lunes, 4 de agosto de 2025

La lucha de una madre por justicia: arranca un nuevo juicio por gatillo fácil en Rosario

Los familiares de distintas víctimas de violencia institucional están convocando a participar del inicio del juicio por el asesinato de Maximiliano Andrés Lucero. Un hecho que, como muchos señalan con claridad, fue un fusilamiento. Ocurrió el 7 de septiembre de 2022, en el barrio municipal de Nuevo Alberdi, una zona rural de Rosario. El crimen fue perpetrado por Antonella Celeste Ortiz, oficial de la policía perteneciente a la seccional 12.

En el marco de este reclamo de justicia, y con el propósito de introducir y contextualizar desde la voz más cercana al dolor, compartimos un archivo de audio registrado en vivo por El Tres TV ese mismo día. En él, Luisa Leonor Pourpour —la mamá de Maximiliano— expresa con crudeza e indignación lo que estaba ocurriendo.
"No tenía derecho a pegarle un tiro en la cabeza a mi hijo, Maximiliano Andrés Lucero. Mi hijo no es choro, no es narco. Trabajó 32 años en una hamburguesería. Se lo llevaron con la ropa puesta, justo al lado de la estación de tren y de su trabajo. ¿Por qué? ¿Por qué? Que el jefe de la policía de Santa Fe me lo explique. ¿Por qué un efectivo de su fuerza mata a mi hijo si no era un delincuente?

A mí, Luisa Leonor Pourpour, que me responda. ¿Por qué un policía decide matar a un chico inocente? ¿Por qué? ¡A nadie, a nadie! Quiero explicaciones.

—¿Él conocía a esa mujer?

No sé… todos la conocemos de investigaciones. Yo llegué corriendo cuando una vecina me avisó. Encontré a mi hijo agonizando. Tardaron casi una hora. Los milicos se reían. Ahí, todos esos que estaban ahí: 'Déjalo, que se muera total, es un negro de la villa'. ¿Por qué esa discriminación? ¿Por qué tanto odio? ¡A la reputa madre que los parió! ¿Por qué?

Ese hijo, como el hijo de cualquiera… si hubiese sido delincuente, en el barrio decimos 'murió en la ley'. Pero mi hijo era honesto, por el amor de Dios. Y ahora me falta un pedazo. Tengo once hijos, pero ahora me falta uno.

El intendente, el gobernador, el ministro de Justicia y toda esta policía narco… ¡son todos narcos! ¡Porque lo sé! Porque trazan, hijos de puta. No tengo más que decir. Solo pido que pasen esta nota, no por mí. Porque acá allanan casas y drogan por todos lados. Es un desastre.

Y esa policía de mierda que está ahí, porque es de la fuerza… Yo le estoy diciendo lo que sé".
En ese mediodía, frente a las cámaras, Luisa no solo gritaba desde su dolor, sino que también denunciaba, interpelaba, reclamaba. Porque en medio de la desesperación, ella supo poner en palabras todo lo que estaba mal, todo lo que se repite, todo lo que no puede seguir ocurriendo.

Hoy, agosto de 2025, a casi tres años del hecho, Luisa está con nosotros en las Señales, a su lado -en el estudio de Aire Libre, Radio Comunitaria- la acompaña Fernando Vergara, tío de Brandon Romero, otro joven víctima de gatillo fácil. Antes de comenzar esta entrevista, le preguntamos si quería escuchar ese audio. Es muy fuerte volver a poner el cuerpo y la voz en un momento tan brutal. Pero nos pareció que su testimonio de entonces —tan claro, tan visceral, tan certero— era necesario para empezar a hablar.
La voz de Luisa

Recordar es doloroso, dice Luisa. Pero lo que dijo aquel mediodía en televisión, frente a las cámaras, lo sigue sosteniendo con la misma firmeza. Maximiliano no era un delincuente, y lo que le hicieron fue un fusilamiento. Murió de un disparo entre los ojos. Y esa herida, que atraviesa a la familia y al barrio, sigue abierta.

Hablar de Maxi, sin embargo, también la lleva a un territorio distinto, más íntimo, más lleno de luz. Tenía 33 años y era uno de sus cinco hijos varones. Cada uno con su carácter, pero Maximiliano, dice Luisa, era la alegría de la casa. Estaba siempre con ella. Discutían, sí, como madre e hijo, pero a los pocos segundos se le pasaba. Era el que compartía los mates, el que apenas caían dos gotas le pedía que hiciera tortas fritas. El que le pedía un cigarrillo para sentarse a conversar. Su confidente. Con él, nada quedaba sin hablar.

Maxi trabajaba en Burger, pero además era electricista, techista, albañil. Hacía changas en el barrio, cortaba el pasto aunque no le pudieran pagar. Un verdadero buscavida. En los últimos años se había interesado mucho por la gastronomía: pasó por parrillas, bares, hacía delivery. Incluso trabajó con el chef Rodrigo Casagrande. Como madre, Luisa no lo idealiza: reconoce que pudo tener errores, como todos. Pero afirma con certeza que su hijo no era un narco, no era un tiratiros, no estaba en ninguna disputa de territorio, como se intentó hacer creer. Esas disputas las tienen otros, no su hijo.

Después del asesinato, se sorprendió con la cantidad de personas que se acercaron, que le contaron que conocían a Maxi, que eran sus amigos. Incluso gente que nunca hubiera imaginado. Hasta el día de hoy, nadie le ha dicho una palabra mala sobre él, ni en la calle ni en las redes. A casi tres años del crimen, sigue preguntándose por qué. ¿Por qué alguien apretó ese gatillo? ¿Por qué le quitó la vida? Esa es la pregunta que espera que Antonella Celeste Ortiz, la oficial que le disparó, le responda durante el juicio. Porque nadie —insiste— mata sin un motivo. Cree que tal vez quiso ocultar algo. Tal vez hay una explicación. La busca.

El juicio está previsto entre el 5 y el 8 de agosto. Luisa espera que la escuchen. Que haya una condena firme, de cumplimiento efectivo, en cárcel común. Porque eso es lo que considera justo.

Recuerda que Ortiz fue detenida desde un primer momento, junto a su pareja, Damián Solís, el Pelado. El 9 de septiembre —el mismo día en que sepultaron a Maxi— fue la audiencia imputativa. Luisa estuvo de acuerdo con que Solís quedara en libertad. No por bondad, sino porque pensó en los hijos de Ortiz: uno con autismo, la otra una niña pequeña. No sabía si Ortiz tenía familia que pudiera cuidarlos. Por eso, accedió a que Solís saliera. Pensó como madre.

Aclara, también, que lo que busca no es venganza, sino justicia. Y recuerda algo que muy pocos saben: ese mismo día, frente a Ortiz, le ofreció su perdón. Lo hizo mirándola a los ojos. No para quedar bien, no para aliviar la carga de la otra. Lo hizo por ella misma. Porque no quiere vivir con odio. Porque no es ese tipo de persona. Y porque sabe que su hijo, si hubiera sobrevivido con alguna secuela, le habría dicho: "Má, ya está. Déjela". Porque así era Maxi. No guardaba rencores.

Asegura que, incluso con alguna discapacidad, ella habría sido feliz si pudiera tenerlo vivo. Pero ya no lo va a abrazar, no va a compartir mates ni cigarrillos con él. El día que Ortiz lo mató, algo dentro de ella también murió. Aunque tenga más hijos y nietos, dice que quedó vacía.

Por más años que le den a la policía, ella no va a recuperar a su hijo. Y aunque sigue pensando en los hijos de Ortiz —en cómo una madre puede ser capaz de mirar a otra a los ojos y no decir ni una palabra—, lamenta profundamente que nunca haya recibido ni un gesto de arrepentimiento. Ni un pedido de perdón. Nada.

Dice que si lo hubiera habido, por sus hijos, quizás habría intentado ayudar a que su condena fuera más leve. Porque ella piensa como madre. Pero Ortiz, afirma, no pensó en ella como madre. Y eso también duele.
Una verdad que no se apaga

Cuando fueron a detener a Antonella Celeste Ortiz, ella ya estaba lista para fugarse. Tenía bolsos, valijas, pasaportes, dinero en dólares y pesos. Todo preparado. Según relata Luisa, fueron tres móviles policiales los que llegaron antes que el fiscal Gastón Ávila, para sacar pertenencias de la casa. Fue cuestión de minutos. Si el fiscal se hubiese demorado diez o quince más, la misma policía se la llevaba. La ayudaban a escapar.

Eso fue lo que Luisa denunció desde el principio, incluso en vivo, en El Tres TV, y lo sigue sosteniendo con convicción. Porque todo lo que dijo entonces —con la bronca, con el dolor— era verdad. Y lo seguirá repitiendo hasta el último día de su vida. No son palabras impulsivas. Es su verdad. Una verdad que no se apaga.

Ella misma reconoce que antes veía estos casos en la televisión. Lloraba. Se conmovía. Pero nunca pensó que un día le tocaría estar de este lado, ser una madre atravesada por la violencia institucional, convertida en testimonio vivo de algo que no para de repetirse. Y aunque desearía que nunca más ocurriera, sabe que sigue pasando.

Para Luisa, la responsabilidad no es solo individual. No recae únicamente sobre quien apretó el gatillo. Es de toda la institución policial. Desde los jefes en cada comisaría hasta las más altas autoridades: la Ministra de Seguridad de la Nación, el Ministro de Seguridad provincial, el Gobernador. Todos. Nadie puede lavarse las manos. Todos son responsables de permitir el funcionamiento de una estructura que habilita el gatillo fácil, el abuso, el atropello. Una fuerza que, en lugar de cuidar, golpea, humilla, discrimina. No importa si se trata de un niño, una adolescente, una mujer. El daño es sistemático.

Luisa lo dice con claridad: a la policía ya no le tiene respeto. Perdió la confianza. No por prejuicio, sino por experiencia. Porque la propia institución hizo que el pueblo le pierda el respeto. Es una realidad que ella, con 62 años, lamenta profundamente.

