miércoles, 2 de julio de 2008

El poder de los "sin poder"

Por: Saskia Sassen*
Sorprende ver el alto precio ético y económico que las poderosas "democracias liberales" están dispuestas a pagar para controlar a aquellos que carecen de poder y que lo único que quieren es tener la oportunidad de trabajar. Debemos percibir a los inmigrantes y refugiados como una vanguardia histórica que hace patente cómo se está gestando una importante convulsión social en los países emisores y receptores de inmigración.

La mayoría de los países ricos se han apresurado a aplicar medidas radicales de control de los inmigrantes y refugiados, respondiendo más al temor injustificado de un posible aumento de las migraciones que a los datos reales que hoy son comprobables.

A menudo se olvida que el mayor flujo de emigrantes se dirige a los países en vías de desarrollo, y tampoco se tiene en cuenta en el debate la importancia del retorno migratorio. Así, a título de ejemplo, un tercio de los polacos que emigraron al Reino Unido han vuelto a Polonia tras un período máximo de dos años, en los que ahorraron y aprendieron inglés, para optar posteriormente por regresar a su país.

A pesar de estas evidencias, es sorprendente ver cómo nuestros poderosos estados reorganizan una buena parte de sus aparatos para detectar, frenar, controlar, detener y deportar a emigrantes vulnerables e impotentes. Para ello, no han dudado en sacrificar leyes de mayor o menor rango y contravenir de manera generalizada el propósito y el espíritu de las mismas ­algunos de los logros más valioso de nuestra historia colectiva en occidente-, como tampoco han dudado en sacrificar las libertades civiles de sus ciudadanos para, teóricamente, poder controlar a los extranjeros.

Los inmigrantes y los solicitantes de asilo de hoy están haciendo historia al conseguir una reorganización institucional de nuestros estados. No se trata de darles poder a los desposeídos para que hagan historia, no: están haciendo historia como actores impotentes, haciendo así productiva su impotencia. De este modo, hasta el más vulnerable -el inmigrante indocumentado- ha contribuido, por ejemplo, a reestructurar las policías de los países poderosos. Algunos países se han visto obligados a reajustar su burocracia pública para controlar a esos actores vulnerables y para ello no han dudado en sacrificar su estatus de países respetuosos de las reglas y de los tratados sobre derechos humanos que ellos mismos firmaron. Estos estados no han perdido solo su credibilidad, sino que además han evidenciado los límites de su poder, con independencia de cuán armadas estén sus fronteras. Por ejemplo, el gobierno de los EEUU ha ido aumentado cada año el presupuesto de su frontera con México, pasando de unos 250.000 millones de dólares al año en los 90 a 1.6 billones de dólares a principios del año 2000 y, sin embargo, se estima que el número de indocumentados ha pasado de 6 a 12 millones.

A la larga, esta mezcolanza de servidumbres éticas y económicas tiene un alto precio para las "democracias liberales", y todo para controlar a aquellos que carecen de poder y son vulnerables, y que lo único que quieren es tener la oportunidad de trabajar.

Vanguardia histórica
Sin embargo, no es ocioso señalar que la mayoría de estos hombres, mujeres y niños desposeídos, inmigrantes y refugiados, son una especie de vanguardia histórica que nos indica que -sin ser ellos los únicos agentes del cambio- se está gestando una gran convulsión y unas transformaciones profundas tanto en los países emisores de emigración como en los receptores. La inmigración y las corrientes migratorias son el resultado de alteraciones estructurales y no de acciones individuales.

También es posible sostener que la presencia de inmigrantes y refugiados apunta a ciertos cambios que se producen en los países de destino, como por ejemplo, en el mercado de trabajo, en la industria del sexo, o en las tentativas de determinados sectores económicos para debilitar a los sindicatos.

¿Cuál es la relación entre la realidad de la inmigración sobre del terreno y la política de cerrojazo de los estados del hemisferio norte? Desde un punto de vista político y de gobernabilidad, la inmigración siempre ha estado en la intersección de múltiples dinámicas y hoy eso no ha cambiado. Sin embargo, en cada momento y lugar histórico esas dinámicas han tenido sus propias particularidades. Antaño tuvimos al colonialismo como elemento clave de esas dinámicas. Hoy tenemos la mundialización económica y cultural, a la que podemos añadir la declaración de guerra por parte de la mayoría de países del hemisferio norte contra el terrorismo, con los importantes efectos sobre las políticas domésticas derivados de esa decisión.

