viernes, 4 de abril de 2008

No empecemos

Por Juan Sasturain
Lo menos y más liviano que se puede decir de la referencia crítica que hizo la Presidenta respecto del dibujo de Sábat que le puso una cruz en la boca en Clarín (“mensaje cuasimafioso”, dijo) es que fue una torpeza. Esperemos que sea así. Que fue un momento de calentura. Esperemos que sea así. Que fue un exabrupto. Esperemos que sea así. Esperemos que no se le ocurra salir a contestar/interpretar torpemente, recaliente y sacada, cada vez que le pegan por lo que dice, lo que hace o simplemente por el cómo dice y hace y no por el qué. Porque puede llegar a ponerse insoportable. Y hay peligro cierto de que eso suceda.
Para empezar por algún lado: ¿qué se puede decir de Sábat? Que es un artista extraordinario y que nunca ha hecho otra cosa que lo que hace (maravillosamente) ahora. Y que nunca ha pensado distinto, que siempre ha sido coherente. Lo conocemos desde Primera Plana, hace cuarenta años... Pasó por La Opinión de Timerman y hace más de treinta años que está en Clarín. Se bancó con dignidad las gambetas ideológico-empresariales propias del diario que lo ha tenido como editorialista gráfico durante todo este tiempo. Y salió indemne. Nunca hizo apología ni fue complaciente con la dictadura, hizo un extraordinario libro satírico sobre el Orejón Martínez de Hoz –“Siempre dije que este tipo no me gusta”—; no fue oportunista después, con la democracia; fue implacable con Pinochet, con Franco, con Bush, con los hijos de puta reconocidos pasados y presentes; ni hablar de sus trabajos de los noventa, el tratamiento satírico del Menem público y privado y su circo del terror. Quiero decir: Hermenegildo Sábat no dibujó nunca ni dibuja ahora por mandato de terceros o participa de operaciones mafiosas o conspiraciones. Sábat siempre hace –dentro de lo que sabe, puede y le permiten las circunstancias, como todos los que trabajamos en medios– lo que se le canta o –en su caso– lo que se le dibuja. Y responde desde ahí, con sabiduría, talento e independencia de criterio. El periodismo gráfico argentino contemporáneo sería bastante peor de lo que es si borráramos los dibujos del Menchi. Así que, por ese lado, la Presidenta deberá pensar que el dibujo de Sábat es (en principio y sobre todo) lo que opina Sábat. Y punto. Si le gusta, bien; y si le molesta, lo mejor que puede hacer –creo– es pensar por qué un tipo y artista sensible, inteligente, testigo cercano de la historia argentina contemporánea la dibujó así. Y ya está.
Quiero decir: la Presidenta no se tiene que dar manija. No equivocarse respecto del enemigo, saber escuchar y leer. Admitir –como le pasa a todo el mundo– que hay mucha gente que no la quiere, a la que le cae mal, a la que no le gusta su estilo más allá de las políticas que impulse. Incluso, que diferencia entre ella y su gobierno. Y que va a tener que convivir con eso. Más claro: se la va a tener que bancar. Es su obligación. Con elegancia, con inteligencia, dando el ejemplo de tolerancia y buena leche. Aunque haya quien no la tenga ni con ella ni con su gobierno. Es así. Debe ser así. Cualquier otra cosa es peor para todos.
Son las reglas del juego democrático en las que no nos debemos cagar ni poner bajo sospecha. El que ejerce el gobierno y tiene (parte de) el poder –como las actuales y legítimas autoridades– debe estar dispuesto a convivir con el disenso, la crítica constructiva o impiadosa, bienintencionada o malévola. Bancarse la ironía, la burla, el chiste pesado, incluso. Porque es un error grave suponer que debido a que hay (y la puta si los hay) intereses y factores de poder muy fuertes y dispuestos a casi cualquier cosa para torcer la posibilidad de llevar adelante las políticas económicas y sociales en las que este gobierno cree –y muchísimos acompañamos—; debido a que esos intereses existen y operan, digo, es un error suponer que cualquier referencia crítica –y sobre todo en el caso del humor inteligente– ha de ser interpretada en términos conspirativos. Hay un salto lógico en ese tipo de razonamientos que (nos) conviene no dar.
En el discurso último –habla bien la Presidenta: es clara, programática a la hora de exponer, didáctica, casi docente: el de apertura del Congreso fue perfecto en ese sentido, el mejor en mucho tiempo de un Presidente– hubo un par de cosas de su estilo oratorio y de exposición que supongo todos los que tienen orejas abiertas y años acumulados habrán notado, algunos con emocionada aprobación, otros con perpleja desconfianza: cierto evitismo un poco aparatoso. No quiero decir que la Presidenta se quiera hacer la Evita, pero cosas como “no me dejen sola” (pará...) y la idea de “atáquenme a mí, pero no al pueblo” –cito de memoria, seguro que mal, pero por ahí va la cosa– me parecen retóricamente peligrosas. Excesiva personalización, diría. El paso siguiente es hablar de “mi pueblo”. Guarda. Sobre todo porque les creo –a la Presidenta y al Gobierno en general– en la sinceridad de la convocatoria al laburo conjunto, a la concertación y negociación, a la necesaria unidad nacional hacia el Bicentenario, buena idea y buenas bases. Pero no vaya a ser que la retórica, el estilo, den señales contradictorias a los contenidos que se quieren transmitir.
Por último –y aunque sea una aclaración típica de alguien con cola de paja—, estas deshilachadas reflexiones no deberían entenderse como un ingenuo alineamiento personal con cierta manera de plantear las cosas –la oposición abstracta y absoluta entre “libertad de prensa vs. totalitarismo”— que es el habitual pretexto con el que algunos de los dueños mayoritarios del cuarto poder atacan a gobiernos que no se bajan del todo los pantalones ante los intereses que les son afines. Sabemos en qué medida las entidades que agrupan a (las empresas que poseen) los medios de prensa y comunicación suelen clamar por algunas libertades y derechos particulares, cuando no se les mueve un pelo por otros atropellos que hacen a la esencia misma de este sistema perverso, que no suelen cuestionar... Así son las cosas, también.
Pero esta vez estamos hablando del Menchi Sábat y de la presidenta Cristina Kirchner. Que quede ahí. Y con un deseo: por favor, no empecemos...

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