Y sabe que su historia no es única. En esa misma casa donde hoy habla, también se han seguido de cerca otros casos emblemáticos: el de Franco Casco, el de Jonathan Herrera, el de Gerardo "Pichón" Escobar. Allí mismo, todos los sábados, el papá de Bocacha realiza su programa, denunciando y construyendo memoria. Y está también el caso de Brandon Romero. La lista es larga.

Según los registros de CORREPI, desde el inicio de la democracia hasta hoy, hubo más de 10.500 casos de gatillo fácil en Argentina. Y aunque la cifra se actualiza cada año, lo más desgarrador es que no deja de crecer. Porque no paran. No paran los disparos, las coberturas, los silencios, las justificaciones. No paran los muertos.

Luisa lo dice sin rodeos: la policía debería cuidarnos. Pero en muchos barrios populares, lo que genera es miedo. Y eso no cambió. Ni siquiera después del asesinato de Maximiliano. El barrio, afirma, sigue igual. Como si nada hubiera pasado.

Y ella, desde el dolor, insiste. Porque su hijo no fue el primero, pero tampoco quiere que sea uno más.
La promesa

La imagen que Luisa relató desesperada aquel mediodía en televisión sigue intacta. La escena congelada en su memoria es la misma que hoy puede describir sin cerrar los ojos: Maximiliano tirado en la calle, agonizando, mientras todo alrededor era desidia, indiferencia y desprecio.

Aquel 7 de septiembre no fue casual la presencia de la periodista Almudena Munera Muñoz de El Tres TV. No fue coincidencia. El día anterior, en ese mismo barrio, había habido una balacera. Un chico cayó herido, y Luisa —sin saber siquiera quién era— corrió a socorrerlo. Le hizo un torniquete con sus propias manos para evitar que se desangrara. Terminó bañada en sangre, pero no se detuvo a preguntar nombres ni antecedentes. Actuó. Porque la vida está primero.

Esa mañana, Almudena recorría el barrio buscando la dirección del tiroteo anterior, cuando un vecino le preguntó: "¿A quién buscás? ¿A lo de anoche o al que está tirado agonizando hoy?". Así llegó hasta el cuerpo de Maximiliano, tendido en el asfalto, sin asistencia médica, sin reacción de la policía. Estuvo casi una hora en esa condición. Una hora que pesa eternamente.

Luisa logró acercarse un momento. Lo único que le salió fue: "Maxi... ¡no!". Él no hablaba, solo la miraba, débil, y alcanzaba a decirle "mamá". Una súplica muda. Un pedido desesperado que ella no pudo olvidar jamás.

Gritó. Gritó con una fuerza que no sabía que tenía. Pedía una ambulancia, auxilio, alguien. Nada. La policía no hacía nada. Cuando quiso abrazarlo, no la dejaron. Solo su hermano pudo tocarle la mano un instante, antes de que lo apartaran también. Y sí: lo que dijo Luisa en televisión ese día fue cierto. La frase racista se escuchó, directa, sin filtros: "Dejá a este negro de la villa. Que se muera. El hijo de esta negra paridora".

Luisa lo repite sin vergüenza. Tiene once hijos biológicos y dos del corazón. Siempre se ocupó de todos. Maximiliano era su alegría. Decía que ella era una madre intensa, posesiva, que lo ahogaba de tanto cuidado. Pero era sincero y cariñoso. Aquel día, a las ocho y media de la mañana, estuvieron conversando mientras ella preparaba el mate. Él fumaba un cigarrillo en el sillón. De repente le pidió que le abriera la puerta. "No te olvides que a las cinco tenés que ir a trabajar", le dijo ella. "Sí, ma. Voy y vengo", le respondió. Y se fue.

Fue la última vez que se vieron.

Cerca del mediodía, una vecina golpeó su puerta con la noticia. Nunca imaginó encontrar a su hijo tirado en la calle de esa forma. Pero apenas lo vio, supo. Las madres lo saben. Luisa supo en ese instante que Maximiliano no iba a sobrevivir. Que lo estaba perdiendo.

Desde entonces, desde aquel 7 de septiembre de 2022, se siente muerta en vida. Solo sigue respirando porque tiene la obligación de seguir por los demás. Pero su alma, dice, quedó con su hijo.

A él le prometió hacer justicia. A Dios le pidió que la ayudara a no caer. Cree profundamente. En Dios como juez y como testigo. Le pidió fuerza y le pidió también que decida sobre su destino una vez cumplida la promesa. Porque su fe es firme, y porque cree que habrá justicia, confía en que el juicio que se acerca esté a la altura de lo que Maximiliano merece.

Luisa insiste en que no busca venganza. No guarda rencor. Solo quiere justicia. Quiere una condena efectiva, en cárcel común y sin beneficios. Porque, recuerda: Ortiz no tuvo piedad.

Y aún más duro: nunca hubo un pedido de perdón.

Nunca recibió una palabra. Ninguna señal. Ningún gesto. Nada. "Si no lo tuve antes, no creo que ahora. Yo lo lamento. De verdad lo lamento. Que ella me haya demostrado un poquito de arrepentimiento...".

Ese silencio, esa ausencia total de humanidad, pesa tanto como la pérdida misma. 
La lucha colectiva

Este martes comienza el juicio por la muerte de Maximiliano. Fernando conoce bien la difícil batalla que implica enfrentar a la justicia tras la pérdida de un ser querido a manos de la policía. Por fin, la justicia empieza a rodar. La esperan con esperanza, aunque esa esperanza venga acompañada de años de dolor.

Desde Rosario, la voz se multiplica. No solo Luisa, no solo su hijo Maximiliano. Son muchísimos más, familias enteras golpeadas por una violencia policial que parece sistemática, repetida, sin fin. Desde los noventa, desde el regreso de la democracia, estos casos no han cesado. El Estado, en vez de proteger, restringe, limita, encierra a los jóvenes de barrios humildes, como si eso pudiera contener el miedo y la injusticia.

Como el caso de Brandon Romero, sobrino de quien habla, panadero joven, que un día de agosto de 2020 salió a una "juntada” con amigos, una reunión común para compartir y distraerse en medio de la pandemia. Pero todo terminó en tragedia.

Mientras salía a comprar más alcohol, Brandon se topó con la moto de un policía en la ruta. Fue entonces cuando todo se desató: un disparo en el talón, otro tras otro, hasta siete balas en el cuerpo y el último, letal, en la nuca. Lo fusilaron arrodillado, indefenso.

Intentaron borrar pruebas: lo pasaron por encima con patrulleros, destrozando el cuerpo. La escena la inventaron ellos mismos. Los medios, desde un primer momento, difundieron mentiras: "un delincuente abatido", "tenía antecedentes", "fue un enfrentamiento". Incluso mintieron con la edad y la historia de Brandon.

Su familia, en shock, recibió un llamado terrible: "Tu hijo está muerto, ven a reconocerlo". Pero no se quedaron callados. Organizaciones sociales se sumaron, se hicieron presentes en la comisaría. Empezaron a pelear contra la versión oficial, a exigir verdad y justicia.

Los casquillos quedaron en la ruta, pero nadie los levantó. No hubo frenada, no hubo señal de enfrentamiento. La causa fue cerrada, pero la familia y la comunidad no se rindieron. Lucharon, marcharon, hicieron ruido, hicieron visible lo invisible.

Así lograron reabrir la causa y llegar a juicio. Esta vez, un juicio por jurado en Mar del Plata, un pequeño paso para que la verdad salga a la luz y el sistema deje de proteger a los verdugos.

Es la lucha de muchos. Un grito colectivo que resuena desde Rosario, Mar del Plata y todos los rincones donde la impunidad pisotea la dignidad.

Fernando recuerda con dolor el juicio por el crimen de su sobrino Brandon Romero, asesinado por la policía en agosto de 2020. El proceso judicial se realizó por jurado popular, una instancia que llegó marcada por el prejuicio mediático: "Ya les habían metido en la cabeza que Brandon era un delincuente”, dice. "Que tenía antecedentes, que estaba armado, que fue un enfrentamiento. Todo mentira. Pero esa es la imagen que instalaron".

El juicio duró entre cinco y ocho días. Fue un proceso duro, repleto de escenas difíciles de soportar. "Tuvimos que ver cosas aberrantes, como la autopsia, el cuerpo de mi sobrino destrozado. Lo velamos en un cajón cerrado. Tenía un tiro en la nuca". El horror no terminaba ahí. Entre las pruebas presentadas, se incluyó una pericia psiquiátrica sobre el policía imputado, Pedro Arcángel Bogado, que señalaba claramente que no estaba apto para portar un arma. "El informe decía que era cínico, sádico. Que no estaba en condiciones de convivir en sociedad".

A pesar de todo, el veredicto final fue un golpe más. Durante los alegatos, el defensor del policía se enfocó en generar empatía con el jurado. "Les hizo sentir el miedo al que dicen que sintió el policía. Que se sintió acorralado, que pensó que lo iban a robar. Un tipo entrenado, que desde 23 metros le dispara a un pibe de 18 años que se estaba bajando de una moto. ¡Le disparó cuerpo a tierra!".

Fernando remarca que ese "miedo" no fue casual, sino parte de un discurso que se reproduce a diario en los medios y que alimenta el pánico social. "Ese miedo que te hace pedir más policía, más represión. Miedo a salir a la calle porque 'te van a robar'. Eso les hizo sentir al jurado. Y el jurado votó que no era culpable. No dijeron que no mató a Brandon, dijeron que no era culpable de haberlo matado".
El policía quedó libre. Hoy continúa trabajando en el Servicio Penitenciario de la ciudad de Mar del Plata, incluso con menores. "Un tipo con pericias psiquiátricas que lo declaran inestable, sigue ejerciendo poder sobre chicos. Ese fue el final del juicio. Eso fue lo que pasó con Brandon".

Volviendo al presente, Fernando se prepara para acompañar el juicio por Maximiliano, que comienza este martes. Su pedido es claro: que la gente se acerque, que pregunte, que escuche. "Que se interioricen en lo que nos pasa y por qué. Porque no están ajenos, más si viven en un barrio. Con la policía que tenemos, y los derechos que les han vuelto a dar, la situación es peor".

