viernes, 28 de septiembre de 2007

Los periodistas y el poder

En el marco del Día Internacional del Derecho a Saber y acerca de la presentación de su último libro “Noticias del poder” reflexiona Jorge Halperín*
Cuando yo empecé a formarme ideas sobre la política, en los años ´60, la política era caca y llegaban los militares para corregir tantos desvíos y tanta corrupción. Los militares llegaban como salvadores de la patria, pero instalaban en el poder político a los sectores del poder económico, que nunca llegaban por vías democráticas. Desataban la intolerancia y la violencia y, y así se formó en los ´60 una generación que pensaba que el único camino era tomar las armas.
Lo simplifiqué demasiado, pero la idea de que la política es caca es muy antigua, mucho más que las evidencias de corrupción de los ´90. Y surgió desde sectores oligárquicos que en las primeras décadas del siglo XX recelaban de la democracia y del ascenso de las masas con Irigoyen. Pero este prejuicio arraigó luego en los sectores populares, que también miran la política como caca independientemente de cuanta corrupción hay.
Esa idea de la política como caca se reactualiza cada tanto impulsada por los sectores conservadores, desde luego ayudada por la imagen negativa de los políticos y, en el caso de este gobierno, por la forma personalista y autoritaria de gestionar el poder. Por eso me resulta difícil encontrar el tono justo de la crítica para no sumarme al coro armado por una derecha que nunca respetó las instituciones y ahora se desgarra las vestiduras por ella.
Bueno, hace un par de años, cuando promediaba el gobierno de Néstor Kirchner, yo asistía un poco desconcertado a la pelea que el presidente y su entorno mantenían con los medios y a ciertas preferencias que el gobierno concedía a medios que se encuentran en la vereda de enfrente (beneficiándolos con algunas de las escasas entrevistas que otorgaba y con apoyo publicitario). Sin contar con la rareza de un vocero oficial que no habla.
También registré declaraciones que la primera dama formuló a estudiantes de universidades estadounidenses poniendo en cuestión procedimientos de la prensa argentina y, la verdad, no eran desatinadas.
Entonces, me pregunté por el estado de la prensa política y comencé a reflexionar sobre el tema. Me interesó muy especialmente porque la prensa política define las tapas de los diarios y los titulares periodísticos de la radio y la TV y construye opinión pública, decide mucho de lo que pensamos sobre el gobierno y la oposición.
Está claro que es la más ambigua de todas las especialidades periodísticas porque su objeto principal y base de su trabajo es el poder.
Si obtener información confiable y verdaderamente relevante, y contarla en forma rigurosa es el desafío universal de los periodistas, para la prensa política se trata de una exigencia de alto riesgo. Porque el poder opera construyendo opinión favorable y actúa de muchos modos sobre el informador (instalando agenda, induciendo ciertos enfoques, presionando, manipulando, cooptando a veces hasta la promiscuidad y el soborno). Desde luego que el poder no es sólo el gobierno de turno, las autoridades legislativas y judiciales, las corporaciones empresarias, militares y religiosas, etc. También los medios, para los cuales trabajan los periodistas, son parte del poder y hacen su juego.
Más allá de las operaciones del poder o los poderes, hay, además, un estado de situación del periodismo. En el caso del periodismo político, hoy el cuadro muestra hoy una cantidad de vicios: se trabaja la mayoría de las veces con una fuente única (es contrario a lo que indican todos los manuales), no se investiga, cuando se lo hace, se arman circuitos interesados con ciertas fuentes, se escribe mal, etc.
No me parece, tampoco, que el público sea un actor absolutamente pasivo en este juego y, de hecho, parafraseando a mi colega Miguel Wiñatzky, hay noticias indeseadas y reacciones de indiferencia.
Así, el papel de contralor del poder al que debería contribuir la prensa no se ejerce hoy de manera muy efectiva, y el aporte esencial que debe realizar a los ciudadanos brindándoles información confiable sobre lo que sucede en la esfera pública, es hoy bastante débil.
De lo que trata el libro, en última instancia, es de pensar cómo los medios impulsan o bloquean el tránsito de la sociedad del estado de creencia y adivinación al de la toma de decisiones conscientes y meditadas sobre los hechos que importan a todos. Pero, hablando, claro, de lo que uno conoce: las redacciones.
En 1995 escribí “La entrevista periodística”, mi primer libro, pensado principalmente para estudiantes de periodismo.
Después de haber publicado otros diez libros, pensé en la más ambigua y peligrosa de las especialidades: el periodismo político, el que hace las tapas de los diarios y las notas del día en la TV y en la radio.
