pasó a ser, de colección en la mesa de luz para varias generaciones durante mucho tiempo, a simple papel para envolver pescado en Semana Santa desde que los marquetineros le metieron mano, promediando la década del sesenta.
Fuente: Página/12