Cuenta ejemplos concretos: "Acá nomás, por Boulevard Seguí y Rouillón, paran los colectivos, hacen bajar a los pasajeros, y si hay pibes sin documentos, se los llevan detenidos. En los barrios no podés andar ni en bicicleta, te paran, te cargan la bici en la camioneta y te la llevan a la comisaría para hacerte averiguación de antecedentes. Están prohibiendo la circulación de los ciudadanos a pie. Pero solo en los barrios".

"Y es a cualquier hora", agrega. "No hay horario. Es un patrón que se repite". Por eso insiste en desarmar prejuicios: "No somos los loquitos que cortan calles, que no trabajan. Yo trabajo muchas horas al día, y aun así me hago lugar para acompañar a familiares, para estar en los momentos donde se necesita estar".

Fernando cuenta que participó activamente en la Multisectorial contra la Violencia Institucional de Rosario, aunque luego se alejó para poder acompañar a otros familiares, por una cuestión de tiempos. Hoy continúa articulando con otros espacios. Lo acompañan Julieta Riquelme, hermana de Jonathan Herrera; Cintia Villar, de Pañuelos en Rebeldía; Eduardo Orellano, papá de Bocacha; y organizaciones como ATE y AMSAFE. Están organizando la convocatoria para el juicio de Maxi, pero también buscando visibilizar que estos casos no son aislados. "Sucede en los barrios, sucede en la ciudad, en todo el país. No estamos ajenos. Los que tenemos hijos adolescentes lo sabemos".

Fernando hace una confesión que atraviesa a muchas familias: "Tengo dos hijos adolescentes. Me da miedo cuando salen, pero no porque les vayan a robar o hacer daño... me da miedo que pase algo parecido. Que no vuelvan". Por eso dice algo que debería alarmar: "Yo a mi hija le aconsejo que, si tiene un problema, no se acerque a un policía. Que busque otra chica, un muchacho, a alguien... pero no a un policía. Porque hoy, la policía no da seguridad".

A pesar de los eslóganes oficiales que dicen lo contrario —las campañas que prometen presencia policial y más luces azules—, Fernando es categórico: "La seguridad no te la da la policía. Falta mucho en materia de seguridad real, y en especial para que esto que pasó con Maxi, con Brandon, con tantos otros, no vuelva a suceder".
La policía y una formación que falla desde la base

Para Luisa, no hay dudas: lo que falta es formación. "La policía tiene que tener una buena formación para poder servir al ciudadano", dice con claridad. Y lamenta profundamente que hoy tenga que aconsejar a sus nietos que no se acerquen a un policía si tienen un problema. "Es tristísimo tener que decir eso. Pero es así".

Apunta al sesgo de clase y racismo estructural que atraviesa los operativos cotidianos: "Estigmatizan a los chicos de los barrios por usar gorrita, por tener ropa deportiva o simplemente por el color de piel. Antes éramos los negros, ahora somos los marrones. Bendita sea mi piel marrón", afirma con firmeza.

Luisa no suele hablar de política partidaria, pero dice no poder callar cuando el presidente de la Nación utiliza el insulto como modo de expresión. "Nos llama parásitos mentales, simios… cosas irreproducibles. Me da vergüenza ajena. Porque un presidente representa a todos los argentinos. No importa el color político. Si el presidente insulta, ¿qué podemos esperar de la sociedad?".

Y sigue: "Después aparecen frases como 'lágrima de zurdo', y la gente repite. Pero esto no se trata de ser zurdo o de izquierda o derecha. Esto le puede pasar a cualquiera. Yo no eduqué a mis hijos así. A pesar de que muchos dicen: 'le pasó porque es negro de la villa', 'porque es pobre', 'porque es marginal'. Y no. Yo les digo a todas las madres y padres: no importa si sos del centro, de clase media, baja o alta. Te puede pasar. No esperes a que te pase para entender. Cuando estés en mis zapatos, hablá conmigo, y te voy a ayudar. Pero no esperes".

Luisa reconoce el acompañamiento de organizaciones sociales y personas que la han apoyado. También menciona que el Estado le ofreció asistencia psicológica a ella y a su familia, pero decidió rechazarla. "No porque no quiera ayuda, sino porque si la policía hubiera estado bien instruida, mi hijo no estaría muerto. No estaría muerto".

Sobre el momento del crimen, recuerda las acusaciones falsas: "Dijeron que mi hijo estaba armado. Que en una mano tenía un arma y en la otra una piedra del tamaño de una bolita de golf. Pensemos: si hubiese tenido un arma, ¿por qué le tiró una piedra?”

Cuestiona el argumento de la policía Antonella Celeste Ortiz, quien dijo haberse sentido aterrorizada. "Si estaba tan aterrorizada, si temía por su vida, ¿por qué disparó? ¿Por qué no actuó como corresponde una policía instruida? Además, ella reconoció haber tirado el tiro, pero dijo que no lo mató. Que justo 'pasó una palomita' y que la bala le dio en la frente a Maximiliano. Siempre hay una excusa".

Fernando agrega con ironía: "Muchas veces las balas rebotan, nomás. No son apuntadas a la cabeza. Siempre el error es del muerto. Si el muerto no se hubiera corrido, la bala no le habría llegado. Como en las películas de Matrix: rebotan en el piso y se incrustan en la cabeza de las personas".
El lugar dónde ocurrió todo, en Nuevo Alberdi, en el Norte de Rosario

La culpa que no corresponde, pero pesa igual
Luisa vuelve al momento del disparo. La versión oficial dice que el tiro fue dirigido a los pies, pero la herida fue en la frente. Ella misma alza la voz con incredulidad: "Por favor, que alguien me explique, un especialista. ¿Cómo puede ser que un disparo dirigido a los pies termine en medio de los ojos? Porque yo levanté a mi hijo. Cuando llegó la ambulancia, el chofer estaba aterrorizado de lo que vio. Yo ayudé al otro enfermero a levantarlo. Cayó el plomo, vi todo. Muchos me criticaron porque dicen que fui fría, que cómo pude hablar en la tele en ese momento. Pero no sé. Uno reacciona como puede".

Luisa necesitó hablar, salir a defender la memoria de su hijo cuando los rumores y las versiones malintencionadas empezaban a circular. "Yo todavía no hice el duelo. No lloro, o lloro muy poco. Soy muy dura conmigo misma. Y en una parte me siento culpable".

Esa culpa viene de una conversación que tuvo con Maximiliano poco tiempo antes. Él le pidió que dejara de controlarlo tanto, que ya era un hombre. Tenía 33 años. Luisa, como toda madre, accedió con dificultad. "Llegamos a un acuerdo: que no iba a estar tan encima. Pero a veces pienso... si yo hubiese estado detrás de él ese día... Tal vez hubiese sido igual, tal vez nos mataban a los dos. Porque yo estaba decidida a hacer cualquier cosa".

La culpa, lo sabe, no le pertenece. Pero pesa igual. "Siempre fui así con todos mis hijos. Y ahora muchos me dicen: '¿Vos no tenés miedo?' ¿Miedo a qué? Si el miedo más grande que tenía ya me pasó. Me mataron un hijo".

Y ahí aparece otra herida profunda: la confianza rota. "Yo siempre les enseñé a mis hijos que a la policía se la respeta, que si tienen un problema vayan a la comisaría. Me equivoqué. Me arrepiento. Hoy no les diría eso".

Luisa recuerda que Maximiliano cumpliría 37 años este 19 de octubre. Nació en 1988, un Día de la Madre. "Y este año, su cumpleaños vuelve a caer justo el Día de la Madre. Mirá vos".

La charla cierra con una convocatoria clara. El juicio por la muerte de Maximiliano comienza este martes, y desde las 7 de la mañana familiares, organizaciones y vecinos estarán presentes en el Centro de Justicia Penal. Fernando invita a todos a acercarse, a escuchar, a preguntar. A dejar de mirar de lejos: "La gente de a pie también tiene que saber. Esto nos puede pasar a todos".

También adelantan que se viene una nueva Marcha Nacional contra el Gatillo Fácil, el próximo 28 de agosto. Aún no está definido si se realizará ese mismo día o el fin de semana más próximo, pero la organización ya está en marcha.

Agradecen el espacio. Agradecen poder hablar sin ser interrumpidos, sin ser editados, sin ser recortados. Agradecen que alguien escuche, sin apurar ni maquillar la verdad.

Luisa, mamá de Maximiliano, dice lo que lleva en el corazón: "Que haya justicia. No solo por mi hijo, por todos los casos que todavía no tienen resolución".

Y entonces, antes de apagar el micrófono, antes de salir del estudio, queda flotando esa frase que duele y despierta: "Los pibes no son peligrosos. Los pibes están en peligro".

Escuchá la entrevista completa: 

Entre el clic y el ser: ¿quiénes somos cuando no estamos conectados?

"La ironía es innegable: nunca habíamos estado tan interconectados y, sin embargo, nunca habíamos sentido tanta soledad. La pantalla ilumina nuestros rostros, sí; pero muchas veces oscurece los vínculos genuinos", afirma el autor de esta nota. Y ante tanta tecnología imperante, también recomienda que siempre es mejor "volver a lo humano"
Por: Lucas Moyano*
La alarma sonó y seguramente, como a muchos de ustedes, me invadió esa persistente sensación moderna de estar perdiéndome algo. Mi teléfono, esa extensión actual de nuestro ser, vibra incansablemente, saturado de notificaciones: la última actualización, la tendencia que ya caducó, la noticia que envejece antes de ser leída...

Vivimos en una era de progreso incesante donde ser relevante, visible y el primero se volvió una carrera extenuante cuyo final se aleja con cada clic. Pero, ¿quién puede ser siempre el aventajado en algo que cambia cada segundo?

Mucho se habla de la libertad digital, esa aparente capacidad de moldear nuestra identidad a voluntad. Y es cierto, podemos elegir qué mostrar, qué ocultar, qué versión de nosotros mismos presentar en las redes sociales. Nos permite construir un "yo" digital a medida.

