domingo, 12 de julio de 2009

Monsanto “contamina” cultivos con transgénicos y luego cobra regalías, documentan

Policías genéticos de la trasnacional estadunidense Monsanto recorren el mundo para detectar si en algún cultivo se usan sus semillas y, con el argumento de que es su patente, exigen regalías. Marie-Monique Robin, quien se halla de visita en el país para promover su libro El mundo según Monsanto: de la dioxina a los OGM. Una multinacional que les desea lo mejor, expresó en entrevista con La Jornada:
Por: Arturo Cruz Bárcenas
“Estamos en una guerra de información, pues Monsanto –trasnacional líder en la producción de organismos genéticamente modificados (OGM), la cual comercializa 90 por ciento de sus productos– gasta mucho dinero para desinformar de manera sistemática.”
Hoy se proyectará a las 11 de la mañana, en la Cineteca Nacional, el documental El mundo según Monsanto, que trata sobre esta empresa fundada en 1901, en Missouri, la cual, según se expone en la obra, “ha acumulado infinidad de procesos penales debido a la toxicidad de sus productos, aunque hoy se presente como una empresa de ciencias de la vida, reconvertida a las virtudes del desarrollo sostenible”.
Robin tardó tres años en descubrir las aristas de este gigante de los transgénicos. El resultado de ese periodo de viajes, entrevistas y documentos es inquietante. “Nos encontramos con un libro esencial para entender cómo opera esta corporación –que tiene 17 mil 500 empleados, presencia en más de 46 países y es la principal productora de semillas del mundo– y cómo ha conseguido, con la complicidad de gobiernos y legislaciones permisivas, dominar el mercado mundial de la alimentación.”
Marie-Monique es periodista, documentalista y directora de cine. Autora de varios libros, ha rodado más de 50 reportajes en todo el mundo.
¿Son dañinos para el ser humano los alimentos transgénicos?
Ésa es una pregunta fundamental, pero el problema es que no podemos dar respuestas definitivas. En tres años de investigación descubrí que los transgénicos no han sido evaluados seriamente.
“En 1992, la Administración de Alimentos y Fármacos (FDA, por sus siglas en inglés) publicó un texto fundamental, porque todo el mundo lo tomó en cuenta, ya que dice que los transgéncos son equivalentes a las plantas convencionales.
“Éste es el llamado principio de equivalencia sustancial. Por ejemplo, se afirma que el maíz PT transgénico es equivalente a un maíz convencional y, por eso, no hace falta hacer estudios. Hallé que este principio no tiene ninguna base científica y que más bien fue una decisión política de la Casa Blanca, en aquel momento dirigida por Ronald Reagan y George Bush, y luego por éste y Dan Quayle, una administración republicana cuyo lema era la desregulación y que quería poner en el mercado, lo antes posible, los productos transgénicos, lo cual, obviamente, convenía a Monsanto.
“Para lograr eso había que acabar con todos los ensayos y estudios de toxicidad, que tardan dos años y cuestan mucho dinero. Por eso se publicó ese texto en 1992, en la FDA. Es interesante hacer notar quién lo redactó. Entrevisté a esa persona. Se llama Michael Taylor, quien fue abogado de Monsanto. Después entró en la FDA como número dos. Luego volvió a Monsanto como vicepresidente. Ése es el sistema de las puertas giratorias.
“En mi libro doy como 100 ejemplos de personas de Monsanto que pasaron a la administración estadunidese y después regresaron a Monsanto, etcétera. Es decir, primero fue el texto básico de la regulación, o mejor dicho, de la no regulación.
“Segundo, entrevisté a James Marensky, entonces jefe del departamento de biotecnología en la FDA, y reconoció que este principio de la equivalencia sustancial no tenía ninguna base científica. Era una decisión política de la Casa Blanca.”
Para tener tal base se requieren estudios, y “en 1992, cuando publicaron ese texto, no había ningún transgénico disponible. Monsanto aún estaba trabajando en el primero, que se puso en el mercado tres años después, en 1995: la soya transgénica.
“Cuando se propuso este principio de equivalencia sustancial, científicos de la FDA se opusieron, porque, dijeron, desconocían si un transgénico era dañino.
“Había que hacer estudios, porque puede ser que la manipulación genética traiga riesgos importantes para la salud humana. Pero todos fueron callados.
“Hoy día, la situación es la siguiente: todos los transgénicos que están cultivados en el mundo no fueron evaluados seriamente, porque en 1992 se decidió en Estados Unidos que no había necesidad de hacerlo.
“En estos momentos, España es el único país donde hay cultivos transgénicos. Todos los demás países de Europa, como Francia, Alemania, Luxemburgo, Austria, Grecia y Hungría, han prohibido, hasta hoy, esos cultivos, bajo el llamado principio de precaución, porque, argumentan, no conocen las consecuencias de esos transgénicos para la salud o para el medio ambiente.”
Las imágenes que sobrevienen ante lo que expone remiten a una película de ciencia ficción, de terror, o a una intriga, un thriller.
“Los únicos estudios que se han llevado a cabo son los hechos por Monsanto, que son de tres meses, los cuales se realizaron con ratas que fueron alimentadas con transgénicos. Ahora bien, el ser humano puede comerse un transgénico y no pasa nada al día siguiente, pero en 30 años, o menos o más, no sabemos. Eso es lo que llamamos una toxicidad crónica.
“Para evaluar la posible toxicidad crónica de transgénicos se necesitan estudios de 12 años, y ¡nunca se han hecho!”
Pero estudios serios de dos años, realizados en Escocia e Italia, mostraron daños en órganos de ratas. Los científicos que desarrollaron tal investigación perdieron su trabajo.
Advirtió que en 1997 Monsanto introdujo en Canadá una canola transgénica, y a siete años de eso “la contaminación es total; es decir, no hay ninguna canola orgánica ni convencional.”
Otro tema es el de las patentes. Monsanto puede, con sus abogados, patentar ciertas semillas, y en un plazo de cinco años demandar pago de regalías. “Dice: este gen me pertenece.” Ese es el riesgo para México, donde Monsanto ya ha intentado “contaminar” el frijol amarillo.
Cuenta con los llamados “policías genéticos”, que andan por el mundo detectando cultivos transgénicos que generen regalías, pago de derechos vía patentes, a Monsanto.
Algunos científicos que han trabajado para Monsanto y que han renunciado al percatarse de los fines de la multinacional, han tenido que dedicarse a otras actividades.
Marie-Monique Robin dijo que cada palabra de su libro está cuidada para evitar demandas legales de la poderosa empresa.
Aconsejó que los ciudadanos mexicanos deben exigir que en los empaques de los alimentos se diga si son transgénicos.
Un punto difícil es el de la corrupción.
Robin documenta dos casos, uno en Canadá, de hace una década, en el que Monsanto intentó poner en el mercado una hormona de crecimiento transgénica.
“Fue prohibida (...) En México, me han dicho, se vende.” El otro caso fue en Indonesia.

Foto Arturo Cruz Bárcenas
Fuente:
Diario La Jornada

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