Las corrientes migratorias están condicionadas por vastas dinámicas político-económicas, como las relaciones con las antiguas colonias y los nuevos puentes económicos mundiales. Los países receptores a menudo han contribuido de forma activa a la aparición de corrientes migratorias en sus antiguas colonias y en las actuales regiones neocolonizadas por sus socios. La pobreza o el desempleo no bastan para explicar esas corrientes migratorias, pero sin duda pueden convertirse en "factores de empuje", y eso es lo que ocurre hoy como consecuencia de las políticas de instituciones mundiales como el FMI o la OMT y la creación de infraestructuras mundiales: el transporte barato para el turismo mundial también lo utilizan los emigrantes.

Mundialización económica y cultural
La mundialización económica y cultural ha favorecido la aparición de nuevas corrientes migratorias, al tiempo que ha hecho resurgir otras más antiguas. Pero, aunque cada país es único y cada corriente migratoria es producto de las condiciones específicas del momento y del lugar, hay una serie de pautas comunes.

Un reciente estudio sobre 74 países con ingresos medios-bajos pone de manifiesto que existe una correlación positiva entre las remesas de los emigrantes y la atenuación de la pobreza. Una de sus conclusiones indica que "un aumento del 10% de las remesas supone un descenso del 1,2% de personas que viven con menos de 1 dólar al día y que se reduce también la intensidad y la dureza de la pobreza." (Organización internacional para las migraciones, 2006). Parar la inmigración, por consiguiente, significa una gran pérdida para el sustento de numerosos países. Esas remesas no proceden de trabajos que los inmigrantes hayan arrebatado a los trabajadores nativos. Las economías desarrolladas del hemisferio norte están creando una demanda creciente de trabajos poco remunerados, nada atractivos y con escasas posibilidades de promoción, que precisamente son los que se suelen reservar a los inmigrantes.

Se trata de una situación difícil en la que pierden ambos, inmigrantes y trabajadores nativos, y ganan las empresas con ingentes beneficios y algunos hogares que demandan trabajadores para el servicio doméstico con salarios muy bajos.

Otro aspecto a tener en cuenta se refiere a la previsión de déficit demográfico que existe en buena parte del hemisferio norte, donde diversos países han entrado en una fase de natalidad baja o incluso negativa. Con este telón de fondo, el aumento de las medidas restrictivas para regular la inmigración en el hemisferio norte contiene algunas contradicciones evidentes. Los investigadores aseguran que el crecimiento natural de la población europea está disminuyendo y que el descenso se agudizará en pocas décadas.

En primer lugar, hemos destruido numerosas economías del sur que ahora se han hecho dependientes de las remesas de los inmigrantes. A su vez, cada vez somos más dependientes de los inmigrantes para cubrir los puestos de trabajo mal pagados en nuestras economías, y para que aumenten nuestras raquíticas tasas de natalidad. Sin embargo, paradójicamente, las políticas que se están llevando a cabo pretenden el rechazo de los inmigrantes, la fuente de ingresos en muchos países del sur y la fuente de población en muchos países del norte.

En segundo lugar, y contradiciendo nuestra larga tradición de derechos civiles, asistimos a un canje de nuestras libertades civiles por el control de los inmigrantes. Los estados del norte nos han demostrado sobradamente su intención de interferir en nuestras libertades civiles para controlar a unos pocos individuos de las poblaciones inmigrantes, los cuales, aunque seguramente algunos serán criminales y peligrosos, en su mayoría son ciudadanos normales y corrientes. A todo ello tenemos que añadir las restricciones derivadas de la llamada "Guerra contra el Terror", con el menoscabo que está suponiendo de los derechos de los ciudadanos y el olvido de los derechos de los inmigrantes. Este desequilibrio parece un precio demasiado alto para una sociedad en la que las libertades civiles son fundamentales, aunque no sean perfectas y les falte camino por recorrer.

Este es el alto precio a pagar por el establecimiento de un marco político que, en última instancia, se ha revelado carente de éxito, insatisfactorio e inviable.
*Socióloga y profesora de la Universidad de Columbia de Nueva York

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