Pero, en realidad, esta libertad es una espada de doble filo. Nos sumerge en una profunda confusión: ¿somos realmente libres o meros cautivos digitales?

Desde la perspectiva jurídica, la pregunta crucial es: ¿qué sucede con nuestra identidad digital cuando puede reconfigurarse, dejando, paradójicamente, un rastro imborrable que se convierte en evidencia digital?

Resulta fundamental comprender que Internet no olvida. Cada imagen, cada comentario, cada "me gusta", cada error quedan grabados en una memoria artificial implacable.

En nuestra legislación, la persistencia de la información es un pilar. Pensemos en la Ley de Protección de Datos Personales (Ley 25.326), que si bien busca proteger al individuo también establece cómo la información puede ser tratada y conservada.

Entonces, ¿deberíamos tener un derecho a empezar de nuevo, a "borrar" el pasado digital? ¿A ese "borrón y cuenta nueva" que la vida real a veces nos permite?

La figura del "derecho al olvido" es un debate global.

En Argentina, si bien no está explícitamente regulado como en Europa (con el Reglamento General de Protección de Datos-RGPD), ya existen antecedentes jurisprudenciales que lo reconocen en ciertos casos, buscando un equilibrio entre la libertad de expresión, el acceso a la información y la protección de la reputación y la privacidad.

Entre la conexión y lo auténtico
Llegados a este punto, la ironía es innegable: nunca habíamos estado tan interconectados y, sin embargo, nunca habíamos sentido tanta soledad.

La pantalla ilumina nuestros rostros, sí; pero muchas veces oscurece los vínculos genuinos.

Queremos ser únicos, anhelamos la perfección digital; pero es precisamente nuestra imperfección, nuestra humanidad, lo que nos define.

Aquí radica una de las trampas más grandes de la actualidad: la incesante búsqueda de lo perfecto.

Filtramos nuestras fotos hasta el extremo, optimizamos cada momento, automatizamos incluso nuestros gestos.

Pero la vida real no es así. La vida se mancha, se tuerce, nos permite equivocarnos y, a menudo, es dura. Y es en esa imperfección donde reside su auténtica belleza.

Tal vez ha llegado el momento de detenerse, aunque sea por un segundo, y preguntarnos: ¿quién soy realmente cuando no estoy conectado?

No tengo respuestas cerradas, sólo esta sensación persistente de que lo verdaderamente importante ha sido desplazado por lo urgente.

Sentimos que vivimos para responder al algoritmo, y no a lo que realmente somos. Nos estamos olvidando de mirar hacia nuestro interior porque hay demasiado ruido fuera. Pero sé que aún es posible volver. Volver a lo esencial, a lo imperfecto.

En definitiva, volver a lo humano; aunque para eso quizás tengamos que apagar el mundo por un momento y escuchar ese silencio que, si prestamos atención, siempre tiene algo valioso que decir.

*Fiscal especialista en Ciberdelitos y Evidencia Digital; autor del libro "Ciberdelitos: Cómo Investigar en Entornos Digitales" (editorial Hammurabi, ediciones 1 y 2) y docente en las universidades nacionales de Lomas de Zamora y "Raúl Scalabrini Ortiz" de San Isidro.

Foto: metamorworks / adobe.stock

sábado, 2 de agosto de 2025

Exploración submarina viral: Argentina mira al fondo del mar mientras Milei recorta la ciencia

Las conversaciones entre científicos permiten a los aficionados una visión poco común de las maravillas de la biología marina
Por: Fernando Lagarreta, con Leila Macor en Buenos Aires
Un robot explora el oscuro, frío y profundo fondo marino del Atlántico Sur, transmitiendo imágenes de corales vibrantes y peces nunca antes vistos, mientras los científicos comentan en vivo a través de YouTube. Y los argentinos no se lo pierden.

La misión científica argentino-estadounidense está explorando por primera vez el Cañón de Mar del Plata, una garganta submarina que se hunde a casi 4.000 metros (13.000 pies) de profundidad, frente a la costa del balneario del mismo nombre.

Las conversaciones asombradas entre los científicos que lideran la expedición y las explicaciones que brindan a los espectadores permiten al público una visión poco habitual de las maravillas ocultas de la biología marina.

En un momento, la cámara del robot submarino SuBastian muestra un extraño animalito blanco. Una de las científicas del equipo pregunta a sus colegas: "¿Lo queremos?"

"¡Sí, sí, lo queremos!", responden decenas de mensajes en el chat de la transmisión en vivo, antes de que la imagen muestre el dispositivo de succión activándose para aspirar al espécimen para su estudio.

"¡Amo estas criaturitas!", dice un usuario. "¡Estoy obsesionado!", comenta otro. "¡No se lleven al chiquitito!", ruega un tercero.

La transmisión en vivo comenzó hace una semana y ha superado el millón de visualizaciones por día desde el jueves, cuando también empezó a ser transmitida por televisión.

"Hay corales de aguas frías con los mismos colores que los del Caribe. ¿Cómo puede ser eso? ¡A 3.000 metros de profundidad!", dijo a AFP Pablo Penchaszadeh, biólogo marino y pintor, que forma parte de la expedición como artista.
Patricio Estrella
La expedición de 20 días, titulada "Oasis Submarinos del Cañón de Mar del Plata", involucra a 25 científicos —la mayoría del organismo de investigación argentino CONICET—.

Es parte del grupo de estudio de aguas profundas GEMPA, con apoyo del Instituto Schmidt Ocean de EE.UU., y finalizará el 10 de agosto.

A bordo del barco Falkor (too) del Instituto Schmidt Ocean, los científicos operan remotamente el robot, que puede descender hasta 4.500 metros (14.700 pies).

Recolectan muestras biológicas con sus brazos robóticos y otros instrumentos, y envían imágenes en alta definición.

"El hecho de que cualquiera pueda conectarse desde su casa y ver lo que nosotros estamos viendo en vivo es una oportunidad única", explica el líder de la expedición, Daniel Lauretta, en un comunicado.

"La ciencia deja de ser algo lejano o inaccesible y pasa a formar parte de la vida cotidiana".

Esta semana, los usuarios de redes sociales se deleitaron cuando una estrella de mar naranja con dos protuberancias simétricas que parecían glúteos apareció en la transmisión. Rápidamente fue comparada con Patricio Estrella, del popular dibujo animado Bob Esponja.

Circularon memes bromeando con que "Patricio es argentino", la biología marina se volvió tendencia en redes sociales, y la transmisión llegó a las pantallas de cientos de miles de espectadores cautivados.

"Vine a ver a la estrella de culo grande, ¿ya salió?", preguntó un usuario al ingresar al chat de YouTube.

Los espectadores también pusieron apodos a otras criaturas marinas: a un cangrejo real lo llamaron "Drag Queen", y a un pepino de mar lo bautizaron cariñosamente como "Batata".
"El Gordo Dan se topó con un competidor implacable como "Batata", el viscoso y blando pepino de mar violeta que no tiene cerebro y se defiende tirando sus intestinos por el ano", LPO
Un faro de luz
Es la primera vez que ojos humanos —aunque sea de forma remota— ven en tiempo real este oasis submarino, donde confluyen la fría y rica en nutrientes corriente de Malvinas y la cálida y salada corriente de Brasil.

La confluencia es "una de las regiones más energéticas de nuestros océanos", según el sitio web del Instituto Schmidt, y la diferencia de temperatura crea un área repleta de vida marina y flora submarina.

"Ya estamos viendo cosas increíbles: animales que nunca se habían registrado en esta zona, paisajes submarinos que parecen de otro planeta y comportamientos que sorprenden incluso a los científicos más experimentados", dijo Lauretta.

Pero la financiación para este tipo de expediciones está en peligro en Argentina.

El CONICET, brazo gubernamental de investigación científica, ha sufrido recortes severos por parte del presidente libertario Javier Milei, quien ha aplicado drásticas reducciones del gasto público con su famosa "motosierra".

Su presupuesto cayó un 21% el año pasado, los salarios se desplomaron un 35% desde que Milei asumió en diciembre de 2023, y los recortes han provocado una fuga de científicos.

Como resultado, entre los "¡oooh!" y "¡aaah!" de asombro, el chat de la transmisión se llena de mensajes de apoyo: "¡Viva el Conicet!"

"Ver a gente apasionada por su trabajo es algo atractivo", dijo Tomás Atilio Luppi, biólogo del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras de Mar del Plata, afiliado al CONICET, aunque no participa directamente en la campaña.

"Esto está ocurriendo en un momento muy difícil", dijo a la AFP sobre la transmisión popular. "La ciencia está en una posición muy complicada, tanto económica como en términos de apoyo y recursos humanos".

"El hecho de que ocurra esta locura es como un faro de luz".
Le ganaron a Milei y Luis Caputo juntos

La transmisión en vivo desde las profundidades del Atlántico Sur, protagonizada por el robot submarino SuBastian y un equipo de científicos del CONICET, se convirtió en un fenómeno de masas en Argentina. Con imágenes asombrosas del Cañón de Mar del Plata, criaturas marinas nunca antes vistas y un tono amigable y educativo, el streaming logró lo impensado: competir —y ganar— en audiencia frente a los medios tradicionales y figuras de alto perfil como Javier Milei y Caputo.

El evento rompió récords de audiencia, superando a canales de noticias como TN, C5N, A24, La Nación+ y Crónica TV (ver imagen). La transmisión ya alcanzó picos de 81.000 espectadores simultáneos, y el primer video acumula más de un millón de vistas en YouTube.

El jueves, el conversatorio entre Javier Milei y Alejandro Fantino en Neura quedó por debajo en audiencia: el CONICET reunió a 52.000 conectados, mientras el canal libertario sumaba apenas 18.000. Al mismo tiempo, el ministro de Economía, Luis "Toto" Caputo, era entrevistado por el economista y streamer libertario Felipe Núñez, en el canal Carajo y alcanzó 7.500 espectadores en vivo. Según Real Time Rating en X, el streaming submarino incluso superó a Luzu TV por la tarde: en ese momento, OLGA tenía 39.000 personas en vivo, el CONICET 32.000, y Luzu apenas 16.000.

