miércoles, 30 de junio de 2010

Postales de una asamblea gremial de la UTPBA

Para quienes a comienzos de los años 80 del siglo pasado participamos de las asambleas fundacionales de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA), cuando los afiliados a la Asociación de Periodistas de Buenos Aires (APBA) y los del Sindicato de Prensa levantamos las manos para crear un gremio que representara a todos los periodistas de la Capital Federal y el Conurbano bonaerense, las imágenes de la Asamblea Extraordinaria de ayer martes 29 de junio nos dejaron un sabor extraño.
El escenario montado por la conducción gremial que administra la UTPBA desde hace 26 años fue un remedo de las reuniones de campaña de los candidatos republicanos y demócratas en las elecciones estadounidenses. Había una abundante cantidad de banderitas celestes y blancas y otros elementos de merchandising, y en la puerta, por razones de seguridad, los partidarios de la actual conducción tiraron petardos y bengalas, abonados evidentemente con el dinero de las cuotas de los trabajadores de prensa, a quienes nadie consultó si el gasto para apoyar a una agrupación se justificaba. Tal vez lo hayan puesto los dirigentes de sus bolsillos, pero considerando que hace 26 años que viven de un sueldo gremial que surge del aporte de los afiliados, tampoco se entiende la "inversión".
Los asistentes a la Asamblea fueron unos 500, que con toda las ganas podrían haber llegado a 600, calculado con el ojo de quienes están acostumbrados a estimar el número de participantes de reuniones, movilizaciones y otros actos. De esos 600, una parte fueron registrados prolijamente mediante la presentación de sus carnets de afiliados. El resto eran jóvenes que llegaron en micros que rentaron algunos dirigentes políticos y de otros gremios. Entraron directamente, sin control alguno, sin anotarse, sin que alguien verificara si eran afiliados.
El clima de las tribunas fue patético. De un lado, las agrupaciones opositoras, que cantaban "paritarias, paritarias", dado que los periodistas no tenemos paritarias desde hace muchos años. Del otro, los jóvenes enfurecidos que bajaron de las combis, empleados del gremio -los había de todas las áreas- y algunos dirigentes.
Lo más curioso de la postal fue la reacción de los jóvenes que bajaron de las combis, porque cada vez que un dirigente de la oposición pedía la palabra, bajaban las voces para dejarlo hablar, no sin que antes mediara un ruego de Daniel Das Neves, secretario General. Pero la rechifla aparecía cuando el dirigente hacía mención a sus veintipico de años de afiliado al gremio o de su condición de periodista. Daba la sensación de que estos pibes bajados de las combis no venían de algún diario, o de sus casas como colaboradores sino enviados por algún dirigente político o gremial que poco o nada sabía de la UTPBA y del periodismo. Sonaba extraño que los exasperara que los "otros" fueran periodistas y afiliados antiguos del gremio, en una entidad en la cual siempre fue un orgullo ser periodista, trabajador de prensa y afiliado. Algo no cerraba.
La Asamblea comenzó con una moción de orden presentada por un delegado que fue chiflado -claro, haber trabajado durante años en un diario y ser afiliado y delegado parecía un estigma- pero que gracias a la intervención, otra vez, de Das Neves, pudo hablar para reclamar que la Asamblea se hiciera con veedores del ministerio de Trabajo y que el control de la afiliación de los delegados se hiciera de manera legal. La moción fue votada en contra, aunque nadie supo quiénes votaban, porque nadie sabía si los chicos que se bajaron de las combis eran afiliados.