¿Por qué me atrajo el tema? Porque es un tema mediático y porque examina al poder y por todos los riesgos que informar sobre el poder plantea a los periodistas y a los ciudadanos.
¿Por qué, entonces, el periodismo político? Porque es el periodismo político el que instala la agenda y nos dice cuáles son los temas importantes sobre los que debemos pensar y discutir, y cómo debemos pensar. ¿Cómo lo hacen?; ¿Cómo deciden que este tema merece los grandes titulares y este otro un insignificante recuadrito? (lo que influirá sobre nosotros). ¿Hasta qué punto es confiable la información que los medios nos traen sobre el poder?. En sentido opuesto, ¿cuál es el grado de manipulación que el poder ejerce sobre los periodistas, instalándoles agenda, ejecutando sobre los medios operaciones de prensa, directamente mintiendo u ocultando, sobornando, etc.?; ¿hasta qué punto hay una relación non sancta entre los periodistas, los medios y el poder, relación non sancta que en vez de ciudadanos construye perejiles?.
Esas y muchas otras preguntas que me hago yo y que se hace el público guiaron la construcción de este libro. Y, como mi especialidad principal es la de ser un preguntador, me dediqué a recoger los testimonios y las reflexiones de 40 periodistas políticos, dirigentes políticos y estudiosos de medios. Hice como una encuesta especializada pero en profundidad.
Y así pude trabajar sobre las reflexiones y los testimonios de argentinos y de periodistas del mundo, del fundador y del director de “El País” de España, que se comió el garrón de los atentados terroristas en España publicando que fue la ETA, y las explicaciones del ex director periodístico de “Clarín”, que se comió el garrón de que habían encontrado el cadáver del empresario secuestrado Enrique Pescarmona, quien en 2007 sigue gozando de buena salud. Y van a encontrar lo que dice Jorge Lanata sobre las manipulaciones de Menem y de los medios en el caso AMIA, y las cosas que cuenta el colega que mejor investigó ese atentado y al terrorismo islámico. Y también incluí el testimonio que me dio el colega que manejó durante años la cobertura del caso Cabezas y su relación con Yabrán y la maldita policía bonaerense, y cómo operaron sobre los periodistas la maldita policía, el poder menemista, y los otros medios. Y aquel otro del periodista que descubrió en “Clarín” el tráfico ilegal de armas al Ecuador y que investigó los negocios obscuros en la venta de jugadores de Boca.
Pero también incluí el testimonio de Rodolfo Terragno, que ha sido el más importante periodista argentino y el único que se atrevió a enfrentar a la dictadura de Videla denunciando, en pleno Proceso, que los diarios argentinos habían entrado en cadena,. Y la contraparte, lo que confiesa el hombre que dirigía “Clarín” cuando los diarios silenciaban los horrores de la dictadura.
La historia también es hoy. Entonces el libro recoge lo que cuentan los periodistas acerca de las manipulaciones que ejerce sobre los medios el gobierno de Kirchner y sobre los silencios deliberados, las cosas del poder que callan y ocultan los medios.
Todas las historias narradas desde la intimidad de los periodistas.
Y puede leerse lo que me dijo sobre la AMIA, sobre la corrupción y sobre los periodistas Carlos Corach, el hombre de Menem que operaba sobre los medios, quien me confesó que al despedirse de su gestión los hombres de prensa le hicieron una fiesta con mariachis y con putas. Y lo que opina sobre el periodismo el misterioso Coti Noziglia, el hombre fuerte y conspirativo de los gobiernos de Alfonsín de De la Rúa, y por que desconfía de los medios.
Y también se pueden seguir los juicios de Andres Delich, que fue ministro de De la Rúa acerca de la supuesta patología mental de De la Rúa, y sobre la cama que le hicieron los medios desde que en el programa de Tinelli alguien sacudió al presidente de la solapa (¿lo voltearon los medios, como a Illia?).
Busqué que la historia cruce todo el libro. Entonces, incorporé mucho más de lo que los periodistas cuentan sobre sus relaciones con el poder, como las cosas que confiesa Tomás Eloy Martínez, que era uno de los principales hombres de la redacción de “Primera Plana”, la revista de Timermann que conspiró contra Illia.
Desde luego que no me ceñí a la prensa escrita: hay testimonios de los hombres que manejan o ejercen el periodismo en televisión y radio, y se abordan también los nuevos fenómenos que, según algunos van a provocar una revolución mayor que la de Guttemberg: el impacto de Internet, la aparición de blogs de periodistas que llegan a ser más importantes que los grandes diarios.