Pero el éxito no fue casual. A lo largo de la semana:
  • La transmisión alcanzó 160.000 visualizaciones en solo 10 horas, impulsada por clips virales y memes como el de "Patricio Estrella", una estrella de mar con forma peculiar.
  • Durante la medianoche del miércoles, fue el contenido más visto en YouTube Argentina, superando a Telefe Stream y Vorterix.
  • La audiencia diaria promedio supera las 24.000 personas, con momentos pico de más de 300.000 usuarios únicos por día.
Una expedición sin precedentes
La misión, titulada "Oasis Submarinos del Cañón de Mar del Plata", comenzó el 23 de julio y se extiende hasta el 10 de agosto. Involucra a más de 30 científicos argentinos, operando desde el buque Falkor (too) del Instituto Schmidt Ocean. El robot SuBastian desciende hasta los 4.500 metros, captura imágenes HD, recoge muestras de agua, sedimento y ADN ambiental, y crea modelos 3D sin alterar el entorno.
Entre los descubrimientos más llamativos:

  • Corales de aguas frías con colores caribeños a más de 3.000 metros de profundidad.
  • Esponjas carnívoras, rayas abisales, erizos, pepinos de mar flotantes y especies nunca antes registradas en esta región.
  • El hallazgo de más de 200 especies, muchas posiblemente nuevas para la ciencia.
  • La expedición también tiene un objetivo educativo: generar contenido para escuelas, museos y clubes de ciencia, e impulsar la creación de la primera área marina protegida en el cañón.
  • Mientras tanto, desde las redes surgieron figuras inesperadas: la bióloga Nadia Cerino, por ejemplo, se volvió viral por su espontáneo "che, no sacamos ni un coral", ganándose el apodo de Nadia Coralina.
Ciencia bajo recorte
Todo esto ocurre en un contexto de asfixia presupuestaria. El CONICET atraviesa uno de los momentos más críticos de su historia: su presupuesto cayó un 21% en 2024, los salarios se desplomaron un 35% desde que asumió Javier Milei, y la fuga de científicos se profundizó.

Por eso, además de los "oooh" y "aaah" ante criaturas abisales, el chat en vivo también se llena de mensajes de apoyo: "¡Viva el CONICET!", "La ciencia es cultura", "Resistir es investigar".

Como resumió el biólogo Tomás Atilio Luppi: "Esto ocurre en un momento muy difícil. La ciencia está en una situación muy complicada, tanto en lo financiero como en recursos humanos. Que este fenómeno esté pasando es como un faro de luz".

Fotos: Schmidt Ocean Institute / ROV SuBastian / AFP
Fuente: Agencia AFP

viernes, 1 de agosto de 2025

La corporación de medios públicos de EEUU cierra por los recortes de Trump

Tras casi 60 años de existencia, el país elimina los fondos para una organización que respaldaba a más de 1.500 cadenas de radio y televisión públicas
El futuro de cientos de emisoras locales, esas que en lugares aislados o inhóspitos, como Alaska, son un servicio público para la comunidad, es hoy más negro que nunca tras el anuncio del cierre de la Corporación de Radiodifusión Pública de Estados Unidos (CPB), de la que depende su financiación, a consecuencia del recorte de 1.100 millones de dólares aprobado por el Congreso hace dos semanas. Hasta ahora contribuía a las operaciones de más de 1.500 cadenas de radio y televisión públicas administradas y operadas localmente en EE. UU.

La CPB, una corporación sin ánimo de lucro que fue autorizada por el Congreso en 1967, financia de manera directa o indirecta a la radio pública (NPR, en sus siglas inglesas) y la televisión pública (PBS, ídem), dos oasis de información y entretenimiento en un escenario mediático crispado por la mala política y lastrado por la desinformación.

Pero la objetividad y la serenidad que han rodeado a los dos medios públicos no eran del gusto del presidente Donald Trump, que los veía demasiado escorados a la izquierda. No importa que la televisión esté detrás de un clásico infantil que ha entusiasmado a generaciones, Plaza Sésamo, o que la radio tenga una legión de fieles —y no sólo en EE UU— gracias a sus conciertos en pequeño formato, en directo, los famosos Tiny Desk, con actuaciones de los principales artistas internacionales. El servicio público —alertas meteorológicas o de sucesos, avisos de carreteras cortadas, etcétera— que prestaban a miles de comunidades en todo el país desaparecerá, y las más afectadas serán las localidades con poca población, zonas rurales y comunidades indígenas.

Mediante un comunicado, la corporación ha subrayado que durante casi 60 años ha cumplido su misión ante el Congreso de "construir y mantener un sistema de medios públicos de confianza que informe, eduque y sirva a las comunidades de todo el país". "A pesar de los extraordinarios esfuerzos de millones de estadounidenses que han llamado, escrito y solicitado al Congreso que salvaguardara la financiación federal para la CPB, nos enfrentamos a la difícil realidad de cerrar nuestras operaciones", ha explicado su presidenta y directora ejecutiva, Patricia Harrison.

"Los medios públicos han sido una de las instituciones más fiables en la vida de los estadounidenses, y brindado oportunidades educativas, alertas de emergencia, diálogo cívico y conexión cultural a cada rincón del país", ha subrayado Harrison.

La mayoría de los empleos desaparecerán al cierre del presente año fiscal, que termina el 30 de septiembre, aunque un reducido equipo de transición permanecerá hasta enero para garantizar un cierre "responsable y ordenado" de la actividad.

Si bien NPR y PBS a nivel nacional reciben la mayor parte de su financiación de fuentes no gubernamentales, se espera que las estaciones locales que dependen en gran medida de CPB se vean gravemente afectadas. Ambos medios emprendieron hace semanas campañas masivas de recaudación de fondos ante el previsible recorte de la Administración republicana. Tanto NPR como PBS han asegurado que siguen comprometidos a mantener el servicio después del cierre de CPB. Un portavoz de PBS dijo al portal Axios: "A medida que esta venerable institución se cierra, PBS se compromete a aprovechar su legado y mantener nuestro servicio al pueblo estadounidense en el futuro".

Katherine Maher, presidenta y directora ejecutiva de NPR, dijo en un comunicado: "Responderemos a esta crisis intensificando el apoyo a estaciones de radio públicas sin fines de lucro y de propiedad local y al periodismo local en todo el país, trabajando para mantener la promesa de servicio universal de los medios públicos y defendiendo los más altos estándares de periodismo independiente y programación cultural al servicio de nuestra nación".
Foto: Saul Loeb - AFP
Fuente: Diario El País

Daniel Jorge Divinsky - 1942-2025

A los 83 años, falleció Daniel Divinsky, figura insoslayable de la historia cultural argentina, víctima del agravamiento de una afección renal que lo acompañaba desde la infancia. Abogado recibido con Diploma de Honor en la Universidad de Buenos Aires, fue el alma detrás de Ediciones de la Flor, fundada en 1966 y reconocida por haber tejido durante más de medio siglo un catálogo plural, comprometido, transgresor y entrañable.

Nacido el 1 de abril de 1942 en Buenos Aires, creció en un hogar de formación intelectual: su padre era pediatra y su madre, licenciada en Ciencias Naturales. De niño rindió libre el quinto grado en 1953: "Estaba aburrido de la escuela primaria", decía con desparpajo. Su ingreso al Colegio Nacional Mitre se produjo tras un examen calificado con 41 puntos sobre 45. Adolescente lector y cinéfilo, entusiasta del teatro, el jazz y la política, Daniel fue un estudiante brillante pero ajeno a la autocelebración: "Nunca me halagó lo del alumno aventajado", recordaba.

Se interesó inicialmente por la ingeniería, pero al estudiar el plan de estudios, cambió de rumbo y se inscribió en Derecho. Comenzó su carrera universitaria en 1958 y en sólo cuatro años rindió las 25 materias, con 16 sobresalientes, 6 distinguidos y 3 buenos. Paralelamente, fue becario, subdirector y luego director de los Cuadernos del Centro de Derecho y Ciencias Sociales, colaborador de la revista Lecciones y Ensayos y preparador de alumnos. Su método de estudio era riguroso y exhaustivo: "Me interesaba más actuar con soltura frente a los profesores que sacar una nota alta".

Divinsky fue mucho más que un editor. Fue un intelectual autodidacta, curioso y de formación múltiple. En 1967, junto con Ana María "Kuki" Miler, su compañera y socia, fundaron Ediciones de la Flor. La editorial publicó a lo largo de décadas a nombres fundamentales como Quino, Rodolfo Walsh, Roberto Fontanarrosa, Caloi, Maitena, Liniers, Nik, Jorge Ibargüengoitia, Enrique Lihn, Camilo Taufic, y más recientemente, Alberto Montt y Decur. También editó obras teatrales completas de Roberto Cossa, Diana Raznovich, Griselda Gambaro, Eduardo Rovner y Carlos Gorostiza.

Durante la última dictadura militar, Divinsky y Miler estuvieron detenidos cuatro meses y medio y debieron exiliarse en Caracas entre 1978 y 1983. Allí fue director del Departamento de Difusión y Distribución de la Biblioteca Ayacucho y codirector de la colección Libros de Hoy de El Diario de Caracas. Contra todo pronóstico, la editorial siguió funcionando en Argentina gracias a la administración de su suegra, que mantuvo las cuentas en orden, permitió seguir editando libros —a distancia, por carta— y cuidó la estructura hasta su regreso.

"Cuando volvimos y me senté otra vez en mi escritorio, estaban hasta los clips", recordaba con asombro. De la Flor sobrevivió a la cárcel, al exilio, y luego a las múltiples crisis económicas que azotaron al sector editorial argentino. Una de sus fórmulas fue la administración austera, la fidelidad a sus autores y el fortalecimiento del fondo editorial como base económica. "Las editoriales viven del fondo, no de las novedades", decía.

Divinsky tenía un fuerte vínculo personal con los autores que editaba. Quino, con quien trabajó desde 1970, no sólo fue su autor emblemático sino un amigo cercano. "No se le ocurriría irse de esta editorial para Latinoamérica", decía con orgullo. Con Fontanarrosa, la relación fue también de mutua confianza: le confiaba los cortes finales de sus libros. Tras su muerte, un conflicto entre los herederos hizo que sus obras pasaran a otra editorial: "No es una casa para él", se lamentaba.