Lo más triste de todo fue la votación para la Junta Electoral. El oficialismo presentó dos listas, para quedarse con la mayoría y con la minoría, de manera que no hubiera presencia opositora en la Junta, encargada de garantizar la limpieza de los comicios de setiembre próximo. La oposición, que había llevado 143 afiliados perfectamente contabilizados, presentó su lista de candidatos. De manera extraña, primero se contó el número de votos de la lista que se mocionó en tercer lugar -o sea, se alteró el orden- una técnica que los gremialistas conocen tanto como los dirigentes de fútbol. Cuando se juegan partidos importantes, el que juega con el resultado puesto tiene ventaja.
Fue entonces cuando la reunión se ganó un capítulo extra de Cien Años de Soledad. Un periodista prestigioso como Jorge Búsico fue el encargado de contar los votos de la oposición. Sumó 59, cosa extraña porque todos sabíamos que Búsico no es un hombre que no sepa contar. ¿Sería porque tenían preparados 65 votos para asegurarse la segunda minoría? Vaya uno a saber.
El pobre Búsico, protagonista de una escena que a muchos nos llenó de tristeza, hizo un conteo rápido, rapidísimo, de los votos de la segunda lista oficialista. Contó unos 200 y pico, a grosso modo. Luego contó los votos de la lista número 1 del oficialismo y la cifra fue de algo más de 300 votos, también a ojímetro y sin verificar si votaban los mismos en ambas listas de la conducción del gremio.
Todo fue tan evidente, que la oposición pidió un recuento de sus votos. Das Neves accedió y allí fue Búsico a recontar. Esta vez los 59 se convirtieron en 92, o sea un 50 por ciento más que en el primer conteo. ¿Se había equivocado antes o ahora?¿Por qué no recontó y en serio los votos de las dos listas oficialistas? Vaya uno a saber. Lo concreto es que por primera vez se encontraron con una oposición que reclamó que las juntas electorales fueran pluralistas y no un trámite burocrático.
Afuera, una barra de trabajadores de Crítica cantaba "se va a acabar, la burocracia sindical", mientras la oposición se retiraba tras la votación y hacía bromas sobre los problemas matemáticos de los periodistas. La noche cubría al barrio de Villa Crespo, donde está enclavada la cancha de Atlanta, tal vez como una proyección de la realidad de un gremio cruzado por las contradicciones. Un gremio que dejó libres las manos de Domingo Cavallo para que precarizara a los periodistas, convertidos en marginales con factura, mientras que al mismo tiempo el gremio de Actores luchaba y lograba impedir que el sistema se le aplicara a sus afiliados. Un gremio que no participa de asambleas, que no impulsa paritarias y que dejó caer la obra social hasta su virtual desaparición. Una conducción que se viste con un ropaje de izquierda, pero que se negó a pronunciarse sobre la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual hasta que la ley fue aprobada.
No se trata de burócratas enriquecidos a costas de los aportes de los afiliados, sino simplemente de gremialistas que armaron un circuito que les permite perpetuarse en sus cargos, para lo cual todo pasa por la imagen, los viajes a distintos lugares del mundo para hablar de lucha y de libertad de expresión y tratar de hacer la plancha lo mejor posible en los medios argentinos. En una UTPBA que alguna vez fue un orgullo para los periodistas -con muchos de estos mismos gremialistas a la cabeza-, habrá elecciones con una junta electoral que manejará los padrones y que podrá definir quién vota y quién no vota, porque no habrá ni siquiera un delegado opositor para dar testimonio de lo que ocurra entre esas cuatro paredes. De allí la tristeza.
Ah, hubo un minuto de aplausos en honor a los periodistas desaparecidos durante la última dictadura militar, propuesta por la conducción y que unificó a todos. Un viejo afiliado recordaría después que uno de los desaparecidos más representativos del gremio, Rodolfo Walsh, era un hombre riguroso, preciso y científico a la hora de trabajar. Lástima que no estaba para sacar las cuentas.

