sábado, 10 de abril de 2010

"Lo que Vilamanzano no sabe"

Por: Osvaldo Bazán*
Lo que yo quería era trabajar en LT8.
Si me preguntabas cuando tenía 12, 14 años qué quería hacer con mi vida, te contestaba con el slogan entero: “Quiero trabajar en LT8 Radio Rosario, la emisora más importante del interior del país”. Es la época en que el edificio de la radio era una vieja casona en Córdoba 1825, antes del incendio.
En esa edad en que yo quería trabajar en LT8 Radio Rosario, cantaba todo el día el jingle “eleté ocho, ocho, ocho, siempre te escucho mucho, mucho” y estaba todavía en la escuela primaria allá en el pueblo, a 50 kms. de Rosario.
Bajo el pupitre de mi séptimo grado tenía la radio AM y de ahí salía un discreto auricular. Ponía cara de que escuchaba a la maestra, pero lo que aprendía, lo aprendía con LT8. Despacio, ese mundo que creaba la radio fue convirtiéndose en mi Rosa Púrpura del Cairo.
Y quise entrar ahí.
De mocoso ya era molesto así que mi mamá, que una vez por semana tenía que ir a Rosario por trabajo, me tenía que llevar, dejar en la puerta de la radio y pasar a buscarme. Conocí a mis ídolos de cerca. Era un piojo ahí registrando todo, las señas del operador, los amores de la locutora, las anotaciones de los periodistas, todo lo que no salía al aire en medio de la dictadura. Hubo un tiempo en que sabía toda (toda) la programación de LT8 de memoria. Más de treinta años después todavía, si lo pienso, como los fanáticos con las formaciones futbolísticas, me acuerdo de una pila de programas que pasaron a lo largo del tiempo, por la radio del jingle pegadizo sin mirar ningún machete (que además no los hay, porque en los libros de la historia de la radiofonía argentina, estos nombres fundamentales para mí y para millones, no aparecen. Delicias del país unitario). Angelita Moreno con sus madrugadas históricas, las de “Los habitantes del silencio”; “Prohibido Detenerse” con el Dr. David Feldman, el Negro Moyano Vargas, el ínclito Juliovich, Clelia Valmer; el mega éxito “Los Mejores” con algunos de los nombrados más Orlando Malbrán, Pebeto Aramburu, los pininos de Charly Bermejo y Miguel Ángel Tessandori, Oscar Prendes, Oscar Cesini, los juveniles Mirta y Miguel Ángel Andrín, que llegaban de San Nicolás; el automovilismo con Oscar Marino; la tarde imprescindible con Poly Román (responsable de que generaciones de argentinos sean rockeros, seguramente el primer lugar donde sonó la trova rosarina) y su expreso, siempre con Pily Ponce (la viejita más punk de la radiofonía argentina, el día que me confirmaron que iba a trabajar con ella, estuve horas antes de superar la emoción); “Turdo en la tarde” (con Carlos Alberto Turdo que pasaba “A Toi” de Joe Dassin), “Contame una historia” (con una morochita simpática, Adriana Mabel Pardal, que creo que se fue a vivir a España); “Diariamente los diarios”, con el Nacho Suriani que odiaba a Valeria Lynch; esos dos programas que de haber sido porteños hoy se recordarían como gemas fundacionales: “La cueva del tordo” y “De Hiroshima a Watergate”, con la cortina de “Tiempo” de Pink Floyd; Betty Elizalde y sus “Ocho horas de la Ocho”; “¿Quién está triste ahora?” en la noche de los domingos, el brillante encuentro Juliovich/Quique Pesoa. Y claro, las mañanas de Quique bailando con las amas de casa.
Cuando se incendió la radio lloré y no paré hasta que mi vieja hizo una torta y me hice llevar a Rosario para compartirla en las transmisiones precarias que hicieron a la vuelta, en un galpón que le prestaron por la calle Italia, creo.
