miércoles, 3 de marzo de 2010

Chile: Terremoto natural y terremoto social

Por: Mario Garcés Durán*
La naturaleza nos ha golpeado, no hay dudas, hemos vivido el mayor terremoto de los últimos 50 años. Todos los chilenos tenemos en nuestras vidas, la experiencia de a lo menos un terremoto, los más viejos, más de uno. Todos sabemos, además, lo que hay que hacer cuando el piso se mueve: protegerse bajo los dinteles de las puertas, mantener la calma, proteger a los niños y los ancianos.
Si bien todo esto forma parte de nuestros aprendizajes básicos, siempre un terremoto es una experiencia excepcional: el movimiento, el ruido, los objetos que caen, las murallas y techumbres que a veces ceden, el colapso de los servicios básicos, sobre todo, agua y luz, todo ello configura un cuadro extraordinario, más agudo en unos casos, por ejemplo, para los que viven en alturas o viviendas antiguas, menos en otros, para los que habitan viviendas bien construidas, de uno o dos pisos.
En esta ocasión, todos los aspectos extraordinarios fueron vivenciados por la población con especial agudeza. Un movimiento sobre los 8 grados en la escala de Richter es agudo, y en algunos sentidos, apocalíptico. Y en el caso de la zona costera del Maule al Bio Bio, la catástrofe fue sin dudas, la mayor, al punto que aún no la podemos dimensionar, ni sabemos con certeza el número de víctimas. Que al terremoto siga un maremoto es una experiencia que supera todo lo previsible y en el caso actual, más allá de los errores de los sistemas estatales para alertar a la población, que fallaron, solo el ”saber local” de las poblaciones permitió que el desastre no fuera mayor (se afirmó reiteradamente que no había peligro de tsunami mientras el mar ya había arrollado a algunas poblaciones o lo hacía a las pocas horas que la autoridad desestimaba tal evento. ¿Se pudieron salvar muchas vidas, si la alerta de tsunami hubiese funcionado bien?).
El balance del terremoto lo hemos podido seguir por las radios y la televisión y es evidente que se trata de un desastre de proporciones. Solo el número de víctimas, hasta ahora reconocido, de 799, es impresionante y doloroso, y todo indica que esta cifra seguirá creciendo. Pero, también es verdad que la información fue fluyendo lenta y paulatinamente, porque entre otros de los efectos inmediatos del sismo, es que colapsaron los sistemas de comunicaciones privados y públicos. Durante varias horas, Concepción fue un “hoyo negro”: nada se sabía, solo que las comunicaciones estaban interrumpidas, y del maremoto, nos tomó horas saber de que éste había acontecido.
Este “impasse comunicacional” pareciera dar cuenta de la transición entre dos fases de la catástrofe. En efecto, primero fue el impacto del sismo, con todas sus consecuencias; las primeras víctimas humanas, edificios dañados estructuralmente, muchas viviendas destruidas, cortes de rutas, puentes colapsados, el aeropuerto cerrado, etc. Y cuando la información de los medios pudo mejorar, se pudieron apreciar mejor los efectos del maremoto con pueblos arrasados, balnearios destruidos, etc. Sin embargo, pronto la catástrofe dio paso a una segunda fase, la de la inseguridad, los saqueos, especialmente en Concepción, la dificultad para abastecerse de alimentos, la lentitud en la administración de la ayuda a los zonas más afectadas, etc. Es lo que algunas personas de Concepción y los medios han comenzado a llamar el “terremoto social”.
Y al parecer, habría que admitir que hasta ahora el terremoto ha transitado por dos fases: una natural y otra política y social. Estamos viviendo en medio de ambas, y la segunda llevó a las zonas de Concepción y el Maule, no sólo a que se declararan zonas en “estado de catástrofe”, sino que al toque de queda y al traslado de miles de efectivos militares para que patrullen las calles y administren el alterado y soliviantado orden social.