Tenía un talento especial para descubrir humoristas gráficos. En sus comienzos, seleccionaba por gusto personal: "Si me hacía reír, pensaba que a otros también". Con los años, aprendió a mirar hacia públicos más jóvenes. Apoyó nuevas voces como Liniers, Decur o Montt, a veces incluso contra el criterio del mercado: "Publicamos libros rarísimos que no se vendieron nada, pero me enorgullece haberlo hecho".

Fue, además, un "solapado escritor", como se definía a sí mismo, por su labor artesanal escribiendo solapas y contratapas. Consideraba la solapa como un arte menor pero decisivo: "Tiene que ver más con la pesca que con la literatura", afirmaba. Jamás se autopublicó, aunque había terminado de dictar sus memorias profesionales a la periodista Silvina Friera, que serán publicadas por Libros del Zorzal.

Divinsky también tuvo un vínculo intenso con la cultura chilena. En 1961 conoció a Violeta Parra a través de su hijo Ángel. Violeta lo invitó a su casa, donde lo examinó en la puerta antes de dejarlo pasar: "Me hizo quitar los anteojos, me miró y me dijo: puedes pasar". Años después, organizó en Buenos Aires una exposición de sus arpilleras y editó Toda Violeta Parra, con textos y una biografía de Alfonso Calderón.
Otra historia legendaria fue la publicación de Batman en Chile, la novela de Enrique Lihn, que le llegó desde el exilio. También editó el influyente Periodismo y lucha de clases, de Camilo Taufic. Cuando descubrió una edición pirata en España, escribió indignado a su editor; este respondió enviando un cheque que le permitió a Taufic vivir un tiempo con dignidad.

A lo largo de su vida recibió múltiples distinciones: Premio Konex Mención Especial (2004), jurado de los Premios Konex (2014), reconocimiento del Congreso de la Nación (2007) por su contribución a la cultura, diploma "Al Maestro con Cariño" de TEA, y participó del Congreso Internacional de la Lengua Española en Rosario (2004). En 1997, fue homenajeado en la Feria del Libro de Guadalajara junto a Kuki Miler.

A pesar del paso del tiempo, seguía trabajando diariamente en su editorial, que nunca abandonó su escala humana: apenas doce personas, entre ellos sus dueños, que atendían personalmente a autores y lectores. Para muchos, De la Flor fue la editorial donde pasó su infancia, adolescencia y adultez leyendo a Mafalda, Gaturro o Inodoro Pereyra. Un lugar donde, aún hoy, pervive la memoria del humor y la política latinoamericanos.

Divinsky decía que el matrimonio era "imprescindible, aunque amplía y limita". Comía con refinamiento, veía a Los Picapiedra, soñaba con tener un auto y gastaba su dinero en libros, discos y revistas. Nunca se quejó de su destino: fue un editor que supo leer su época y también escribirla a través de los libros de otros. No necesitó figurar en las tapas: le bastó con escribir las solapas.
Lily su compañera escribió en su perfil de Facebook:
Hola a todos:
No soy Daniel, sino Lili, su esposa. Daniel falleció esta madrugada, en paz, rodeado de amor y profundamente querido.
No habrá velorio; se realizará una cremación íntima. Luego, tal como él lo pidió, sus cenizas serán arrojadas al Río de la Plata. Avisaremos la fecha para que quienes deseen acompañarnos puedan hacerlo.
Gracias por el cariño, las palabras, los libros, las actividades, las complicidades y las risas compartidas.
Sé cuánto los quiso y cuánto disfrutó de tenerlos cerca.
Un abrazo muy grande. 
La Nueva Belgrano: el sello Divinsky y la radio que fue faro democrático
"Seguramente cuando las autoridades actuales pensaron en Daniel Divinsky para ocupar el cargo de director de Radio Belgrano, estimaron que era merecedor por su condición intelectual. Es, por demócrata y por lo buena persona que es. Divinsky, por su parte, aceptó soñando aún la revolución de las pequeñas cosas, la de hacer en esa emisora, que gozó en otros tiempos de buenos programas y gran audiencia.

Lo real es que en el margen de tolerancia que un director de radio puede tener la injerencia en ese puesto, sobre todo, si se entiende controlar orden administrativo y contestar las eternas llamadas con calorro velas, con mayor injerencia, y ser válvulas (musicales) que no entrenaban en ese sillón. Daniel se metió en estos despojos: que lo hablarán mal o bien (su trabajo), no lo distrae. Él sigue. Como quien no tiene otra misión que la de sembrar, el hombre de Sudamericana –la editorial que fundó hace muchos años y en conjunto ha trajinado y asumido la responsabilidad honorable del funcionario serio, del hombre que no tuvo militancia política como no la tuvo su editorial. Ambos, perseguidos una vez por su línea política, como le pasó con Divinsky. A los 36 años, fue un tipo diferente de todos esos otros argentinos que siguen su suerte o se achican. Por el delito de vender libros fue condenado en ejemplos militares –a procesos arbitrarios–, y en el ’76 debió radicarse en Caracas, tras nuestro enésimo ciclo. Por publicar libros como "Prisionero sin nombre, celda sin número", que muchos se atrevieron a leer, a decir, a recordar. Si la memoria es débil, deben saber los que no sabían, que desde su actividad, Daniel Divinsky, en otro tiempo y sin un peso, ha embellecido hasta la programación de noticias, ha imprimido rigor en los periodísticos, ha enmudecido la antigua cotidianeidad belgraniana y ha hecho de Belgrano una radio distinta. No es poco si pensamos que lo rodea, que debe enfrentar el lastre burocrático", escribió Mona Moncalvillo como presentación de una entrevista a Daniel Divinsky en Revista Humor.
Cuando Daniel Divinsky asumió como interventor de Radio Belgrano (LR3), el 28 de diciembre de 1983, no tenía antecedentes en el mundo de los medios. Era editor, abogado, y una figura cultural reconocida por su trabajo en Ediciones de la Flor, donde había publicado a Quino, Fontanarrosa, Liniers y otros imprescindibles. Pero su llegada a la radio pública marcó un antes y un después en la historia de la comunicación argentina. Con él —y con un equipo plural— nació una emisora pública alternativa, crítica, moderna, que captó el pulso de la democracia recién recuperada.

La conducción de la emisora ya se había delineado: el radical Rubén Zanoni fue nombrado Gerente General, segundo cargo en importancia tras el de director. Junto con Divinsky, Jorge Palacios, Ricardo Horvath y otros referentes, gestaron una experiencia comunicacional inédita, que combinó libertad editorial, innovación estética y una fuerte interacción con las audiencias. La Nueva Belgrano no fue una radio oficialista: fue una radio pública. Y ahí radicó su potencia.

Durante su gestión —que se extendió hasta agosto de 1985— se emitieron ciclos emblemáticos como Sin Anestesia, con Eduardo Aliverti; Sueños de una noche de Belgrano, con Jorge Dorio y Martín Caparrós; y Ciudadanas, el primer programa feminista en una emisora estatal. La grilla incluyó voces de las colectividades exiliadas, espacios para debates culturales, y segmentos donde los oyentes eran protagonistas. Se demostró que una radio estatal podía ser plural, independiente y competitiva, escalando a los primeros puestos de audiencia sin renunciar a su vocación democrática.

La derecha la apodaba con desprecio "Radio Belgrado", por su tono combativo y por abrir micrófono a expresiones marginalizadas durante la dictadura. El momento más dramático de aquella etapa ocurrió el 29 de abril de 1985, cuando un grupo comando hizo detonar cinco bombas en la planta transmisora de Hurlingham. Fue el primer atentado terrorista contra un medio desde el regreso de la democracia. Días después, el 2 de mayo, Aliverti abría su programa con un editorial lapidario: "Señor Presidente, es ésta una especie de breve carta que llega con un poco de retraso. Su palabra al país fue el viernes; el fin de semana no tengo audición; el lunes nos pusieron cinco bombas que impidieron la salida al aire".

Divinsky presentó su renuncia indeclinable el 16 de agosto de 1985, efectiva a fin de ese mes. En su carta al nuevo Secretario de Información Pública, Juan Radonjic, adujo motivos personales. Explicó que siempre había aceptado el cargo como una tarea transitoria, y aclaró que su salida no implicaba ningún distanciamiento con el proyecto político de Alfonsín.
Divinsky relató a la Agencia de Noticias de Ciencias de la Comunicación como fue la experiencia de Radio Belgrano: "Totalmente revulsiva, porque había una radio, como en todos los medios, con gente muy atemorizada: nadie quería decir nada, todos temían la autoridad del interventor como si fuera a salir a castigarlos a latigazos. No era mal tipo el que estaba a cargo, dentro de lo que podía ser un militar a cargo de una radio. Lo que decidimos con el equipo que me acompañó, algunos radicales otros independientes, fue designar un gerente periodístico, que fue Jorge Palacios y a Ricardo Horvath, y armar una programación provisoria desde el 11 de diciembre que asumimos, hasta marzo que iba a empezar la programación efectiva. Estuvimos buscando lo mejor que había sido opositor a la dictadura: (Eduardo) Aliverti tenía la mañana con un movilero muy audaz y muy revulsivo que devino en lo que ahora es Jorge Lanata. Después había un programa que se llamaba Nuevos aires que tenía un elenco bastante variado donde había un abogado muy defensor de la dictadura, al que poco tiempo después le pedí la renuncia, estaba Enrique Vázquez, Diego Bonadeo en deportes, Silvia Puente… y mantuvieron ese espacio que fue muy lindo. Después un programa femenino que se llamaba Ciudadana, que hacían Julia Constenla y Marta Merkin. También había un diario de la tarde con varias estrellas del periodismo: Rogelio García Lupo en política nacional, por ejemplo. Le dimos la trasnoche, desde las doce a dos de la mañana, a un programa que nos dio muchas satisfacciones y muchos dolores de cabeza. Se llamaba Sueños de una noche de Belgrano y lo hacían nada menos que Jorge Dorio y Martín Caparrós: un programa totalmente original, con montaje, con sonido temático monográfico. A los pocos programas de Sueños… fue el aniversario de la invasión de Malvinas y lo hicieron un poco satírico al tema, eso motivo que un ex militar hiciera una huelga de hambre en el estudio, tomara la radio, y cosas por el estilo. O sea que… ¡Aventuras no faltaron!"
La experiencia de Radio Belgrano bajo su dirección puede leerse como una continuidad del ideario editorial que Divinsky desplegó con Ediciones de la Flor: libertad de expresión, apuesta por las nuevas voces, defensa de los derechos humanos y compromiso con una cultura democrática. Si en papel construyó un sello que desafiaba a los censores, en el aire de la radio sembró una manera distinta de decir, de escuchar, de hacer política con las palabras. Y aunque breve, esa primavera radial dejó huella.