Aunque por momento de los testimonios emerge una atmósfera conspirativa, no es un libro de chimentos sobre el periodismo. Es un intento de explicar las claves de una especialidad periodística tan llena de riesgos, de actos temerarios y de actos miserables cuyos resultados afectan crucialmente la conciencia colectiva y nuestras posibilidades de convertirnos plenamente en ciudadanos de una democracia.
Es importante aclarar esto: no es una saga conspirativa sobre el poder y los periodistas, aunque, como digo, de las decenas de testimonios que pude reunir de hombres de prensa, de políticos y analistas brote tanta atmósfera conspirativa.
Tampoco escribí “Noticias del poder” buscando probar ninguna conclusión decidida de antemano. Simplemente quise contar, hacer y hacerme preguntas, caminar con un grado de ingenuidad mayor a la de mis colegas especializados como si fuera el turista accidental de Levi Strauss, justamente porque no me considero un periodista político. Me propuse moverme en este libro entre el periodismo que informa sobre el poder porque creo que los dilemas fundamentales de cualquier periodista – cómo conseguir información confiable y verdaderamente relevante, y contarla en forma rigurosa – en el periodismo político son directamente dramáticos.
Por supuesto que los escenarios que trabaja el periodismo político no se agotan en el Palacio. Su especialidad también pulsa la vida de los partidos y las corporaciones, las redes de la Justicia, las expresiones de la sociedad civil, los piqueteros y asambleístas, los vecinos organizados y las ONGs. Pero el poder es materia prima de la mayor parte del periodismo político, entendiendo que el poder tampoco está en un centro único, y que tiene una extendida capilaridad.
Tampoco los dilemas del periodista se agotan en conseguir información confiable y relevante, y contarla en forma rigurosa: también se parecen a los dilemas del ciudadano-lector u oyente cuando nos preocupamos por la necesidad de extraer el sentido de la información que recibimos y orientar al público.
Y bien, me planteé el diseño de contenidos de mi libro con más de un abordaje: por un lado, el relato de casos (cómo se gestó la cocina del desafortunado título “Fue la ETA” del diario “El País” de España; los testimonios de quienes manejaron investigaciones emblemáticas de los últimos 15 años, como las del asesinato de José Luís Cabezas; la terriblemente manipulada investigación de la AMIA o el tráfico internacional de armas del gobierno de Menem, cierto inquietante paralelismo en el tratamiento mediático entre Illia y De la Rúa, y no me confundo sobre las profundas diferencias entre los dos, etc.):
Por otro lado, el libro sigue una suerte de agenda de temas del periodista político: desde luego que hay una necesaria caracterización del objeto periodístico, es decir un capítulo planteando las definiciones sobre el poder. Y están los capítulos sobre La relación con las fuentes, las manipulaciones, la inducción que ejercen sobre el periodista, la promiscuidad entre la prensa y el poder; la construcción de la agenda pública; las columnas políticas; el periodismo en las conspiraciones políticas; las relaciones no santas entre empresas periodísticas y poder; la televisión y la información política; la formación de los periodistas políticos (de dónde vienen); los corresponsales; la aventura de crear un diario en el Interior del país; los bloggs y los nuevos fenómenos provocados en el periodismo por la tecnología.
La mayoría de estos recorridos están hechos mediante el diálogo con los colegas, pero también ofreciendo la visión que algunos grandes operadores políticos tienen de los periodistas.
Es útil confrontar a muchos de mis entrevistados del libro, periodistas de larga experiencia y profesionales jóvenes que trabajan rigurosamente, con lo que sucede hoy en esta especialidad, con la dramática ausencia de investigación periodística, con el uso y abuso de una fuente única para construir las notas, con la devaluación de las columnas políticas en donde el autor que pone la firma ha perdido independencia respecto de sus patrones, con un periodismo que deja de hacer preguntas fundamentales, con una mediocridad de los textos que hace añorar mejores tiempos.
Desde luego que el periodismo político también funciona cuando hay dictaduras, pero no puede cumplir su función esencial en la construcción de ciudadanía, la de servir de contrapeso, de un mecanismo no único pero muy importante de control del poder.
Si hoy muchas empresas periodísticas precarizan sus redacciones, por suerte todavía está la gente de la que podemos aprender las buenas artes del oficio.

*Conferencia presentada en la Mesa redonda "Cómo acceder a la información en manos del poder", organizada por la Asociación por los Derechos Civiles (ADC) y la Licenciatura en Comunicación Social de UCES, con el auspicio de FOPEA, en el marco de la celebración del día mundial del Derecho al Acceso a la Información Pública. Tuvo lugar el martes 25 de Septiembre de 2007.

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