Fuente: Ética y Periodismo

NdE:
En los recuadros Tweets de concurrentes a la asamblea

Lo que vi en la Asamblea de la UTPBA
Por: Pablo Waisberg
Mi abuelo paterno, obrero textil, decía que después de conseguir trabajo había que afiliarse al sindicato. Eso hice poco después de ser efectivizado en la agencia Noticias Argentinas. Allí hacía años que no se elegían delegados. Los noventa habían dejado su marca. Después del estallido de 2001, fuimos varios los que nos acercamos al sindicato para que nos acompañaran en la conformación de la comisión interna. Tuvimos varias reuniones. Algunas con el secretario general del gremio, Daniel Das Neves, cuya firma tengo estampada en mi carnet. Al tiempo, superando temores y vaivenes, tuvimos la primera comisión interna. Para la tercera elección me había convertido en delegado y fui reelecto una vez más. En esas jornadas, en las que trabajosamente discutíamos la recomposición salarial y las mejoras en las condiciones laborales, siempre convocamos al sindicato a participar de las asambleas.
Por esos días también le decía a Edgardo, quien nos visitaba en representación del sindicato, que tenía que venir a la redacción con planillas de afiliaciones. Sobraban los dedos de una mano para contar los afiliados en NA. Yo decía, y aún lo sostengo, que era necesario que se afiliaran más no sólo para tener la posibilidad de recambio de delegados, sino también para tener un sindicato más fuerte. Nunca vinieron a afiliar a nadie. Hoy en NA no hay más de cinco afiliados.
El último 7 de junio fui al acto del Día del Periodista en la puerta de Crítica de la Argentina. Hay 190 laburantes que están en huelga desde hace dos meses y se quedan a dormir en la redacción para que no les terminen de vaciar la empresa. Después de los discursos, discutí con varios compañeros porque me parecía que, aunque compartía algunas críticas, se había cuestionado en demasía a la conducción del gremio.
En todos estos años, el sindicato no me convocó para ninguna Asamblea Electoral ni me avisó formalmente de las elecciones. Pero ayer participé de mi primera Asamblea Electoral. Curiosamente, no me invitaron desde el sindicato pese a ahora me eligieron delegado en otro medio. Los que sí me invitaron fueron los opositores a la lista Celeste y Blanca. Me llamaron amigos de La Gremial, de El Colectivo, de La Naranja. Todos me contaban como propio. Los únicos que no me contaban como propio eran los dirigentes del sindicato.
Ayer, en el microestadio de Atlanta, vi lo que siempre creí parte de una leyenda negra exagerada por algunos opositores. No digo que no les creyera, pero sentía que se dejaban ganar por sus posiciones, por sus cuestionamientos a la forma de conducción. Trabajosamente logré dejar la redacción a las ocho de la noche para llegar a la poco periodística cita (todo se acelera en cualquier diario después de las siete de la tarde). Vi como acreditaban a dos mujeres de unos cincuenta años que como todo comprobante de su trabajo en una radio mostraron su cédula de identidad y un volante color celeste gastado que daba cuenta de una FM de La Matanza. También a un hombre cercano a los sesenta años que decía que venía de Lomas de Zamora y que allí trabajaban en “radio y televisión” pero que no pudo decir ni el nombre del programa en el que dijo que trabajaba. Y a un pibe de unos 25 años que decía que era colaborador de una revista pero no tenía ni credencial del medio ni carnet de afiliado. Pero como los otros figuraba en padrones y fue acreditado.
Vi como la entrada al recinto donde funcionaba la Asamblea era franqueada al responder afirmativamente la pregunta "¿Te acreditaste?" Ninguno de los dos que me lo preguntaron podía saber si efectivamente lo había hecho o si trabajaba de algo relacionado con el periodismo.
Vi como se propusieron tres listas. Las dos primeras respondían a la Celeste y Blanca y repetían los nombre de algunos de sus integrantes. La tercera reunía a las agrupaciones opositoras. Vi como el secretario Das Neves, al frente de la Asamblea, hizo votar primero la tercera propuesta, la de la oposición, y vi como contaron velozmente “60 votos”. Vi como después puso a votación las otras dos listas que, obviamente, ganaron. Y vi como en medio de las quejas hizo votar y contar nuevamente la propuesta de la oposición y ahí la cuenta dio 92. Aún así el oficialismo se quedaba con mayoría y minoría.
Tenía unas 500 manos, varias de ellas votaron a las dos listas. Vi como una chica de campera roja y otra con chaleco animal print, que en el verano de 2005 me vendían los boletos para ir al club de Moreno, silbaron a los compañeros del diario Crítica de la Argentina, que llevan dos meses de paro para intentar que un empresario especializado en el vaciamiento de empresas no los deje en la calle. Vi como un chico con campera verde y barbita candado, que me recibía los boletos los domingos a la mañana cuando subía al bondi, también silbaba y abucheaba cuando se cantaba por paritarias. Todo eso que vi me resulto revulsivo.
Pero de todo eso, incluyendo la fragilidad de las acreditaciones que vi entregar, lo que me generó una mezcla de bronca y tristeza fue ver a trabajadores que se burlaban de trabajadores en huelga y que se reían de una paritaria sindical. Algo inexplicable. Incomprensible ¿Cómo es posible que trabajadores y varios de sus dirigentes se burlen de un par que está por perder el laburo? De todo eso, lo que me enfureció fue no escuchar del máximo dirigente de la Celeste y Blanca, el que estampó su firma en mi carnet de afiliado, un sola palabra sobre el único conflicto que hoy cruza a nuestro oficio. Esa falta de palabras tiene coherencia con la actitud tomada cuando recrudeció el conflicto: no mandaron ni una docena de empanadas para bancar la permanencia en la redacción. Al salir le mandé varios mensajes a Judith. Quería alguna explicación. Le di estas mismas impresiones. Le hice varias preguntas. No tuve respuestas. Lo que vi, lo que escuché y no escuché, me convencieron de que la leyenda negra se quedaba corta.

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