Perfil de Daniel Divinsky por Leila Guerriero
Las ondas expansivas de Mafalda
En un tono de reconvención jocosa, la voz, desde el portero eléctrico, no dice “¿Quién es?”, sino:

—Británica… casi.

Falta un minuto para las cuatro de la tarde. La cita era a las cuatro.

—Ya bajo a abrirte.

Daniel Divinsky terminó hace meses de desocupar su casa natal, en el barrio de Villa Crespo, Buenos Aires, donde se crio y vivió hasta los 27. Durante los últimos años ese sitio funcionó como depósito de Ediciones de la Flor, la editorial que él fundó en 1966, donde publicó a lo largo de casi medio siglo a Rodolfo Walsh, Quino, John Berger, Lezama Lima, Roberto Fontanarrosa, Fogwill, entre cientos de otros, y que desde 2105 ya no es suya. La puerta del ascensor se abre en la planta baja de un edificio que está frente al zoológico de Buenos Aires y Divinsky camina hacia la puerta de entrada, jeans, suéter y, ahora que se operó, sin gafas.

—Qué puntualidad.

Su departamento es un dúplex en un piso alto. No parece el lugar donde vive una persona nacida en 1942, sino un sitio habitado por un diseñador de 30 años. Una puerta ventana da al balcón que se derrama con vértigo sobre las copas de los árboles del zoológico. En el rellano de la escalera que lleva al piso superior hay una mesa antigua cubierta por algunos de los libros que trajo de su casa natal.

—Esa mesa era del comedor de la casa de mis viejos. Yo pensé que eran pocas cosas las que tenía que sacar, pero eran 60 cajas. Estaba mi biblioteca juvenil, más la de mis viejos. Voy a vender la casa. Mañana firmo.

—¿No te sacudió revolverlo todo?

—No le tengo cariño retrospectivo. Era una casa introvertida, porque la habitación que daba a la calle era el consultorio médico de mi viejo, entonces estaba cerrada. No, no siento que haya sido una infancia muy feliz.

Sobre la mesa antigua hay un ejemplar de la revista Primera Plana de diciembre de 1962. Allí, el periodista Ramiro de Casasbellas publicó una nota titulada “De Salgari al derecho internacional, Daniel Divinsky, un abogado de 20 años sin iliquidez”. La nota destaca un logro inusual: Divinsky se recibió de abogado a los 20 años, tras haber cursado la carrera en cuatro. El fenómeno se debió, en parte, a que para alcanzar a dos de sus mejores amigos que rindieron un año del secundario libre, Divinsky hizo lo propio y terminó el colegio antes.

“Mi padre me dijo: ‘Allá vos, dejar una profesión universitaria para vender papel impreso…”.
—¿Cómo llegó esa información a Primera Plana?

—Porque resulta que yo militaba en la universidad en el movimiento reformista y ahí estaba Carlos Barbé, que era periodista del diario La Razón, y cuando me gradué hizo un sueltito en La Razón y Ramiro de Casasbellas, que trabajaba en Primera Plana, lo encontró y publicó eso, y ayer, revolviendo, la encontré.

Carlos Barbé que lleva a La Razón que lleva a Ramiro de Casasbellas que lleva a Primera Plana que lleva a la casa de la infancia: Divinsky habla en un aluvión de sintaxis fluida, con voz aguda y casi sin respirar, como si la mente fuera demasiado rápida y él tuviera que sacarse todo ese lenguaje de adentro como si le quemara, y expone todas las relaciones que llevan de una cosa a la otra con rapidez bulímica, usando conectores remilgados de manera irónica —“dicho lo cual”, “asumidas que fueron las consecuencias”—, y transformando respuestas sencillas en alocuciones repletas de nombres propios y fechas exactas. Pero a veces da respuestas cortas después de las cuales se queda callado, como si no tuviera nada más para decir.

—¿Eras obediente a las indicaciones de tus padres?

—Bastante.

Hace silencio y baja el mentón.

—Por temor más que por convicción. Mi viejo era un tipo adusto, de poquísimas palabras.

José Divinsky, su padre, llegó a Argentina desde Odessa siendo un niño, en la primera década del siglo XX, en un camarote de barco de tercera clase de frenética pobreza, pobreza que continuó en la vida que llevó en Buenos Aires donde hizo toda clase de trabajos hasta recibirse de médico cuando, de todos modos, siguió trabajando de sol a sol: dos hospitales en la mañana, un instituto municipal de deporte después de mediodía, su consultorio en la tarde.

—Mi padre hablaba poco de las privaciones que tuvieron que pasar y que se traducían en costumbres que a mí me avergonzaban muchísimo, como pelar una manzana no dejando ni un poquito junto a la cáscara. Cosas de gente que pasó hambre.

—¿Tu madre también era parca?

—No. Hablaba todo lo que mi viejo no hablaba. Totalmente controladora.

—¿Tu relación con ella era buena?

—Era la relación de controlado-controladora. Leía mucho. Seguía varios programas culturales de radio y anotaba los libros que se recomendaban. Cuando mi viejo iba al centro se los compraba, y a mí me compraba policiales. A veces compraba en librerías de segunda mano. Iba a una de Corrientes, cerca de El Aguilucho, que era una casa que vendía aeromodelismo y todo eso, que estaba en Corrientes y Paraná, y se llamaba El Aguilucho por Óscar Gálvez, el famoso piloto de automovilismo, paciente de mi viejo. En realidad, Gálvez…

Le debe su precocidad lectora a una enfermedad renal, nefritis, que lo obligó a permanecer en cama a los cuatro años. Para entretenerlo, sus tías le enseñaron a leer y a los cinco lo hacía de corrido. Estudiaba, leía, jugaba al fútbol en la vereda (aunque sus padres solo le permitían hacer de arquero: no querían que bajara a la calle). El colegio —el primario, el secundario— pasó rápido. Llegó a los 16 con la convicción de estudiar letras.

—Pero mi viejo me dijo: “Tenés que ganarte la vida. ¿Qué vas a hacer con letras, vas a ser profesor toda tu vida?”. Elegí derecho y estudié como un condenado para terminar rápido. Mi gran salida semanal era los sábados. Estudiaba y a eso de las seis iba a las librerías y disquerías de Corrientes y volvía con discos y libros y me quedaba en mi casa.
Con algo de desprecio retroactivo, dice:

—Era bastante patético.

Apenas recibido, Divinsky empezó a trabajar de abogado con un socio, Óscar Finkelberg. Mientras, intentó hacer un curso de Sociología, pero en 1966 el Gobierno militar de turno desalojó violentamente las universidades estatales, tomadas por alumnos y profesores en protesta contra el régimen. Los cursos fueron cancelados y Divinsky se quedó sin plan.

—Mi socio dijo: “Pongamos una librería”. Pedimos prestado y conseguimos 300 dólares entre los dos.

Como el dinero no alcanzaba para una librería, se asociaron con Jorge Álvarez, editor independiente que había publicado los primeros libros de Ricardo Piglia, Manuel Puig y varios volúmenes de Mafalda, de Quino. Así fue como la editorial de Divinsky —­cuyo nombre fue inspirado por Pirí Lugones, asesora editorial de Álvarez, cuando dijo: “Ah, pero ustedes quieren hacer flor de editorial”— vino al mundo en 1966.

—Y recién a los 27 me fui a vivir solo.

—Hasta los 27 estuviste bajo…

—Bajo la protección o el yugo doméstico de mi familia. Para mi vieja fue dramático que me fuera. Pero para mí fue fantástico. Aparecían Vinicius y Toquinho con Maria Creuza en mi departamentito, cocinando fideos a las tres de la mañana.

Poco después, Jorge Álvarez vendió su parte de la editorial para dedicarse a otros proyectos, y sucedió algo que lo cambió todo: en 1970 Quino quiso contratar a Divinsky como abogado. Álvarez se había atrasado con el pago de los derechos de autor.

—Lo derivamos a un abogado amigo y llegaron a una solución. Y Quino dijo: “Por qué no empiezan con Mafalda en De la Flor?”.

Las ondas expansivas de esa pregunta siguen sintiéndose: los libros de Quino vendieron y venden cientos de miles de ejemplares. Fue ese mismo año cuando Divinsky y Ana María Kuki Miller se encontraron.

Divinsky con Kuki Miller, su hijo, Augusto Roa Bastos y Amelia Nassi. En París, en septiembre de 1977.Mariana Eliano
—Ella había tenido, años antes, una relación con mi socio. Un par de años después murió el padre de ella y fui a su velatorio. Y de ahí salió una invitación para ir al cine, y empezó la historia.

Aún con el éxito de Quino, la editorial estaba en una situación financiera penosa, y Kuki Miller, que había estudiado Economía Política, organizó los números. En 1973 él decidió abandonar la abogacía y dedicarse solo a la editorial. Después se compró una casa.

—El día del golpe en Chile, yo iba con una valija llena de plata a firmar la escritura del departamento donde vivimos con Kuki en República de la India.

Republica de la India es la calle en la que ahora vive, a una cuadra del departamento que habitó hasta separarse, en 2009, y donde aún vive Kuki Miller.
—¿Qué dijo tu padre cuando dejaste la abogacía para dedicarte a la editorial?