Pasó el tiempo, empecé a trabajar de “esto” y, lo que son las cosas, trabajé en las tres AM comerciales de Rosario, Radio 2, LT3 y LT8, pero la 8 fue la última. El deseo infantil se me hizo esquivo, pero cabezadura como soy, finalmente conseguí trabajar en la ocho. Antes tuve la suerte de estar en LT3 en el momento de explosión creativa de su FM. Los primeros ’80 la FM3 en Rosario inventó una radio que no había ahí. Gerardo Martínez Lo Re y un grupo que venía de la facultad imaginaron una radio distinta y la hicieron y nos contagiaron a todos. En esa emisora tuve mi primer programa, compartido con Néstor Sclauzero y otros queridos colegas; debe haber sido el programa con peor nombre en la historia de la radiofonía del mundo mundial: “Manías…sin almidón”. Hay una justificación, éramos dos grupos, uno votó “Manías”, el otro “Sin almidón”. Y como era el ’84 y rebosábamos de democracia, le dejamos los dos. No puedo acordarme si voté por “Manías” o por “Sin almidón”
Finalmente, como tiempo al tiempo, entré a trabajar en LT8. Participé incluso del lanzamiento de su FM, la Cien, dirigida por Nachito Suriani. Tanto tiempo pasaba en la radio que un pequeño patiecito interno de 0,50 por 2 metros fue bautizado con mi nombre: “Patio Osvaldo Bazán”. Fue la gloria. Las tardes con Carlos Del Frade, las noches con Pili Ponce. Fui feliz en LT8. Y escribí para Nacho Suriani un programa que se llamaba “Vueltamanzana”.
Me recibí de periodista en las calles de Rosario, en los estudios de radio de Rosario, en las redacciones de Rosario. Por eso no es raro que mi primera computadora haya sido comprada gracias al Sindicato de Prensa de Rosario, que al final de los ’80 hizo un plan para que todos pudiéramos tener una.
Me vine a Buenos Aires y seguí trabajando para la radio de Rosario. Salí todas las tardes desde acá. Hasta que un día me dijeron que Vilamanzano había comprado la radio. Y la 3 también. Y que se habían quedado con La Capital también. Y un día me dijeron que me echaban de la radio. Que la reestructuración, que para qué querían un tipo en Buenos Aires. Sentí perder la última conexión con Rosario. Era el año 2005.
Vilamanzano instaló el gris en los medios rosarinos. El diario tradicional, ése en cuyas columnas según Fito se cantaban los goles el lunes cambió su formato y empeoró. La ocho dejó de ser la más importante del interior del país. La tres también. Raro, algunos de los mejores periodistas que conozco están en Rosario. Los medios en los que trabajan no están a su altura.
Vilamanzano quiso decidir la vida de más de 20 periodistas. Creyó, sonsito, que LT8, LT3, el diario La Capital, le pertenece.
Pero Vilamanzano no sabía que había una historia. No le nombres Angelita Moreno, no sabe de qué estás hablando. Vilamanzano es ese pequeño sabandija que se hizo rico porque nada lo frena. Por eso creyó que se podía llevar todo por delante. Pero el pasado es real, no decolora, no se desintegra.
Cuando imprimieron, la semana pasada, lejos de Rosario unas paginitas berretas y quisieron venderlas como si fueran La Capital (como si un diario no fuera su gente, como si las paginitas las pudiese llenar cualquiera), los periodistas –esos que últimamente somos tildados de mercenario por cualquier gilito con carné- fueron y cortaron el puente Rosario/Victoria para que no pasen los camiones; salieron de madrugada para convencer a los canillitas que no se pueden vender diarios en mal estado, que son perjudiciales para la salud. Y ahí otra vez me sentí orgulloso de ser periodista, reconfortado pese a tanta campaña que quieren hacer creer que somos esos sátrapas que sólo sabemos vendernos al mejor postor. No todos somos cínicos, no todos somos quebrados, no todos somos venales. No todos estamos en venta, a disposición de los designios privados o estatales.
Vilamanzano tuvo que volver atrás con su pretensión de echar 26 periodistas rosarinos y achatar la dignidad de todos los demás.
Tarde o temprano volveré a mi patio de 0,50 por 2. Gracias muchachos, por cuidarlo tan bien.

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Esta es la contratapa que no salió este sábado en Crítica de la Argentina por las medidas de fuerza que lleva adelante su personal en reclamo del pago de sus salarios

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