miércoles, 1 de octubre de 2008

Que Caperucita se coma al lobo

Después de una puesta en escena en la que la iniciativa sobre la ley de servicios de comunicación o ley de radiodifusión ganó las primeras planas del debate público, el tema parece haber entrado ahora en un remanso. Conocer de qué se trata y qué se está discutiendo es central.
Por Omar López *
El ataque cultural de “la derecha” sobre la sociedad argentina tiene base en un fuerte anacronismo; hechos y personajes situados en épocas distintas para desnaturalizar la razón fundante de ideas que discuten el reparto con equidad de la riqueza. Monopolios de la información que editorializan sobre la ideología perimida de los años setenta que promovieron la intervención del Estado sobre la renta nacional.
La chata batalla de ideas del momento puede comprenderse revisando la construcción cultural hegemonizada de una derecha que resignifica su más cruel egoísmo. “El problema que nosotros tenemos es que no hubo recomposición del proyecto histórico, con lo cual –y sobre todo en 2001– se acabó ahí, dejando coletazos de esperanza en muchos de nosotros y marcando tal vez nuevas formas de aparición de problemáticas en la sociedad argentina”, orientaba la psicoanalista Silvia Bleichmar.
Asistimos a un proceso de degradación ética; la nueva religión es el consumo que uniforma a individuos creyentes en la tecnología que encubre una soledad sin retorno.
La existencia humana cambió su ordenador; hay un modo banal de acceso a la trascendencia, bailamos por un sueño ajeno, paralítico, sin destino ni abrazo con el semejante, carente de una dimensión integradora. Asistimos a una fatiga de la compasión, cambiamos la solidaridad por la caridad y se termina legitimando el derecho de acumular riqueza sin vergüenza a la desigualdad, pobreza e ignorancia. Bleichmar sostenía que “la escuela pública se ha convertido, por la enorme cantidad de niños, en la escuela de los pobres. El guardapolvo blanco ha dejado de ser el símbolo del progreso para ser el símbolo de la pobreza. Los maestros de las escuelas públicas son compañeros de pobreza, y los de las escuelas privadas son empleados de los padres”.
La rutinización de la indiferencia ética se comió la creación. Max Weber ya habló de una relativización que desconecta a los individuos de cualquier programa común, dando lugar a una suerte de desplazamiento de la moralidad práctica hacia lo particular, ocasional y contingente. Y Bleichmar decía que la miseria en nuestro país ha recibido los restos degradados de la ideología de las clases altas. Los pobres han sido despojados de los sueños y por lo tanto de proyectos de inclusión. Al mismo tiempo ofrecen una formidable cualidad humana los chicos cartoneros que trabajan con sus padres y por la tarde se esfuerzan en ir a la escuela. Conductas de resistencia moral, un contraste ante la resignación como esperanza de los vencidos.
El conflicto por la retención a la renta extraordinaria rural recuperó el ejercicio de cruzar ideas políticas, se discute otro país y un Estado frente al cambio de paradigma mundial que considera alimentos, combustibles, territorio y agua como inmediato control estratégico por las grandes corporaciones que dirigen la economía global.
Entre los setenta y los noventa se destruyeron dos grandes articuladores de la sociedad argentina, uno se referencia en la idea de progreso como proyecto, instalado en desarrollistas y la izquierda, no así en la oligarquía que pretendía que todo siguiera igual. Ahora esa oligarquía mutó a otra esfera de producción económica y de contrato con la globalización, y produce un proyecto de anclaje a las necesidades dominantes.
Su proyecto está por encima de un Estado que democratice el destino. Los medios involucrados en el reparto de una renta publicitaria descomunal aceptan el control social con su relato que ordena a la sociedad aplanada.
En veinte años y con el avance tecnológico el país triplicó su producción de cereales y oleaginosas, alcanzando a cien millones de toneladas. Sin embargo, la explotación rural, el trabajo en negro y las consecuencias en salud de los trabajadores es un relato secuestrado por los medios, patrones y un sindicato desclasado. La disputa está en su etapa inicial con un notable retardo del pensamiento crítico y de actualización de las producciones política de la heterogénea izquierda nacional. Es un desafío sacrificar todo el tiempo en esta batalla de ideas, de cultura, de ética y justicia popular. Es preciso advertir cómo los pobres reciben los restos degradados de la economía, reciben los restos degradados de la ideología.
Enfrentarlo con una nueva variante cultural y de consenso popular, ejercitar la unidad, el compañerismo disidente y creador, es urgente, frente al principal enemigo de este tiempo: el analfabetismo político.

* Periodista, conductor de Mate amargo.
Fuente: PáginaI12

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