—Me dijo: “Allá vos, dejar una profesión universitaria para vender papel impreso”. Todas las familias felices se parecen, pero las infelices, etcétera, etcétera.

—¿No estás cansado?

—Entre lo de ayer en casa de mis padres y esta conversación, quedé agotadísimo. Pero no me había dado cuenta si no me lo decís.

—/

—¿Quién es? —dice la voz en el portero eléctrico.

—Leila.

—Pero habíamos quedado a las cuatro y media.

—No, a las cuatro.

Divinsky baja del ascensor en la planta baja del edificio y con un tono de reprobación simpática dice:

—Era a las cuatro y media. Como la vez pasada.

—La vez pasada quedamos a las cuatro.

—No, cuatro y media.

Ya en su departamento, mientras sirve agua y café, dice:

—Che, nena, casi te quedás sin entrevistado. El viernes pasado estaba en una casa que heredé de una tía en un country cerca de Ezeiza…

Sigue a eso la explicación de quién era esa tía y de cómo esa casa llegó a él y de por qué decidió no venderla para, finalmente, aterrizar en el viernes pasado cuando, estando en esa casa, se sintió mal y terminó en una clínica donde le diagnosticaron una isquemia temporaria: falta de irrigación temporaria en el cerebro.

—Supongo que los factores orgánicos son evidentes. Pero el miércoles pasado terminé de vaciar la casa, después hablé con vos y el viernes fue la firma de la escritura…

—¿Entonces sí te habrá afectado desocupar la casa?

—No. Más me movilizó el hecho de la plata. Me desagradó ver esa cantidad de pesos. Ahora me voy a gastar la guita lentamente, durante varios años, en vivir y en viajar, y chau.

—/

—Daniel es negador. Es completamente escindido. Eso le permite seguir adelante.

Liliana Szwarcer es pareja de Daniel Divinsky desde hace seis años. El la llama “mi compañera”. Tres décadas atrás, ella trabajaba en una editorial chica. El dueño le indicó que llamara a cinco de las grandes para organizar un estand juntos. En todas la atendieron secretarias. En De la Flor le pasaron con Divinsky.

—Fue una conversación larguísima, y yo me quedé fascinada.

A esa llamada siguió, según dicen ambos, “algo fuerte que no se jugó”.

—Hasta que seis años atrás encuentro un mensaje en mi contestador. Una voz muy risueña que dice: “Hola, Liliana, soy Daniel Divinsky. Te llamo para decirte que me separé”. Nos vimos y arrancamos. Pero no todo fue recoger flores del huerto. No es fácil conocer a Daniel. Los rasgos más evidentes son los del humor y el entusiasmo infantil, arrebatado. Pero las situaciones dolorosas las evade. Una vez cortamos unos días. Y me llamó. Fuimos a un bar, y durante una hora y media hablé y al final le dije: “Por eso es imposible que estemos juntos”. Al salir me dijo: “¿Dónde vamos?”. Le dije: “¿Pero vos entendiste?”. “Sí”. Entonces me di cuenta de que no era que no quisiera entender: no podía porque no escucha.

Los años que duró su pareja con Kuki Miller fueron intensos y, en parte, crueles. Tenían poco más de 30 y un hijo chico cuando ocurrió el golpe militar de marzo de 1976. Perdieron autores y amigos —Walsh, Pirí Lugones, Paco Urondo— víctimas de la dictadura, y muy pronto el viento oscuro de la noche los envolvió también. En febrero de 1977, un decreto los puso a disposición del poder ejecutivo por la publicación de un libro para niños llamado Cinco dedos, en el que los cinco dedos de una mano roja se unían para hacer frente a los de una mano verde que los perseguía. El libro fue acusado de “incitar a la subversión” y los detuvieron cuatro meses y medio. Después se exiliaron en Caracas, mientras en Buenos Aires De la Flor seguía funcionando porque la madre de Kuki manejaba todo siguiendo las instrucciones que su yerno le enviaba por carta. Regresaron en 1983 y le ofrecieron ser director de Radio Belgrano. Su paso por allí hizo época y Kuki, mientras tanto, se ocupó de la editorial. En 1985, Divinsky dejó la radio y se dedicó, tiempo completo, a Ediciones de la Flor, en cuyo catálogo conviven megaventas como Quino, Rodolfo Walsh y Roberto Fontanarrosa con los primeros libros de Maitena, Liniers, Martín Caparrós, obras de Ray Bradbury y Umberto Eco.

—El único criterio para publicar era el gusto. El éxito de los libros de Quino, Fontanarrosa, Walsh permitía apostar a libros inverosímiles, no porque fueran malos, sino porque eran invendibles. Me di todos los gustos.

—¿Y cuál es el gusto de ser editor?

—Exhibicionismo. “Miren qué cosa descubrí que no había descubierto nadie antes”. Jorge Herralde, de Anagrama, siempre dice que el editor reconoce a un autor que era preexistente, no es que lo descubra. Me parece legítimo. Pero uno no puede dejar de presumir de lo que descubrió. Que yo haya buscado y conseguido los derechos de Johnny fue a la guerra, de Dalton Trumbo, y que lo haya traducido Rodolfo Walsh es un orgullo. Y que haya conseguido dos libros de Berger.

Fueron años de buscar derechos, de leer manuscritos. Hoy nada de eso existe. Divinsky y Kuki se separaron en 2009, pero continuaron siendo socios hasta 2015. Y entonces todo terminó. El 15 de septiembre de 2015, él envió un e-mail a la prensa, amigos y conocidos: “El viernes pasado (…) firmé la cesión, a precio irrisorio, de mi parte en Ediciones de la Flor a mi exsocia. (…) La convivencia laboral se había tornado imposible y todo proyecto mío se estrellaba con su enconada negativa”. Seguía contando que el domingo siguiente a la firma del acuerdo se había encontrado “con que vándalos (…) ingresaron el sábado en el edificio (…) y arrasaron con el contenido de mi despacho, vaciando cajones de escritorio y estantes de la biblioteca y ficheros, sustrayendo papeles, documentos (…). Incluso, para despertar sospechas sin duda injustificadas, dejaron papeles manuscritos imitando la letra de Kuki con textos insultantes y amenazadores (…)”.
—Pasamos 39 años juntos. Salvo los cinco últimos, fueron muy buenos. Todo lo que era aceptado con naturalidad, como cierta propensión mía a estar en el centro de la escena, fue complicando todo. Ella fue salvadora económica de la editorial. Era una división del trabajo tácitamente acordada que se cumplió hasta que dejó de cumplirse. Ahora me siento enormemente aliviado. Fue como amputarme algo para conservar la vida del resto del cuerpo.

—Tu hijo no se dedicó a la editorial.

—No, Emilio se dedica a la música. Al contrario. Alguna vez dijo que él tenía una hermana mayor que acaparaba toda la atención de sus padres, que era la editorial.

—¿Y puede tener algo de razón?

—Me es imposible saberlo. Yo sentí que en el tiempo que trabajé en la editorial era, para parafrasear a Evita, la razón de mi vida. Hace cuatro años que no tenemos contacto con Emilio.

—¿Y eso no te dañó?

—Al principio, sí. Después, como a todo, uno se adapta.

—/

“El gusto de ser editor es el exhibicionismo: ‘Miren qué cosa descubrí antes que nadie”.
La voz de Kuki Miller llega jovial desde el teléfono. Dice que, a pesar de que el sector atraviesa un momento difícil, Ediciones de la Flor publicó 28 títulos en 2016, sin contar reediciones.

—Pero para serte sincera, no la pasé bien los primeros meses. Todos me tomaban examen, un derivado de los dichos públicos, que todos creyeron. Opté por la discreción. De la Flor es producto de que los dos nos potenciamos mutuamente. De quedarse alguien con la editorial, la única que podía mantenerla funcionando era yo. Daniel es muy buen editor, pero es cero práctico. Yo siento que la editorial es como mi hija mayor. Yo tengo un solo hijo, Emilio, pero a la editorial la crie, la cuidé, la hice engordar. Y no la abandono ni la vendo. Con Daniel he vivido lo mejor y lo peor de mi vida. Y me quedan un hijo biológico y una hija putativa maravillosos. No volvería a ser su pareja, pero si no se hubiera ido, seguiría trabajando con él gustosamente. Valoro el trabajo que hemos hecho juntos, aclarando que pienso que no hay uno por arriba del otro, sino potenciado el uno por el otro. Ahora la editorial está en mis manos y funciona porque tiene una dinámica. Si hubiera quedado solo en mis manos, o solo en manos de él, no hubiera sido lo que es. Es el resultado de dos soñadores, dos irreverentes. Era lo que nos unía.

—/

Según el acuerdo que firmó al ceder su parte, durante tres años Divinsky no puede ejercer ninguna tarea editorial. Tiene un programa de radio, Los libros hablan, y le ofrecieron dirigir la carrera de Edición en la Universidad Nacional de Avellaneda. Llegó hace unos días de la feria del libro de Santiago del Estero, provincia argentina, y da detalles del hotel, del librero que lo invitó. De pronto, se detiene.

—A veces soy detallista en cosas que no son necesarias.

—¿No puede ser una forma de no hablar de lo que importa?

—Sí, sin duda. Ese exceso de detalles es una forma de ocultarse.

—¿Tu madre en qué año falleció?

—Y… en… mmm…

Se lleva la mano a la frente.

—Albino Gómez estaba de embajador en Suecia… Estábamos en la feria de Fráncfort y ella se agravó… pero…

Mi viejo murió… hace 24 años… O sea… 2016 menos… sería… en el 92. Y mi vieja debe haber muerto… en el 88.

—¿Te afectó más la muerte de tu madre o de tu padre?

—Diría que de ninguno de los dos. Pero está mal visto decir esas cosas.

De pronto levanta la vista y la voz se vuelve aguda, entusiasta:

—¡Ay, mirá!

Señala el balcón. Hay un colibrí.

—Qué lindo —dice.

Fotos: Mariana Eliano, Eduardo Hojman
Fuentes: Archivo Señales, Primera Plana, El País Semanal