Terremoto natural y terremoto político y social
De acuerdo con las últimas informaciones que entrega la TV, a muchos lugares críticos, la ayuda recién ha comenzado a llegar el día martes 2 de marzo, es decir, al cuarto día del siniestro. En Concepción, que ha sido la zona más crítica desde el punto de vista social, donde los saqueos se iniciaron el domingo y se hicieron, al parecer incontrolables el día lunes, el terremoto no solo hizo colapsar el sistema de comunicaciones, sino todo el sistema de abastecimiento de la población, amén que colapsaron los sistemas de agua potable y luz eléctrica. Es decir, por una parte, con el terremoto se alteraron condiciones básicas de la vida cotidiana de la población, y por otra, la ayuda ha demorado hasta tres y cuatro días en organizarse y llegar a los grupos más afectados.
Estamos frente a diversos problemas del moderno Chile neoliberal: primero, el abastecimiento de productos básicos está en manos de grandes cadenas privadas de supermercados y los medicamentos de grandes cadenas de farmacias, que han provocado prácticamente la desaparición del comercio de los barrios. Este sistema oligopolico colapsó, en parte por efectos directos del sismo mismo (caída de la mercadería de la estanterías, daños en la infraestructura de los locales, etc.), pero además porque depende del sistema eléctrico (cobros en cajas, acceso al sistema de tarjetas, el denominado “sistema”, que cayó). El resultado, los supermercados y farmacias cerraron sus puertas. Entonces las preguntas son: ¿dónde podía la población abastecerse de elementos básicos? Y ¿cuánto tiempo era razonable esperar para que se repusieran todos los sistemas de las grandes cadenas? Las respuestas parecen sencillas, para la primera pregunta no hay muchas respuestas, si el abastecimiento es un gran negocio de grandes cadenas y si estas colapsan, no hay como acceder a los productos básicos; para la segunda pregunta es un asunto de tiempo relativo a cuanto dura la paciencia de la población. En Concepción, la segunda ciudad en importancia en Chile, la paciencia duró aproximadamente 48 horas y dio paso a la acción directa: asaltar supermercados, abrir y descerrajar cortinas, pero además, con un componente adicional: llevarse de todo, no solo alimentos, sino también TV plasma, zapatos, electrodomésticos, etc., frente a lo cual los medios de comunicación rasgaron vestiduras (eso no es necesidad, sino vandalismo, pillaje) y junto a diversas autoridades, llamaban urgentemente a los militares. En realidad, no solo se había agotado la paciencia frente al colapsado sistema oligopolico de abastecimientos, sino que en el contexto de la desigualdad social estructural que organiza la sociedad chilena, muchos encontraron la oportunidad de “pasar la cuenta”.
En consecuencia, sistema oligopolico de “mercado”, lentitud político administrativa para organizar la ayuda y desigualdad social estructural, todo conducía a “hacer justicia por mano propia” y soliviantar el orden social. El desorden se comenzó a extender por la ciudad de Concepción y la salida fue que el poder político decretara el “estado de catástrofe”, enviara 4 mil efectivos militares a la zona y estableciera ya por dos días “toque de queda” ente las 18 horas y las 12 horas del día siguiente, es decir permitir el libre desplazamiento de la población solo por seis horas al día. Increíble, cuesta creerlo.
La televisión informa al día 4 posterior al sismo, que se recupera la calma, claro que solo con seis horas de movimiento de los ciudadanos y con militares que controlan la ciudad.

Quedamos por cierto con muchas preguntas
La primera y más graves es ¿cómo se administra el sistema de alarma frente a un tsunami? El hecho concreto es que en Chile falló y recién comienzan a conocerse algunas explicaciones, la más importante es que cuando la presidente de la república llamó a los responsables de la Armada a las 5.10 de la mañana del sábado 27, estos respondieron de manera ambigua. Frente a esta falla de los sistemas estatales, solo el sentido común, y como dijimos más arriba, el saber local, impidió más víctimas.
La segunda pregunta, en medio de la mayor revolución tecnológica de las comunicaciones, lo primero que colapsó fue el sistema de comunicaciones. Esta es una zona compleja, porque habrá que concluir que no se deben desestimar viejos sistema radiales, o poner en movimiento con mayor celeridad formas de comunicación área.
Tercero, el sistema oligopolico de abastecimientos representa un límite, aparentemente insalvable, frente a una catástrofe. Sin el viejo comercio local de los barrios, todo depende grandes cadenas de farmacias y supermercados, con modernos sistema de control de cajas, tarjetas, etc. ¿Cuánto es el tiempo razonable de reposición de los servicios y cuál la flexibilidad con que deben actuar estos servicios? O sea, ¿Hay que esperar el retorno de la luz eléctrica como condición sine qua non para que estos funcionen?
Cuarto, el Estado demostró una buena estrategia comunicacional y una débil capacidad de reacción, en el tiempo que se ocupó, para llegar con la ayuda. La pregunta es aquí, ¿Cuánto hemos avanzado realmente en “descentralización” y cuántas capacidades comunitarias han sido desestimadas por el poder político, que de contar con ellas, el desastre hubiese sido menor?
Si nos pudiéramos hacer cargo de algunos de estos problemas, tal vez se hubiese mitigado la reacción desesperada de los ciudadanos de Concepción, que a las 48 horas del terremoto decidieron salir a las calles; pero también hay que admitir que una sociedad menos desigual seguiría otras conductas; que una sociedad que valora sus tradiciones comunitarias contaría con otros recursos y capacidades frente a una emergencia. Es decir, las soluciones no pueden reducirse a la clásica y tan chilena apelación a las fuerzas armadas para reestablezcan el orden, es decir para que impongan “el peso de la noche” (el prolongado toque de queda) como única salida a la crisis.
Queda pendiente todavía una tercera fase de la catástrofe: la reconstrucción, que tomará tiempo e implicará grandes recursos, Y que tensará las relaciones entre el Estado, la sociedad civil y el mercado, tensiones que marcará el gobierno de Sebastián Piñera, que ya la próxima semana debe comenzar a administrar la situación de crisis? ¿Qué papel jugará el Estado en el proceso de reconstrucción?
¿Qué normativas nuevas se dictarán para hacer frente a una catástrofe? ¿Se avanzará más en serio en la descentralización? ¿Cuánto responderán las empresas aseguradoras y las empresas inmobiliarias frente a los daños ocurridos? ¿Se terminará de reconocer que una sociedad civil más organizada es el mayor capital social con que puede contar la sociedad?

*Doctor en Historia,
Pontifica Universidad Católica de Chile. Licenciado en Historia, PUC Chile. Director de ECO, Educación y Comunicaciones
Fuente: Agencia de Noticias Medio a Medio

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