jueves, 21 de junio de 2007

Paliza a la prensa en varios frentes

Por: Lluís Foix
El progreso de las naciones ha estado siempre vinculado con la libertad de pensamiento, de prensa, de movimiento de las personas y de las ideas. La prensa ha recibido una paliza en varios frentes. La Comisión Europea ha dicho oficialmente que la prensa exagera y desinforma sobre el fenómeno de la inmigración.
El primer ministro Tony Blair se despide de Downing Street con una crítica severa a los medios que le han despreciado, no le han querido y le han empujado hacia el precipicio al que él mismo acudió. Ha sido durísimo. Es cierto que la prensa tabloide inglesa busca carnaza para los grandes titulares. No repara ni en el primer ministro ni en la familia real. Lo devora todo con un apetito inmenso.
También la fiscal del juicio del 11-M en Madrid se despachaba a gusto con los medios que han fomentado la teoría de la conspiración. El juez Bermúdez, un hombre severo y con pinta de ser un buen profesional, la ha interrumpido diciéndole que las consideraciones periodísticas no formaban parte del guión.
Cuentan las crónicas que la fiscal salió de la sala con lágrimas en los ojos, seguramente porque estaba convencida de que varios medios madrileños nos han dado la tabarra durante tres años sobre la colaboración de ETA en los atentados, un extremo que no ha podido se probado ni de forma indiciaria. Los medios son atacados por los que tienen el poder. Cualquier tipo de poder. Es una señal de vitalidad y de libertad en la sociedad democrática que constantemente pide cuentas a todos y sobre todo. La libertad de prensa sólo puede tropezar con los tribunales si los que se sienten perjudicados presentan querellas y los jueces les dan la razón. Esta es, digamos, la cuestión formal que tiene una gran importancia para devolver el honor o reparar los perjuicios causados a una persona o una institución. Lo que más me inquieta en el periodismo o en la política es cuando los fines se confunden con los medios, cuando el periodismo o la política no tienen inconveniente en recurrir a la mentira, a las trampas, a las medias verdades, al engaño intencionado, para conseguir un objetivo.
Esta actitud es impresentable en el periodismo o en la política. También en la vida en general. Uno de los problemas que sacuden a nuestra sociedad es cuando los medios no tienen escrúpulos para utilizar falsedades y conseguir un objetivo que incluso puede ser positivo.
El fin, definitivamente, no puede justificar los medios. El periodismo puede recurrir a la exageración, a la fabulación, incluso a la mentira, para hacer que una cosa ocurra. Muy mal.
El periodismo tiene que explicar lo que pasa y no "to make things happen", hacer que las cosas pasen, como han dicho hasta la saciedad varios académicos anglosajones. Pero los políticos y los poderes que sean no pueden pretender que seamos simples correas de transmisión de sus estrategias sin pasar por el cedazo de la crítica o sin aceptar el relato de aspectos que se han querido esconder o ignorar.
La prensa libre, transparente y sin ataduras políticas o económicas, puede presentar a veces una sociedad muy deteriorada, en crisis, abierta en canal. Si se tomaran la molestia de consultar la prensa británica en los tiempos más esplendorosos de su imperio, encontrarían que el país estaba sumido en una crisis permanente. Pero no era cierto. Se contaban las trifulcas políticas, los crímenes de Jack el Destripador, las aventuras amorosas de hombres públicos, lo mal que estaba Irlanda o los fracasos de empresas muy poderosas.
El progreso de las naciones ha estado siempre vinculado con la libertad de pensamiento, de prensa, de movimiento de las personas y de las ideas. Siempre y cuando, claro está, que cuando se ponen noticias en circulación puedan soportar la prueba de la veracidad. Ni los políticos ni los periodistas podemos dar muchas lecciones al respecto.

Fuente: diario "La Vanguardia"

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