El carácter podrido, arma política del Presidente
Fernando Gonzalez, fgonzalez@clarin.com
Llegó la hora de admitirlo. Sólo quienes no conocen profundamente a Néstor Kirchner se asombraron con sus desplantes ante el FMI, los acreedores privados o con el mismísimo Lula. Sólo así pueden haberse sorprendido de sus culebrones políticos con Scioli o Lavagna. Es que el Presidente es así: tiene el carácter podrido.
Hay cientos de ejemplos que lo ilustran. Escena uno, campaña presidencial, departamento porteño de los Kirchner en la calle Juncal, mañana de febrero de 2003. Charlan ante un par de cafés Cristina Kirchner, entonces no era todavía la primera dama, y Alberto Fernández, entonces no era todavía el poderoso jefe de Gabinete. Néstor, el candidato, entra por el foro.
-Néstor, estuvimos analizando un poco las repercusiones de tus declaraciones sobre reestatizar los trenes-, dice Cristina, con naturalidad. -Y la verdad es que cayeron mal, asustan...-. El silencio de Kirchner la anima a seguir. Error.
-Con Alberto pensamos que tal vez sería bueno dejar quieto este tema...-. Kirchner sigue mudo, pero su cara se vuelve roja y los dos, Cristina y Alberto, saben que viene la tempestad.
-Vos Cristina, te vas a Santa Cruz, ¡ya!, te vas... Y a vos Alberto, no te quiero ver más... Me importan un carajo las repercusiones; voy a seguir hablando de los trenes y de lo que se me ocurra...
Claro que, después del acceso de ira, Cristina jamás volvió a Río Gallegos, pero Fernández tuvo que sufrir un par de días de indiferencia telefónica, otra de las herramientas políticas preferidas de Kirchner. Lo saben todos los miembros del Gabinete, quienes temen la "terapia del auricular", como ya le dicen en la Casa Rosada a esa costumbre presidencial de no atenderle el teléfono a quienes transgreden las reglas. Kirchner le explicó las razones de su comportamiento a alguien que se atrevió a preguntárselo.
-Si no le atiendo o le corto el teléfono a alguien es porque tengo que pensar sobre algo que hizo, porque no tengo tiempo para escucharlo o porque no me interesa lo que me dice.
Ese es Kirchner. El que corta abruptamente el teléfono y el que puede llamar de improviso a cualquier colaborador. Por cualquier motivo, a cualquier hora. Los artículos de los diarios y la tele lo ponen loco. Cuando lee o ve por TV declaraciones de uno de sus colaboradores presta muchísima atención. Y si algo no le gusta, lo llama por teléfono y se lo dice. No usa los buenos modales cuando quiere pedirles que dejen de opinar de un tema. No todos los funcionarios resisten con la misma solidez los embates de Kirchner. "A veces me deprimo, soy un hombre grande...", masculla un ministro.
Lo cierto es que el carácter podrido no le ha dado malos resultados a Kirchner en esta primera etapa, cuando brilla la fascinación de los comienzos y todos los chistes parecen buenos.
Desde Alfonsín, el presidente que inventó el neologismo "a vos no te va tan mal, gordito...", que los argentinos no teníamos otro presidente con el carácter podrido. No lo tenían Menem, ni Duhalde ni De la Rúa, claro.
Ahí va entonces el hombre de la Patagonia, desafiando los vientos que lo impulsan a toda velocidad. Podrá llegar antes que nadie a su destino de gloria o estrellarse para hacerse pedazos en éste, el país de los laureles breves y el futuro maltrecho. Todo dependerá de cuán firme sepa mantener el timón y de cuántos marineros le aguanten el ritmo hasta llegar a puerto.
Publicado el 28 de septiembre de 2003.
En la imagen un recorte de la nota de tapa de la Revista Noticias